¿Se escucha?

El aluvión de votos en las PASO es una expresión de la racionalidad del pueblo argentino

 

Todo resultado de una elección obliga a los dirigentes a entender los mensajes que transmiten esos millones de votos. Es dudoso que exista una entidad supra empírica, pero no tengo dudas de que esos millones de decisiones individuales confluyen en una decisión racional. El lugar común “el pueblo nunca se equivoca” lo reformularía así: “La decisión electoral del pueblo siempre es racional, aun cuando luego resulte equivocada”.

El aluvión de votos en las PASO de repudio a la política neoliberal de Macri es una expresión de la racionalidad del pueblo argentino. La magnitud del resultado sorprendió a casi todos (no a HV, que lo anunció a la mañana). Personalmente, temía por las encuestas pero intuía un escenario como el de 1987, cuando el peronismo era oposición y, aunque no existía la big data, también se consideraba al gobierno de Alfonsín como una maquinaría de comunicación electoral implacable. El voto popular, entonces, barrió con los semiólogos como ahora lo hizo con la tecnología: fue masivo en favor del cambio. Como me recordó un nostálgico, volvió a expresarse el subsuelo de la patria sublevado.

El voto popular fue por Alberto Fernández, que no da ninguno de los estereotipos de candidato cool o vendible. Que no usó las sobrevaloradas redes  (me incluyo) e hizo una campaña gasolera al lado del despilfarro del oficialismo que gastó miles de millones en pauta en las empresas de internet, medios tradicionales y recursos del Estado. (Desde la tasa de LELIQs para el dólar electoral hasta los préstamos a jubilados, pasando por el mamarracho del viernes con la operación en la bolsa.) El peronismo unido y la racionalidad del pueblo fueron suficientes para el rechazo masivo a políticas que provocaron la caída del salario y el aumento de la pobreza, de la desocupación y de la grieta.

El primer gesto de Macri post PASO fue patético, pero coherente en un gobierno que, obviando el rubro violencia estatal, rankea para pelear por ser el peor gobierno desde 1810. Luego de destruir todas las herramientas de control del movimiento de capitales, llevar la tasa al 60 %, endeudarse en dólares para gastos corrientes, producir recesión con inflación, desfinanciar al Estado, etc., al perder Macri, ante la corrida cambiaria, dijo: "El problema mayor es que la alternativa kirchnerista no tiene credibilidad en el mundo, no tiene la confianza necesaria para que la gente quiera venir e invertir en el país. El kirchnerismo debería ser autocrítico y resolverlo". Perdió por el 50 % de los votos y quien debe ser “autocrítico y resolverlo” es aquel al que el pueblo confía para resolver la crisis. "Hoy la duda vino porque ellos no despiertan confianza, y la confianza cuesta mucho y la lapidaron durante sus años de gobierno". "No podemos volver al pasado, porque el mundo lo ve como el fin de la Argentina. El mundo no es el mismo que tenían ellos años atrás". Una más, sobre el peronismo: "Tienen que trabajar para generar credibilidad. Acá estoy para ayudar, pero no es fácil porque ya gobernaron. Por lo que hicieron antes pasó lo que pasó".

¿A qué se refería con eso de que “pasó lo que pasó”? Al vuelo del dólar del lunes.

A los pocos días, Macri pidió perdón, culpó a la falta de sueño. Pero siguió de campaña, y el jueves, en un espacio público como el CCK que suele usar para fines partidarios, se sentó a escuchar a Carrió que redobló la apuesta. Si la falta de sueño hace a la inspiración discursiva, Carrió debe llevar una semana de insomnio. Esperemos que los mercados no la tomen en serio.

Fuera por torpeza o por maldad, lo indiscutible es que había un dólar electoral contenido con una tasa de interés astronómica, que estalló. El mejor equipo entonces logró una baja bursátil histórica, subió la tasas del BCRA a más del 70 %, vendió centenares de millones de reservas y, aun así, se produjo una devaluación del 30 % que al viernes recortaba al 25 %.

Algunos comentadores de las finanzas tomaron la idea del discurso presidencial del lunes (la culpa es de la oposición que ganó) en una versión más moderada y propusieron que un candidato no electo era el responsable, si no de las crisis, sí de solucionarla. Obviamente, pensando en que el único actor relevante y a proteger es el mercado, como entidad supra empírica que atiende en Nueva York. La tesis era que Fernández debía enviar un ministro in pectore a calmarlos (o a rendirse), antes de asumir y presentar un plan político, social y económico de gobierno. La idea era inadmisible. En una crisis cambiaria y bursátil que, además, tiene de base una crisis económica estructural, un economista ungido por un Presidente no electo a cuatro meses de la eventual asunción, ¿qué puede decir? Lo que diga, sin poder para dictar medidas, probablemente serían a los pocos días palabras al viento y su voz quedaría desautorizada aun antes de asumir. El cogobierno no solo es imposible entre personas que no piensan igual (y esa es, justamente, la causa de las elecciones), sino que es impracticable en medio de un proceso electoral donde las diferencias deben, de buena fe, ser expresadas para que el votante elija. También  es  inconstitucional: la Constitución establece quiénes deben dictar las normas.

Por supuesto que el diálogo es fructífero. El que tuvieron Fernández y Macri lo demuestra. Ese diálogo institucional debería expresarse en el Congreso. Un grupo de diputados encabezados por Fernando Espinoza presentó un proyecto para que el ministro Dujovne y el presidente del BCRA, Sandleris, concurran a un plenario de comisiones a informar la política a seguir en la crisis. Obviamente no hay soluciones mágicas, pero sería el correlato razonable del diálogo Macri-Fernández. La actuación de las instituciones es un valor ante situaciones complejas.

Ante la crisis, las medidas de emergencia para poner un poco de dinero en el bolsillo de las clases bajas y media son plausibles. El problema es que el gobierno no solo no cree en ellas, al punto que las llamó populismo, electoralismo o parte de las causas de la decadencia. Carece, además, de instrumentos de gestión y de autoridad moral para hacer que rindan frutos. Puede bajar el IVA a los bienes básicos, pero como dijo Fernández, nada garantiza que ese 21 % que deja de integrar el precio como impuesto no se transforme en parte del precio como renta del empresario. Al ser el IVA coparticipable, no solo afecta recursos del Gobierno federal sino también de las provincias. Y siendo tributos, hay que ver el instrumento jurídico usado para evaluar su validez. La remarcación de productos alimenticios parece estar entre el 5 % y el 30 %. La necesidad de una mesa de diálogo y concertación ante la emergencia entre empresarios, sindicatos y el Estado (federal y provincias) parece obvia para todos, menos para el gobierno que sigue disponiendo medidas sin el respaldo político y social necesario para que sean efectivas.

La devaluación del 30/25 % conlleva una transferencia de renta hacia el exportador, fundamentalmente el agropecuario que, de un día para el otro, ganó un 30/25 % en pesos, sin haber hecho ninguna inversión, innovación, esfuerzo ni riesgo. Esto es especialmente injusto respecto de la empresa exportadora que había adquirido del chacarero el cereal para comercializar al exterior antes de la devaluación, pagando $ 45 por cada dólar que marca el precio internacional, y, al exportarlo y vender cada dólar, recibirá el nuevo valor en pesos incrementado por la devaluación. La equidad indica que sea el Estado el que se quede con esa renta extraordinaria que el privado no hizo nada para generar. Sería el modo legítimo mediante el cual este gobierno, que ya no tiene fuentes de financiamiento, podría hacer algo de caja. Además impide que el exportador especule con una mayor devaluación y aun que aumente el precio del bien en el mercado interno o lo desabastezca. El gobierno amagó, pero no se animó. Prefiere desfinanciarse a enfrentar al voto sojero, que es de lo poco que le queda (por ejemplo, en Córdoba). Nada más tonto puede haber que producir un nuevo conflicto con el poder sojero, pero nada más lejos de la racionalidad sería sacralizar a los empresarios del negocio sojero como los dueños de los dólares y de su liquidez de la República. La Argentina necesita de la productividad de todos y que todos se comprometan con el proyecto colectivo. Macri inició su gobierno en 2015 con los inconstitucionales y escandalosos decretos delegados (sin delegación vigente) bajando las retenciones, gestando una de las causas de esta crisis. Hoy no se anima a recuperar un poco de caja para el Estado tomado una renta que la crisis le regala a los exportadores y prefiere suspender aún más obra pública que ejercer el gobierno. El Presidente deja su rol para ser candidato.

Tampoco modifica la libertad absoluta de los exportadores para liquidar los dólares en la plaza local reponiendo el decreto de Arturo Illia. Macri acepta unas aspirinas, pero no atacar la fiebre. Mucho menos la enfermedad. Queda claro que le teme más al poder del complejo agroexportador que a la crisis social.

Suponiendo que la crisis y la inflación no provoquen tensiones sociales que se vayan de las manos, recién el 10 de diciembre asumirá Fernández con un buen margen de legisladores nacionales integrantes del frente triunfador. Habrá que ver cómo queda conformada la oposición. Parece probable que el frente de Lavagna crezca. Especialmente si los dirigentes macristas siguen la línea negacionista.

Lavagna expresa a una burguesía industrial que todavía no entendió que desde 1945, guste o no, existe el peronismo. Y que el desarrollo industrial serio y sostenido en la Argentina solo puede darse en una alianza de clases donde el peronismo es insoslayable. Deberían darse cuenta de una vez que eso ya no es bueno ni malo: es.

La industrialización es el único modo de que exista un proyecto de sociedad que integre a todas sus clases sociales. El desarrollo industrial necesita de Estado. De un Estado presente pero, sobre todo, de un Estado inteligente ante los escasos recursos. Que estudie cada renglón de producción y promueva las actividades que no sean deficitarias en dólares. Los dólares que produce el agro deben aprovecharse para desarrollar la industria. Pero una industria que no los dilapide. Esto exige la recreación de una burocracia técnica estatal formada y eficiente que estudie la situación de las ramas industriales, y apoye con gestión la formación de capital para los proyectos industriales viables: los que produzcan más divisas que las que demanden. Que el camino industrial es el único para el progreso social es indisputable, Hasta un candidato de Cambiemos como Lousteau suele decir que el trabajo industrial es el gran ordenador social. (Buena reflexión, pero curiosa en un candidato de la gestión macrista.)

Si uno de los cuellos de botella del desarrollo es la falta de dólares, es razonable producir aquello que los genere, y no aquello que dé déficit. Dicen los que los estudiaron que los tratados de comercio (que para países como Argentina son insoslayables) pueden subsidiar la formación de capital, pero no el comercio.

Los desafíos obvios del futuro gobierno, el que está eligiendo el pueblo, son capear la crisis y empezar a delinear un plan económico con un camino de desarrollo industrial. Las PASO fueron un enorme avance. Que da esperanza.

 

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