Señor Macri: ¿hasta cuándo?

Lo peor de todo es la muerte de jóvenes, resultado que debería ser intolerable para usted mismo

 

Parece claro que ya no queda tiempo útil para que usted “rehabilite" su reinado. Según lo reconoce su propio gobierno, al menos hasta marzo —con mucha suerte, que incluso rechazan con cifras vehementes organismos internacionales próximos a sus ideas— restaría un máximo de seis meses para que usted nos muestre que puede gobernar para todos nosotros, ayudarnos a vivir algo —no demasiado— más felices y sin tantas preocupaciones. Para colmo de males ese marco temporal, si en realidad existe en el futuro, coincide con la campaña de los nuevos comicios generales, en los cuales jugará usted su suerte. Ello determinará, como es común en las campañas electorales, la afirmación de un verdadero compendio de mentiras, de valoraciones e imputaciones falsas que, en su caso, ya son intolerables y, con razón, apodadas de cínicas.

Así, por ejemplo, los resultados de su gobierno, negativos en todos los factores de la economía nacional y sólo beneficiosos para algunos (exportadores agrarios y de minería, bancos), han llegado a un límite que parece condenar a los habitantes del futuro: usted había prometido desarrollo, crecimiento, y ya no hablamos, en el mejor de los casos, de estancamiento de la economía, sino de grave recesión, en competencia por el título de campeón con el peor de los países africanos (con perdón de sus habitantes); usted prometió inversión y hoy no sólo nadie invierte —como no sea en especulación financiera y en la fuga de divisas fuertes— y no tiene qué reinvertir, pues la misma industria confiesa su parálisis porcentual de aquello que puede rendir según inversiones anteriores a su mandato —de las que sus autores estarán seguramente arrepentidos—, y el Estado es el primer "no inversor" (Aerolíneas Argentinas, trenes, caminos, educación, salud, etc.), según presupuesto aprobado y, creería, su ejecución; usted combatió nuestra enfermedad estable, la inflación, que calificó como mal menor, a su juicio muy fácil de vencer en escasos días, y resultó ser que no sólo multiplicó por cuatro su cifra anual respecto del gobierno anterior, sino que, según parece, la convirtió en factor mortal (en esto, hay que reconocerlo, no fue el único en nuestra historia, aunque antes era atribuible a las políticas de los ministros de Economía); usted dijo "pobreza cero" y dice aún "creación de empleo de calidad", como lema y aspiración de su gobierno, y hasta nos convocó a medirlo por esta relación, y creó una hambruna sin sentido en nuestro país, que producía alimentos para multiplicar por diez la cifra de nuestra población, y una desocupación visible a primera vista, incluso en la zona más rica de la República que gobierna, pobreza y desocupación que día a día crece y, lo que es más grave desde el enfoque social, sobre todo en la franja etaria de los niños y jóvenes; usted nos habla de seguridad ciudadana, de disminución del delito, y la República por usted gobernada se caracteriza por el crecimiento sin límites de la población carcelaria, incluso sin condena penal y hasta señalada en algunos casos como persecución política —Milagro Sala, Túpac Amaru y hasta primeros funcionarios del gobierno anterior mediante—, recluida en lugares inhabilitados para ello por decisión judicial nacional e internacional y en contra de disposiciones de organismos internacionales que se ocuparon de ello casuísticamente.

Usted fue un verdadero kamikaze, al apostar a su plantel de seguridad la custodia de una reunión de 19 jefes de Estado después de lo sucedido en River (que, entre paréntesis, me secuestró ocho horas en una cancha de fútbol en la que no se jugó partido alguno) y antes con la policía huyendo de la barra de hinchas de un partido de tercera. No quiero seguir con sus responsabilidades políticas, pues debería indicar varias destrucciones sociales más tipo terremoto, la cultura, la ciencia, la educación, la salud, que ponen en riesgo nuestra existencia social como nación. Sólo tengo la memoria de un ciudadano común, pero no ignoro la inmensa deuda en dinero que su gobierno ha provocado, cuyos intereses y la devolución del capital vaya a saber uno a cuántos gobiernos y generaciones posteriores castigue. No fundo en la síntesis anterior imputación penal alguna, como es regular en su gobierno al discrepar con ideas o resultados precedentes.

Pero —créame— lo peor de todo es la muerte de jóvenes, resultado que debería ser intolerable para usted mismo. Hablo ahora yo, a modo de ejemplo, de Santiago Maldonado, de quien —aun si admito por desconocimiento, que se ahogó al querer cruzar un río helado, es claro que lo hizo huyendo de fuerzas de seguridad por usted gobernadas, que lo perseguían con violencia y hasta disparaban hacia él—, del joven mapuche Rafael Nahuel, que muere en las inmediaciones de Bariloche por un disparo con orificio de ingreso por su espalda y proyectil de arma de fuego usada por una fuerza de seguridad nacional, sin disparar él contra ellas ni empuñar arma alguna, la de Facundo Ferreyra, la de los presos de Pergamino en una comisaría que custodiaba su encierro según recuerdo, la de los recientes nueve jóvenes muertos en celdas inhabilitadas judicialmente de una repartición policial de la Provincia de Buenos Aires. Y no quiero olvidarme de las recientes muertes de Raúl Orellana en la Provincia de Buenos Aires y Marcos Soria, en Córdoba, a manos de agentes o, al menos, en el marco de represiones policiales. No quiero contar y hacer números, ni, como dije, le imputo a usted nada penalmente, porque creo imaginar con razón que usted, desde ese punto de vista, no puede ser confundido como partícipe penal —aun cuando la idea sobre la imputación penal que expresa públicamente, cuando los autores son funcionarios policiales, no sea correcta y me disguste—, pero estos últimos resultados lo tornan al menos responsable político y creo necesario que eso se manifieste. Si los cojones de nuestros diputados no alcanzan, a usted, personalmente, le queda poco tiempo para dar cuenta de ello. Y Dios quiera que nuestro mundo, por milagro, se tranquilice y su aparato de seguridad corrija su pulsión a matar, la de castigar sin juicio y con la pena de muerte. Lamento decirle que no creo que ese efecto se produzca, pues el Reglamento reciente para el uso de armas de fuego atribuible a su ministro de Seguridad y confirmado por usted, pese a la advertencia de casi todo el arco político y jurídico, conduce a pensar en un futuro distinto. Mi razonamiento nunca excluye una equivocación, pero mis estudios me dicen que, al contrario de la violencia estatal y el miedo ciudadano, en los que usted y su equipo confían como método para disminuir el delito y la violencia, la única posibilidad de conseguir ese efecto reside en la labor de educar e igualar posibilidades, razones en las que, según observo, ni usted ni sus adeptos cree y procura.

 

 

Profesor Emérito U.B.A.

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