Silencio humillante

Un agravio a la dignidad de los argentinos

 

Es históricamente imposible recordar un antecedente similar al encuentro entre Donald Trump y Javier Milei ocurrido en Washington el martes pasado. Lo que se anunció como una bilateral terminó siendo una reunión de miembros del gabinete de ambos gobiernos con una multitudinaria presencia mediática, una pobre intervención de Milei y una exposición del estadounidense que monopolizó el uso de la palabra ante un Presidente argentino literalmente inexistente.

El Salón Oval, donde suele recibir el Presidente estadounidense a sus colegas, solo fue pisado por Milei para escuchar de boca de Trump una descripción de las reformas edilicias y decorativas que tiene planeadas. Después, acompañados de sus ministros y secretarios, pasaron ambos a la sala de reuniones de gabinete, donde los esperaban corresponsales de la prensa internacional, incluidos un par de periodistas argentinos. En ella, Donald Trump habló de lo que quiso y cuanto quiso, ante el silencio inmutable de la delegación argentina.

Luego del breve e insustancial párrafo inicial de Milei, los argentinos guardaron vergonzoso silencio, barnizado por el temor evidente de irritar a quien reconocieron en los hechos como el conductor del que depende su supervivencia en el poder. Milei protagonizó maravillosamente su papel de espectador complaciente de la exposición de Trump, quien no perdió la oportunidad para reiterar que su apoyo al gobierno argentino estaba claramente condicionado al estricto cumplimiento de las exigencias del nuevo gobierno que se ha hecho dueño de su suerte. Quedó definitivamente aceptado este escenario cuando Milei señaló: “Si Argentina se alejara de las ideas de la libertad para volver al populismo, Estados Unidos dejará de apoyarnos”. Entendió muy bien el mensaje de sus nuevas autoridades.

Esta insólita convalidación de la intervención de Trump en el proceso electoral que culminará el próximo 26 de octubre conmocionó a la delegación, que no sabía cómo interpretar sus palabras ni a quién culpar de la confusión. Es que no había confusión. Ninguna importancia tiene el intento encabezado por Patricia Bullrich de discutir si el apoyo trumpista se extendía hasta el resultado de las “mid term elections” o hasta las elecciones presidenciales del año 27. Quedó clarísimo, y lo confirmó Milei, que Trump lo sostendrá mientras aleje la posibilidad de un retorno del “comunismo peronista”. El primer test dio resultados alarmantes con la victoria inapelable del “soviético”, que en las elecciones bonaerenses le dio a Milei una paliza de consecuencias aún difíciles de asimilar.

Ahora viene el resultado de otra liga. Nadie puede ignorar que si éstos confirman la tendencia que anticipan las mediciones, la ayuda estadounidense perderá la fluidez imaginada y sus multimillonarias promesas de un “alud de inversiones” y continuos salvatajes se esfumarán en el siempre tóxico aire de la incertidumbre. Solo los ludópatas siguen apostando a perdedor y la interna estadounidense no está para este tipo de patologías.

La gravedad de la situación social argentina y el despilfarro de recursos del tesoro americano para controlar una corrida contra el dólar que no cesa, agudizarán las críticas internas que ya sufre Trump y acentuarán los temores del “patrón del norte” de no poder domar a los argentinos con la facilidad que lo hizo con Javier Milei. Las elecciones legislativas serán la biopsia que probará si los resultados de la Provincia de Buenos Aires del último 7 de septiembre fueron una manifestación encapsulada y extirpable del tumor peronista o el anuncio fatídico de una metástasis fuera de control para la que no existen ya más terapias que los cuidados paliativos que eviten un estallido social descontrolado. En el resultado de estas opciones radica la suerte del “alineamiento incondicional” ratificado por Milei luego de escuchar en silencio la perorata brindada por Trump en Washington a la que fuera invitado como mero observador, pese a su fantasiosa autopercepción de ser el líder “libertario más importante de la historia universal”.

 

Justamente la historia

Una maestra a la que Milei ni conoce, ni respeta. Más allá de su lectura obsesiva de los delirantes predicadores de la escuela austríaca, su publicación de libros “de sospechosa factura” dedicados a la difusión de su fundamentalismo libertario y de su odio desbocado hacia John Maynard Keynes; el cachorro de león rioplatense, amaestrado, pero no educado, no es un estudioso de otras ramas de la cultura que fortalezcan y enriquezcan su patrimonio espiritual y axiológico. La ópera nocturna de los fines de semana, rodeado de algún amigo y muchos alcahuetes, no alimenta lo suficiente su espíritu, ni modela su descontrolada personalidad. Tan precaria es su formación histórica que llegó a confundirse y titubear al nombrar al general José de San Martín, lo que no ocurriría ni con un alumno de primer grado de primaria.

Pero volvamos al comienzo de este escrito. Digo al empezar que la humillación sufrida por los argentinos el martes pasado, no reconoce antecedentes. En cambio, sí existen antecedentes de las pretensiones del imperialismo norteamericano de intromisión en los asuntos internos de la Argentina. Sin necesidad de remontarnos al siglo XIX (la Unión Panamericana), cuando nuestra delegación no asistió a sus sesiones y dedicó su tiempo a pasear en carruaje por las calles de Washington manifestando así su rechazo a las pretensiones hegemónicas del país anfitrión; podemos mucho más cerca del presente recordar que a mediados del siglo pasado se planteó el absurdo de que el entonces empresario y embajador de los Estados Unidos, Spruille Braden, se entrometiera en los asuntos internos de la Argentina transformándose en el líder y mentor de la Unión Democrática. Ese engendro en donde convivían en grotesco amontonamiento los yanquis con los comunistas, los socialistas con los conservadores y una parte del histórico y alguna vez revolucionario Partido Radical. Todos ellos conducidos por un embajador que soñaba con derrotar a Perón a quien acusaba de nazi fascista, emulando así a los generales victoriosos de la guerra mundial.

Antes de iniciar las hostilidades preelectorales, Braden se reunió con Perón para ofrecerle todo el apoyo de su país, para el caso de que dejara de lado sus banderas de Soberanía Política, Independencia Económica y Justicia Social y se alineara con las políticas del “patrón del hemisferio occidental”. La respuesta de Perón fue tan clara como irreversible: “Embajador si yo hiciera eso, pasaría instantáneamente a ser, para los argentinos, un hijo de puta”. El embajador abandonó tan rápidamente la oficina de Perón que olvidó su sombrero, el que le fue devuelto horas después un tanto deteriorado por haber jugado con él los empleados del ministerio. Perón ganó limpia y ampliamente las elecciones con el respaldo masivo de las por entonces “combativas” organizaciones obreras.

Mucho más cerca en el tiempo, en marzo de 1985, el Presidente Raúl Alfonsín, electo 15 meses antes, y luego de habilitar el juicio de los genocidas, fue protagonista del episodio en el que en los jardines de la Casa Blanca, luego de escuchar en la conferencia de prensa conjunta las posiciones del Presidente Reagan con respecto a la situación de Centroamérica y las democracias del continente, el Jefe del Estado Argentino dejó a un lado el texto que le habían escrito sus colaboradores para defender firmemente el principio de no intervención en los asuntos internos, la Justicia Social y la soberanía innegociable de los Estados latinoamericanos.

 

Conclusión y fin

La humillación sufrida por la delegación argentina es el producto inevitable de un gobierno que ha extraviado intencionalmente y por el analfabetismo cultural de Milei la tradición histórica de la política exterior argentina para intentar subordinar a nuestro país a los intereses y decisiones de los Estados Unidos de América. Esto puede tener costos irreparables que afecten nuestra soberanía, nuestro patrimonio territorial y nuestros derechos soberanos sobre las Islas Malvinas, el territorio marítimo circundante y la proyección antártica de nuestra soberanía, y por sobre todas las cosas la dignidad de un pueblo que la historia demuestra que puede ganar o perder, pero nunca se vende como un vasallo ni se rinde como un traidor.

¡Viva la Patria!

 

 

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