¿Somos todos peronistas?

Peronismo es creación de industria y distribución justa de la renta

 

Hace unas semanas era un lugar común afirmar que Sergio Massa era parecido política y electoralmente a Horacio Rodríguez Larreta. Una tontería ya que cada uno de ellos intenta representar sujetos sociales diferentes con intereses diferentes, aun cuando pudieran tener –si es que las tienen, porque de programas se habla poco y nada– visiones coincidentes en algunas herramientas. Si Massa pretendiera ocupar el espacio de Larreta, el fracaso electoral primero o el de gestión después estaría asegurado.

El error de este tipo de análisis radica en suponer que el político construye su representación a su antojo, y no que es el emergente de un sector social al que debe interpretar primero para poder defender luego sus intereses y, si tiene talento, conducirlo.

Otra conclusión generalizada y poco meditada de este tipo de análisis que personaliza la acción política consiste en sostener que todos los espacios tienen peronistas.

Esto es que, obvia y casi tautológicamente, el peronismo tiene peronistas, pero que también Juntos por el Cambio los tiene. Se cita como ejemplos a Miguel Pichetto, Cristian Ritondo, Diego Santilli o a los gobernadores electos de San Luis y San Juan, Claudio Poggi y Marcelo Orrego. Más aun, se dice que sus candidatos en las PASO, Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, también son peronistas. Semejante afirmación causa perplejidad.

Intuitivamente parece tan errado como decir que Vargas Llosa es un escritor progresista o que Jonatan Maidana es jugador de Boca Juniors. Pero como el adjetivo remite a una consideración política, vale reflexionar un poco.

 

El peronómetro

La amplitud del movimiento popular que desde 1945 encarna –al menos como expresión mayoritaria– el peronismo no puede ser llevada a extremos tales donde la identificación de sus notas distintivas sea tan vaga que, en definitiva, no diga nada.

Si todos somos peronistas, ser peronista significa nada. Lo que conlleva a vaciar de contenido y dejar sin identidad doctrinaria y política al movimiento popular.

Aun cuando Juan Perón muy claramente desde su fundación delineó y escribió (subrayo el verbo) lo que él mismo denominó la “doctrina justicialista”, la amplitud ideológica fue utilizada discursivamente por él mismo y fue, posteriormente, objeto de crítica y hasta de intento de ridiculización.

Una acotación al margen. Subrayé que Perón escribía. Pocos políticos con posterioridad a él escribieron textos tan interesantes sobre política. En sus libros hablaba de una “doctrina” (término que seguramente proviene de su formación militar) y lo reforzaba con conceptos más breves como las tres banderas, las veinte verdades, etc.

Frases ocurrentes como decir que en la Argentina hay radicales, socialistas y conservadores, pero que peronistas somos todos, o que el movimiento es amplio y no excluyente, etc., abonaron esta ambigüedad por la superficialidad de quienes tomar una ironía como una sentencia ideológica. Por cierto, la reducción de las ideas de Perón a sus frases ingeniosas fue un modo recurrente del anti-peronismo para menospreciar su talento de estadista y los textos escritos.

Las controversias y la diversidad de ideas en los '60 y '70 sobre los caminos para llegar a la patria justa, libre y soberana, contribuyeron a la idea de que, si no todo, al menos muchas cosas podían ser pasibles de ser llamadas peronismo.

Muerto Perón, el recuerdo de esas confrontaciones hicieron que la discusión sobre la identidad del peronismo se desenvolviera con mucha prudencia adentro del movimiento.

Además, ante la falta del líder, nadie tenía autoridad indiscutida, por lo que la frase “nadie tiene el peronómetro” era admitida por militantes y dirigentes como una verdad, digamos, metodológica.

Por fin, el primer Presidente electo por el Partido Justicialista con posterioridad a 1974 fue Carlos Menem, quien llevó a límites impensados esa idea de vaguedad sobre la identidad del peronismo.

Adelanto que esa idea de vaguedad o ambigüedad extrema es en mi criterio falsa. No pretendo discutir el menemismo, aunque es un tema de interés. Si tuviera que dar una definición en una frase, diría que fue una construcción política peronista y con su instrumento electoral, el Partido Justicialista, a pleno, pero que en muchos de sus aspectos (desindustrialización, privatizaciones de YPF, Gas del Estado, endeudamiento, indultos, la reivindicación de genocidas como Isaac Rojas, desguace del Estado, etc.) fue una gestión contraria a las ideas de Perón y al interés nacional. ¿Podía hacerse otra cosa? Creo que sí, pero no es esta la oportunidad para discutirlo.

 

Peronismo e industria

Lo anterior explica las afirmaciones dichas como graciosas o irónicas (o frívolas si pretenden ser dichas en serio) respecto de que “todos son peronistas”. En mi opinión la tesis de la indefinición absoluta del peronismo es un disparate. Una visión interesada para vaciarlo de contenido. El peronismo puede ser claramente definido y basta con leer los textos de Perón o analizar sus gestiones.

El peronismo fue la expresión del Estado de bienestar en la Argentina. El Partido de la Producción y de la distribución con Justicia Social. Encarnó una alianza de clases que permitió continuar el desarrollo industrial, aprovechando algunas instituciones económicas y sociales nacidas en los años '30 y otras aun anteriores como la educación pública, las organizaciones sindicales, Yacimientos Petrolíferos Fiscales, la Junta Nacional de Granos, el Banco Central, la coparticipación, una burocracia estatal técnica, etc. A la par desterró varias prácticas aberrantes como la opacidad electoral, la exclusión social promoviendo la movilidad, etc.

Es verdad que la etapa mundial fue de progreso, pero la Argentina supo interpretar el momento histórico, lo que fue el acierto de su estadista. Así tuvo sus “50 gloriosos años” –dicen los economistas industrialistas– que concluyeron lamentablemente en 1975. En cambio, las políticas desde 1976 en adelante destruyeron gran parte de ese capital y de esa sociedad construida sobre una economía que tenía planificación, instituciones y una burocracia formada. No todo fue idílico en esos 50 años. El golpe de 1955 y la represión posterior no fueron anécdotas sino fuertes expresiones reaccionarias contra ese rumbo virtuoso. Pero era tan sólida la construcción que, por ejemplo, pudo soportar la irracionalidad de tener a su mejor estadista exiliado durante 18 años.

No es tan difícil entonces hallar algunas notas identitarias del peronismo. Hace muchos años creía que podía definirse en base a dos objetivos fundamentales: la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación. Luego, hay tres herramientas para esos fines: la Justicia Social, la Libertad Económica y la Soberanía Política. No es poco: nadie puede decirse peronista y considerar que el pueblo debe sacrificar su felicidad en pos de otros objetivos como, por ejemplo, de raza, místicos o metafísicos. También el que crea que la Nación argentina no es indisoluble o que una provincia tiene derecho de secesión está en igual condición. Creo que, hilando aún más fino, esto conlleva una seria discusión doctrinaria sobre la injerencia provincial en la administración de los recursos hidrocarburíferos y mineros.

Lo anterior lleva en lo inmediato a una conclusión que me parece dirimente en el aquí y ahora: ¿es posible una patria justa, libre y soberana sin industria? ¿Es posible si tenemos que importar cualquier producto mínimamente elaborado y no podemos darle trabajo bien remunerado a una porción relevante de la población? Las respuestas son “no”.

 

Industria y Cambiemos

Volvamos a los párrafos iniciales y veamos en 2023 si los que se refieren como peronistas que militan en JxC lo son. Para esto no voy a proponer ningún test raro ni tomar examen sobre la lectura de Conducción Política o La Comunidad Organizada, aunque bueno sería. Ni siquiera recitar las veinte verdades. Algo más simple. Basta con identificar por qué políticas abogan. Cuáles son las políticas sobre industrialización de JxC.

Mi tesis es que, hoy, sin industria no puede haber patria justa, libre y soberana.

El gobierno de Mauricio Macri fue netamente contrario a la industrialización. Sus funcionarios –de buena o mala fe, no importa para el argumento– expresamente consideraban que la Argentina no necesita desarrollo industrial. Creen que el Estado no debe promover la formación de capital industrial. Que no solo no debe gastar un peso en eso, sino que debe favorece la importación de productos industriales y exportar recursos naturales.

Los integrantes del JxC creen que con los dólares del campo, la minería y Vaca Muerta alcanza. A eso se le puede sumar servicios (finanzas, desarrollos de empresas vinculadas al desarrollo informático, turismo) y algunos nichos más o lisa y llanamente negocios para amigos.

La firma del acuerdo con la Unión Europea que hizo llorar de emoción a Jorge Faurie, canciller del Presidente Macri, fue la expresión más clara de esa concepción ideológica. Las consecuencias de ese pacto harían llorar por la destrucción de trabajo industrial.

Los que apoyan esa política de desindustrialización no pueden ser ni confundidos con un peronista.

El peronismo podrá fracasar en el intento de crear capital industrial. Puede discutirse el resultado de las gestiones entre 2002 y 2015. Lo que no puede es no querer que haya industrias y proponerlo como programa.

 

No confundir con los ex PJ

Creo que es irrelevante si los que alguna vez –o durante décadas– militaron o fueron funcionarios peronistas y que hoy están en JxC (algunos, como Diego Santilli, no recuerdo que haya militado realmente en el peronismo) se autoperciben peronistas.

El dato objetivo es que hoy son parte de un partido político que no propone una Argentina industrial y que, cuando gobernó, entre 2015 y 2019, la política fue anti industrial en el día a día y como programa estratégico. Su sensibilidad social fue nula.

Lo máximo que hicieron ante las expresiones de pobreza fue financiar a los grupos que en esos años descreían de que pudiera reunificarse el peronismo y rompían la Unidad, tanto en el bloque de la Cámara de Diputados como en la elección de medio término. Más que política social, el macrismo financió un negocio electoral. Por suerte, eso es pasado.

A futuro, sus propuestas de gobierno, si pueden calificarse de tales, jamás refieren a la promover la formación de capital industrial ni aspirar al pleno empleo.

Sí hablan de bajar retenciones al campo como modo de promover esa actividad junto con facilitar la minería (¿pensarán en bajar aún más los irrisorios tributos que pagan las mineras?) y la exportación de hidrocarburos. Alguna referencia a exportar servicios. De producir manufactura y otras ramas de la industria, nada.

Abunda, claro, el mensaje del ajuste. De la necesidad del “sacrificio” como verdad a priori, pero que, parece, no sería el de los productores de soja ni el de las empresas mineras, ni de servicios. A ellos, les van a “sacar el pie de encima”. En fin, los “sacrificios” no son para todos.

 

Ser peronista es una praxis

Pienso que ser peronista no es (solo) un sentimiento, aunque el vínculo emocional con su historia es fuerte, ni consiste en un dato de ADN. Tampoco es un concepto subjetivo al punto de que sea suficiente auto-percibirse peronista.

Peronismo es una idea de país y esa idea requiere, al menos en este momento histórico (como lo requirió siempre desde 1945 y aun antes) la industria y la distribución justa de la renta, lo que se expresa en buenos salarios y servicios de educación, salud y seguridad de calidad.

 

 

 

 

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