Se agota el impacto de la devaluación

Tendrá lugar un cambio en la política económica, pero sus rasgos conforman una incógnita

A raíz de la situación comprometida del comercio exterior que se originó en la sequía, sumada a la debilidad del gobierno por no haber acumulado dólares en los años previos mientras debía negociar con el FMI, la política económica se ve empujada a comprimir la actividad interna para limitar los pagos de importaciones, y de esta manera evitar más presiones sobre los pocos recursos con los que se cuenta.

Así, la política económica se redujo al control de daños. De ahora en más queda morigerar los factores que provocan el empeoramiento del nivel de vida de la población. En función del resultado que surja del balotaje, se sabrá qué políticas económicas cabe esperar una vez que las condiciones de la macroeconomía sean “normales”. Es decir, que las exportaciones provenientes de la agricultura alcancen volúmenes regulares y las esperanzas depositadas en Vaca Muerta y la minería se concreten.

Las dos coaliciones políticas contendientes deberían estar trabajando en función de ese objetivo. Lamentablemente, La Libertad Avanza, al igual que los ya no tan Juntos por el Cambio, se dedicaron a vituperar contra el oficialismo sin proponer otra cosa que degradar al país mediante la desorganización de la estructura estatal, confundiendo —al menos en el discurso— la demolición con la transformación. Por su parte, Unión por la Patria mantiene pretensiones más plausibles. Pero su optimismo sobre las condiciones futuras implica una pérdida de atención sobre el accionar propio que, en lo que respecta a las propuestas, parece un tanto superficial. En ningún momento se puso en debate cómo llevar adelante una mejora significativa del nivel de vida de la población alcanzando las condiciones económicas que lo permitan, que debería ser su principal inquietud.

Estas son las coordenadas de una economía en transición, en la que las únicas decisiones concebibles tienen un carácter táctico que interactúa con condiciones estructurales que ya tienen un tiempo de permanencia y son las que produjeron el enrarecimiento político que caracterizó los años recientes. Hacia qué se transita es algo incierto, pero podemos evaluar el punto de partida.

 

Estabilidad de precios

El Índice de Precios Internos al por Mayor (IPIM), que mide la variación de los costos de reposición para las empresas, arrojó un aumento entre agosto y septiembre del 9,2 %. Se trata de una desaceleración significativa sobre su incremento en el mes anterior, que había sido del 18,7 %. Esto podría indicar que se arriba a la estabilidad en el nivel de precios, los cuales continuaron con su ritmo de crecimiento posterior a la devaluación de agosto. El Índice de Precios al Consumidor (IPC) había escalado un 12,7 % en septiembre, más que el 12,4 % en agosto. La distancia que mostró el IPIM (en agosto estuvo 6,3 puntos por encima del IPC) explica que el IPC haya continuado aumentando.

Normalmente, el IPC comienza a descender luego del IPIM. Este proceso tiende a durar un trimestre. El IPC acumuló en septiembre un alza durante el año del 103,2 %, mientras que la del IPIM fue del 104,5 %. Teniendo en cuenta que a la larga el IPC crece más que el IPIM, esto puede significar que queda una fracción de los aumentos de costos que los precios no absorbieron, pero ya el impacto de la devaluación está llegando a su final. Que el apaciguamiento se sostenga en lo inmediato requiere que el tipo de cambio oficial permanezca estable por un tiempo. Es la intención del gobierno, que está trabajando sobre medidas que permitan mantenerlo en su valor actual, al menos hasta el balotaje.

 

Sigue el déficit

Inversamente a lo que estuvo ocurriendo en los últimos meses observados, el Estimador Mensual de Actividad Económica registró un incremento en agosto del 0,3 % frente al mismo mes del año anterior, reduciéndose la tasa de caída acumulada en el año del 1,8 % hasta julio al 1,6 %. Esto se explica por la menor diferencia que tuvo la actividad agrícolo-ganadera frente a agosto de 2022, que disminuyó en comparación con los datos anteriores, a pesar de que en el conjunto del año continúa cayendo. Es mayor la incidencia negativa de la industria manufacturera, debido al resentimiento del mercado interno.

Según el INDEC, el saldo comercial en septiembre arrojó un déficit de 793 millones de dólares, con las exportaciones llegando a 5.751 millones de dólares (una caída interanual del 23,5 %) y las importaciones a 6.544 millones (caída del 8,3 %). En el conjunto del año, las exportaciones acumulan un valor de 51.196 millones de dólares, lo que equivale a una caída del 23,9 % frente a igual valor acumulado en nueve meses de 2022, y las importaciones llegan a 58.156 millones, con una caída del 10,1 %. El saldo comercial generado en el año es un déficit de 6.960 millones.

Aun con un resultado deficitario, la caída de las importaciones disminuye la presión en el mercado cambiario. El informe de Evolución del Mercado de Cambios y Balance Cambiario que publica el Banco Central argentino consigna que en agosto “el sector privado no financiero (que realiza las operaciones de compra y venta de bienes del comercio exterior) fue vendedor neto de moneda extranjera por 831 millones de dólares en el mercado de cambios” y que “el sector real excluyendo oleaginosas y cereales fue vendedor neto de divisas por primera vez desde junio de 2019, por un total de 119 millones de dólares, explicado fundamentalmente por la reducción en el pago de importaciones, que dio como resultado un superávit de la cuenta “Bienes”, y por el ingreso de activos externos, parcialmente compensados por los egresos por viajes y otros consumos efectuados con tarjetas con proveedores no residentes”.

El crecimiento de la deuda comercial permite que las empresas retrasen el pago de las importaciones que realizan, con lo que se explica que el déficit comercial conviva momentáneamente con ventas netas de dólares. Sin embargo, esta maniobra tiene su límite, dado que las empresas que importan los bienes en algún momento deberán efectuar los pagos correspondientes para que se les siga vendiendo.

 

 

En qué nos deja todo esto

Con la economía contrayéndose y el gobierno administrando el tipo de cambio de acuerdo a las prioridades circunstanciales que se pueden establecer hasta la llegada de tiempos mejores, cabe imaginar que pronto tendrá lugar una modificación en el rumbo de la política económica. Depende de las condiciones políticas y la lucidez de quienes estén a cargo de gobernar que este sea para mejor. No solamente en el corto plazo, sino también a la larga.

La semana pasada se dieron a conocer los datos de la Cuenta de Generación de Ingreso para el segundo trimestre de 2023. La remuneración al trabajo asalariado ganó 3,84 puntos porcentuales de participación con respecto al mismo trimestre de 2022, pasando de representar el 40,8 % al 44,6 % del Valor Agregado Bruto (VAB, que es una manera alternativa de contabilizar y denominar al PBI). Si se toma la participación por el promedio de los dos primeros trimestres de este año, asciende al 46,1 %, frente al 43,8 % del total del año anterior.

Lo anterior no se explica en sí mismo por una mejoría de los salarios, que de hecho tendieron a desmejorar, sino por la caída que tuvo el excedente de explotación bruto (el cual comprende las ganancias de las empresas, los intereses y el cobro de rentas), que en el segundo trimestre pasó a representar el 45,8 % del VAB, frente al 49,8 % alcanzado en el mismo trimestre de 2022. En el promedio del año asciende al 42,6 % del VAB, habiendo finalizado el año anterior en 45,3 %

La pérdida de participación del excedente de explotación bruto obedece a la disminución en la actividad de la agricultura y la ganadería, que le restó al total 4,4 puntos porcentuales sobre su valor en el mismo período del año anterior. Es decir que es un reflejo de lo que sucede con la actividad económica en general.

La composición de la distribución del ingreso da lugar a una inferencia que parece trivial, pero es relevante. Desde 2018 en adelante, la economía estuvo caracterizada por una pérdida de participación de los asalariados en el ingreso y una caída recurrente en el nivel de actividad hasta 2021. Para mediados de 2022 la actividad volvió a retroceder, por el empeoramiento de las condiciones externas. Este año no se presenta ningún cambio de tendencia remarcable. De hecho, la pérdida del poder de compra de los salarios no es concomitante con una disminución de su peso en el producto nacional. Simplemente acompaña una pérdida transversal. Una vez que la actividad se recupere, cuál será la posición relativa de los asalariados es una incógnita con la que nos dejan los últimos días de 2023.

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