SARA, EN CLAVE DE GENERO

El legado de Sara Solarz de Osatinsky revisitado a la luz de la política del ciudado

 

“Nosotros vimos el color de tus ojos brillantes de lágrimas y sentimos tus caricias maternales. Fuiste un bálsamo que nos marcó que debíamos sobrevivir, que aún en el horror se encuentra la ternura. Madre y abuela a la vez de cada bebé nacido en cautiverio. Vimos cómo tus abrazos mitigaban los dolores de tantas compañeras que con esperanzas daban a luz a esos pequeñitxs tan amados pese a tanta crueldad”, escriben los “compañeros sobrevivientes testigos” –así, todo de corrido– de Sara Solarz de Osatinsky, quien falleció este lunes en Ginebra, Suiza, a los 85 años.

Sus compañeros la describen como una “mujer revolucionaria” y “madre coraje” que los abrazaba en Capucha y acompañó los nacimientos que se dieron en la ESMA e incluso los llamaba a colaborar. “Si hay una imagen de amor compañere que nos aliviaba el dolor era la de Quica”, sostienen acerca de quien vivió en una vida múltiples vidas, quien hizo de la empatía y el acompañamiento una bandera en el lugar más imposible: el centro clandestino ubicado en el barrio porteño de Núñez.

Sara Solarz nació el 1 de octubre de 1935 en San Miguel de Tucumán. Sus padres fueron Manish Wolf Solarz y Pesce Schapiro de Solarz. Se casó con Marcos Osatinsky. Tuvieron dos hijos, Mario y José. La dictadura se ensañó con la familia: en la ESMA, el represor Héctor Pedro Vergez le confesó a Sara que “el nombre de Osatinsky tenía que desaparecer de la faz de la tierra en la ciudad de Córdoba” al narrarle con detalles cómo habían matado a Marcos, el líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), el 21 de agosto de 1975, y a los dos hijos de la pareja: Mario, de 19 años, y José, de 15, en 1976.

Entre otros datos, Vergez –jefe del Comando Libertadores de América, una suerte de Triple A cordobesa– le confesó que había dinamitado el cuerpo de Marcos (que en 1972 había logrado fugarse de la cárcel de Trelew) en el momento en que era trasladado para ser enterrado en la provincia de Tucumán, donde había nacido.

Ya en Buenos Aires, Sara, militante de Montoneros, fue secuestrada el 14 de mayo de 1977 y llevada a la ESMA. Por estos días sus compañeros recordaron que en los descuidos de los guardias les preguntaba cómo estaban y cuál era su nombre. Esos breves intercambios construyeron en los detenidos “la idea, entre lágrimas, que podríamos tener un después, siempre juntos”.

 

Recuperar a Sara Solarz de Osatinsky en clave de género

“Me interesa pensar a Sara Solarz de Osatinsky como parte de un conjunto de mujeres que, al militar en organizaciones político militares, en su caso Montoneros, habían roto primero los estereotipos de lo que la sociedad esperaba de ellas. Y luego, cuando caen secuestradas en los centros clandestinos, tienen muy presente la importancia de las relaciones afectivas, de ser solidarias y de tejer vínculos”, considera Ana “Pipi” Oberlín, fiscala y abogada especialista en Derechos Humanos y Género, ante la consulta de El Cohete a la Luna.

“Pienso –continúa– que en unos contextos tan extremos y violentos como los centros clandestinos, más las mujeres que los varones buscaron acompañar y crear mejores condiciones no sólo para elles sino para sus compañeres, aunque hubo varones que actuaron así también”.

En esa línea también inscribe Oberlín la decisión de Sara, junto a Alicia Milia de Pirles y Ana María Martí, de dar testimonio ante la Asamblea Nacional Francesa sobre el funcionamiento de la ESMA, los partos ocurridos allí y los “traslados”. Esa denuncia pionera fue el 12 de octubre de 1979, cuando todavía la Argentina estaba en dictadura y las tres mujeres en un régimen de libertad vigilada.

 

Portada de la denuncia de Sara Solarz de Osatinsky, Alicia Milia de Pirles y Ana María Martí en 1979.

 

“Lo que hace Sara, ella misma víctima de violencia por medios sexuales, de ir a París y transmitir lo que habían vivido otras personas es también un acto de solidaridad. Ni Sara, ni Alicia ni Ana María se ubicaron como protagonistas del dolor sino que eligieron contar y dar la mayor cantidad de detalles sobre lo que habían visto”, indica Oberlín.

Sobre aquella histórica declaración, Mariana Eva Pérez, hija de Patricia Roisinblit –una de las embarazadas que parió en la ESMA–, subraya que “Quica recordaba datos muy precisos; lo que quedó por escrito vale un montón y me permite reconstruir lo que le pasó a mi mamá”. “Por  haber declarado en 1979, por haber estado para mí, para mi abuela y para las Abuelas cada vez que viajaban y se veían, por la carta que me contestó en 1996 y por todos los testimonios que dio, le voy a estar agradecida por siempre, por siempre”, sostiene Mariana.

Estudiosa del tema de las violencias sexuales cometidas contra mujeres y hombres en dictadura, Oberlín destaca que prácticas tales como llevar a las mujeres al cine, a pasar el día en una quinta, a comprar zapatos o a departamentos donde los represores las violaban (hechos que ocurrieron en la ESMA pero también en la Quinta de Funes en Santa Fe y en La Perla, Córdoba, entre otros) eran parte del mismo proceso concentracionario. “Se sumó un plus de perversión tan grande que hizo pensar que las personas tenían cierto margen de toma de decisión y sin embargo era parte de lo que habían diseñado como plan los represores”, considera.

“El salir a cenar cuando estás secuestrada es una situación disruptiva y tiene que ser leído como una de las múltiples formas de las violencias a las que fueron sometidas”, precisa la fiscala.

La propia Sara Solarz, en su declaración ante el tribunal que juzgó los crímenes cometidos en la ESMA, dijo que fue tratada como un “objeto”. Tras las torturas a las que fue sometida en cuanto cayó, pasó un tiempo y la bajaron al Sótano “para copiar cosas a máquina”. En ese momento apareció Jorge “Tigre” Acosta y preguntó: “¿qué hace ésta aquí?”, “no tiene que estar aquí, súbanla”. “Era un objeto”, sostuvo Sara ante los jueces en junio de 2010.

También contó cuando los represores la obligaron a viajar con ellos a Tucumán, donde había nacido y vivía su hermano. “Pasearme por las calles de Tucumán, donde yo era muy conocida, fue algo más que terrible. Yo era un trofeo de guerra para ellos y era una bandera de decir ´acá nosotros somos los dueños´”, narró en aquella declaración.

“Hubo quienes pusieron en cuestión a algunas compañeras que pasaron por esto, pero todo formó parte del mismo plan de destrucción de las subjetividades. A algunes se los torturaba hasta la muerte, a otres de forma psicológica, a algunes los sometían a trabajo esclavo, a otres no. Pero el objetivo era siempre aniquilar a las personas sindicadas como enemigas.  Y aniquilar no es solamente asesinar sino destruir las subjetividades”, precisa Oberlín.

Bárbara Sutton es profesora del departamento de Mujeres, género y estudios de la sexualidad en la Universidad de Albany (Universidad Estatal de Nueva York) y autora del libro “Sobrevivir el terrorismo de estado: Testimonios de mujeres acerca de la represión y la resistencia en la Argentina” (Surviving State Terror: Women’s Testimonies of Repression and Resistance in Argentina, que aún no fue traducido al español) para el que trabajó con declaraciones de 52 mujeres que pasaron por distintos centros clandestinos de detención, tortura y exterminio, cárceles y comisarías en dictadura.

“Uno de los temas a tener en cuenta es que el mandato de los represores era que a los secuestrados no les importaran las otras personas, sus compañeros, que no tuvieran empatía ni lazos de solidaridad. Entonces la idea del cuidado del otro ya es un acto de resistencia en sí mismo”, afirma Sutton por videollamada desde Albany.

En línea con lo planteado por Oberlín, Sutton sostiene que “en los centros clandestinos imperaba la arbitrariedad y la incertidumbre y frente a eso muchas (y muchos también) practicaban el ethos de la solidaridad hacia los compañeros, que ya lo traían desde antes por su militancia, su activismo. El hecho de compartir una fruta o un sandwich, regalar una prenda o hasta dar un abrazo quizá desde el costado judicial no tiene relevancia pero sí la tiene para pensar la política y los ejemplos de cuidado”.

Por caso, cuando las embarazadas le regalaron a Sara una tarjeta para Navidad. “De un lado había un osito. Al abrirlo se abrían dos manitos de ese mismo osito que decía ‘te queremos mucho, tus hijas’”, recordó en su declaración ante la Justicia argentina en 2010.

Consultada por El Cohete a la Luna sobre la figura materna que se asocia a Solarz de Osatinsky, Sutton señala: “En relación con la figura de la madre quisiera comentar que estamos inscriptos en un sistema sexogenérico en el que cuando pensamos en las violaciones a los derechos humanos tenemos en la cabeza el activismo de madres y abuelas y la figura del siluetazo con la mujer embarazada y así volvemos a la figura de la madre. Me gusta pensar que fueron mujeres que transgredieron, que tomaron riesgos”.

La académica y estudiosa cuenta que de los testimonios con los que trabajó advirtió que numerosas mujeres, luego de su liberación de los espacios concentracionarios, apostaron a otro tipo de utopías por ejemplo, vinculadas a militancias en causas feministas o medioambientales. El feminismo, por caso, busca darse formas de organización más horizontales.

 

Acompañar los partos

El vínculo de Sara con las embarazadas es narrado por ella misma en una nota al diario Clarín en junio de 1998, poco antes de declarar frente al entonces juez Adolfo Bagnasco y al fiscal Eduardo Freiler, que investigaban el plan criminal de las Fuerzas Armadas para apropiarse de los bebés (que luego fue la emblemática causa del plan sistemático de robo de niños). Sara contó que un día, mientras la mantenían encadenada y encapuchada (sin poder ver) comenzó a hablar con “una vecina”: María Hilda Pérez de Donda, quien estaba embarazada. Su hija es Victoria Donda, actual titular del Inadi.

“Hilda como embarazada tenía derecho a dos frutas, y me daba una”, recordó. Los marinos habían convertido a la ESMA en una especie de maternidad: traían a mujeres secuestradas por otras fuerzas o en otras provincias a parir allí. Así lo pudo comprobar Sara, que en su cautiverio conoció a Ana de Castro, secuestrada por el Ejército, y a María del Carmen Moyano de Poblete, llevada a la ESMA desde Córdoba para parir.

A partir de determinado momento las embarazadas empezaron a compartir una pieza de paredes de cartón. Pasaban el día allí, sentadas, sin la capucha, y arreglaban alguna ropa, planchaban o cocían. Ana de Castro fue la primera que les pidió a los marinos que dejaran a Sara estar con ella en el parto, que se realizó en el sótano, contiguo a la sala de tortura.

“A Ana yo la tenía de la mano y le daba ánimo. Tenía los pechos destrozados por la picana. Cuando la criatura nació, estaba desesperada por saber si era normal, si tenía todos los dedos, los ojos, la nariz. Creía que al bebé lo habían deformado con la tortura o que no sobreviviría.”, contó Sara.

Jorge Luis Magnacco, médico naval, fue el que realizó la mayoría de los partos de la ESMA. Las denunciantes también señalaron que en ocasiones participaban en dichos procedimientos Alberto Arias Duval y Carlos Capdevilla. Los testigos indicaron que el prefecto Héctor Antonio Febres –a quien encontraron muerto en su celda poco antes de conocerse la sentencia en el juicio en su contra– era quien organizaba todo, tanto la entrega de los bebés como el traslado de las madres.

En su declaración de junio de 2010, Sara Osatinsky recordó que Patricia Roisinblit, estudiante de Medicina, pidió al parir en la ESMA a su hijo Rodolfo que no cortaran el cordón umbilical. “Quiero tenerlo conmigo unos minutos más, sentirlo encima mío”, insistió. Sara aseguró que “sabía que lo iban a separar, y por lo menos estaba unida a su cuerpo todavía, a través de ese cordón umbilical y encima de su pecho. Fue una cosa que la guardo, guardo como una fotografía en la memoria”.

Mariana Eva Pérez, la hija mayor de Patricia Roisinblit y hermana de ese bebé nacido en cautiverio  –que  fue restituido por Abuelas de Plaza de Mayo–, recordó a Sara: “La conocí primero como referencia, mi abuela Rosa Roisinblit viajaba todos los años a Ginebra, a Naciones Unidas. En ese momento creo que no existía el grupo de Desapariciones Forzadas, por lo que les daban el espacio de otra organización, para que pudieran hablar las Abuelas y denunciar lo que pasaba acá en la década de 1980 y 1990. Yo crecí sabiendo que existía en Ginebra una señora que se llamaba Sara Osatinsky que había estado en el parto de mi mamá junto con otra compañera que también estaba en Suiza en ese momento, que era Amalia Larralde”.

A partir de los 17 o 18 años Mariana Eva necesitó ir más allá del relato familiar y leyó, entre los testimonios de las compañeras de cautiverio de su mamá, el de Sara. “En ese momento le mandé una carta porque no existía el email y ella me contestó respondiendo algunas dudas pero sobre todo en un tono muy afectuoso, muy cercano”. La hija mayor de Patricia y Juan Manuel Pérez Rojo precisa que la carta de Sara llegó en 1996. “Eran años difíciles, yo me estaba acercando a colaborar a Abuelas, en Abuelas no había todo lo que se armaría después, era un contexto muy adverso; entiendo que para los sobrevivientes también y bueno, y aún así se dio un intercambio lindo”.

Sara y Mariana se conocieron años más tarde de aquella primera carta, cuando Sara viajó a la Argentina por primera vez desde su partida a fines de los ’70.

Mariana revalorizó el hecho de que su mamá haya podido estar acompañada por “la Quica” en el parto de su hermano una vez que ella misma fue mamá. “Para mí es importantísimo que mi mamá haya contado con la presencia de Quica y de Amalia en ese momento; en el caso de Quica por haber presenciado tantos partos en la ESMA pienso que le habrá dado seguridad”, dice.

“Después que fui madre entendí todas las formas sutiles y brutales que puede tener la violencia obstétrica y me di cuenta que nunca había pensado lo que le pasó a mi mamá desde ese lugar, por lo que valoré mucho más que hubiera tenido esas manos amigas, no solamente la del médico naval Magnacco, para recibir a mi hermano”.

Entre las embarazadas que mencionó Sara Osatinsky en aquella primera declaración en Francia en 1979 estaban, además de Patricia, María José Rapela de Magnone, Mirta Alonso de Hueravillo, Susana Leonor Siver de Reinhold, Graciela Tauro de Roschistein, Cecilia Viñas, Cristina Greco, Patricia Mancuzo, Miryam Ovando y Alicia Alfonsín de Cabandié, entre otras.

 

La verdad

 En 2010, Sara cerró su declaración ante los tribunales argentinos con estas palabras: “Lo que sí puedo decir es que todo lo que he declarado es verdad, es lo que viví, lo que sentí, es lo que todavía sigo teniendo en  mi cabeza y que no logro en ningún momento sacar las pesadillas que vuelven y vuelven a pesar de que hayan pasado 30 años, no puedo sacarlas. Estos últimos tiempos sabiendo que venía a declarar fue volver a recordar, volver a tener en la cabeza todo esto, volver a sufrir por los que ya no están, y no únicamente de mi familia sino tanta gente que pasó por la ESMA y ya no están. Es eso lo que puedo decir (…) hasta ahí puedo llegar en este momento”.

 

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