Tangos raros

La música que escuché mientras escribía

 

Desde que Martín Llaryora se despachó contra los pituquitos porteños soy más cuidadoso en la identificación de lo argentino con las cosas que en la Capital nos parecen obvias. Me lo planteé esta semana, mientras escuchaba una serie de tangos de Juan Carlos Cobián cuyos intérpretes no son los clásicos músicos porteños. Por ejemplo, la tucumana Mercedes Sosa, que así grabó Los Mareados. Escuchala y entenderás por qué el título que pensé para esta nota.

 

 

Lo mismo  vale para esta versión de Eduardo Falú, a duo con Cacho Tirao, de Nieblas del Riachuelo. En la música de proyección folkórica, nadie está a la altura de Falú, siempre tan correcto con su traje y su corbata de abogado salteño.

 

 

Cuando Rosita Quiroga grabó Maula con el bandoneón de Ciriaco Ortíz, faltaba por lo menos medio siglo para que irrumpieran la corrección política y el feminismo. Perdón por la letra, pero la interpretación es maravillosa. Troilo, que había tocado en la orquesta de Ortíz Los provincianos, dijo que se notaba que era cordobés, por su fraseo tan característico, que influyó al propio Pichuco.

 

 

Homero Manzi es autor de algunos de los tangos más bellos y que más perduran en la memoria de generaciones de argentinos, como Malena, que aquí canta Raúl Berón, o Sur, interpretado por Edmundo Rivero.

 

 

No sé si todos saben que Manzi no era porteño sino santiagueño, y que nunca dejó de tener presente su infancia transcurrida en Añatuya. Noches provincianas testimonia su recuerdo melancólico, que aquí interpreta la entrerriana Liliana Herrero.

 

 

Más cerca, el audaz rosarino Fito Páez se animó con La última curda.

 

 

Adrian Iaies grabó tanto con Páez como con Liliana Herrero. Él sí es porteño, y como nadie avanzó en la fusión del jazz y el tango. Aquí, su versión de Los Mareados.

 

 

Quien lo había intentado antes, en la década de 1960, fue el guitarrista Rodolfo Alchourrón, impactado por la Música Popular Brasileña. Esta es una de sus grabaciones con el trío del prodigioso bandoneonista Eduardo Rovira.

 

 

A Daniel Barenboim se lo llevaron de su Buenos Aires natal cuando tenía diez años. Han pasado más de 70, pero su vida entre Chicago, Berlín, España e Israel, como director de algunas de las orquestas clásicas más respetadas del mundo, no lo ha desarraigado. Conserva los sabores y los olores de la ciudad, a la que vuelve cada vez que puede y que se lo retribuye con un amor incondicional, como solo gozan los más grandes en cada actividad. En uno de esos viajes quiso grabar un álbum de tango. Miralo ensayar con Rodolfo Mederos y Héctor Console, el gran tango de Horacio Salgán A fuego lento, y luego un fragmento del gardeliano Mi Buenos Aires querido, que da título al álbum.

 

 

Pantaleón siempre está, porque, después de Gardel fue quien universalizó al tango. Aquí su Vuelvo al Sur, compuesto a medias con Pino Solanas para su película sobre el exilio. La versión de Caetano, con el cello de Jacques Morelembaum, zanja cualquier discusión entre pituquitos y payucas.

 

 

Me resisto a sacar conclusiones.  Es cierto que cada provincia tiene su música típica, pero me parece que sólo el tango es identitario de toda la Argentina. Si me equivoco, hago la de Rubiales.

 

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