Signos de los tiempos

La actual pandemia implica la necesidad de servicios de salud estatales para poder salvarnos

 

El fenómeno del coronavirus nos invade no solo en nuestros cuerpos, sino en la virtualidad constante de los medios y las redes sociales. Si no estamos en cuarentena o estamos en la calle atentos a estornudar en nuestros codos y observar que otros hagan lo mismo y limpiarnos las manos con alcohol en gel; los celulares, las radios y los televisores nos escupen constantemente la palabra pandemia. Mi intención es frenar un segundo al conteo de las muertes o avances o retrocesos de esta enfermedad (que es de suma importancia, pero quiero invitarlos a escaparse un rato de esto) para brindar una mirada teológica y de sentido de los que nos sucede como humanidad. No fatalista, como propagan los medios, sino de esperanza y, tal vez, de un despertar de los hombres y mujeres del mundo, por el cual considero que Cuba está jugando un papel central.

 

 

 

Los Signos de los Tiempos

Desde comienzo del siglo XXI hasta la actualidad nos encontramos con hechos históricos que atraviesan a la totalidad de la humanidad: el atentado a las Torres Gemelas en 2001, la crisis financiera de 2008, los incendios en el Amazonas y Australia en 2019, y ahora el coronavirus. El primer hecho nos invadió con el miedo, la inseguridad y el terror ya que demostró que hasta la potencia militar y política más importante del mundo puede ser atacada y agredida en el centro de su territorio a la vista de todos, de la forma más inesperada. La segunda implica los efectos y fragilidad de la economía financiera en el medio de Europa, que de un segundo al otro explota como una burbuja, dejando millones de personas sin casas y trabajo, y que hasta hoy se resienten en varias economías. Por otro lado, los incendios en Brasil y Australia fueron muestra de la interdependencia con la naturaleza y de la fragilidad que hemos llegado en la actualidad, por fagocitarla en busca de una mayor rentabilidad de mercado; los humanos recordamos que respiramos oxígeno y que este se produce gracias a los árboles. Y en 2020 la actual pandemia del Covid-19 que implica la necesidad de servicios de salud estatales para poder salvarnos y prácticas de cuidado, que durante el desarrollo del texto retomaré.

Todos estos hechos nos interpelan de manera global, nos muestran la interdependencia que vivimos como humanos, donde lo que ocurre en un extremo del mundo afecta del otro lado, como un efecto mariposa. La globalización, la “aldea global” se expresa en estos acontecimientos que son un signo de nuestro tiempo, de nuestra época. La lectura de estos signos, siguiendo una metodología teológica, implica una mirada de discernimiento. Discernir es conocer, comparar, distinguir lo bueno y lo malo de la realidad que nos encontramos; pero también nos compromete a actuar sobre esa realidad que se analiza. Una reflexión constante de lo que acontece en la realidad, el juzgar lo que sucede, por qué sucede y el accionar sobre dicha realidad.

La concentración económica escandalosa, los excluidos y descartados del sistema, la expoliación de la naturaleza como un objeto, la aceleración de los procesos de producción, la idealización del dios mercado, la cultura de la indiferencia, son signos del tiempo histórico que vivimos.

Todos los hechos nombrados parten del interés individual por sobre el colectivo, son promovidos por valores de codicia y de odio porque generan exclusión, guerras, pobreza, hambre, muerte antes que vida.

Pero el hecho del coronavirus es diferente a los otros. El virus implica una posibilidad de muerte concreta, material, aquí y ahora, que nos hace conscientes de nuestra finitud. Pero además es combatible, pero su método implica la necesaria participación de otro ser humano. Un cuerpo, una persona que está lado mío curándome o cuidándome. Además el virus no discrimina por clases o lugar que uno habita, en esencia es —como expresa un compañero que escucho por España— “un virus democrático”. Los otros acontecimientos pueden ser pensados y tratados desde el Estado y la organización popular, pero no implican el nivel de proximidad, ni el cuidado junto al otro que nos permite la posibilidad de enfrentar al coronavirus.

 

 

 

El cuidado necesario

Durante el desarrollo de toda nuestra existencia, dependemos de un otro que nos cuide. La necesidad de cuidado se ve concretamente en dos extremos de nuestra vida: en nuestro nacimiento y en nuestra muerte. Si en nuestro nacimiento no tenemos  a alguien que nos cuide y nos brinde afecto, moriríamos a los minutos; hasta el primer acto que hacemos al nacer es el tomar el pecho de nuestra madre para continuar con nuestra alimentación y la necesidad de su calor para nuestro resguardo. En el otro extremo, nos encontramos con la vejez que implica la necesidad de otros que nos acompañen en el tránsito hacia la muerte, por la fragilidad de nuestros cuerpos. El neoliberalismo enmascara ese cuidado con autosuficiencia e individualidad, posicionando al modelo de sujeto al joven autónomo y emprendedor de sí mismo, desprendido de la dependencia con los otros.

El teólogo brasileño Leonardo Boff considera al cuidado en sus diferentes sentidos. En primer lugar, como una actitud del ser humano frente a los otros, que por un lado designa un desvelo, una atención, un celo que demuestra que el otro tiene importancia y que se siente responsable por su vida; y por otro, una implicancia afectiva, una preocupación por esa persona amada, haciendo de ella una “realidad preciosa”. Lo contrario del cuidado es la indiferencia, la imposibilidad de sentir empatía por el otro que sufre y la incapacidad de responder para sanar ese dolor.

El cuidado es también un conjunto de dispositivos, de apoyos, sostenes y mecanismos de protección que permiten el desarrollo de la vida del ser humano, que conlleva dos movimientos: “la voluntad de cuidar y la necesidad de ser cuidado”. Esto implica el nivel personal, social, ambiental y comunitario que hacen posible la vida y su protección.

Por último, el sentido de cuidado es prevención y precaución. La prevención implica la antelación de comportamientos y actitudes que deben ser evitados, ya que se conocen sus consecuencias dañinas; y la precaución, que es la actitud que se toma ante lo imprevisible de dichos actos en el impacto de la salud humana o el ecosistema, por que carecemos de elementos científicos para comprender su magnitud.

El cuidado es una actitud amorosa por la vida, que nos permite la salvación como especie y la continuidad de la civilización, pero que no es “rentable” a los ojos del mercado. Hoy el cuidado y protección de la vida se ve reflejado en los trabajadores de la salud pública en todo el mundo y en especial en rol de Cuba en esta pandemia.

 

 

 

Lxs medicxs, el Che y Cuba.

Lxs medicxs, enfermerxs y personal de la salud, en su gran mayoría de los Estados, están jugando un papel central en la protección de nuestra población. El cuidado es la ética de lxs trabajadorxs de la salud. Ellxs se encuentran constantemente con el dolor y el peligro de muerte del sujeto enfermo y responden a esos pacientes para curarlos. Aunque hay una medicina neoliberal, sujeta a leyes de mercado, lxs equipos de salud  de los Estados Nación están trabajando 24/7 para contener y curar el sufrimiento de los hombres y mujeres. Muchos de estos Estados no están pudiendo dar respuesta a la alta demanda que requiere la situación extrema, en gran parte porque sus políticas fueron en detrimento como políticas públicas y han cedido ese “servicio” al sector privado, que hoy se lava las manos y es incapaz de responder. Como expresó una economista argentina: "Te salva el Estado, no el mercado".

El trabajador de la salud resignifica constantemente su humanidad y los valores de la solidaridad, a diferencia de cualquier otro trabajador, porque la ejecución de su trabajo responde al dolor del otro que sufre, que no puede serle indiferente porque tiene hacerse cargo de esa vida que está juego. No es casualidad que el Che proponga por primera vez su concepto de Hombre Nuevo en una intervención en el Ministerio de Salud de la Habana sobre el médico revolucionario en 1960:

“Y hay que hacer, nuevamente, un recuento de la vida de cada uno de nosotros, de lo que se hizo y se pensó como médico o en cualquier otra función de la salud pública, antes de la Revolución. Y hacerlo con profundo afán crítico, para llegar entonces a la conclusión de que casi todo lo que pensamos  y sentimos en aquellas época ya pasada, debe archivarse y debe crearse un nuevo tipo de humano. Y si cada uno es el nuevo arquitecto de propio de ese nuevo tipo humano, mucho más fácil será para todos el crearlo y que sea el exponente de la nueva Cuba” (Ernesto Che Guevara, 1960).

En esta intervención el Che habla de la responsabilidad que tendrá el médico como promotor y pedagogo de los valores de la solidaridad dentro de la Revolución, acompañando la transformación de las condiciones sociales y materiales que impactan en la salud de la población. No será un interventor que brindará caridad, sino un promotor con intención humilde y afán de conocer la sabiduría del pueblo, como un constructor más de una nueva Cuba, tanto como son los cooperativistas o los campesinos. Un individuo que utilizará los elementos técnicos al servicio de la Revolución y del pueblo para el desarrollo de la vida de la comunidad. Tener la posibilidad de poder proteger y cuidar de su pueblo es la gratitud máxima que puede tener un médico cubano:

“La Revolución hoy exige que se aprenda, exige que se comprenda bien que mucho más importante que una retribución buena, es el orgullo de servir al prójimo; que mucho más definitivo, mucho más perenne que todo el oro que se pueda acumular, es la gratitud de un pueblo. Y cada médico, en el círculo de su acción, puede y debe acumular ese preciado tesoro, que es la gratitud de un pueblo” (Ernesto Che Guevara, 1960).

El espíritu que el médico revolucionario que promovió el Che, que tiene la responsabilidad de la construcción de otro mundo, es retomado por Fidel en el discurso de la inauguración de la Escuela Latinoamericana de Ciencias Médicas en 1999, que hoy tiene más de 29.000 egresados de América y África:

“Lo más importante habrá de ser su consagración total al más noble y humano de los oficios: salvar vidas y preservar salud. Más que médicos, serán celosos guardianes de lo más preciado del ser humano; apóstoles y creadores de un mundo más humano” (Fidel, 1999).

La creación y el uso del medicamento antiviral Interferón Alfa 2-B, producido por Cuba y China para enfrentar la epidemia del virus Covid-19; el permiso de atraque en un puerto cubano del crucero MS Braemar con varios pasajeros infectados; la solicitud de Lombardía a Cuba por médicxs; la reapertura de Brasil a medicxs cubanxs que fueron echados apenas asumió Bolsonaro, son ejemplos de la necesidad que tiene el mundo de un sistema de medicina social que Cuba ha desarrollado desde principio de la Revolución y que el Estado cubano asume y responde. Como expresa el Comunicado del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba: “Son tiempos de solidaridad, de entender la salud como un derecho humano, de reforzar la cooperación internacional para hacer frente a nuestros desafíos comunes, valores que son inherentes a la práctica humanista de la Revolución y de nuestro pueblo”.

Cuba siempre tuvo una acción de solidaridad frente a casos de epidemias o enfermedades, como fue el caso del ébola en África hace unos años. Pero el coronavirus esta vez afecta a todos y en especial a los países del Primer Mundo. El país "comunista", "dictador" que hace años está bloqueado por los países progresistas y desarrollados, sufriendo un bloqueo criminal que ha hecho que su pueblo tengan que sufrir un montón de restricciones, hoy recibe a los británicos, exporta sus médicos al mundo y  los curará y los cuidará como a un hijo, como a un hermano.

 

 

 

Cuba, signo de Dios

Frente a los signos de los tiempos, también se manifiestan los signos de Dios, hechos donde Dios se hace presente. El accionar que está teniendo Cuba frente a la pandemia es un signo de Dios, comprendiéndolo como un hecho solidario, fraterno y de esperanza de humanidad frente a la cultura de la indiferencia, de la muerte y la miseria que promueve el imperialismo. Hoy se ve más que nunca la necesidad de un Estado presente y garante de los derechos humanos fundamentales para el desarrollo de la vida. Este signo implica además la persuasión colectiva, la promoción de esta esperanza, la divulgación de una cultura del encuentro. Cuba podría haber cerrado sus fronteras a los países que vinieron a buscarlo, como ellos lo han hecho, en cambio en un acto de inmenso amor abrió sus puertas y está saliendo al cuidado y la salvación miles de vida en el mundo.

Ojalá este acontecimiento que estamos padeciendo implique un cambio radical en nuestra manera de relacionarnos y en el sistema neoliberal que promueve el mundo actual. Ojalá Cuba y sus medicxs no solo salven y resguarden vidas, sino que además transmitan y contagien a todos los corazones del mundo la solidaridad y el humanismo que palpita en Cuba desde hace más de 60 años, el corazón de un Hombre y una Mujer Nuevos.

 

 

 

 

 

Bibliografía:

 

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