Secuelas de un genocidio

68.000 muertos, genocidio cultural y urbanicidio

Beit Hanún, al norte de Gaza, prácticamente desapareció.

 

Raphael Lemkin fue el jurista judío-polaco que acuñó el término genocidio y ha sido también el principal impulsor para que este delito fuera reconocido como tal por el derecho internacional. En el capítulo IX de su ensayo titulado El dominio del Eje en la Europa ocupada, escrito en 1944 (según la edición en castellano publicada por Prometeo Libros, Buenos Aires, 2008, páginas 153 y ss.), ofrece la mejor definición que se ha dado del delito de genocidio. Un breve extracto dice lo siguiente: “Hablando en términos generales, el genocidio no significa en rigor la destrucción inmediata de una nación, excepto cuando se lo lleva a cabo a través del asesinato masivo de todos los miembros de un país. Debiera más bien comprenderse como un plan coordinado de diferentes acciones cuyo objetivo es la destrucción de las bases esenciales de la vida de grupos de ciudadanos, con el propósito de aniquilar a los grupos mismos. Los objetivos de un plan semejante serían la desintegración de las instituciones políticas y sociales, de la cultura, del lenguaje, de los sentimientos de patriotismo, de la religión y de la existencia económica de grupos nacionales y la destrucción de la seguridad, libertad, salud y dignidad personales e incluso de las vidas de los individuos que pertenecen a dichos grupos”.

La descripción de Lemkin se ajusta como un guante al enorme sufrimiento inferido a los palestinos de Gaza por el Estado de Israel y que aún se prolonga en el tiempo pese a la tregua recientemente alcanzada. Aunque técnicamente sigue vigente un alto el fuego mediado por Estados Unidos, funcionarios de Gaza han documentado más de 300 violaciones israelíes en las que han muerto 339 palestinos. Según una oficina de Naciones Unidas, dos niños son asesinados por ataques israelíes cada día desde que se firmó el alto el fuego en Gaza. En tanto en Cisjordania, desde octubre de 2023 y en paralelo a la invasión de la franja, más de mil palestinos (entre milicianos y civiles) han muerto como consecuencia del fuego israelí, en un espacio al que no llega el plan de paz de Trump.

 

La Convención sobre Genocidio

La Convención sobre el delito de Genocidio, a la que Israel se adhirió en 1951, recoge una definición más breve que la de Lemkin, comprendiendo “cualquier acto, de los mencionados a continuación, perpetrado con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Ha de tratarse de la matanza de los miembros del grupo; la lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; el sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física total o parcial; las medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; o el traslado por la fuerza de niños de un grupo a otro grupo”. Sudáfrica ha explicado en la demanda presentada contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia el 29 de diciembre de 2023 que los actos y las omisiones de Israel son genocidas porque tienen la finalidad específica de destruir a una parte sustancial del grupo nacional, racial y étnico de Palestina. Estos actos se reflejan en los tres primeros supuestos, es decir, en la matanza de los palestinos de Gaza, causarles lesiones graves a su integridad física y mental, y someterlos intencionalmente a condiciones de existencia que acarrean su destrucción física. También aduce en su demanda que Israel está violando otras obligaciones, como la de sancionar la incitación pública y directa al genocidio cometida por sus autoridades.

 

El genocidio cultural

Cuando hablamos de genocidio, a menudo asociamos la palabra con asesinatos, ejecuciones masivas o matanzas indiscriminadas. Pero, de acuerdo con la amplia definición de Lemkin, comprobamos que junto con la muerte física se produce también el genocidio cultural, cuando se trata de borrar de la faz de la tierra todos los soportes físicos de las instituciones culturales, es decir el patrimonio arquitectónico, simbólico y artístico que forma parte de la memoria colectiva de un pueblo. Como acertadamente se ha señalado, la destrucción de universidades, bibliotecas, mezquitas, iglesias, cementerios, casas antiguas e incluso árboles no es solo una pérdida material, sino un golpe al vínculo emocional y psicológico entre las personas y su tierra. Según el periodista Alex Giménez, “el genocidio cultural es el instrumento más peligroso, menos visible y más eficaz para llevar a cabo un proyecto de exterminio a largo plazo. Porque la cultura, en pocas palabras, es lo que humaniza un grupo, le da sentido y lo conecta con su lugar y su tiempo”.

 

Urbanicidio

La muerte bajo las bombas de más de 68.000 civiles, de los cuales 20.000 son niños y niñas –sin contar los 10.000 cadáveres que se calcula que permanecen bajo los escombros–, ha dejado en un segundo plano la brutal destrucción material producida en Gaza. Sin embargo, poco a poco, se ha ido develando la magnitud de esa destrucción y el futuro espantoso que aguarda a los habitantes de esta estrecha franja de tierra. “En la práctica, la proporción de estructuras arrasadas en Rafah, por ejemplo, es mayor que la de las destruidas en Hiroshima y Nagasaki”, estimó el pasado mes de junio el periódico israelí Haaretz. Se ha acuñado la palabra “urbanicidio” para describir esta nueva realidad, un término que, a diferencia del genocidio, no está tipificado como delito en el derecho internacional. Forensic Architecture (FA), la agencia de investigación con sede en Goldsmiths de la Universidad de Londres, ha elaborado un mapa de la guerra de Gaza en un proyecto titulado “Cartografía del genocidio”, en el que se asegura que: “Rafah no existe. Jan Yunis Oriental no existe. Gaza Oriental no existe”. La destrucción del suelo, escribe la redactora del texto, Alona Ferber, implica el uso de maquinaria pesada que arrasa con todo lo que hay bajo la superficie, removiendo el terreno de tal manera que “ya no se distingue dónde estaba la carretera y dónde la acera”.

 

 

En la noche del 7 de octubre de 2023, en su primer discurso a la nación tras la masacre de Hamás en el sur de Israel, Benjamín Netanyahu prometió no solo “vengar con fuerza este día sombrío”, sino arrasar la Franja, promesa que efectivamente ha cumplido. Sus palabras fueron exactamente las siguientes: “Todos los lugares donde Hamás está desplegado, se esconden y opera en esa malvada ciudad los reduciremos a escombros. Les digo a los residentes de Gaza: váyanse ahora, porque operaremos con fuerza en todas partes”.

Según el informe publicado en Prospect, “el derribo de estructuras y el desmonte de tierras han sido evidentes en toda Gaza, tanto en la creación de corredores militares por parte de las Fuerzas Armadas de Israel que dividen el territorio, como en las ciudades. Si bien se ha producido desde finales de 2023, ha caracterizado las últimas etapas de la guerra y es también el punto de encuentro de los diversos impulsores de la ofensiva israelí: supuestos objetivos militares, una ideología mesiánica que busca el asentamiento judío en la Franja y el deseo de venganza tras el 7 de octubre”. La plataforma X está llena de videos de colonos israelíes subidos a las excavadoras, llevando a cabo la destrucción sistemática de los edificios.

Por su parte, Médicos Sin Fronteras ha producido otro informe en el que denuncia la aniquilación deliberada y sistemática de las condiciones necesarias para la vida de los palestinos por parte de las fuerzas israelíes y la devastación de edificios e infraestructuras en Gaza. Las fotografías de Google Maps con imágenes satelitales de la Franja de Gaza muestran la demolición, de forma metódica, de casi la totalidad de infraestructuras básicas (hospitales, universidades, escuelas, centrales eléctricas, estaciones depuradoras de agua, carreteras, etcétera).

Se estima que 436.000 unidades de vivienda (92% del total) han sido destruidas (160.000) o dañadas (276.000). El 94% de los hospitales han sido alcanzados por los ataques. Solo la mitad de los centros hospitalarios están parcialmente funcionales (18 de 36). Hospitales como Nasser y Al Aqsa han sido bombardeados en numerosas ocasiones y algunos, como el Hospital Europeo de Gaza, no funcionan en absoluto debido a los ataques. Cabe añadir que una lista publicada por Médicos por los Derechos Humanos de Israel (PHRI) identifica a 17 médicos de Gaza y 80 trabajadores médicos en general que permanecen detenidos sin cargo en prisiones israelíes, en condiciones terribles de aislamiento. El 61% de los centros de atención primaria no están operativos y 2.308 centros educativos, incluidas guarderías y universidades, han sido destruidos o dañados. Ocho de cada diez vías de la red de carreteras (primarias, secundarias y terciarias) y el 62% de toda la red viaria (incluidas carreteras agrícolas) han sido dañadas o destruidas.

Más de 50 millones de toneladas de escombros cubren actualmente el paisaje de Gaza y se estima que se necesitarán más de dos décadas para limpiarlos. Como señala el profesor Martin Coward, de la Universidad de Londres, existe una clara intencionalidad detrás de este urbanicidio: “Atacar las ciudades garantiza que la gente no tenga a donde regresar”.

 

 

 

Antisemitismo y antisionismo

Según expone Andrea Rizzi, analista internacional del diario El País, “la magnitud de la destrucción y la indignante restricción a la entrada de suministros básicos para los civiles son una mancha que perseguirá a Israel en la historia. Lo peor es que, con toda probabilidad, minará también su seguridad, por razón de la semilla de odio que él mismo siembra con la opresión, con la bota en el cuello palestino durante décadas”.

Durante largo tiempo Estados Unidos ha sido el gran apoyo diplomático y militar de Israel en el mundo. Ha vetado las iniciativas en su contra en la ONU y aporta cada año 3.500 millones de dólares en ayuda militar. La labor del lobby israelí, la simpatía de los cristianos fundamentalistas y una cobertura favorable de los medios de comunicación han hecho que Israel viniera disfrutando de un cierto apoyo entre la población. Pero tras 24 meses de ofensiva militar que han dejado casi 70.000 muertos palestinos, una devastación absoluta y una hambruna provocada por el bloqueo de ayuda humanitaria, la opinión pública norteamericana es ahora mayoritariamente crítica con Israel. Seis de cada diez ciudadanos se muestran críticos con el gobierno de Netanyahu, según un sondeo del Centro Pew hecho público el mes pasado. Tanto republicanos como demócratas, especialmente los jóvenes, consideran que ya no se justifica el apoyo militar a Israel.

Este desapego a Israel, que también se manifiesta entre las bases que votaron a Trump, no ha afectado sin embargo la política del Departamento de Estado de Estados Unidos, que dirige Marco Rubio. Recientemente se dispuso sancionar a la relatora especial de la ONU para los territorios palestinos ocupados desde 1967, Francesca Albanese, por su “antisemitismo descarado” y por alentar una campaña política y económica contra Israel. Washington acusa en concreto a Albanese de “colaboración directa” con el Tribunal Penal Internacional (TPI) para “investigar, detener, encarcelar o procesar a ciudadanos de Estados Unidos o Israel, sin el consentimiento de estos dos países”, según el comunicado publicado.

Es posible que el rechazo a las atrocidades de Israel en Palestina haya podido contribuir al aumento del antisemitismo en Estados Unidos. Pero no se debe confundir la crítica legítima a la política del gobierno israelí con antisemitismo, porque obedecen a motivaciones distintas. Quien ha adoptado una posición acertada frente a este tema ha sido el alcalde electo de Nueva York, Zohran Mamdani, quien anunció su compromiso con la lucha contra el antisemitismo, señalándolo como un problema de creciente importancia, pero reivindicando al mismo tiempo el derecho de los palestinos a un Estado propio. Mamdani reconoció el derecho a existir de Israel, pero se negó a avalar su carácter de “Estado judío” dado que, según señaló, esto implica aceptar jerarquías basadas en la religión o la etnia.

El historiador israelí Shlomo Sand aborda en un breve ensayo, titulado Una raza imaginaria, breve historia de la judeofobia (Editorial Akal), los factores históricos que impulsaron el execrable odio a los judíos. También reflexiona sobre la enorme distancia que existe entre el antisemitismo y el antisionismo, como forma legítima de rechazo a una ideología política etno-nacionalista. Se pregunta hasta qué punto el sionismo, que nació como respuesta angustiosa ante la judeofobia moderna, no ha terminado heredando los fundamentos ideológicos que siempre han caracterizado a los perseguidores de los judíos. Culmina su ensayo señalando que cabe formular una última pregunta sobre esta cuestión: “¿Hasta qué punto el Estado de Israel ha sido y sigue siendo un Estado etno-religioso, incluso etno-biológico, y por lo tanto alejado de una democracia moderna al servicio de todos los ciudadanos israelíes, independientemente de su religión, sexo u origen?”

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 8.000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 10.000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 15.000/mes al Cohete hace click aquí