Signos de rotación

Los rumbos de la política internacional

 

Hay múltiples señales indicando que para las elites políticas de Estados Unidos la guerra está perdida en Ucrania. El gran problema para ellas es cómo salir con dignidad de otra derrota. La experiencia de Afganistán no fue edificante. Un colapso en Ucrania sería más grave, puesto que la OTAN quedó muy comprometida en la lucha y se arriesga a una crisis interna. El Papa argentino le sugirió a Kiev elevar la bandera blanca e iniciar conversaciones. La propuesta despertó indignación en el gobierno ucraniano y en voces marginales de Washington. Fuera de unas débiles réplicas de Berlín, nadie más se sumó a ellas.

El diario sensacionalista alemán Bild difundió, ya en febrero, la idea de un posible ataque ruso a algún país de la zona OTAN. No tiene ningún sustento empírico, aunque adquiere relevancia desde un punto de vista político. La manera de huir hacia adelante ante la catástrofe bélica es plantearle a la opinión pública europea que Putin no se limitará a Ucrania y que el próximo objetivo es todo el viejo continente. Bild se anticipó a fijar una línea: hoy toda la prensa europea y estadounidense, seria o no, replica lo mismo.

El tabloide incitó a pensar que, tras la victoria rusa, Moscú proyectaría nuevas amenazas y que era preciso elevar la guardia. De esa manera, el triunfo del enemigo potencia los estímulos para multiplicar los gastos de defensa en Europa. Se consolidaría así el frente interno y el sometimiento al paraguas estratégico de Estados Unidos, que a su vez gastaría menos en proteger a los europeos. El sueño húmedo de Trump, próximo Presidente según todos los pronósticos: una Europa más barata y más dócil.

El canciller Scholtz ya empezó a recorrer ese camino, pero encuentra reacciones inorgánicas. Cuando la desigualdad hace estragos en todas las sociedades europeas y potencia a las ultraderechas, el establishment del continente sólo piensa en aumentar el presupuesto militar. El Presidente francés Macron sugirió el despliegue de tropas en Ucrania. Los Estados bálticos recibieron con beneplácito sus declaraciones. Pero no halló eco en otros colegas continentales. El motivo era obvio: Moscú le recordó a París que conserva el mayor arsenal nuclear del mundo. Y puede usarlo. ¿Le gustaría que el primer objetivo fuese Toulouse o Lyon? Destrucción asegurada á la carte. Putin no puede invadir Europa ni tampoco se lo propone.

 

 

Una 125 a la alemana

El drástico ajuste anunciado hace semanas por el gobierno de Berlín incluyó la eliminación de subsidios a los combustibles, esenciales para los campesinos del país. Estos dirigieron sus tractores hacia la capital, arrojando excrementos animales para que la población urbana percibiera sus reclamos con todos los sentidos. El dinero que se les negaba sería dirigido al presupuesto militar, puesto que Putin lanzaría tarde o temprano sus huestes bárbaras sobre la Kultur alemana. Esa Kultur, como en otras épocas, está girando rápidamente hacia la ultraderecha.

Los campesinos de bien no quieren seguir el camino de los cándidos industriales, que vieron cortados sus suministros de gas barato ruso debido al bloqueo que impuso el amigo americano quien, para mayor reaseguro, dinamitó los conductos submarinos que lo suministraban. Berlín no reaccionó; su industria entró en recesión. Estados Unidos provee ahora el gas a Alemania. Más caro, lo que vuelve no competitiva la producción germánica.

El gran sociólogo Norbert Elias señaló que la capacidad organizativa alemana era la contracara de su disposición a la obediencia. En tiempo récord, Berlín construyó plantas de regasificación en sus puertos para recibir el combustible estadounidense producido por fracking. El partido Verde, integrante de la alianza gubernamental, no elevó objeciones. Mejor muertos que rojos. Aunque los temibles rojos de Moscú sean sólo fantasmas del pasado.

No es algo nuevo. En el contexto de otro gobierno socialdemócrata que impulsaba una reforma laboral (siempre contraria a los trabajadores), los Verdes abrazaron apasionadamente a la OTAN. El entonces ministro de exteriores Verde, Joschka Fischer, un antiguo ultraizquierdista, promovió en 1999 la primera intervención militar alemana fuera de su territorio, el bombardeo de la Luftwaffe, su fuerza aérea, en la antigua Yugoslavia. A partir de ese momento, la Bundeswehr, el ejército, se sometió a las operaciones de Washington y contribuyó con el mayor contingente militar después del estadounidense en el desastre de Afganistán.

La sumisión estratégica de Alemania a Estados Unidos nunca dejó de funcionar, sólo que en toda la posguerra no pagó un precio tan alto. Quien dice Alemania habla de Europa, porque la primera es la esencial locomotora económica de la segunda. Existen, por supuesto, algunos radicales libres, si bien marginales. Orbitan en la galaxia de Putin, por una razón u otra. Eslovaquia, con un nuevo Presidente que toma distancia. Serbia juega a una ambivalencia tolerada. Otro ejemplo es el inoxidable Orbán en Hungría, quien hizo un casi invisible acto de presencia en la asunción de Milei, acaso por fidelidad a la internacional ultraderechista más que por afinidades con la geopolítica del argentino.

Porque a diferencia de las derechas europeas, Milei se encuadra en toda la línea con la política de Estados Unidos sin recibir mucho a cambio. Quebrando una política histórica, hizo su primera visita de Estado para abrazar a Netanyahu y obligó sin esfuerzo a nuestra profesional diplomacia a abstenerse en la ONU en la votación sobre un alto el fuego en Gaza. Así, se unió a la opción de otros 23 gobiernos conservadores como el de Gran Bretaña, Uruguay, Italia y la socialdemócrata y verde Alemania. Otros diez votos incluían obviamente a Estados Unidos e Israel, además de potencias independientes como Paraguay, Micronesia, Naru, Papúa, Liberia, quienes, junto a la culpable y ultraderechista Austria, votaron en contra. Más de tres tercios de los países se pronunciaron a favor de un alto el fuego. Sumaron 153 votos. ¿Regresamos por fin al mundo?

 

 

Otro ladrillo en la pared

El domingo pasado, Portugal sufrió un terremoto político anunciado. El partido ultraderechista Chega (Basta, en portugués) obtuvo más de un millón de sufragios y 48 diputados. El partido de la derecha consiguió 79 y el socialista 77. Los números finales pueden alterarse porque faltan unos pocos votos del exterior. Y es posible que las coaliciones cambien, puesto que hay algunos diputados electos, no decisivos, a la izquierda de los socialistas. Pero es claro que la ultraderecha logró una cabeza de playa en Lisboa, única plaza europea todavía no invadida por ella.

Su programa es monótonamente claro: hostil a la inmigración (con un énfasis contra los gitanos, detalle nacional luso); patriotero, aunque no antiimperialista; neoliberal extremo, pero guardando las formas ante sus futuras víctimas; antifeminista exacerbado. La derecha juró no consentir un gobierno con los extremistas. Cuesta creer que alguna formación pueda formar gobierno por sí misma con estos números en un sistema parlamentario. No sería extraño que la derecha tradicional, como sucedió en tantos otros sitios, reconsiderara dónde situar su línea roja.

Los motivos del ascenso de Chega también resultan monótonos. El partido socialista que gobernó el país en los últimos años mejoró las cuentas fiscales, aunque no para la vida concreta de la población, desesperada por los aumentos de la vivienda y los alimentos. Como en tantos otros lugares, la socialdemocracia neoliberal es el prólogo al auge ultraderechista. España se salvó por muy poco de un gobierno de coalición entre la derecha y la ultraderecha. Pero la península ibérica ya está infectada del virus del que se contagió hace tiempo el resto de Europa y frente al cual, hasta hace muy pocos años, parecía inmune, puesto que venía de experimentar dictaduras horribles e interminables que sostenían un discurso muy afín.

 

 

No me tapes el sol

Milei ascendió a la presidencia exponiendo al sol al rey de España (heredero de una corona, de otra dinastía, donde el sol no se ponía), al premier húngaro Orbán y al Presidente de lo queda de Ucrania, Zelenski, entre otras figuras menores como el mandatario uruguayo que no sabe por qué su país es el más caro de la región y expulsa jóvenes de su tierra mientras atrae a millonarios de la zona. Una respuesta honesta a esta paradoja no sería tan difícil. Lamentablemente, aunque haya dejado pasar la ocasión, tampoco abarcaría sólo a su gestión.

 

 

La asunción de Milei coincidió con los 40 años de la de Alfonsín. Buenos Aires se convirtió, por un día, y en ese aniversario, en la capital internacional de la ultraderecha global. El triunfo de Chega, una victoria todavía parcial que la ubica, sin embargo, como llave del sistema parlamentario del país, se dio en el año del cincuenta aniversario de la Revolución de los Claveles. Ese movimiento acabó con la larga dictadura de Salazar, abrió las puertas para la libertad política en el país, cerró su historia como metrópolis colonial y fue la última esperanza revolucionaria en Europa.

Los signos están en movimiento. Pueden volcarse hacia un lado u otro. Hoy parece evidente que tienen una sola dirección. Es un mundo globalizado, sucede algo parecido en todas partes. El movimiento es fluido y rápido, impredecible. Ahora parece luctuoso. Para bien o para mal, lo inesperado es parte de esta dinámica.

 

 

 

 

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