Si Sturzenegger tuviera ojos rasgados

Vamos a contracorriente de una globalización más defensora de la producción nacional

 

El Estado de bienestar que acompañó a la reconstrucción europea que siguió a la Segunda Guerra tuvo por objetivo frenar la influencia del comunismo en Europa. Estados Unidos implantó en 1944 un régimen de estabilidad monetaria apoyado en la convertibilidad con paridades fijas del dólar con el oro, las principales monedas europeas y el yen japonés. La primacía productiva y tecnológica de ese país era alimentada por una balanza comercial excedentaria que posibilitaba la continua expansión de las empresas trasnacionales (ET) estadounidenses en el exterior, que fueron esenciales en la reconstrucción postbélica. Más de veinte años después, en 1967 llegó la mayor recesión de la posguerra, de la que sólo se salvó Japón, que en ese momento se sostuvo cuatro años seguidos con un crecimiento medio anual de 10%. Pero esa situación fue excepcional, ya que no se pudo volver a los altos crecimientos previos, lo que se agravó con los sucesivos shocks petroleros que aumentaron los precios del crudo, dispararon la inflación y afirmaron el predominio financiero.

 

La era de predominio financiero

La inversión externa de las ET, al aumentar la producción fuera del territorio estadounidense, terminaron deteriorando la balanza comercial de ese país y aumentando la liquidez en dólares sin respaldo en oro, por lo que en 1971 el presidente Richard Nixon suspendió la convertibilidad del dólar en oro, de 35 dólares la onza troy.

La desaceleración volvió a golpear a las economías industrializadas y el mayor impacto tuvo lugar en la industria, con un aumento del desempleo y de la inflación que alcanzó más de 6% anual a principios de la nueva década en Europa y en Japón. La depreciación del dólar frente al oro se profundizó y en 1973 la onza troy valía 100 dólares. La crisis y la inflación se acentuaron con las subas del precio del petróleo y en 1976 el FMI terminó con  las paridades fijas. Las constantes fluctuaciones de los tipos de cambio incentivaron la especulación con las monedas y la evolución de la liquidez empezó a estar determinada por los movimientos financieros.

La crisis puso en marcha una reestructuración del capitalismo. Se empezó a generalizar la política del neoliberalismo, que llevó primero a una extensión de las rebeliones populares de contenido nacionalista o socialista que tuvieron un fuerte inicio con la revolución cubana de 1959 y se generalizaron con las rebeliones estudiantiles europeas de 1968, que repercutieron en el Cordobazo argentino de 1969, y cuya mayor expresión fue la larga lucha de Vietnam contra la intervención francesa y estadounidense que terminaría con la derrota de Estados Unidos en 1975. Desde 1948 también se habían iniciado las largas luchas del nacionalismo árabe e iraní contra el viejo colonialismo europeo y el imperialismo estadounidense aliado al Estado de Israel. Los árabes aumentaron los precios del crudo e intensificaron la inflación con la aparición de un nuevo capital financiero propio originado en esos aumentos. Cuando Israel consiguió frenar la lucha de los árabes y la URSS llegó a una negociación con Estados Unidos, la mayor parte de ese capital financiero se integró a la banca estadounidense y a la europea y profundizó el curso hacia un capitalismo más asentado en las finanzas, al contrario de lo sucedido en el período anterior del Estado de Bienestar.

Cada fase del capitalismo propicia una forma particular de energía. Así como el carbón se identificó con la Primera Revolución Industrial liderada por Gran Bretaña, el petróleo se impuso con el aumento de los gastos militares de las dos grandes guerras mundiales, la tecnología militar e industrial intensiva a que dieron lugar, el Estado de Bienestar que siguió a la victoria aliada y soviética de 1945, al Plan Marshall de reconstrucción europea bajo la hegemonía estadounidense y a la inmediata rivalidad surgida entre los dos bloques, en que la amplia mecanización requirió complementar la creciente energía humana empleada con una mayor dosis de energía de origen natural. Esa fue la función del petróleo, que requirió un intenso aumento de los suministros de bajos precios proporcionados por los países árabes e Irán bajo el control de las transnacionales petroleras occidentales, y desde 1948 provocó un continuo descenso de la extracción petrolera en Estados Unidos, sólo revertida hace poco mediante el shale.

 

La guerra del petróleo

La primera guerra árabe israelí de 1948 impulsó a sectores militares nacionalistas a tomar el poder en Egipto, en Siria y en Irak después de la primitiva y corta experiencia democrática de Mossadegh en Irán, que nacionalizó la Anglo Iranian y en 1953 fue abatido por un golpe de Estado perpetrado por Estados Unidos y Gran Bretaña. En 1956 Egipto nacionalizó el Canal de Suez e Inglaterra y Francia, que hasta entonces lo controlaban, lanzaron una guerra con el apoyo de Israel que llevó a la segunda derrota árabe. En respuesta, en 1958 se constituyó la República Árabe Unida (RAU) de Egipto y Siria, y aunque se disolvió en 1961, terminó dando lugar a la Guerra de los Seis Días de 1967, una invasión que ocupó grandes extensiones de territorio árabe pero que no pudo derrocar a Nasser ni al baasismo sirio e impulsó aún más el nacionalismo y la radicalización en la región. Desde entonces, Siria pasó a ser prioritaria en el objetivo estadounidense de mantener Medio Oriente bajo su dominio, en forma directa o a través de Israel. Las agresiones israelíes se multiplicaron, presentadas como respuesta a las acciones guerrilleras palestinas. Para repeler la invasión de 1967, en 1973 sobrevino una nueva guerra que se inició con una ofensiva árabe exitosa posteriormente debilitada, y al final Israel reconquistó el terreno perdido y ocupó una parte de Siria. Siria y la RAU aceptaron discutir la paz a cambio del retiro de Israel de los territorios ocupados, pero Estados Unidos vetó la resolución de la ONU que ordenaba el retiro de Israel.

Hasta ese momento los precios del petróleo se acordaban entre las compañías petroleras y los países productores, y las ganancias se repartían en una proporción de 90% para las empresas y 10% para los gobiernos. A raíz del ascenso del nacionalismo árabe, los gobiernos ampliaron su participación en las ganancias o nacionalizaron las compañías. La proporción en 1974 subió a 20/80%, aunque si se incluye el proceso de refinado, transporte y distribución, pasa a ser de 40/60%. Los petrodólares crearon un capital financiero semiautónomo en los países árabes y en Irán, y convirtieron a las oligarquías dominantes árabes sometidas a las compañías petroleras  en una burguesía asociada a ellas o más independientes, y en muchos casos las empresas fueron estatizadas. Durante un cierto tiempo se dudó del destino de ese capital financiero, y se supuso que si hubiera triunfado el nacionalismo árabe los fondos podrían haberse volcado en mayor medida al desarrollo productivo del área. Pero el nacionalismo árabe no es homogéneo ni desde el punto de vista político ni ideológico.

Por largo tiempo, el alza de los precios no se pudo detener: aumentaron el estancamiento y el desempleo (la estangflación), mientras seguía descendiendo la tasa de ganancia. Este proceso estuvo asociado a una desaceleración en el uso de la tecnología y en la investigación, en gran parte porque declinó la inversión productiva debido a la intensificación de los gastos militares. Estos alcanzaron al 5% del PBI en las mayores economías industrializadas y dieron lugar en Gran Bretaña y en Estados Unidos a la política antiinflacionaria de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, con eje en la política monetaria para reducir la inflación mediante el aumento de la tasa de interés, la baja del gasto público de tipo social, la eliminación de los controles de precios y la inversión en las ramas de punta.

 

A esta política, que de por sí estimulaba al capital financiero, se le agregaron las consecuencias de la nueva suba del precio del petróleo en 1979, de modo que el excedente de la balanza de cuenta corriente de la OPEP ascendió a 600.000 millones de dólares a comienzos de los '80. Esta enorme masa financiera quedó mayoritariamente en manos de los países petroleros, pero se fueron reciclando con destino a los bancos estadounidenses y europeos, que en la segunda mitad de los '70 los colocaron en préstamos a los países de menor desarrollo. Esta gran cantidad de deuda se fue ampliando para hacer frente a las subas de las tasas de interés y las amortizaciones, por lo que se generó en ellos la práctica de las refinanciaciones continuas y empezaron a aparecer los primeros defaults, a los que se le agregaban los mayores costos del petróleo en los países no productores, también decisivos para elevar la deuda externa y los intereses. Es así que debieron aceptar políticas de ajuste asociadas a la política monetarista antiinflacionaria con el propósito de reducir los déficit públicos y los salarios y emplear una mayor parte de los recursos en el pago de las amortizaciones de la deuda y de sus intereses.

La Unión Soviética acompañó a los países árabes en las luchas nacionales y sociales. La revolución socialista triunfó en 1917 en un país atrasado que quedó aislado por una intervención extranjera que no pudo unificarse porque la revolución social ascendió en medio de la Primera Guerra. En el período de entreguerras, la Unión Soviética se industrializó y ese esfuerzo resultó imprescindible para derrotar al nazismo. Stalin impuso una política de forzada coexistencia de dos sistemas sociales en el mundo y “socialismo en un solo país”, que implicaba que cualquier intento del socialismo por sobrepasar los límites defendidos con la guerra y las negociaciones propias de la victoria terminaría en una nueva guerra mundial, por lo que usó su poder militar para apoyar las rebeliones árabes y negociar cuando se aproximaba la posibilidad de una guerra mundial. Esa posición bloqueó el ingreso de las inversiones extranjeras y de los créditos a la Unión Soviética y fue coherente con su encierro económico. Desde el punto de vista político pudo entenderse más tarde, ya que en la carrera militar por la conquista del espacio, la Unión Soviética no pudo alcanzar a Estados Unidos, posiblemente porque no llegó a ensamblar a tiempo el desarrollo de las ramas de punta con el ascenso de la productividad media de su sistema económico aislado, evidenciado en el retraso en la digitalización. Pese a su gran avance en la industria bélica, no podía enfrentar un conflicto de proporciones con Estados Unidos. Ante esa manifiesta inferioridad, su Partido Comunista resolvió disolver el sistema soviético en un proceso que se extendió durante 1990 y 1991. Una gran parte de la izquierda lo atribuyó a la renuncia a los objetivos revolucionarios de su burocracia gobernante.

 

La vuelta al capital productivo

A fines de los '90 y en el nuevo siglo, la transformación de China en taller industrial del mundo y segunda potencia económica internacional en vías de convertirse en primera, con una gran acumulación de capital controlada por el Estado dirigido por el Partido Comunista Chino, modificó el sentido de las transformaciones que pueden tener lugar respecto a lo sucedido en la segunda mitad del siglo XX. La masiva acumulación de capital china que empieza a difundirse por el mundo restó efectividad a la política de la tasa de interés de la Reserva Federal, reguladora de las finanzas mundiales, hasta tal punto que su ex directora Janet Yellin, que recientemente concluyó con sus funciones, declaró que no entendía por qué la persistente baja tasa de interés de referencia no había conseguido elevar la inflación estadounidense a la cota del 2%, necesaria para estimular la producción. La respuesta a esta incógnita se encuentra en el enorme ahorro chino, de cerca de la mitad del ingreso, que podría transformarse en diez años en un tercio de toda la inversión extranjera mundial y ya empieza a jugar como pieza decisiva en la próxima gran batalla: la disputa por orientar el sistema financiero, que es también una de las maneras de revivir el sistema productivo mundial.

La aparición de China como principal potencia productiva replantea hasta cierto punto el tema de la inflación. Está claro que en China hay un capitalismo de Estado dirigido por el PC, pero su propósito no es el socialismo (por lo menos en este horizonte histórico) sino un gran desarrollo extendido a todo el mundo y principalmente al menos desarrollado, a través de la Ruta de la Seda, que pone en cuestión otra vez el Medio Oriente, pero no ya desde la revolución nacional sino del desarrollo capitalista con gran control del Estado. Ese es el secreto de que el capitalismo tradicional se desespere ahora con el populismo, que al fin de cuentas, a través de sus distintas versiones, es el capitalismo desarrollista con fuerte intervención del Estado. El ex presidente estadounidense, Barack Obama, era el conductor político del capitalismo financiero mundial, para el que no importaba mucho donde se encontrara la producción porque se trataba de abaratarla bajando el costo de la mano de obra y acumulando capital financiero. El actual presidente Donald Trump, pese a su personalidad aparentemente inestable, entendió que de esa manera Estados Unidos quedaría relegado frente a China, y encaró el enfrentamiento atrayendo capital productivo a Estados Unidos, por lo que vuelve a imponerse el proteccionismo. Esta política ya no se puede manejar exclusivamente desde la Fed con la tasas de interés. La carrera va a ser productiva, pero a dos puntas: una de ellas hay que regularla a través no sólo de la producción y de la revolución tecnológica en la manufactura más avanzada sino a través del capital financiero aplicado a materias primas tales como el petróleo. Ahí también se va a ver la primera pelea internacional entre el dólar y el yuan y el comienzo de su transformación en moneda de reserva internacional. Para eso su stock de capital líquido disponible se acerca al de Estados Unidos y podría sobrepasarlo: éste es el verdadero nuevo horizonte de la guerra mundial, por ahora económica. Esta diferencia de China con la ex Unión Soviética revela también por qué en China el capitalismo de Estado permitió un desarrollo controlado del capital privado, ya que sin empresas capitalistas, la burocracia no garantiza el éxito económico.

El presidente del BCRA, Federico Sturzenegger, fracasó con sus irreales metas de inflación, pero también por su subordinación a la estrategia económica general del macrismo, que no concuerda con una globalización más productivista y por eso más defensora de la producción nacional. Esta globalización tampoco se abre tan indiscriminadamente a los acuerdos comerciales en que los mayores países industriales tratarán de recuperar la iniciativa en estas áreas, necesarias para el despliegue de la revolución tecnológica, acumulando también los mayores excedentes comerciales para financiarla con el auxilio del proteccionismo. En cambio, la principal forma de acumulación nacional, auspiciada desde el gobierno, es la especulativa, a diferencia del esfuerzo de Trump por revivir la inversión productiva en Estados Unidos. La reacción actual a la ofensiva exitosa de China, iniciada ya hace casi cuatro décadas, vuelve a ser controlar el capital productivo.

 

 

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