Solidaridad social y utopías colectivas

Sigamos peleándole juntos al futuro para construir una sociedad inclusiva y justa

 

Hace pocos días leí un tweet del Gato Sylvestre donde recomendaba una película que estaba disponible en Netflix, cuyo título es Tan distinto como yo. Rápidamente anoté el nombre en un papel y al rato me senté a verla.

En estos tiempos de pandemia se hace difícil encontrar una película atractiva debido a que la mayoría fueron consumidas. Para colmo, no soy un amante del cine de Hollywood porque me cansa ver que los buenos son demasiado buenos y los malos demasiado malos. Además, pienso que siempre nos toman el pelo. Cuando era chico los japoneses eran lo peor del mundo, los más malvados, pero la realidad demostró que eran muy buena gente. Entonces le tocó al comunismo. Las cosas que hacían los comunistas eran descabelladamente perversas, pero cuando cayó el muro de Berlín los comunistas dejaron de ser malos, entonces, aparecieron otros que aún hoy son terriblemente malos: los árabes. Confieso, por haber tenido la oportunidad de andar por allí, que son encantadores y laboriosos, pero cometen el pecado de tener petróleo y la codicia del imperio los hace no solo padecer agresiones de todo tipo, sino ser estigmatizados como sanguinarios. El petróleo cada vez se usa menos y el precio en el mercado se cae todos los días, por lo que presumo que pronto dejarán de ser lo malísimos que son y los próximos malos, producto de la guerra comercial, pasarán a ser los chinos y no quiero ni pensar la malicia que les endilgarán. Todo esto me lleva a desconfiar del cine de Hollywood, pero en cuarentena todo vale y enfrenté con entusiasmo el desafío.

La película está basada, según dicen, en un hecho real, no la voy a calificar porque disto mucho de ser un crítico de cine y para colmo, como expliqué, estoy lleno de prejuicios. Pero me interesa destacar algunas cosas que, si se analizan adecuadamente, pueden resultar interesantes.

Se trata de un matrimonio con una excelente posición económica y social pero que viene a los tumbos, y ante una situación límite de infidelidad la mujer plantea una última oportunidad para componer la relación, pero exigiendo hacerlo a su modo. Ambos aceptan el acuerdo para recomponer la pareja e inician un proceso nuevo de relación. En ese marco, en un momento la mujer lleva al marido a un refugio para los homeless (lo que aquí serían personas en situación de calle) y empieza a atender a los pobres, entonces, el marido sorprendido le pregunta cómo conoce ese lugar, a lo que la mujer responde algo que para mi es la clave de lo que me interesa tratar: ella le dice porque aquí traigo la ropa que ya no usamos,  ya volveré sobre este punto. La mujer era, fiel al estilo de Hollywood, increíblemente buena. Todo lo que se le cruzaba era tratado con amor y delicadeza, para todo era perfecta. Creo que era evangelista, digo creo porque no soy un conocedor de las religiones y por ende no sé reconocer con facilidad las diferencias, si me equivoco pido disculpas.

En el refugio conoce a un homeless, negro y muy renegado, con quien luego de algunas vicisitudes, el matrimonio genera una muy afectiva relación. En algún momento le dictaminan a la mujer que tiene un cáncer y, al poco tiempo, que es terminal. Ella era tan buena, que lejos de amedrentarse o revelarse, se pone más buena aún. Aconseja a los hijos ya adolescentes cómo seguir sin ella, incluso les pide que respeten al padre si entabla una nueva relación. La mujer muere y el marido entra en una fuerte depresión, odia al mundo y se aleja de todo lo que hacia, incluso no ve más al amigo homeless. Entonces se produce lo que para mí es la segunda clave de la película, ello ocurre cuando se acuerda de su amigo pobre y vuelve a buscarlo: estaba en el mismo lugar y en las mismas condiciones que lo habían conocido. El resto de la película no la voy a comentar porque no viene al caso.

Cualquiera que vea la película, si le pidieran que calificara a la mujer sin duda diría que era muy solidaria y caritativa, usando los dos conceptos como sinónimos. Cuando digo cualquiera me incluyo. Siento lo mismo respecto de miles de personas que producto de la pandemia ponen el cuerpo para que el resto podamos sobrevivir con los menores contratiempos posibles, también me pasa con aquellos que anónimamente atienden un comedor comunitario o los que se ocupan de un taller protegido o de cuestiones que requieren un gran amor y dedicación. Me generan admiración y gratitud. Claro que el mundo tiene sus contradicciones, también están aquellos que son portadores de un egoísmo infinito y capaces de lucrar con la escasez que en muchos casos produce el Covid-19 o el que despide a miles de trabajadores mientras se beneficia con subsidios del Estado. Pero así es el mundo. Por definición, los buenos, los solidarios y caritativos siempre están en desventaja respecto de los malos, por una razón muy simple, como son buenos se ocupan de otros que necesitan, pierden el tiempo que les permitiría crecer materialmente, mientras que a los malos solo les importa ellos mismos. Así que insisto, siento por toda esa gente buena que lucha con lo que tiene para construir un mundo mejor una profunda admiración.

 

 

 

De la Caridad a la solidaridad social

Quiero volver a lo que indiqué como las dos claves de la película, en primer lugar sobre la respuesta que la mujer le da al marido sobre cómo conoce el lugar: “Porque aquí traigo la ropa que ya no usamos”. Lo hago porque creo que eso es la caridad.

Se funda en el sentimiento altruista de algunos de los integrantes de la comunidad de atender las necesidades de ciertos miembros de la sociedad, el cual parte de la base de que siempre va a haber pobres y en el designio trágico de que, hagamos lo que hagamos, los pobres seguirán siendo pobres por lo tanto es preferible salvar algunos del naufragio inexorable. Incluso la Biblia habla de que de los pobres “será el reino de los cielos” porque el de la tierra no será de ellos. Pero  la pobreza es producto de la diferenciación social y no de un designio trágico, por ende no debe ser paliada sino que debe ser erradicada.

Cuando la mujer de la película dice que conoce ese refugio porque trae la ropa que ya no usan, está marcando una de las características propias de la caridad que es el que quien da, entrega aquello que le sobra o no necesita. Solo muy pocas almas, muy altruistas, están dispuestas a desprenderse de aquello que necesitan y que al entregarlo les produce un perjuicio significativo. La segunda característica de la caridad es que requiere de una correspondencia entre lo que uno necesita y lo que el otro entrega. No es de mucha ayuda regalarle un pantalón de muy buena calidad a una persona que tiene hambre. La tercera característica es que entre el que da y el que recibe hay una relación de poder, ya que quien da tiene autonomía de hacer lo que desee mientras que el que recibe solo puede aceptar o rechazar lo que le ofrecen.

La segunda clave que rescaté de la película es que cuando el marido vuelve a buscar al amigo pobre, lo encuentra en el mismo lugar y en las mismas condiciones en que lo halló la primera vez que se vieron, es decir solo, pobre y en la calle. Esto significa que la caridad resuelve casos puntuales y si se corta por alguna razón las cosas vuelven a su situación anterior. Es decir, no elimina la pobreza, solo es un paliativo mientras dura.

En cambio la solidaridad, aunque popularmente se identifica con la caridad, tiene alguna diferencia muy notoria. En este tiempo de pandemia se ha rescatado el verdadero concepto de la palabra solidaridad, muy alejado del de la caridad. Resulta claro que en la lucha contra el coronavirus nos necesitamos todos y todos nos salvamos juntos, caso contrario será una catástrofe. Por eso, cuando alguien dice que todos tenemos que hacer lo que corresponde, en la práctica está diciendo que tenemos que ser solidarios los unos con los otros. Por definición, en la solidaridad desaparece la relación de poder entre el que da y el que recibe, todos damos y todos recibimos. La solidaridad es una relación entre iguales. El concepto de solidaridad se encuentra estrechamente vinculado con la fraternidad de todas las personas. Fraternidad que nos impulsa a buscar el bien de todos por el hecho mismo de que todos somos iguales en dignidad.

La solidaridad social, a su vez, está destinada a la protección de intereses grupales que configuren un modelo de sociedad, e implica, en primer lugar, la existencia de normas de equidad, que en otras palabras significa que cada integrante cumpla con los propios deberes asumiendo una parte justa de las cargas colectivas y promoviendo su máximo rendimiento en aras de los objetivos comunes preestablecidos.

La solidaridad social representa en primer lugar un requisito indispensable para el funcionamiento equilibrado de la vida en común. En segundo lugar, precisa relaciones de confianza y necesita no solo el establecimiento sino el ejercicio de mecanismos de control que disuadan y prevengan de las violaciones de las propias normas. A su vez, la solidaridad social como rasgo de la acción colectiva presupone la identificación mutua de los integrantes de la sociedad, compartir determinados sentimientos y valores, cultivar un sentido de pertenencia a algo cuya preservación conlleva una dimensión moral.

La solidaridad social requiere un contexto de condiciones sociales que favorezcan y promuevan esa cooperación autodeterminada, así como un marco normativo, debidamente divulgado y conocido, de aplicación obligatoria para la sociedad, el cual también confiera a las personas protección frente al ejercicio arbitrario del poder y frente a quienes violen las normas. El sentido teleológico de esta obligatoriedad está dado en que el ser humano, por actuar dentro de una sociedad, deja de ser “individuo” para transformarse en “ciudadano social”. Por ende, a quien se quiere proteger no es a la persona, considerada en lo individual, sino a la sociedad en su conjunto. El Estado es el responsable de generar en la sociedad la predisposición necesaria para el ejercicio de la solidaridad social, ya que el conjunto de sus instituciones —dada su preeminencia en la interacción local que ejercen— son las que se encuentran concebidas para modelar las pautas y los cursos de acción deseados, así como el marco adecuado para la construcción del andamiaje normativo.

 

 

¿Dónde estaban los pobres?

Si algo habremos aprendido cuando se termine la pandemia, es que las poderosas economías del mundo que permanentemente nos quieren enseñar cómo debemos hacer las cosas, de golpe han mostrado sus miserias. Hoy pululan por los medios de comunicación hordas de pobres de las economías centrales con su pobreza a cuestas. La Francia exquisita y elegante, la Inglaterra imperial y soberbia, y hasta Estados Unidos de Norteamérica, la capital del neoliberalismo, con miles de pobres a la deriva que los fuerza a abandonar rápidamente la teoría del ajuste y de la meritocracia. Vuelven a los tumbos a buscar el abandonado y por ellos descalificado “estado de bienestar”, distribuyendo más subsidios económicos que caramelos en navidad Papá Noel, como alternativa para calmar el hambre de los más pobres. Es lastimoso ver millones de personas haciendo cola por un plato de comida. Se les cayó la careta, y quienes han sido los máximos beneficiarios de la financiarización de la economía global hoy deben mostrar que, durante años escondieron que las bonanzas del equilibrio fiscal ha sido una máquina de hacer pobres.

En este contexto internacional, ver a los defensores del neoliberalismo autóctono defendiendo sus alocadas teorías respecto de la defensa de la economía y que el coronavirus haga lo que se le dé la gana me genera una profunda tristeza, son el emblema de la estupidez humana. Ni hablar del escozor que les produce el impuesto a las grandes fortunas que quiere imponer el gobierno. Es patético ver al ex Ministro de Economía Prat Gay explicando que el camino elegido por el mundo es bajar impuestos, cuando todos sabemos que ocurre exactamente lo contrario y se cuentan de a cientos los documentos y reflexiones de intelectuales y líderes mundiales al respecto. Sigue creyendo que los argentinos somos tontos y no vemos televisión, ni leemos los diarios, ni accedemos a otras opiniones mundiales, piensa que vivimos en un termo. Que se desenmascare de una vez y diga que él y sus clientes se resisten a tener una pizca de solidaridad. Este es solo un ejemplo, porque por los medios brotan como pus de un forúnculo mercenarios del capital de ayer, de hoy y de siempre, haciendo el trabajo sucio para las grandes fortunas.

 

 

 

El camino de la inclusión se hace paso a paso

Mientras tanto el gobierno de Alberto Fernández, con humildad, está avanzando en algo inédito a nivel social: el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE). Una medida extraordinariamente atrevida. En cada hogar de la Argentina, en el mes de abril habrá al menos $10.000 y si tienen dos hijos $14.648 (IFE más AUH) y dispondrá de un plato de comida o una vianda para cada integrante de la familia. Alguien podrá decir que no es mucho y claro que tiene razón, pero entre no tener nada y tener esa suma la diferencia es abismal.

Pero lo más importante es que a pesar de ser pequeña la suma de lo que recibe cada familia, es superior a la línea de indigencia –hoy según el INDEC para una familia tipo $14.978,92–; eso quiere decir al menos por este mes todos los argentinos habremos percibido lo suficiente para superar la línea de indigencia y eso no es poco. Para aquellos que no conocen la importancia de superar esa línea, les cuento que eso significa garantizar las calorías alimentarias para que una persona no padezca hambre. ¡Es un paso gigante!

Si como dicen algunos medios, el IFE se prorroga un mes más y ceden los efectos de la pandemia, habremos salido de esta guerra sórdida y tenebrosa, con la frente bien alta y con todos de pie para pelearle al futuro.

Por ello creo que si esta batalla la dimos entre todos, lo equitativo, lo ético y lo solidario es que todos juntos sigamos peleándole juntos al futuro para construir una sociedad inclusiva y justa.

Cada día más pensadores hablan de la posibilidad de imponer un ingreso universal ciudadano, yo creo que ese es un buen camino. También entiendo la encrucijada económica que implica el endeudamiento y la inflación desmesurada que dejó el macrismo, sé que los niveles de indigencia y de pobreza son muy altos y por lo tanto se hace muy difícil avanzar en ese camino. Pero también pienso que los grandes momentos de crisis son la tierra fértil para sembrar la semilla del gran cambio que implica eliminar la pobreza.

Por otro lado, mantener el IFE implica alrededor del 3% del PBI, eso es alto ya que el gasto actual en seguridad social prestacional alcanza los 9,78% del PBI, por lo que ese 3% representa incrementar el gasto en algo mas de 30%. Pero hay infinidad de formas alternativas de implementarlo que puede ayudar a ir atenuando el impacto, la semana pasada en El Cohete a la Luna Amado Boudou propuso empezar por las mujeres, esa puede ser una buena idea, un buen comienzo. También podrían utilizarse los municipios para que detecten aquellas personas que en peores condiciones se encuentran y empezar por ellos, y luego ir poco a poco incluyendo a todos. Se pueden fijar cupos de inclusión. En fin, hay muchas formas de alcanzar un Ingreso Universal Ciudadano.

Quiero poner énfasis en lo que creo es la base de cualquier plan de inclusión: sistematizar los recursos y ordenar las necesidades. Digo esto porque el peor enemigo es la desorganización y el desborde. Si el Plan de Inclusión Jubilatoria tuvo éxito fue precisamente porque cumplió esas dos premisas, se creó un sistema transparente de incorporación de los beneficiarios y absorbió todos los planes periféricos de ayuda social a ese universo.

 

 

La solidaridad social es fruto del amor al prójimo

Finalmente creo que esta pandemia demostró que la construcción de la inclusión que nos lleve a una vida mejor se hace entre todos, con solidaridad social, un Estado presente y un conductor con vocación de avanzar en ese sentido. Esas condiciones están dadas en la actualidad de nuestro país, la pandemia nos ha demostrado la necesidad revalorizar la seguridad social, ha quedado palmariamente corroborado que la única posibilidad de combatir una pandemia como la actual es profundizando el camino de la solidaridad social y Alberto Fernández ha demostrado ser un gran conductor para llevarnos a la erradicación de la pobreza.

Por los que se llevó y se llevará el coronavirus, por los miles de héroes anónimos que le ponen el pecho diariamente y por los millones que entendimos que para salvarnos todos tenemos que ser cada día más solidarios, nos debemos este desafío. De esta manera, podremos decir que comprendemos lo que nos enseñó Jean Paul Sartre en El existencialismo es un humanismo: "Cuando decimos que el hombre es responsable de sí mismo, no queremos decir que el hombre es responsable de su estricta individualidad sino que es responsable de todos los hombres”.

Nos lo merecemos.

 

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí