Sin límites para el asombro

El primer debate presidencial y la enfermedad de Trump han creado una inimaginable crisis política

"La única diferencia entre la realidad y la ficción es que la ficción necesita ser creíble".
Mark Twain
"Lo llaman el sueño americano porque tenés que estar dormido para creértelo".
George Carlin 

Si el Presidente Donald Trump nos tenía acostumbrados a trastocar diariamente el equilibrio y la normalidad ya antes de la pandemia, la noticia de su contagio con el virus Covid-19, y su posterior hospitalización en el Hospital Walter Reed (“por una abundancia de precaución”, según la Casa Blanca, que debería haber existido antes), ponen en jaque un proceso electoral que está en crisis desde hace meses, ya que el Presidente se ha dedicado incesantemente a deslegitimarlo, poniendo en duda la solidez de los posibles resultados, vaticinando que habrá fraude y llamando a sus seguidores a “controlar” la votación. La impactante noticia llega apenas pasados los dos días del primer debate presidencial, durante el cual Trump se rio de su rival Biden por la utilización del barbijo: “Yo no lo uso como él. Cada vez que lo ves, tiene uno puesto. ¡Puede estar hablando a 200 pies y aparece con el barbijo más grande que jamás se haya visto!”, dijo socarronamente para después asegurar que él se lo pone “sólo cuando es necesario”. Cabe recordar que durante la pandemia el Presidente utilizó el tema del barbijo para azuzar la discordia entre los ciudadanos. Hoy el país vive una histórica crisis política que podría haber sido evitada con el simple uso de un pedazo de tela.

Biden / Trump.

Él y la Primera Dama se contagiaron, aparentemente, de una colaboradora cercana que interactuó permanentemente con ellos y otros empleados sin ninguna protección. La negación del riesgo por parte del gobierno ha sido una constante durante la pandemia. Durante el debate Trump rechazó la idea de que sus mitines, poblados de gente sin barbijo ni respeto por el distanciamiento social, hayan generado contagios, aún cuando su aliado Herman Cain haya muerto de Covid-19 dos semanas después de participar, sonriente y rodeado de acólitos, en uno de los encuentros proselitistas. El desempeño irresponsable e ineficiente de Trump frente al virus es uno de sus flancos débiles en esta elección. Podría decirse que el Covid se reservó el chiste final, dándole a probar a Trump un poco de su propia medicina, esa que ya bebieron Boris Johnson y Jair Bolsonaro, líderes que, como el Presidente, desestimaron la importancia y letalidad del virus. Estados Unidos, Inglaterra y Brasil son, coincidentemente, tres de los cinco países con más muertes por Covid. En la era de la post-verdad, la posibilidad de la muerte aparece como una de las pocas verdades inalienables.

Herman Cain (centro), víctima republicana del Covid.

 

 

Para fines de septiembre el pueblo estadounidense había llegado, finalmente, a un punto de hartazgo. La llamada “Fatiga Trump” es un síndrome que ya afecta a la mayoría de la población. La dominancia del Presidente en los titulares y en las redes sociales, cimentada con provocaciones, tuvo un pico eruptivo en el debate con su rival demócrata Joe Biden, un hecho histórico que causó una enorme vergüenza en propios y ajenos. “Pelea de bar” y “Show de excrementos” fueron algunos de los títulos. National Review, la publicación conservadora más tradicional del país, llamó al debate “crap crêpe”, algo así como un panqueque de caca. Tanta mierda nos hizo comer Trump esa noche, que terminó nombrada en todas partes. Entre otras cosas, volvió a negarse a afirmar que va a aceptar el resultado de las elecciones, quizás el punto más criticado de un evento que fue calificado como “el peor debate de la historia”.

Pero fue el incandescente tema del racismo el único que lo hizo recular: en una de esas rarísimas ocasiones, y con una enorme presión republicana, el Presidente se retractó de la vergonzante frase con la que se refirió al grupo extremista de derecha Proud Boys (el cual se dedica a la “contraprotesta” de los manifestantes antirracistas). “Stand back and stand by” (“Paren, y esperen”), les dijo. El jueves declaró: “No sé quienes son los Proud Boys, pero tienen que bajarse (stand down) y dejar que la policía se ocupe”. La mayoría de los ciudadanos norteamericanos comprende que con el racismo sólo hay mucho que perder, incluyendo la paz y por supuesto, la dignidad humana. El 56% desaprueba el estilo de Trump frente al racismo, un 6% más que antes de la pandemia. Pero claro, hay otros que “no saben” y un importante porcentaje de votantes que claramente no piensan de esa manera. A ellos se dirige habitualmente el Presidente.

Durante dicho debate Biden no brilló, y por momentos se tropezó con las palabras. Apareció como un hombre bastante mayor que Trump con respecto a la energía y al vigor, aunque le lleva sólo tres años. Como si le hubieran puesto un paño rojo adelante, Trump irrumpió contra Biden desde el primer momento como un toro enloquecido y ciego. No pudo discernir ideas ni elaborarlas, lo que no es sorprendente, pero quizás la población, tan acostumbrada a estos rituales políticos (que, por más manufacturados y vacíos de significado que sean, ayudan a blindar su seguridad en las instituciones), haya escuchado finalmente el crujido del sistema en la voz estentórea, imprudente e irrefrenable de un hombre borracho de poder y de soberbia.

El eco de este quiebre no deja de resonar. Los republicanos, abatidos, huelen una derrota histórica: en Carolina del Sur, donde Trump ganó por una diferencia de 14 puntos en 2016 y el partido Republicano gana desde hace cuatro décadas, la diferencia entre candidatos es de un punto a favor del Presidente. Los sondeos de CNBC News-Change Research muestra a Biden 14 puntos por encima de Trump, pero el 54 % contra el 29 % dice que Biden tuvo una mejor performance durante el debate. El tema es que, en el país del gran amor propio, el 77% de los encuestados declaró que “no los hizo sentirse orgullosos de su nación”. Como en muchas tragedias, hay un punto de quiebre donde el derrumbe del líder se precipita y el vacío a su alrededor se agiganta. Algo estaba oliendo mal en Dinamarca, diría Shakespeare, cuando las noticias sobre la salud del Presidente dejaron suspendida en el aire hasta su caída.

Una muestra de la campaña twittera de Trump contra las elecciones: "Los votos por correo serán fraudulentosl".

Es evidente que Trump estará fuera de la cancha durante un período clave de la campaña. Es posible que su abuso de Twitter, durante un confinamiento obligatorio, empeore aún más que su salud, si esta le permite esa actividad. La red social viene intentando controlar las cataratas de desinformación que el Presidente desparrama diariamente, especialmente en los mensajes que deslegiman la votación no presencial, sumándoles abajo un alerta: “!” “Infórmese aquí sobre la votación por correo”. Trump ha jugado en este sentido a la insensatez de sus seguidores, imaginando que —al estar mayoritariamente en contra de la cuarentena y minimizar el impacto del virus en la salud— tenderán a votar in situ en una proporción mucho más grande que los demócratas. Hay en esto algo similar a la situación argentina, donde los manifestantes de derecha se sienten mucho más cómodos saliendo a la calle a expresar sus ideas y a criticar al gobierno que los que quieren apoyarlo y comprenden que, en la situación actual, no están dadas las condiciones sanitarias para hacerlo en la calle. Los Presidentes de la derecha populista antes nombrados han hecho gala de su desdén ante la peligrosidad del virus, como si la libertad de mercado fuera lo mismo que la libertad de contagio. Más al centro, y a la izquierda, pareciera que la responsabilidad civil ante la pandemia estuviera más presente, a tono con la promesa de fortalecer los sistemas de salud para toda la población. Que esto se logre o no, claro, responde a demasiados factores como para analizarlo aquí, pero esta diferencia cultural entre el pensamiento de la izquierda y de la derecha tienen en la pandemia y sus resultados un espejo nítido donde mirarse.

Durante el mes de septiembre el viento rugió a 120 km/h desde el Valle de Napa a Santa Rosa, al norte de Sonoma, tierra de magníficos viñedos. Brasas encendidas de 10 centímetros atravesaron 50 kilómetros a través de una montaña. Viñas y sueños quedaron arrasados, me cuenta mi amiga Alison desde California, con su voz impactada por la calidad del aire. A un par de horas de allí, la diminuta cabaña que tiene en el bosque espera el fuego inevitable. Mientras, en Alabama, el Huracán Sally tuvo un movimiento muy lento —lo que aumentó su capacidad destructiva— sumándose a la del Huracán Laura, que había castigado a la región unos días antes. La furia de las aguas y los fuegos no son nuevos, claro, pero no hay cómo no ver el impacto del calentamiento global cuando dos de los seis incendios forestales más grandes de la historia de California sucedieron en los últimos dos meses.

Ante la pregunta sobre el impacto humano en la crisis climática durante el debate, Trump contestó que “es uno de los motivos pero hay muchos más” y que el ambicioso programa ambiental de Biden “¡costaría 100 billones!”, omitiendo que su plan energético apuesta a la producción de combustible fósiles. Por lo menos esta vez no negó el calentamiento de plano, y es que la tendencia es lenta pero persistente: según una encuesta, a principios del 2020 el 81% de la población declaró que el calentamiento global es una amenaza y que se necesita combatirlo. Este es uno de los porcentajes más altos desde que comenzó a medirse, en 1997. Vamos lento, pero vamos. Interesante correlato de esta creencia con la situación socioeconómica: las recesiones tienden a bajar este porcentaje. Cuando otras necesidades acucian, el espacio para pensar el mediano y largo plazo se encoge. Volviendo al tema Trump, el barril de petróleo acaba de reaccionar negativamente a su “positividad” bajando un 4.44%. Los hidrocarburos podrían quedarse sin su patrón protector.

¿Qué pasaría si? (What if...?) es la frase del momento. Hay bastantes posibilidades de que el Presidente mejore y continúe con su pugilística electoral, que las elecciones se lleven a cabo, y que el desastroso debate y el descuido que evidencia el contagio presidencial muevan la aguja para el lado de Biden. Por ahora Trump está sin fiebre y “fatigado”, recibiendo un cocktail medicinal experimental llamado Regeneron. En la Casa Blanca se congeló el bullicio habitual y reina la incertidumbre, ya que en la mañana del sábado la lista de casos positivos ha sumado tres trabajadores de la prensa, el manager de la campaña del Presidente, su fiel consejera Kellyanne Conway, tres senadores oficialistas y la presidenta del Comité Nacional Republicano.

La falta de protocolos y la caótica política de cuidados del gobierno no ayuda. Los consejeros del Presidente ruegan que pueda mostrarse en cámaras durante este proceso: “No estoy preocupado por la salud”, dijo uno de sus varios ex jefes de gabinete, “pero sí por la percepción de la gente”. Es difícil de creer que a esta altura Trump hablándole a la cámara traiga paz al país, pero la situación es tan inédita que tal cosa podría suceder. ¿Qué pasaría si su salud empeorara? La enmienda 25 de la Constitución indica que en caso de llegar a la inconsciencia (como puede suceder con un respirador), el Vicepresidente tomaría el comando. ¿Qué pasaría si se debe reemplazar al candidato? Esto nunca ha sucedido. Millones de votos han sido ya enviados por correo. Los expertos aseguran que las boletas seguirían con el nombre del Presidente, y que los 168 miembros del Comité Republicano votarían para elegir al candidato (más que probablemente, el Vicepresidente Mike Pence).

¿Qué pasaría si aparece un desafío internacional? “Todo adversario que vea las noticias de la positividad del Presidente como una oportunidad de poner a prueba a los Estados Unidos estará cometiendo un grave error”, amenazó nerviosamente el senador republicano Marco Rubio. ¿Qué pasaría si Trump intenta por todos los medios retrasar la fecha de las elecciones? Cualquier decisión al respecto saldría solamente del Congreso, de mayoría demócrata. De todas maneras, el país debe prepararse, o para un berrinche aún más grande que el del debate por parte de Trump, o para su reemplazo como candidato por incapacidad o muerte, lo que hace bastante posible imaginar al cruzado ultrarreligioso Pence como Presidente. Con él y Amy Coney Barrett, la candidata a la Corte Suprema nominada por Trump, el futuro resultará aún más conservador que en los sueños más salvajes del partido Republicano.

Más allá del delirio que se vive en los Estados Unidos, los países (salvo algunos decididamente muy civilizados, aislados o pequeños, y los manejados por un régimen autoritario) atraviesan territorios aciagos y tormentosos. Los vientos que los envuelven se han vuelto oscuros luego de las restricciones que ante los nuevos picos de contagio no dejan de parecer inevitables. Las sirenas del odio murmuran venganzas y represalias llamando a la indignación y a la violencia. Moduladas, “curadas” y amplificadas por las redes sociales, esas voces autorizan la descarga de un cúmulo de frustraciones y da envión a la fantasía del amotinamiento.

Tras la guerra de Troya, Ulises se ató a un mástil. Tuvo suerte de poder hacerlo. En Argentina el canto dice que somos víctimas de cuarentenas innecesarias, que absolutamente todo lo que hace el gobierno está mal, y que aquel que puede debe escaparse. Algunos proyectan un condo en Miami o una granja orgánica en Uruguay bajo un filtro de foto de Instagram. Pocos se irán, y a ellos se les evaporará ese filtro en poco tiempo. La realidad es que la Argentina es un país endeudado hasta las manos y que la pobreza crecerá inevitablemente (como está sucediendo en un mundo azotado por la pandemia), a pesar de la magia que cualquier gobierno pueda hacer. Se saldrá de esta como ya ha salido de otras antes. Es preciso rechazar la invitación constante a devorarnos en esas redes que sólo amplifican las voces divisivas. Hoy, más que nunca, es necesaria la solidaridad. Los que hablan de "planeros" en medio de una pandemia no solo son crueles, también son funcionales al autoexterminio. Si existe la posibilidad de ayudar al que lo necesita, encontremos cada uno la manera de hacerlo y pronto, porque estamos en distintos vagones pero somos parte de un mismo tren. Si descarrilamos, nos caemos todos.

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