¡Sí, Carnaval!

Ya que estamos en épocas de Rey Momo, volvamos a Francisco García Jiménez

 

No hagas esto

Suelo entrar en rachas de insomnio cada vez que intento descifrar los escondrijos de ciertas letras de tango que ya se me han vuelto obsesión. Desde mi adolescencia vengo preguntándome: ¿Qué cosa quiso decirnos Cátulo Castillo cuando en La última curda escribió: “Tu lágrima de ron me lleva / hasta el hondo bajo fondo / donde el barro se subleva”? ¿Es la antesala del suicidio? ¿La metáfora de la muerte? ¿La zona donde la tristeza acampa y se vuelve dictadora? ¿Qué es? ¡Oh Cátulo, decímelo! ¿Qué es?... ¿Y aquel grito ácrata de Antonio Podestá en Como abrazao a un rencor? “Yo quiero morir conmigo / sin confesión y sin Dios, / crucificao en mis penas / como abrazao a un rencor”. ¿Qué lucidez, qué dolor, qué rechazo a la cosa mundana lo llevó a desnudar semejante confesión?

Para qué mentirte, a veces las ráfagas de insomnio aumentan si reúno siete, doce, quince de estas frases y como quien echa las cartas de un tarot tanguero comienzo a escudriñarlas, a sopesarlas, a paladearlas: “La vida es una herida absurda”, “Hoy vas a entrar en mi pasado”, “Que es un soplo la vida”. Seguramente vos tendrás tus preferidas. Me animo a compartirte dos de las mías que amo a destajo, con temblor, con dolor, con locura. La primera pertenece al hombrecito gigante (Enrique Santos Discépolo), ¿estás preparadx para atajarla? Ahí va:

 

¿Dónde estaba Dios cuando te fuiste?

 

Decime Enrique, ¿quién te sopló esa pregunta desgarradora? ¿Se puede sugerir o decir tanto –por no decir ‘todo’– en apenas seis palabras? Vos nos enseñaste que todo es posible.

La segunda está escondida en el tango Barrio pobre, no tiene el misticismo, la carnadura ni el espesor de la anterior, pero también desata interrogantes. Es más, hagamos un juego, imaginá que, aunque escrita en primera persona del singular, la frase la escribimos juntxs, te pido sí, que te tomes unos segundos para vivirla, hacela tuya, hacela nuestra:

 

Doblé la esquina sin saber lo que perdía

 

Si te animaste al juego, me pregunto, te pregunto: ¿Qué se nos perdió? ¿El barrio y su gente? ¿La infancia, la ternura, un perfume? ¿Qué mano nos arrastró, qué viento nos empujó a doblar esa esquina? ¿Nadie supo nadie pudo nadie quiso detenernos? ¿Y si arrepentidxs quisiéramos volver, qué de todo ese pasado aún perduraría? Estas conjeturas en verdad son una gran excusa para confesarte que entre tanto insomnio me dije: “Si tanto te enloquece esta última frase, por qué no te zambullís en la obra de su autor: Francisco García Jiménez”.

 

 

Eximio letrista

Su obra es despareja pero no exenta de hallazgos, gracia popular y merecidos éxitos: Alma en pena, Palomita blanca, Mariposita, Farolito de papel, Suerte loca, Rosicler, Zorro gris, Ya estamos iguales, Bajo Belgrano, Príncipe. Alguna vez interpelé con una pregunta definitiva a los sabiondos del género: “Nómbrenme diez letristas claves de la historia del tango”. Ninguno pronunció el nombre del poeta. Ahora bien, toda vez que a los Manzi, Discépolo, Cadícamo, Expósito se le preguntó por los grandes creadores, el nombre del poeta asomó en boca de ellos. Y algo más: nadie como él en el manejo de los acentos internos, su pulcritud, su dominio del fonema es imbatible. Como ejemplo vayamos al estribillo del vals Palomita blanca que puede emparentarse con la actual “metralleta” de los freestylers, es decir, recurso de improvisación rapeada que permite ubicar la mayor cantidad de sílabas en un compás musical, pero en el caso de García Jiménez, respetando todas las inflexiones melódicas propuestas por el compositor. Ahora escuchá, compará y elegí tu mejor versión (si entrás en dudas no puedo ayudarte).

 

 

 

El poeta habla de su creación. El Mudo se florea.

 

 

 

Palito y Portales.

 

 

 

 

Sagas

Valdría la dicha una nota de El Cohete en la que nos detengamos con exclusividad en las sagas creadas por los letristas. Héctor Pedro Blomberg desplegando escenas realistas y friccionadas en torno a los tiempos de Juan Manuel de Rosas, con la singularidad de que ese corpus trabaja sobre una galería de personajes femeninos (atenti lxs que trabajan estudios de género), véase: La pulpera de Santa Lucía, La mazorquera de Monserrat, La guitarrera de San Nicolás, Rosa Morena. La canción de Amalia, La Parda Balcarce. Podemos pensar nuevamente en Cátulo Castillo creando obra bajo el concepto de lo “último”: La última curda, El último farol, El último café, El último cafiolo, La última página. En las letras de Homero Manzi hay la muerte de una joven: detéctese en Milonga triste, Después, Tal vez será su voz, entre otras páginas. Y ya que estamos en épocas de Rey Momo volvamos a Francisco García Jiménez para detenernos en su saga de “Carnaval”.

 

Cadícamo, García Jiménez, Expósito (1979).

 

 

 

 

Carnavales porteños

Si hacemos memoria, algunas investigaciones señalan que el comienzo del carnaval porteño data cuanto menos de mediados del siglo XIX; para ser más preciso, 1869: “Por ser ese año en que se realizó el primer corso que recorría la actual calle Hipólito Yrigoyen, desde Bernardo de Yrigoyen a Plaza Lorea”, pero se sabe que existió con anterioridad. Si se quiere escarbar en su origen universal hay que remitirse al siglo X a. C. cuando los griegos lo celebraban en adoración a Dionisio y Baco (dioses del vino). Otro de los registros –así lo refiere Alejandro Manrique en La Murga. Objeto de la cultura popular– da cuenta de los babilónicos del XX a. C. “(…) Durante el festejo todas las jerarquías y autoridades babilónicas eran subvertidas, los esclavos ordenaban a sus amos, se ridiculizaba la justicia, y entre los presos se elegía un rey que gobernaba absolutamente la noche del quinto día, cuando la ciudad volvía a la normalidad y el reo era ejecutado”.

 

 

Comparsa Los Armoniosos. Carnavales de 1928.

 

 

 

 

Ambiente carnavalesco

Tomando la simbología de sus personajes, su juego de disfraces, máscaras y antifaces que permite a un tiempo la anulación de clases sociales, el erotismo, la impunidad del anonimato, la libertad y el libertinaje, la brevedad de la noche artificial, más el confeti, la serpentina, los pomos de espuma, los juegos de agua, Francisco García Jiménez arremete con su saga carnavalesca: “Los temas ¡Siga el corso! (1926), Carnaval (1927) y Yo me quiero disfrazar (1928) fueron circunstancias, porque el público apoyaba con entusiasmo la aparición de algún tango relacionado con los tradicionales festejos. Los dos primeros tuvieron la suerte de seguir interesando posteriormente. Otra vez carnaval lo escribí en 1941 a pedido de Carlos Di Sarli, sobre una música suya, para su actuación en los bailes del gran estadio de San Lorenzo de Almagro, de ese año”. El poeta olvidó nombrar los tangos musicalizados por mujeres (hermosa coincidencia): Dejame vivir la vida (1926), composición de María Isolina Godard, y La enmascarada (1924) de la primera bandoneonista del tango Paquita Bernardo, si querés zambullirte en ella echale un ojo a La bandoneonista hereje.

 

Éxitos de la dupla Aieta – García Jiménez.

 

 

Como te venía contando, en el imaginario carnavalesco del poeta asoman como ambiente las calles y veredas porteñas repletas de serpentinas, los palcos, el ir y venir de las mascaritas, las risas de los transeúntes, las figuras del triste Pierrot, la fugaz colombina y el astuto Arlequín. Del tango ¡Siga el corso! dirá: “Yo vi una noche con alborozo juvenil, promediada la segunda década, improvisarse el último corso céntrico importante que tuvo Buenos Aires (hacía referencia a los famosos corsos de la Avenida de Mayo), tal noche de la improvisación, quizá empezó a delinearse la estampa que unos años después volcaría a una afortunada música de Anselmo Aieta”.

Esa colombina

puso en sus ojeras

humo de la hoguera

de su corazón.

Aquella marquesa

de la risa loca

se pintó la boca

por besar a un clown...

 

 

 

Goyeneche a capela junto a Antonio Carrizo.

 

 

 

Su versión juvenil (1953) con la orquesta de Horacio Salgán.

 

 

 

 

 

Prohibiciones

Si el carnaval –no solo a nivel de corporalidad sino también en su textualidad– permite libertades que pueden ir del absurdo a la sátira, esto para cierta runfla política suele ser visto y sentido como una amenaza. En 1872 el diario La Prensa escribe: “(…) el Ministro de Guerra ni come, ni duerme, ni vive tranquilo, turbado ante el posible ridículo en que le pondría la comparsa ‘Expedición al Desierto’. Estos jóvenes se proponían ridiculizar la mala política que se seguía en las fronteras, venalidades y estado miserable del soldado. Tal fue el escándalo, que se rumoreaba que oficiales del ejército pensaban batirlos en la calle, apenas hicieran su aparición”. No hace falta irse tan lejos, sabemos del decreto firmado por el inmundo Rafael Videla anulando los feriados de carnaval, decretando a su vez que, ante cualquier manifestación festiva, todo accionar sea reprimir, disolver o aniquilar. Para dejar la oscuridad y volver a la luz, que nos llegue más de la saga de Francisco García Jiménez en las voces de Gardel y sus guitarras, Charlo y la orquesta de Francisco Canaro, Rufino y Di Sarli:

 

 

 

 

Carnaval.

 

 

 

 

Yo me quiero disfrazar.

 

 

 

 

Otra vez carnaval.

 

 

 

 

Con la vuelta a la democracia lentamente las sombras comenzaron a disiparse, el carnaval volvió a las calles, a los clubes, a las familias; pero hubo que esperar más de dos décadas para que bajo la presidencia de Cristina Fernández se presentase el proyecto de ley que restituyó los feriados de carnaval. El lunes 7 y martes 8 de marzo del 2011 los barrios de la Argentina lo celebraron, lo celebramos.

 

 

Apenas algo más

Si te interesa la “información de primera mano” visitá los libros de investigación del poeta: La vida de Carlos Gardel –contada por Razzano pero escrita por el poeta– (1951), El Tango: Historia de medio siglo 1880-1930 (1964), Así nacieron los tangos (1965), Estampas de tango (1968), Memoria y fantasmas de Buenos Aires (1976). En cuanto a su obra cancionística hay un ramillete de sus letras en Francisco García Jiménez: cancionero (1977), y mucho más en sus obras de teatro, en sus guiones de cine y sus crónicas publicadas en diarios y revistas. Antes de escaparme, acá te lo traigo en la voz del hermoso Alfredo Zitarrosa.

 

 

 

Farolito de papel.

 

 

 

Paco nació arañando el siglo XX, mismo año que Jorge Luis Borges (1899). Se cayó del alma en 1983. Su muerte es un misterio.

 

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí