Tanos

La música que escuché mientras escribía

 

En los cinco años que lleva El Cohete nadie superó el récord de lecturas y audiciones de Mina, a quien dediqué varias ediciones, a pedido de ustedes. Se lo merece porque es fantástica, pero semejante repercusión también se explica porque es italiana, aunque se haya ido hace muchos años y viva en Suiza porque no soporta ciertas cosas de su país.

Supongo que ya te conté la historia de Juan Gelman en Roma, cuando un compañero del exilio comentó excitado después de buscar un número en la guía telefónica:

—¡Está lleno de argentinos!

Desde el año pasado, Europa Europa repite de tanto en tanto Volare, una serie dedicada a Domenico Modugno, interpretado por Beppe Fiorello, y al amor de su vida, la también cantante y actriz Franca Gandolfi, que con esfuerzo personifica la polaca Kasia Smutniak, "alegre, simpática y mortalmente bella" según Fiorello.  La serie es romántica y muy simple, pero tuvo en Italia tanto éxito como el original, que se replicó en todo el mundo, o al menos en aquellas partes del mundo con una gran colonia italiana, como la Argentina y Estados Unidos.

 

 

 

 

 

 

Quien explica el fenómeno es Nicola Paone, otro cantante italiano, aunque nacido en Estados Unidos unos quince años antes que Modugno, que todos los años hacía una temporada en Buenos Aires. El tema se llama Ué paisano y le canta al éxodo de la segunda posguerra mundial.

 

 

 

 

 

 

 

Los otros temas de Paone que hacían delirar a los porteños de la década de 1950 eran La cafetera y una tarantela calabresa. Todos tenían un tono bufo. Lo que no recordaba de mi infancia es que el conjunto que lo acompañaba en sus giras por la Argentina lo dirigía Roberto Grela, a quien si no me equivoco le faltaba casi una década para grabar un álbum antológico con Pichuco. Es la misma época en que Alberto Castillo arrasaba con Por cuatro días locos.

 

 

 

 

 

 

 

La Argentina es el único melting pot exitoso del mundo, donde descendientes de todas las naciones y etnias coexisten sin tomar ni siquiera conciencia de esa diversidad, que en Estados Unidos es tan pregnante y en varios lugares de Europa, Asia y África, combustible para terribles guerras de odio. En un reportaje famoso al regresar a la Argentina, Perón disertaba sobre las posiciones políticas de radicales, conservadores, socialistas, democristianos y comunistas. No me acuerdo si Timerman o Sergio Villaruel se puso nervioso y le preguntó:

Sí, pero ¿qué piensan los peronistas?

—Peronistas son todos— remató Perón.

No sería excesivo parafrasear que todos los argentinos somos italianos en el exilio. A mí, que no tengo ni un ancestro en la bota, cada vez que salgo de la Argentina me toman por italiano. Hablamos, comemos, amamos, nos vestimos, gesticulamos como italianos. Nuestros horribles diarios, la patética televisión que padecemos, parecen cortados con lo stesso stampo degli italiani. La belleza de nuestros hombres y mujeres tributa al mismo origen, si bien sabiamente suplementado. Ni Modugno ni Paone tienen la dimensión artística descomunal de Mina, pero ambos expresan la cultura del sur, los africanos como dicen despectivamente en el Norte industrial.

Y ahora que ya te largué el rollo, vamos a Modugno y sus grandes temas. Incluye una versión de la Balada para un loco, de Pantaleón, y un espantoso tema que cantó en una película filmada en la Argentina. Lo que la serie no cuenta es que cuanto un derrame cerebral lo bajó de los escenarios, siguió defendiendo a los africanos, desde una banca en el Parlamento por el partido radical.

 

 

 

 

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