Soñar no cuesta nada

Los recursos para afrontar un Ingreso Básico Universal para 10 millones de argentinos están disponibles

 

En su libro Utopía para realistas, Rutger Bergman cuenta que en agosto de 1969 el Presidente estadounidense Richard Nixon presentó ante el parlamento una ley a la que calificó como “la ley social más importante de la historia de nuestra nación”, la cual preveía una renta básica modesta para todos los habitantes. Según Nixon, la generación del “baby boom” lograría dos cosas que las generaciones anteriores consideraban imposibles: poner a un hombre en la Luna y erradicar la pobreza. Una encuesta de la Casa Blanca reveló que el 90% de los periódicos recibió el plan con entusiasmo, a saber: el Chicago Sun-Times lo describió como “un gigantesco salto adelante”, Los Angeles Times como “un modelo nuevo y audaz”. A su vez, el consejo Nacional de Iglesias estaba a favor, al igual que los sindicatos e incluso el sector empresarial. Los comentaristas especializados llegaron incluso a citar a Víctor Hugo: “Nada es más fuerte que una idea cuya hora ha llegado”.

Todo indicaba que, efectivamente, era la hora de la renta básica. “El plan de ayuda social aprobado en la Cámara [...] una batalla ganada en la cruzada por la reforma”, tituló el New York Times el 16 de abril de 1970. Con 243 votos a favor y 155 en contra, el Plan de Asistencia Familiar (PAF) del presidente Nixon fue aprobado por una mayoría arrolladora en la Cámara de Representantes. Casi todos los expertos descontaban su aprobación en el Senado, ya que presentaba una composición incluso más progresista que aquella. Sin embargo, en el Comité de Finanzas del Senado surgieron las dudas: “Esta ley representa la propuesta de ayuda social más desmesurada, onerosa y excesiva que se ha presentado aquí”, dijo un senador republicano, aunque los que se opusieron con más vehemencia fueron los demócratas. Consideraron que el RAF no iba lo bastante lejos, y presionaron para conseguir una renta básica todavía mayor. Después de meses de idas y vueltas entre el Senado y la Casa Blanca, esta retiró la ley.

Richard Nixon fue uno de los Presidentes más retrógrados de los Estados Unidos de Norteamérica y, para América Latina, fue el más brutal y sanguinario de todos. Junto a su secretario de Estado, Henry Kissinger, llevó a extremos insospechados lo que se llamó la doctrina de la seguridad nacional e inundó de brutales dictaduras a los países de América Latina, por lo que para mi generación el nombre Nixon es sinónimo de barbarie y dolor. Por ello, justamente, captó mi atención saber de su propuesta de una renta básica universal. Aunque lo que aquí me interesa demostrar es que, sea por izquierda o por derecha, los recursos para afrontar una política de la envergadura del Ingreso Básico Universal siempre están disponibles. Y lo más sorprendente es que todos lo saben, sólo falta disponer no sólo de la sensibilidad y solidaridad para llevarlo adelante sino también de la decisión política de encararlo.

Curiosamente, pasaron 52 años de aquel intento fallido sobre un Ingreso Básico Universal hasta que el actual Presidente de los Estados Unidos de Norte América, al conmemorar en el Capitolio los primeros 100 días de su gobierno, nos sorprendió con un discurso progresista que impactó fuertemente en la pacata sociedad de los Estados Unidos y, por supuesto, produjo escozor en las oligarquías nacionales de América Latina. Por ello, los grandes medios hicieron lo imposible por minimizar los efectos y amortiguar los daños que tal discurso provocará en sus “dominios”.

Quizás lo más significativo del discurso de Joe Biden radique en el certificado de defunción extendido al neoliberalismo imperante, al señalar que “el efecto derrame en economía nunca funcionó, es tiempo de hacer crecer la economía desde abajo y el medio”, para luego agregar que “la clase media construyó este país y los sindicatos ayudaron a construir la clase media”. Y como si faltara aclarar algo, enunció que “ya es hora de que las grandes corporaciones y los más ricos del país, que son el uno por ciento de la población, paguen su parte justa de impuestos”. Con el incremento impositivo a los más ricos, Biden aspira a sufragar un plan familiar por la friolera de 1,8 billones de dólares. Dijo muchas cosas más, pero lo más relevante se concentra en conceptos que representan hitos de la lucha nacional y popular por la que tanto hemos batallado: la muerte del neoliberalismo, que la economía la hacen los trabajadores, que los gremios construyeron la clase media y que es posible erradicar la pobreza. Aunque debo reconocer, con un dejo de molestia, que lamentablemente algunas “verdades” adquieren tal condición sólo cuando las dice un “gringo”, mostrando sin tapujos el complejo de inferioridad en que estamos inmersos. De todas formas, igual me regocijo imaginando las reacciones de los eternos egoístas del círculo rojo, con Clarín como ariete, con este baño inesperado de populismo proveniente su admirado norte.

Ahora bien, veamos qué podría suceder por estos lares y si estamos en condiciones de afrontar un cambio tan profundo. Según consta en el portal Population Pyramid, los habitantes de la Argentina ascendían en 2020 a 45.195.777 personas, con algo menos de 14 millones de menores de 18 años que se encuentran cubiertos a través de una asignación familiar o de la AUH. En consecuencia, la población restante es de 31 millones de personas. A su vez, la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC indica que hay 11,5 millones de ocupados, por lo que quedarían 19,5 millones de personas. Si de ese número neteamos los 8 millones de jubilados y pensionados, quedan unos 11,5 millones de personas, a los que a su vez habría que descontarle aquellas personas que, no teniendo actividad económica, tienen recursos más que suficientes para vivir cómodamente. En conclusión, podríamos inferir que la cantidad de personas sin cobertura y en estado de necesidad rondaría los 10 millones, que podrían ser los beneficiarios de un ingreso básico universal “IBU” (aquí conviene recordar que el IFE alcanzó aproximadamente a 9 millones).

Ahora supongamos que a esos 10 millones de personas en estado de necesidad se les otorgara una prestación IBU equivalente a una jubilación mínima. El número mágico en pesos que deberíamos alcanzar es el de 20.571 multiplicado por 10 millones y por 13 meses (12 meses y el aguinaldo), y asciende a un total de 2.674.230 millones de pesos. Veamos si cambiando las prioridades logramos financiar dicha cifra.

a. Lo primero a considerar es que toda esa masa de dinero a distribuir será destinada al consumo, atento al universo poblacional al que está destinada, por lo que cada peso que se gaste, sólo en el primer giro, volverá al Estado transformada en el 21% de IVA, lo cual equivale a 561.588,3 millones de pesos. Es decir que, sólo nos faltan 2.112.641,7 millones.

b. Desde la época menemista en que Domingo Cavallo implementó el recorte en las contribuciones patronales hasta hoy, y más allá de no haberse cristalizado en la realidad los beneficios económicos y laborales que la impulsaran, se siguió utilizando dicha disminución como herramienta de reactivación económica para las empresas sin considerar que cada peso que se pierde en contribuciones no pagadas es un peso menos para un jubilado. Como decía un amigo, cualquiera es generoso con billetera ajena, y por ende resulta fácil intentar hacer promoción industrial con la plata de los beneficiarios de la seguridad social, aunque se constate una y otra vez que el objetivo de desarrollo no se cumple. El monto actual del recorte en las obligaciones patronales asciende al 3% del PBI, es decir 1.131.580 millones de pesos. Si esa cifra se la descontamos a los 2.112.061,7 millones que nos faltaban, ahora nos quedan por conseguir 981.061,7 millones.

c. Según el Informe Sobre Gastos Tributarios de 2021, el total del gasto en ese concepto es de 995.799 millones. Pero ¿qué es un gasto tributario? El propio informe lo explica: “se denomina Gasto Tributario al monto de ingresos que el fisco deja de percibir al otorgar un tratamiento impositivo que se aparta del establecido con carácter general en la legislación tributaria”. En criollo, son privilegios que reciben algunos, en detrimento del resto. Por lo tanto, si se eliminaran esos privilegios y ese dinero se asignará al pago del IBU, se podrá alcanzar y superar la cifra máxima en 14.737,3 millones de pesos.

d. Pero por las dudas, todavía quedan unos cuantos recursos para acercar: el primero de ellos sería la utilización de gran parte del presupuesto del Ministerio de Desarrollo Social (todo lo que se gasta en subsidios y planes, que quedarían subsumidos en el IBU); el segundo, elevar la tasa del impuesto a las Ganancias al 39,5% como lo ha hecho Biden en Estados Unidos de Norte América; el tercero, hacer una re-ingeniería del Estado para atraer al IBU todos los subsidios que entregan otras áreas de gobierno. En fin, con imaginación y vocación de cambio no hay duda de que los recursos para realizar la transformación social de la Argentina que representa el IBU están disponibles.

En conclusión, modificando las prioridades y sin alterar el déficit presupuestario, es factible pagar un Ingreso Básico Universal a 10 millones de compatriotas. Obviamente, esa modificación implica un cambio de paradigma que exige abandonar definitivamente el neoliberalismo e instrumentar una política de igualdad de posibilidades, con equidad y solidaridad. Seguro habrá tensiones en el camino que será necesario contrarrestar con una fuerte unidad de los sectores populares, pero es factible obtener el resultado esperado.

Ahora les propongo soñar juntos. Soñemos que se aprueba el Ingreso Básico Universal y su implementación es ley, ¿qué podría pasar a partir de ese momento? Por ejemplo:

  1. Que todos los mayores de 18 años tengan al menos un ingreso mínimo equivalente a una jubilación mínima;
  2. Imaginemos el ahorro que significará el IBU para las municipalidades, que además de su función específica tienen que hacerse cargo de sus vecinos más necesitados. El IBU le quitará la carga de los más necesitados, ello implicará la liberación de recursos humanos y materiales para dedicarlos a sus funciones específicas: limpieza, saneamiento ambiental transporte, arreglos de calles, etc. 1.298 municipios en todo el territorio tendrán una mejora sustancial;
  3. Ya no serían necesarios los comedores comunitarios, pues las personas podrían solventar su sustento con el IBU;
  4. El incremento del consumo interno con el consecuente efecto positivo en los comercios en general y en la reactivación económica zonal de áreas deprimidas;
  5. Imaginemos lo cerca que quedaremos de implementar un sistema integral de salud entre la medicina privada, la salud publica y las obras sociales, que podrán aunar esfuerzos en un sistema integrado;
  6. Soñemos que a las escuelas irán niños vestidos adecuadamente, con la panza llena y los útiles en la mochila;
  7. Ilusionémonos con la idea de cómo disminuirían los delitos de arrebato o robos menores producto de la marginalidad;
  8. Qué maravilloso sería caminar tranquilo por las calles;
  9. Entusiasmémonos con la idea de vivir en ciudades sin personas en situación de calle y sin chicos de la calle.

Hay tantas otras cosas positivas que podríamos imaginar, soñar e ilusionarnos, que me permito invitarlos a que imaginen a gusto cuántas cosas cambiarían si erradicáramos la pobreza. Creo que ese ejercicio les llenará el corazón y el alma de un enorme sentimiento de paz y amor al prójimo.

La semana pasada publique en El Cohete a la Luna una nota en la que pongo en valor lo que significaría una unión entre los trabajadores activos (formales y no formales), los beneficiarios de la seguridad social y aquellos que por diversas causas no tienen ingresos. Creo que para llevar adelante un proyecto de las características del IBU se requiere, como principio, la cristalización de esa alianza.

No se me ocurre mejor manera de terminar de esbozar estas ideas que recordar las enseñanzas de William Beveridge, quien fuera el padre de la seguridad social universal: “La liberación de la necesidad no puede ser impuesta ni concedida a una democracia. Debe ser conquistada por ella misma. Para conquistarla necesita valor, fe y sentido de unidad nacional: valor para hacer frente a las dificultades, y superarlas; fe en nuestro futuro y en los ideales de lealtad y de libertad… y sentido de unidad nacional que se imponga a los intereses de clase o de grupo”.

Es posible y vale la pena intentarlo.

 

 

 

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