Táctica, estrategia y aritmética

A veces hay que aprender de la derecha

 

El domingo 5 de noviembre se publicó en este medio una nota titulada La historia juzgará, y quedó en el copete la cuestión de la táctica: “El impacto de la jugada de Macri”, que había propuesto originalmente como título. La encuesta que acabábamos de concluir nos mostraba que el 80% de los/as votantes de Patricia Bullrich acordaban con la alianza recientemente pactada. Esto se traducía en que, ya para fines de octubre, el 65% de quienes habían votado por Juntos por el Cambio se inclinaba por votar a Javier Milei en el balotaje, y un escaso 8% lo hacía por Sergio Massa. Con el correr de los días, una nueva encuesta nos mostró que el porcentaje en favor del candidato de Unión por la Patria no se incrementaba y que, en cambio, crecía la tendencia en favor del ultra-neoliberal, a costa de reducirse el porcentaje de quienes decían que votarían en blanco, anularían el voto o no irían a votar.

En los sectores más reacios al peronismo casi no impactaban el bochornoso papel de Milei en el debate, las expresiones en favor del candidato de Unión por la Patria de numerosas personalidades de la cultura, ni la extendida micro-militancia, que se sumó en las últimas semanas al esfuerzo de la militancia más orgánica. Por este motivo, desconfiábamos de las encuestas que construían un escenario de paridad para el balotaje. La simple aritmética nos decía que, si no se lograba conmover a una parte relativamente importante del electorado de Juntos por el Cambio, la diferencia en favor de la alianza Milei-Villarruel-Macri-Bullrich sería extremadamente difícil de reducir. Los datos relevados en las últimas semanas mostraban que esa distancia estaba siendo mayor al 10%.

La indefinición o las definiciones poco claras de la enorme mayoría de los dirigentes radicales no ayudaron a alterar el efecto de esta alianza sobre los votantes de Juntos por el Cambio. No me extenderé sobre esta cuestión, pues ya la señalé en el mencionado artículo, y de allí mi complacencia con el cambio de título que realizara El Cohete a la Luna.

En otra reciente nota (¿Cómo pudo ganar Milei?) he analizado las bases ideológicas de la efectividad de esta alianza: la enorme mayoría de los votantes a Milei en el balotaje comparte sus ideas neoliberales y autoritarias. Aquí quisiera analizar la capacidad del macrismo para construir una estrategia que permitió el retorno del neoliberalismo al gobierno en un doble proceso. Por un lado, reforzando la perspectiva más duramente neoliberal dentro de la coalición de Juntos por el Cambio y, por otro lado, consolidando una perspectiva en la opinión pública que facilitó la instalación mucho más disruptiva de Milei.

En 2015 Macri llegó al gobierno teniendo que aceptar buena parte del discurso y las políticas implementadas por el kirchnerismo, de allí la promesa de no privatizar YPF ni Aerolíneas Argentinas y de “no sacarte nada” (ni siquiera Fútbol para todos).

Sin embargo, este no fue el eje de la campaña de 2019. Para entonces Macri o sus asesores habían logrado elaborar una explicación del fracaso de su propio gobierno y una propuesta diferente para una potencial continuidad: habían fracasado por no implementar de forma más drástica sus políticas de ajuste (“sinceramiento”) y por el “gradualismo” con que lo habían hecho. Por ello no habían podido generar un “shock de confianza” que lograse estimular el aumento de las inversiones empresariales (“los brotes verdes” nunca germinaron durante su gobierno).

 

Macri en 2018, cuando comenzaba a instalar una explicación de su fracaso.

 

También se explicitaba que, para garantizar esa confianza, había faltado doblegar el poder popular que frenaba las políticas más drásticas y que, defendiendo salarios y derechos laborales, también reducía las tasas de ganancia empresariales. De este modo, el macrismo delineó una estrategia que luego se tradujo en una táctica electoral, personificada primero en Bullrich y luego en Milei (más allá de que el candidato ultra-neoliberal es quien tiene el control del poder presidencial).

A muchos podría parecernos una locura este diagnóstico, sobre todo cuando dejaba un país en el que se había duplicado la inflación recibida cuatro años antes, la pobreza se había extendido ampliamente (quedando totalmente en el olvido el slogan de “pobreza cero”) y la deuda alcanzaba niveles colosales. Sin embargo, no dejaba de ser una explicación relativamente coherente y que señalaba qué se pensaba que se había hecho mal y, de este modo, por qué podría llegar a tener éxito un neoliberalismo recargado. Su simplicidad, a la vez, la tornaba relativamente comprensible por mucha gente, incluso para la poco interesada en la política.

Con la complacencia de los medios concentrados de comunicación (algunos, seguramente, propiedad del propio Macri), esta combinación de explicación-propuesta se fue instalando como una narrativa plausible para cada vez más personas, en especial dentro del electorado no peronista.

Frente a ella, el presunto “heredero”, Horacio Rodríguez Larreta, procuró elaborar otra explicación y otra propuesta: se había fracasado porque no se habían construido los consensos necesarios. Por lo tanto, en el nuevo gobierno que se imaginaba presidir a partir del 10 de diciembre de 2023 convocaría a “todos los sectores” (obviamente, menos al kirchnerismo) y consensuaría políticas de Estado. Como esta narrativa se oponía claramente a la de Macri, la confrontación rápidamente quedó instalada (más allá del choque personal entre ellos).

Las PASO dejaron en claro (en una relación 60/40) que la mayoría de quienes votaban a Juntos por el Cambio se inclinaban por la narrativa/propuesta de Macri-Bullrich. Por eso le fue tan fácil a Macri avanzar con su alianza con Milei, porque es la misma narrativa/propuesta solo que enunciada de una forma más altisonante (por decirlo en una forma elegante, que no condice con los modos que ha cultivado el Presidente electo). Por ello también a la mayoría del propio electorado de Juntos por el Cambio le resultó muy sencillo cambiar de Bullrich a Milei, pues compartían el diagnóstico y la propuesta. Solo quienes habían votado por Rodríguez Larreta en las PASO (y que no habían optado por Massa el 22 de octubre) podían sentirse un tanto desorientados, pero sus referentes apenas balbucearon críticas a ambos contendientes (el contraste no podía ser más claro al comparar con la indicación explícita de Macri y Bullrich). Además, las opciones de votar en blanco, nulo o no asistir no resultaban atractivas, ni siquiera para enviar algún mensaje político. Así el voto en blanco se redujo en comparación con octubre, el nulo aumentó y hubo una pequeña reducción en la participación total. En total, estas tres conductas “críticas” apenas sumaron un incremento del 1% del total del electorado en comparación con los niveles del 22 de octubre (algo sobre lo que también deberá tomar nota la parte de la dirigencia trotskista que evitó llamar a votar por Massa).

El mayor desafío que el campo popular tendrá por delante en los próximos meses será que la gran mayoría de quienes votaron a Milei acuerda con las líneas centrales de sus propuestas, más allá de que discrepe con sus ideas más alocadas (y también esté en contra de la flexibilización de la legislación laboral) y, por otro lado, que haya un sector de algo más de un cuarto de sus votantes que no comparta estas políticas y lo haya votado meramente por reacción contra el gobierno y su posible continuidad con Massa.

El desafío en el mediano plazo para el campo popular será el de elaborar explicaciones de por qué hemos fracasado. No sólo en el gobierno presidido por Alberto Fernández, sino también en darle continuidad a la experiencia kirchnerista en 2015. La mayoría de las explicaciones que han circulado sobre estos fracasos ubican la responsabilidad fuera de nosotros: en los medios concentrados, en el Poder Judicial, en la “ingratitud de la clase media”, en la pandemia, en la tibieza de Alberto Fernández, en la falta de conciencia de los sectores populares, en el FMI, etc. Como si no hubiera ninguna responsabilidad propia en estas mismas cuestiones. Y no es cuestión de reclamar “autocrítica”, sino de elaborar una explicación de qué se debería haber hecho distinto y, de este modo, delinear qué haríamos si pudiéramos volver a gobernar el país. Es decir, tener una estrategia que, luego, se verá qué forma toma en términos tácticos. En este punto, como en otros, a veces hay que aprender de la derecha.

 

 

 

 

* El autor es investigador del CONICET y docente de la Universidad Nacional de Quilmes.

 

 

 

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