Se acabó lo que se daba

Despilfarro de dólares (prestados) para fingir estabilidad hasta las elecciones

 

Lo que estamos viviendo en estos últimos días no es un escenario nuevo sino repetido. Ya vivimos el final de los otros experimentos neoliberales que también desembocaron en crisis cambiarias, bancarias y financieras, y que terminaron impactando fuertemente en la producción nacional, el empleo y el nivel de vida de las mayorías.

El desarrollo de la escena pública es hoy el mismo que en las otras oportunidades. Empezó en 2024 con un paseo triunfal de los nuevos líderes y sus ministros de economía, que se las sabían todas, que comprendían de verdad cómo se maneja la economía, y que ¡por fin! iban a meter a la Argentina en el verdadero sendero de la prosperidad capitalista.

Luego se empiezan a demorar los resultados positivos esperados, mientras los tiburones de la economía se abalanzan sobre todas las áreas de negocios disponibles, sin ninguna preocupación por el cuadro macroeconómico general.

Más tarde empiezan a observarse dificultades en diversas áreas productivas, indicadores sociales en deterioro y el comercio exterior en rojo. Pero todo eso puede ocultarse, porque para su negación se cuenta con un formidable aparato comunicacional, la enorme simpatía del mundo de los negocios, y también con la “pobre inocencia de la gente”, citando a León Gieco.

Y finalmente se precipita la crisis en serio, imparable, objetiva, que por lo general es desatada por los actores más favorecidos de los esquemas neoliberales y los que más rápido pueden mover sus activos: los financistas, que deciden retirarse oportunamente de la plaza argentina, que ya ha sido debidamente explotada y endeudada.

Ese último tramo es tan vertiginoso que muchísimos actores (tanto pobres como ricos, tanto analfabetos como “doctores en finanzas”) son sorprendidos y terminan sin entender qué ha pasado.

De hecho, es lo que le ocurre reiteradamente a las masas argentinas, que vivieron la quiebra bancaria de 1980, la hiperinflación de 1989, el derrumbe de la convertibilidad en 2001-2002 o el descalabro macrista de 2018, sin entender nada de lo que había pasado. La explicación general se la suministra la propia derecha autora serial de los descalabros económicos: “Es que es un país de mierda”.

 

Del principio de revelación, a principio de centrifugación

La velocidad del proceso político-económico argentino transforma en obsoletas las grandes noticias de ayer. Cuando estábamos analizando el impacto de las coimas descubiertas sobre la cúpula gubernamental, el sorprendente resultado de las elecciones en la provincia de Buenos Aires nos suministró material cuyo análisis detallado requeriría semanas. No las tuvimos porque la parálisis gubernamental llevó a nuevas interpretaciones sobre la forma en que se resolvería la crisis, y dio origen a diversos rumores, provenientes de la cúpula de poder en la sociedad, sobre eventuales escenarios de recambio parcial o total del gobierno. Entre tanto, se sucedieron votaciones parlamentarias sorprendentemente positivas en materia de defensa de cuestiones sociales elementales. Hubo movilizaciones masivas cuyo sentido no terminamos de evaluar, porque la centrifugadora financiera se activó a máxima potencia.

En los últimos tres días de esta semana, el Banco Central vendió 1.110 millones de dólares para evitar que la cotización del dólar superara la banda cambiaria y eventualmente se disparara, con el peligro de arrastrar consigo a los precios, a cinco semanas de las cruciales elecciones de octubre.

En Estados Unidos, las influyentes compañías de servicios financieros Barclay's, Morgan Stanley y J.P. Morgan se refirieron muy críticamente a la situación en la Argentina, desaconsejando las inversiones financieras en la plaza local.

Arrojar más de 1.000 millones de dólares a las fauces de una demanda en plena expansión equivale a despilfarrar fondos valiosísimos (prestados) para sostener una situación ficcional, cuya función es engañar al público fingiendo estabilidad antes de las elecciones. Las autoridades económicas dilapidan el futuro de (¿todos?) los argentinos vendiendo lastimosamente una enorme cantidad de dólares prestados, que vamos a tener que devolverle a la “comunidad financiera internacional” durante mucho tiempo.

En el apuro por contener la situación, el gobierno implementó un “cepo” temporario para directivos de entidades financieras y sus familiares, para evitar que compren masivamente dólares. Todos se conocen en ese ambiente.

El derrumbe económico es inocultable. La caída del mercado de valores de Buenos Aires respecto a los registros de comienzos de año completó esta semana un 37%. La acción de YPF, empresa que tiene futuro dado el tipo de actividad en la que se especializa, mostró esta semana, comparada con el comienzo del año, un nivel 45% inferior. Lo mismo le ha ocurrido a numerosas empresas privadas en casi todos los rubros, que están viendo cómo sus patrimonios en dólares se evaporan a pasmosa velocidad. Los líderes empresariales locales no han perdido oportunidad de apoyar ideológicamente modelos que los ponen al borde de la desaparición o de la absorción por grandes capitales externos.

La situación es de una explosividad inusitada: si el gobierno cumple con su promesa de vender todos los dólares que hagan falta en el segmento oficial mayorista, a 1.475 pesos, con la velocidad que empezaron a irse esta semana, amaga que el riesgo país –que ya superó los 1.400 puntos– siga subiendo, porque se evaporan los dólares para afrontar los compromisos externos. Ese nivel (1.400) ya implica un país sin crédito externo accesible. Es la reacción de los mercados financieros cuando visualizan que la Argentina no tendrá con qué cubrir los vencimientos de 8.000 millones de dólares que hay hasta el mes de enero. La sombra del default sobrevuela al gobierno de los genios de la economía.

Si, en cambio, el gobierno no defendiera el valor de 1.475 para preservar las reservas, inmediatamente surgiría un dólar mucho más alto, que sería transformado en el valor “verdadero” de referencia para la fijación de precios por parte de las empresas productivas y para el campo. El impacto inflacionario sería ostensible y se derrumbaría el único “mérito” de haber bajado la inflación.

Hablando de reservas, el gobierno computa 22.000 millones de dólares para afrontar la actual corrida, pero en el mercado estiman que no hay más de 6.000 disponibles. Por las dudas, Milei viaja a Estados Unidos para obtener más fondos para seguir quemando en la hoguera especulativa.

Los depósitos en pesos en el sistema bancario ascienden aproximadamente al equivalente a 30.000 millones de dólares. Es mejor para la salud del sistema bancario y del gobierno que los ahorristas no se contagien de la fiebre compradora, porque no habría con qué satisfacerla.

Caputo ha dicho que “hay dólares para todos”, pero los todos, como estamos viendo, son muchos. No están solamente los acreedores externos en la cola, o la demanda interna por múltiples razones. A las firmas multinacionales que operan en la Argentina el gobierno les prometió que desde el 1º de enero podrán dolarizar sus ganancias en el país y enviarlas al exterior. Se estima un monto aproximado a los 8.000 millones de dólares que pretenderán comprar las firmas extranjeras.

Se derrumba por su propio peso esta tontería instalada por la derecha económica de que la administración racional de divisas (a la que llaman “cepo”) equivale a un antojo arbitrario para restringir la libertad económica.

 

Mentime y llamame Presupuesto

 

 

En un mensaje brevísimo, políticamente calculado, Milei presentó el invento de Presupuesto Nacional para 2026.

Es imposible reseñar todos los aspectos que tuvo el mensaje, y más aún los temas relevantes que ocultó. Uno de las cuestiones claves que no mencionó, porque sólo se centró en la obsesión por el equilibrio fiscal, es que se busca crear las condiciones legales para que el gobierno proceda a renegociar próximamente la enorme deuda externa, aceptando peores condiciones que las vigentes actualmente.

También se busca modificar leyes que apuntaban a ir mejorando tendencialmente el financiamiento de la educación pública y la investigación y desarrollo tecnológico, para abandonar esas metas.

De más está decir que todos los números incluidos son completamente irreales, porque se basan en supuestos ficticios sobre inflación, cotización del dólar, y montos de las partidas destinadas a distintas funciones. Además, luego de presentado el Presupuesto Nacional, fue creado el Ministerio del Interior, que no fue considerado en las cuentas de la Ley de Leyes. Eso implicará disponer de nuevos fondos para que esa dependencia pública pueda funcionar, que aún no fueron incluidos en los gastos de 2026.

En el mensaje, Milei intentó mostrarse moderado, aunque no pudo reprimir el delirio de considerar que en 30 años seremos primera potencia mundial. Prometió mejoras ínfimas a sectores a los cuales les recortó sus ingresos en un 30 o 40% desde el comienzo de su gobierno, y se mostró dispuesto al diálogo para que los demás acuerden con sus metas.

El equilibrio fiscal que proclama hasta el hartazgo es al mismo tiempo un arma redistributiva, de los pobres hacia los ricos, y de achicamiento adicional del Estado, en la medida que los ingresos no alcancen a cubrir los gastos. En ese sentido, continúa con la infatigable tarea de hacerle creer a la sociedad que no hay recursos, aunque algunos sectores (alimentación, prepagas, energéticas) concentren ingresos y ganancias históricas, gracias a las transferencias de ingresos que fuerza el gobierno con la excusa del equilibrio fiscal. Pero todo peso debe ahorrarse para pagar deuda externa e interna.

 

Días de coincidencias inesperadas

Cristina Fernández de Kirchner señaló en estos días elogiosamente un discurso dado en el Congreso Nacional por Nicolás Massot, quien no ha sido precisamente un amigo o aliado del kirchnerismo. Se debió a que Massot, abordando temas de política exterior, criticó duramente el alineamiento argentino en la reciente votación en las Naciones Unidos, en relación a la situación catastrófica en la Franja de Gaza y en general a la paz en Medio Oriente. Claro, el extremismo de Milei, su alineamiento impúdico con Trump y con Netanyahu, lo han llevado a adoptar posiciones completamente ajenas a un amplio espectro político nacional. El empecinamiento reaccionario de Milei hizo que Massot y Cristina Kirchner puedan coincidir en lineamientos básicamente sensatos de la política exterior argentina.

En lo personal, nunca esperé coincidir con Jorge Fernández Díaz, furiosa pluma antikirchnerista de hace muchos años en la “tribuna de doctrina” del gran capital. El día 14 de septiembre, en el marco de la declinación del entusiasmo por el mileísmo, La Nación publicó un artículo de su firma con el título “¿La culpa es del León o de quienes le dieron de comer?”

Dado que esa ha sido la postura invariable de esta columna, en la que hemos enfatizado la enorme responsabilidad que le corresponde al alto empresariado argentino en la entronización de un personaje y una política pública extremistas, abordé interesado la lectura del texto.

Entre otros párrafos, escribió Fernández Díaz: “(Milei) Mintió, eso sí, en un asunto esencial: la motosierra era originalmente para los privilegiados y no para los jubilados, los discapacitados, los médicos, los obreros, los albañiles, las empleadas domésticas, los menos favorecidos de la Argentina”. Aparece ya un reconocimiento del carácter de clase de la política mileísta, violentamente antipopular. Y un develamiento (que para los lectores del Cohete no es una novedad) de la patraña argumentativa referida a “la casta”.

Sigue la nota: “La ortodoxia, que con coraje ha criticado técnicamente al equipo libertario, pocas veces alertó a su vez sobre lo que significaba impulsar un modelo donde la producción era una palabra ‘socialista’ y el cuidado del consumo y del empleo, una superstición anacrónica. Esta ‘nueva derecha’ confirmó así un viejo prejuicio con el que la izquierda hizo siempre miga provechosa: su presunto egoísmo congénito, su ceguera social”.

Como Fernández Díaz seguramente comprende, no es un “viejo prejuicio” de la izquierda, sino una realidad reiteradamente confirmada: la derecha local, la realmente existente, ha apoyado con entusiasmo el lumpenaje, la destrucción del Estado, las políticas de transferencia de riqueza hacia arriba, el saqueo financiero y la irresponsabilidad general en el manejo de la cosa pública de este gobierno. La ortodoxia pareció ofenderse más por las formas y “los destratos personales” que por el contenido timbero y rentista de las políticas públicas mileístas.

Con muy buen tino se pregunta lo que nosotros les preguntamos a su vez a los votantes pobres de Milei: “¿Qué deberían hacer todos los damnificados: esperar diez años las grandes inversiones y mientras tanto votar al verdugo con alegría?”

“Hoy sus votantes más calificados le piden a ese mismo outsider desaprensivo y extravagante que gestione con veteranía y buen tino el Estado (al que vino a destruir) y se interese por la política (cuando les encantaba oír que le aburría). Contrataron a un líder de la antipolítica y se asombran de que pierda elecciones en cadena y no logre consolidar una gobernabilidad parlamentaria”. Aquí probablemente Fernández Díaz se refiera como “votantes calificados” a la gente de clase media alta que provino del PRO y votó a Milei como mal menor, frente a la “amenaza K”. (Que en realidad era ¡Massa!) La palabra “contratar”, sin embargo, parece hacer referencia a los empresarios que lo financiaron, promovieron y entronizaron en la escena política. Sí, fueron ellos los creadores de Milei. Fueron ellos los que le dieron de comer al león.

“También alude el decálogo (F. Díaz se refiere a una serie de expresiones publicadas en X por Santiago Caputo) a un principio delirante que un sector del círculo rojo aplaudió y que habría estremecido a Sarmiento y a Alberdi: ‘El Estado no debe ser gestionado, sino desmantelado’”.

Aquí Fernández Díaz posa de ingenuo, ya que parece albergar la peregrina esperanza de que integrantes del “círculo rojo” tengan alguna mínima preocupación republicana por el destino del país. Ya han demostrado reiteradamente, en las últimas décadas, que no la tienen. Los insistentes aplausos cerrados en diversos foros empresariales en estos larguísimos meses a quien destruye la salud pública, la educación, la cultura, la ciencia y la tecnología, los avances productivos nacionales y las áreas estratégicas del Estado, son la expresión contundente de ese desinterés de la elite por el destino del país y de sus compatriotas.

 

Advertencia

Ya se empieza a escuchar el retorcido argumento de la derecha hegemónica, que dice que el derrumbe del esquema de timba financiera mileísta tiene que ver con que “los mercados” y “los inversores” le tienen miedo a la vuelta de las “políticas populistas”.

Es tan fantasiosa esa apuesta interpretativa, tan alejada de la realidad económica, que su pregnancia sólo puede ser explicada en el terreno comunicacional y cultural, tan desatendido por los espacios populares.

Si se deja que estas falsedades prosperen, van a terminar siendo responsables del actual desastre precisamente aquellos que combatieron estas políticas económicas aberrantes desde el primer día, denunciando su carácter anti productivo, antipopular y antinacional.

Nuestra clase dominante es tan pobre de ideas y de proyecto, que sólo es capaz de acudir a la infantilización de la sociedad para que los cucos que ellos proponen sean creíbles y que la responsabilidad política de los poderes fácticos permanezca en las sombras.

La gran misión de la política popular es que esta vez se entienda mucho más que en las ocasiones anteriores lo que pasó realmente con los descalabros mileístas. No hace falta dar cursos masivos de macroeconomía o de finanzas. Esto se puede entender perfectamente desde las nociones políticas más elementales. Si es que se quiere politizar en serio a la sociedad y ofrecerle una explicación alternativa.

Es imprescindible que la mayoría entienda qué es lo que está pasando y lo que va a pasar de aquí en adelante en las próximas semanas antes de las elecciones, y en los próximos meses.

No sólo para identificar con precisión a los verdaderos causantes del desastre, que son los políticos del régimen (que no se limitan a los esperpentos de La Libertad Avanza y los acólitos de Macri) y sus mandantes del capital concentrado, sino en defensa propia: ¡basta de que los timberos y aventureros le echen la culpa de sus desaguisados a quienes nunca han tenido más que el 25% del poder!

“Lo peor ya pasó” es una frase que seguiremos escuchando, proveniente de los Presidentes de gobiernos calamitosos de la derecha, a menos que las grandes mayorías le saquen la ficha definitivamente a los poderes que nos conducen –reiteradamente– a estos derrumbes.

 

 

 

 

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