¿Se puede danzar a la argentina?

Redes comunitarias, desarrollo científico y cooperativas: la vía nacional para enfrentar al Covid-19

 

El ingeniero español del Silicon Valley, Tomás Pueyo, es uno de los más lúcidos analistas de esta pandemia. Su artículo “El martillo y la danza” tuvo gran impacto y sirvió de guía para pensar las intervenciones en Estados que, como el nuestro, han tenido la suerte de iniciar algo más tarde su primer caso.

La etapa del “martillo” (cuarentenas estrictas de varias semanas para quebrar el ciclo de contagios) fue aplicada en casi 100 países, con un éxito innegable y una reducción de las tasas de reproducción del virus. Más allá de los niveles variables de cumplimiento o dureza (que tuvieron también variaciones de efectividad a partir de ello), la pregunta actual es cómo pasar a la etapa de la “danza”, que constituye el eje de sus últimos artículos. Momento que el Presidente Alberto Fernández ha calificado de “cuarentena administrada” y que remite a los modos de organizar la vida social hasta la aparición de una vacuna o un tratamiento exitoso, que se estima en un tiempo indeterminado de 12 a 24 meses.

En la etapa del “martillo”, América Latina se ha visto obligada a recurrir a modificaciones: la imposibilidad de cumplir cuarentenas estrictas en los barrios populares llevó (entre otras ideas) a las “cuarentenas comunitarias”, en particular en los cinturones industriales que rodean a los grandes núcleos urbanos, algo que se comienza a pensar también para localidades sin casos nuevos en la última quincena.

A la hora de la “danza”, las dificultades son mayores y requieren evaluar cuáles podrían ser las características de una “danza a la argentina”, donde no existen las condiciones tecnológicas, políticas ni sociales para implementar aquello que resultó exitoso en países asiáticos como Corea del Sur, Hong Kong o Taiwan.

En dichos países, el secreto estuvo en una trazabilidad de las personas vía sistemas digitales, la persecución y castigo estatal a los infractores y el cumplimiento estricto de las normativas de vestimenta, días de circulación y otras propuestas gubernamentales. Esto no es imaginable en Argentina. Por una parte, no existen sistemas de vigilancia digital. Por la otra, tampoco sería aceptable semejante nivel de intromisión securitaria en nuestra intimidad. La tendencia a la rebelión individualista de los sectores medios urbanos, la organización territorial de los conglomerados populares y la saludable resistencia del conjunto de la sociedad argentina a formas de control de la intimidad que se transformarían en el coto de caza de nuestros servicios de inteligencia dejan en claro la inviabilidad de una “danza asiática”. La pregunta es cómo imaginar una danza “a la argentina”, que quizás podría servir de estímulo (al igual que las cuarentenas comunitarias) para otros países de la región.

 

 

¿Danzar a la argentina?

Sin la opción de la vigilancia digital, la pregunta es con qué tipo de medidas podrían lograrse efectos equivalentes en el control de la tasa de contagios. El objetivo de este artículo es apenas delinear algunos ejes posibles así como las dificultades que se observan para un debate que ya no solo será entre sanitaristas y economistas, sino que requerirá de cientistas sociales y expertos en logística, para evaluar las modificaciones y reorganizaciones de la vida que resulten más viables y efectivas para lograr los objetivos sanitarios y económicos. Entre las opciones que se manejan, figuran iniciativas de muy distinto tipo:

  • Testeos: más allá de la insistencia mediática exigiendo el incremento de su número, la mayoría de los especialistas coinciden en que la “danza” se basa en una detección rápida a través del testeo masivo de aquellos afectados por gripe, portadores de cualquiera de los síntomas, testeos periódicos a trabajadores de la salud en su conjunto y quizás otros posibles colectivos todos los empleados en sectores de alta concentración de personas que no puedan ser cerrados. Dado que el virus puede contraerse en cualquier momento, el testeo jamás es definitivo y por ello la cuestión central no es tanto el número de testeos sino la utilización inteligente de los tests existentes.
  • Aislamiento de positivos y contactos: las redes de contactos generadas en los países asiáticos desde la vigilancia digital deberán ser reemplazadas en nuestro país con acción estatal, participación de organizaciones sociales o territoriales y la colaboración de los propios sujetos “positivos”. Este es uno de los objetivos más difíciles, ya que requerirá de mucha cooperación (por ejemplo, instando a la población a llevar registro de todos sus contactos diarios y brindar dicha información ante el caso de resultar positivos al virus), algo paradójicamente más viable en aquellos barrios populares con organizaciones territoriales confiables que en los centros urbanos, donde el individualismo y la desconfianza ante la estructura estatal han hecho estragos en las posibilidades de cooperación y constituyen una barrera difícil de atravesar para lograr formas de trazabilidad. Por de pronto, las reiteradas violaciones de la cuarentena por parte de sectores medios y altos llegados de viajes al extranjero fueron el elemento desencadenante de la difusión del virus en el país.
  • Comercio: aquí el desafío será determinar qué actividades podrían desarrollarse con turnos, en qué superficies, con qué cuidados, cuáles pueden virtualizarse. Restaurantes, taxis, gimnasios, educación aparecen como las que más debieran evitarse. Equilibrio delicado entre imperativos sanitarios y económicos que requerirá de análisis logístico para aquellas actividades que puedan comenzar a abrirse.
  • Educación: si bien lo recomendable sería sostener su virtualización o suspensión por el período que dure la “danza”, resulta socialmente difícil en el caso de la educación inicial y primaria. La Universidad no tiene urgencia alguna para retomar la presencialidad, pero habrá que imaginar modalidades para recomponer las clases de los niños más pequeños sin transformar a las escuelas en centros de propagación del virus. Otro desafío logístico que involucrará manejo de horarios, rotaciones y posible testeo del conjunto del personal docente.
  • Población de riesgo: este aparece como uno de los temas más sencillos a nivel sanitario pero que han mostrado mayores resistencias a nivel sociopolítico en el país. La necesidad de reducir al mínimo posible la circulación de personas de riesgo (en particular los adultos mayores) se ha chocado tanto con problemas fácticos (la insistencia en pagar servicios o cobrar jubilaciones de modo presencial) como políticas (la rebelión masiva de intelectuales frente a la reglamentación de la Ciudad de Buenos Aires, que generó un rápido y cuestionable amparo judicial). Sin embargo, la preservación de la población de riesgo es uno de los ejes fundamentales a resolver en cualquier estrategia exitosa de “danza”, problema que no han tenido sociedades de mayor respeto comunitario como las asiáticas.
  • Formas de circulación: además de la resolución logística del transporte (frecuencias, nivel de ocupación, rotaciones en las salidas a partir del último número de documento, facilitación del tránsito de vehículos particulares), habrá que resolver las medidas obligatorias para el conjunto, desde la utilización de barbijos (que Pueyo y otros consideran como una de las medidas más baratas y exitosas) hasta el respeto de las distancias físicas, pero está claro que estas formas permiten atenuar los contagios y no eliminarlos. Aunque indispensables, sólo pueden articularse en relación con el resto de las iniciativas.

 

Los obstáculos

La breve enumeración previa deja en claro que una “danza a la argentina” requiere de elementos difíciles: la confianza en el aparato estatal, el cumplimiento masivo de normas de cooperación y la circulación masiva de información confiable. Allí radican los mayores obstáculos y el espacio sobre el que, de un modo u otro, tendremos que intervenir para evitar la prolongación de cuarentenas estrictas (insostenibles económica, política y socialmente) o un incremento significativo en la cifra de infectados y muertos.

En este plano se ven las gravosas consecuencias de la hegemonía neoliberal en la región y en el país durante las últimas décadas: la antipolítica, el vaciamiento de las funciones estatales producto de la corrupción, la degradación del periodismo, el aumento de la desigualdad y el reforzamiento de sectores dominantes parasitarios, los altos niveles de informalidad en el trabajo y la altísima evasión impositiva conspiran contra cualquier estrategia exitosa.

La antipolítica cobró fuerza en Argentina a partir de la década menemista, pero atravesó desde aquel momento al conjunto de la estructura sociopolítica, desde la derecha liberal al fascismo, la mayor parte de la izquierda y permeó el sentido común, atizada por los medios. Esta desjerarquización de las tareas políticas dificulta la posibilidad de enfrentar la pandemia. Más allá de que su surgimiento haya tenido sentido como denuncia de los altos niveles de corrupción de las estructuras políticas o de su desprecio por el saber (con la designación de funcionarios a cargo de áreas sin el menor conocimiento de la materia, común en los distintos gobiernos), hoy resulta vital la recuperación de la relación con la política y la participación de organizaciones sociales en la implementación de las medidas, como modo de otorgarles confiabilidad. Los altos niveles de acatamiento de la cuarentena en algunos barrios populares demuestran que este camino es viable y que requiere ser desarrollado. Algo parecido ha ocurrido con la legitimidad lograda por los comités de trabajo creados a partir de la pandemia, desde la incorporación de profesionales reconocidos de cada área.

En esta instancia de crisis, y quizás paradójicamente, la estructura política (con excepciones deleznables como la República Autónoma de Jujuy) ha resultado más responsable que los medios de comunicación masivos, como ilustra la articulación de acciones entre partidos distintos en relación con sus responsabilidades de gestión.

Por el contrario, la mayoría de los medios de comunicación sigue dándole voz de modo insistente a panelistas ignorantes y agresivos (defensores de un liberalismo bobo y dogmático), equiparan a sanitaristas con opinadores seriales que no tienen el menor conocimiento de la pandemia, transmiten ansiedades y temores dañinos, amplifican fake news. Así terminan respondiendo más a los intereses de sus anunciantes (interesados en quebrar la cuarentena a como de lugar y sin medir los costos) o a los servicios de inteligencia con los que tienen oscuros vínculos. Cada novedad o rumor se utiliza para atizar la antipolítica. Si bien el grupo América destaca especialmente, estas tendencias pueden encontrarse en gran parte de los medios. El grito, la chicana, la reiteración de zócalos manipuladores, la bajada de línea, la reiteración de slogans, la difusión de rumores no chequeados o “primicias” falsas resultan moneda corriente.

Esta degradación del periodismo constituye uno de los obstáculos más graves para construir una salida inteligente de las cuarentenas estrictas, en tanto estimula lo peor de nosotros (el odio, el miedo, la proyección, la angustia, el individualismo, la agresividad, la ignorancia) y se burla o desprecia aquello que podría ayudarnos más (la cooperación, el rol de la política como herramienta colectiva, el conocimiento científico chequeado, la preocupación por el otro, una política del cuidado).

En la capacidad de aprovechar aquellas características propias (las redes comunitarias, el desarrollo científico argentino, la historia de movimientos cooperativos) y de enfrentar y transformar los principales obstáculos (la hegemonía de la antipolítica, la degradación del periodismo, la ceguera de los capitales concentrados y sus usinas de pensamiento) radicarán las posibilidades de que una “danza a la argentina” pueda resultar exitosa.

 

 

 

 

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