SI TE DIGO QUE ES DOMINGO, RALLÁ QUESO

El fallo de la Corte Suprema y la tesis tridimensional del derecho

 

El fallo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación dejó en claro dos miradas contrapuestas, la forma de concebir el derecho y el sentido de la magistratura. La disidencia del juez Rosenkrantz trató el asunto bajo una lógica mecanicista, examinando como venía, barajando la cuestión de los traslados en la práctica constitucional y sentenció en consecuencia. Sin entrar a considerar el acierto u error de la decisión, llama poderosamente la atención que un juez, que hace culto a la letra de la ley, diese preferencia a una situación reglamentaria por sobre la letra de nuestra Constitución Nacional. No existe, ni pudieron encontrar los salieris de Kelsen, un precepto de la Constitución Nacional que otorgue al Presidente, la atribución de realizar traslados definitivos de magistrados de un cargo a otro, sin la aquiesciencia del Senado de la Nación. Por ello, una cuestión constitucional, como es el nombramiento de magistrados, fue objeto de la pretensión de hacerla administrativa, como si se tratase del otorgamiento de un derecho nacido de una relación jurídica administrativa y aplicar a la situación de autos, la doctrina de la cosa juzgada administrativa. Para peor, quisieron inventar algo que ni el mismísimo Charles De Gaulle se atrevió hacer en Francia: la zona de reserva de la administración, para que los decretos de Macri, que diseñaron una justicia a discreción, no puedan ser revisados por el Senado de la Nación. Inédito y vergonzoso.

En cambio, la mayoría de la Corte Suprema actuó como uno espera que obre un Tribunal Supremo, con sus facultades a pleno de intérprete final de la Constitución. No miró el árbol, sino que elevó la vista hacia el bosque. Entronizó los valores y principios superiores de la Constitución Nacional y puso sobre su eje una cuestión que se había desmadrado y que urgía rectificar en la senda institucional. Y ciertamente no podía hacerse de otra manera que no sea alejada de las posiciones antagónicas, revalorizando el diálogo institucional entre los poderes y fundamentalmente ponderando las situaciones antagónicas entre sí. Obviamente me hubiera satisfecho desde la posición personal, que el tridente volviese inmediatamente a sus lugares de origen, pero no dejo de hacer notar que no es posible pasar de un clima a otro sin más, sin pescarse un resfriado. Es prudente lo que hizo la Corte Suprema de Justicia de la Nación de devolver la centralidad a la política y buscar una solución específica al problema que se le presentaba, pero atendiendo a todo el universo de casos que se le presentan y que podían ocurrir en el futuro.

Hace unas semanas, comprendiendo la formación y el pensamiento de los jueces, adelanté mi visión en este medio, donde la mayoría de la Corte Suprema, frente a nuevos problemas, iría en la búsqueda de nuevos tópicos. Sucede que la ciencia jurídica se va edificando sobre capas geológicas del pasado para atender las nuevas realidades. Los cuatro Magistrados que conformaron el voto mayoritario son partidarios de la tesis tridimensional del derecho, esto es, que el derecho se compone de hechos, normas y valores. Por esa razón, aventuré, que no se iba a proceder mediante un mero silogismo deductivo sino que los jueces de la Corte iban a invitar hacerse eco de lo que se conoce como constitucionalismo dialógico. La Corte sentencia que los traslados están mal hechos, pero para no meter más leña al fuego, mantiene el status quo hasta que la política resuelva el conflicto. Obviamente que la solución es heterodoxa y está muy bien que así sea. Como observé previamente, la decisión imponía un estoico y laborioso discernimiento del asunto controvertido, en diálogo con el acervo de conceptos que proporciona la tradición jurídica (normas; jurisprudencia; doctrina). Fue así que presumí que la Corte Suprema iba a concluir que ningún traslado podía arrogarse la pretensión de definitivo porque la Constitución Nacional no dispone un límite temporal para revisar los traslados de jueces. Por remanida, nunca menos cierta: si te digo que es domingo, ralla queso…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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