Si no hay futuro, hay delito

La falta de horizontes puede abrirle la puerta al delito pero también a la depresión

 

Ahora que la carestía y los contrastes sociales empiezan a golpear otra vez, reflotan algunas interpretaciones cargadas de prejuicios y simplificaciones. Una de ellas es la que tiende a endosar el delito callejero a la pobreza o la desigualdad social: “Tengo hambre, entonces robo”. Tanto la derecha como algunos sectores de la izquierda, sobre todo la izquierda espasmódica que suele cargar las violencias a la cuenta de las necesidades insatisfechas, se apresura a aventurar un aumento de los delitos predatorios. La preocupación es razonable, de hecho es probable que los delitos callejeros protagonizados por jóvenes de los barrios plebeyos tiendan a expandirse. Pero los factores son muy distintos y complejos. No es que la pobreza y la desigualdad social sean datos irrelevantes, pero hay otros factores a considerar, sobre todo a la hora de captar y comprender las violencias emotivas y expresivas agregadas a esos delitos y el tamaño de los desafíos de la próxima década.

En otros artículos en El Cohete a la Luna se ha llamado la atención sobre el papel que tienen las desigualdades individuales tramitadas solitariamente, la presión que ejerce el mercado para que los jóvenes asocien sus estilos de vida a determinadas pautas de consumo, la fragmentación y desorganización social, la estigmatización social y las trayectorias criminales que las agencias del sistema penal prevén para aquellos jóvenes que forman parte de la clientela policial, pero también el odio, el resentimiento y la envidia. Dicho de otra manera, la pobreza o la desigualdad generan delito en contextos donde se fueron debilitando los consensos comunitarios y los vínculos entre las distintas generaciones, atravesadas por la cultura del consumismo, lleno de habladurías, con políticas securitarias que hacen pivote en la prevención situacional, y gestiones estatales cada vez más despresupuestadas, precarias, sin ideas, que no pueden pensar en tiempo largos, abocadas al “bacheo electoral”. Aquella relación está mediada por muchas otras vivencias, sentimientos y experiencias de fragilidad y dureza.

Ahora bien, existe otro factor más: la desesperanza y la rabia que esa falta de horizontes genera en los más jóvenes. Para ponerlo con una pregunta: ¿Cuánto del delito presente está vinculado al derrotero familiar y la falta de futuro? ¿Cuánto de las violencias asociadas al delito son una manera de lidiar con ese sentimiento que llena de impotencia y pasiones tristes a los más jóvenes?

En efecto, la desesperación es un factor anímico que no debe subestimarse. Como rezaba una vieja canción de los Sex Pistols, en aquellos inviernos de descontentos en el Reino Unido: “Si no hay futuro, no hay pecado”, esto es, si no hay futuro, hay delito. En una sociedad cada vez más individualista, donde el futuro está lleno de amenazas y ya no es un lugar de promesas, es muy difícil que los jóvenes que incursionan en el delito desistan o dejen de hacerlo. Al contrario, la falta de esperanza bloquea el desistimiento, desactiva la ética del rescate llenando de impotencia a los jóvenes. La tentación a derivar hacia el delito y sus violencias es cada vez más grande, sobre todo cuando está enredado al juego y la búsqueda de adrenalina: “el infierno está encantador”, “este infierno está embriagador”, “tu infierno está encantador”.

Como dice el criminólogo de la Universidad Nacional de Quilmes, Nahuel Roldán, haciéndose eco de la sociología existencial: “Para que el yo crezca y se proyecte hacia adelante, es necesario tener esperanza, porque sin ella nos quedaríamos inmovilizados por la desesperación de algunas situaciones que encontramos, incapaces de ver un camino más allá de ellas”. El pasado y el futuro de cualquier persona están íntimamente relacionados por el significado que se les dé a los acontecimientos presentes. Dice Roldán: lo que somos ahora y lo que podemos llegar a ser se fundamenta en lo que fuimos, nosotros o nuestros familiares o amigos o los padres de mis amigos que viven en el barrio: “Parte de la existencia implica gestionar la tensión entre nuestro yo pasado, presente y futuro”.

En otras palabras, la forma de vivir el presente está constituida por el futuro y los objetivos concretos que preocupan a la persona. Si el futuro es aquello que se precipita por proximidad, si “el futuro llegó hace rato” y es “todo un palo” –lo saben por experiencia propio y por el derrotero familiar–, entonces la falta de horizontes puede abrirle la puerta al delito, pero también a la depresión.

Hablar de un “futuro lleno de amenazas”, que llegan desde todos lados, es hablar de las amenazas que los jóvenes plebeyos encuentran en todas las esferas sociales: en la escuela (fracaso escolar), en el mundo del trabajo (desempleo o no conseguir trabajo formal digno), en el barrio (vivir en una casa sin las mínimas comodidades emplazada en un barrio sin infraestructura y equipamiento urbano), en la familia (no encuentran una contención, cuidado o cariño) y encima saben que tienen muchas chances de pasar una temporada en la cárcel, que los vecinos del barrio les propicien una paliza, o terminen en una zanja con un balazo en la cabeza que puede llegar de la gorra o de los pibes de a la vuelta. Tener un hermano con problemas de adicción, enredado con las instituciones penales, y unos padres repletos de dificultades de distinto tipo, en una familia que implosiona en cámara lenta, “llena de quilombitos”, empobrece cualquier horizonte.

Frente a esas circunstancias, la rabia, pero también la depresión, puede ser una válvula de escape. Más aún cuando, paradójicamente, atraen, son una fuente de fascinación. Pero una catarsis, dijo Freud, no conduce a ninguna solución. Al contrario, lo más probable es que ponga las cosas más difíciles para las personas y sus vínculos. Ni que hablar de las respuestas que la sociedad ha ensayado a través del sistema penal. Ya van tres décadas de aumento constante de presos hacinados y no se logró detener el delito y sus violencias. Al contrario, la cárcel es otro gran muro que se le suma al resto de las paredes con las que choca el porvenir de estos jóvenes.

La rabia, entonces, es aquello que se siente cuando las cosas podrían ser de otra manera y sin embargo no lo son y, peor aún, no lo van a ser. La rabia y la violencia que la expresa habla por ellos, es una manera de decir “yo existo”, recordarle al resto la vulnerabilidad de la que está hecha la vida cuando es tomada por la ley de la jungla: “Si mi vida no vale, la tuya tampoco”.

Es muy difícil salir adelante cuando el futuro está lleno de amenazas. Es muy improbable abandonar el delito cuando las promesas que se escucharon y se escuchan caen en saco roto, no encuentran una certificación en la biografía familiar.

La crisis, la cultura de la crisis, la crisis como realidad cotidiana, como inestabilidad estable, es el nuevo “malestar de la cultura”. Si se vive bajo el yugo de la urgencia, si se siente que ya no hay tiempo, no hay tiempo por-venir y el espacio se reduce, se transforma en un callejón sin salida, la alternativa para muchos jóvenes plebeyos puede ser la fragilidad o la dureza, la depresión o la violencia; una depresión que puede conducir al suicidio, a tener problemas con las drogas u otros trastornos de salud mental; una violencia que puede terminar en un homicidio o en lesiones graves propias o ajenas. Síntomas de una sociedad que ya no está dispuesta a hospedar al otro con dificultades, una sociedad integrada por individuos que giran sobre sí mismos, sobre sus intereses exclusivos, que transformaron a la sociedad en una selva donde siempre triunfa el más fuerte.

 

 

 

* El autor es docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes y la Universidad Nacional de La Plata. Profesor de sociología del delito en la Especialización y Maestría en Criminología de la UNQ. Director del LESyC y la revista Cuestiones Criminales. Autor, entre otros libros, de Temor y control; La máquina de la inseguridad; Vecinocracia: olfato social y linchamientos, Yuta: el verdugueo policial desde la perspectiva juvenil, Prudencialismo: el gobierno de la prevención; La vejez oculta y Desarmar al pibe chorro.

 

 

 

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