TE VAS, NO ESPERES RESUCITAR

La crisis desnuda lo que realmente esperaba la reacción del gatomacrismo

 

Al ritmo que continúan avivándose las llamas que alimentan el fuego profano de la crisis, los elementos más conscientes de las corrientes ideológicas argentinas de estirpe conservadora están viendo entre las brasas materializarse sus presagios. Eduardo Levy Yeyati, actual decano de la escuela de Gobierno de la Universidad Di Tella (Reservoir Dogs del gatomacrismo) y ex director del programa gubernamental “Argentina 2030” (inaugurado en 2016, destinado a pensar estratégicamente el país que viene) en un artículo de estos días publicado en la America's Quarterly cuyo tema son las recurrentes crisis argentinas, tras sostener que para salir del perenne atolladero hace falta subir las exportaciones y bajar jubilaciones y salarios, recomienda “verdaderos cambios para ganar esta guerra, incluso a riesgo de perder una elección”.

Desde bastante antes de que el gatomacrismo asumiera la mueca de gobierno que desde entonces y en diferentes grados los expresa y representa, los intelectuales orgánicos conservadores manifestaban que por la índole de las ideas y objetivos que les dan razón de ser, ningún grupo que tratara de ponerlas en acción estaría en condiciones de manejar el proceso político argentino sin que se lo llevase puesto una crisis. La frustración que hace doce años atrás les produjo –conforme su parecer— el arriado de las velas cuando soplaba viento de cola franco en el mercado mundial de materias primas, da la impresión de que fue lo que los terminó de convencer de que este territorio tan singular es, a todos los efectos prácticos, inmanejable.

Los elementos conscientes de los conservadores, a fuer de ser coherentes de cara al marco conceptual que los congrega, vienen rezando en el soliloquio el responso por el gatomacrismo desde que este se hizo con el gobierno. Su apoyo entusiasta nunca fue constructivo, no plantea que nazca otro tipo de sociedad. No están para construir nada. Quieren paralizar los pujos igualitaristas de la anomalía acontecida entre 2003 y 2015 y nada más. Y si el gatomacrismo servía para eso, bienvenido, mientras la violencia política que todo esto conlleva no los comprometiera —a los más prudentes— más allá de cierto margen. En el estadio actual avanzado de la crisis, la consecuencia agónica política inmediata es que los intelectuales orgánicos conservadores que hasta ahora recubrían al núcleo del gatomacrismo con una pátina de colores genéricos de corrupción –y poco o nada más—, para darle algo de brillo al gris cretino que le es propio, lo están dejando solo como loco malo.

No es una simple anécdota más, en una noche toda de ratones. Enfrentar los argumentos de los intelectuales orgánicos conservadores con la realidad, lleva a desentrañar las moralejas de estas fábulas, que hace al interés de la unidad nacional, en tanto instrumento para pasar a la ofensiva de las mayorías populares. En principio, porque son relaciones de fuerzas que operan por la retaguardia y por lo tanto deben ser tenidas muy en cuenta. Pero además, y primordial, porque en lo que plantean como inasequible o directamente ignoran se encuentran las posibilidades reales de la nación.

Una y otra cosa se vislumbran ni bien se toma algo en serio el lema de que con el gatomacrismo anunció que volvíamos al mundo, del cual –supuestamente- estábamos aislados. Esto es independiente de cómo se juzguen los aciertos y errores de la política exterior del anterior gobierno. En todo caso, la sentencia admonitoria al respecto es una coartada que utilizan hasta el agotamiento los intelectuales orgánicos conservadores para realzar la pertinencia de su visión. Pasado en limpio, volver al mundo significa la ilusión de un trato serio entre iguales. Mejor dicho, de uno que quiere llega a ser igual portándose como se debe.

 

Explotadores y explotados

El mundo no es armonioso. Está tramado por naciones explotadoras y naciones explotadas. En el medio de este dato de la realidad no hay nada. El intento de dejar de ser una nación explotada no implica otra cosa que un ejercicio serio y paciente de diplomacia sin ninguna clase de sobretonos, en vista de que en un escenario así las fricciones están en la orden del día. Por obvio que sea que de ninguna manera se procura seguirle el juego a los explotadores, no hay que perder de vista que es ese seguidismo lo que tiene implícito el retintín de volver al mundo; lo que lo define como una contradicción en sus términos.

La explotación opera a través de la transferencia de valor: dar más y recibir menos. Los vectores de explotación entre países son únicamente dos. Uno, el vehículo explicito de los desequilibrios de las balanzas comerciales a los precios existentes. Esto es superávits o déficits comerciales. El otro es el intercambio desigual. Los bajos salarios de la periferia lo posibilitan. Como con poco caro (por sus altos salarios) el centro compra mucho barato  de la periferia (por sus bajos salarios), el intercambio es desigual.

El país de la Generación del '80 era un país explotado cuando en el mundo tallaba el primero de los vehículos señalados: el del desequilibrio explícito de la balanza comercial a los precios corrientes. Fue el que originalmente y sin antecedentes jugó a fondo en la transferencia de valor en el sentido sur-norte, y tenía como beneficiaria exclusiva a la Inglaterra rentista, durante el período 1870-1914. En esa época el intercambio desigual era insignificante o secundario. Inglaterra puso capital en el mundo hasta 1870-1880. Luego reinvertía una parte proporcionalmente pequeña de los beneficios y el resto lo reenviaba a los dominios de su Graciosa Majestad. En esa etapa Inglaterra tenía un fuerte déficit comercial que afrontaba con los superávits de las rentas que recibía del mundo. Esto viene a cuento porque los intelectuales orgánicos conservadores de la actualidad aman regresar a la Argentina del '80 pero innovando con el aporte del intercambio desigual. A eso, en definitiva le llaman volver al mundo. Deberían agregarle perdido para que todos sepamos de qué estamos hablando.

 

De nuevo el progreso

Es tal el afán por regresar a esa época –actualizada con la profundización del intercambio desigual— que hasta han abandonado cualquier disfraz del desarrollo y abrazado –implícitamente— la meta del progreso, muy característica de la positivista Generación del '80. Esgrimen que es la única forma de curar a este país que se ha tornado inmanejable por las desmedidas expectativas que tienen los trabajadores con relación a su propio nivel de vida. Eso sesgo irracional que tiene fecha cierta de origen en el 17 de octubre de 1945 (en realidad, una gran fecha patria), alentó el surgimiento de un sector industrial importador e ineficiente que vive a costa del sector agropecuario exportador. Esta situación tendría por consecuencia la aparición de un conflicto distributivo incontrolable que viene a ser el origen de las fluctuaciones y dificultades de las políticas económicas ejecutadas y fracasadas en Argentina. Las sucesivas crisis de la balanza de pagos, como la actual, son el reflejo de ese estigma. El endeudamiento, un remedio peor que la enfermedad.

El planteo no es nuevo, tiene cinco décadas en sus espaldas. En el lapso, si bien ha estado sujeto a cambios de presentación, permaneció incólume el ucase de que la industria vive de los dólares del campo. Así los trabajadores industriales argentinos vendrían a ser los más raros del mundo porque no generan plusvalía. Curioso. Versiones actuales caracterizan a esta práctica de fomento a la industria nacional como un proteccionismo defensivo orientado a atenuar las presiones de balanza comercial que genera la desdichada codicia de los trabajadores argentinos. Aunque no se deja de reconocer su eficacia circunstancial, quienes sostienen esta idea argumentan que tal proteccionismo se torna inefectivo cuando resulta en un alza demasiado alta de los costos de la producción locales.

Para reforzar el alcance de esta visión, postulan que la Argentina es un país tomador de precios en el mercado internacional (esto es, que no puede exportar sus mercancías por encima de cierto precio a partir del cual perderá toda demanda), quedando la rentabilidad sujeta a los límites de la diferencia entre un precio y unos costos que le son dados y sobre los que no puede influir. Al final, deducen, el proteccionismo defensivo acabará por impactar de manera negativa sobre la rentabilidad de las exportaciones, comprometiendo entonces las cantidades que el sector se dispone a producir. Es un razonamiento que postula lo que quieren demostrar: que los trabajadores no pueden reclamar más salarios porque perdemos competitividad. Lo cierto es que no hay un solo precio a todo o nada. Hay un abanico a tomar en más o menos. Y si el salario nacional hace subir el precio para comerciar en el mercado mundial, todo lo que sucede es que se vende menos cantidad pero a un precio mayor que lo sobrecompensa.

El andamiaje político-económico de esta vertiente ha estado buscando desde hace un tiempo un milagro que resuelva este problema ante la imposibilidad —que conciben— de tomar las medidas necesarias de corte muy drástico. En su momento fue el boom sojero, donde entrevieron la esperanza de que Argentina abandonase sus penurias. Hoy sostienen que es posible que la economía argentina se expanda en base a su sector terciario (esto es: servicios). Los fundamentos están en la historia. En el siglo XIX el agro explicaba en el mundo el 95% del PIB. Hoy en los países desarrollados no va más allá de 1 o el 2% del PIB. El descomunal aumento de la productividad lo hizo posible. Es verdad que lo mismo está sucediendo en la industria, de la mano de los robots y la Inteligencia Artificial. A partir de ahí suponen que el sector terciario no involucra al comercio exterior ni por lo que se importa ni por lo que se exporta, evitando los dislates que se traducen en crisis de los pagos externos. De esta manera han regresado a confiar nuevamente en el progreso. Mientras seguimos no dando pie con bola, la evolución general de la humanidad obrará el milagro de solucionar nuestros conflictos. El sencillo contrato de adhesión de volver al mundo es el camino. O sea, los problemas serios los arregla el tiempo y los grandes problemas no tienen salida. Nada mejor que sentarse a esperar. Eso sí: el garrote siempre a mano, preferible en otra mano, por si en el ínterin algunos sectores se ponen ansiosos.

 

Moralejas

Pensar que el problema puede eludirse por la vía del sector terciario implica tanto suponer que se puede optar por consumir bienes industriales o no, como se puede evitar su uso como insumos en restaurantes, peluquerías, hoteles o recorridos turísticos. Una fantasía imposible. Por otra parte, no es cierto que el sector industrial haya vivido a costa del sector agropecuario por el hecho de que el agro también utiliza insumos importados. En cuanto la desproporción entre los insumos importados y las cantidades exportadas entra en escena, puesto que el sector además de producir para el exterior tiene una fuerte incidencia en la canasta de consumo local, comenzará a tender hacia un estancamiento y un atraso en sus métodos de producción. Es esto lo que ha ocurrido, por ejemplo, a partir de la década del '30, comenzando a resolverse gracias a la sustitución de importaciones en su etapa tardía. Un hecho que contradice ampliamente esta visión de las cosas.

Como nota aparte, debe recordarse que la teoría clásica del comercio exterior, que es la que sostiene que a un país le conviene estimular los sectores en los cuales ya posee ciertos conocimientos y ventajas sin desperdiciar recursos en el resto, postula que la desproporción entre cantidades exportadas e importadas tenderá a corregirse a la larga por efectos del precio inversamente proporcionales a las demandas. Esto es, a mayores cantidades compradas, menor el precio. Y viceversa. De esta manera, los bienes involucrados en el comercio exterior tenderían a converger en un precio de equilibrio que resulte neutral en el largo plazo para el saldo comercial de los países involucrados, resultándoles a todos igual de ventajosos. Las fluctuaciones de los términos de intercambio y su tendencial deterioro para los países subdesarrollados a lo largo del tiempo contradicen esta idea.

En vista de lo cual, es imposible para la población de un país sostener una canasta de bienes de consumo cada vez mayor que no produce y debe importar, puesto que los déficits de balanza comercial se volverán recurrentes sin que haya ningún mecanismo que revierta el proceso. La sustitución de importaciones se vuelve necesaria entonces. Puesto que los bienes industriales son los que hacen a la vida moderna, es sobre estos en los que necesariamente recaerá. La salida de la crisis tiene esa gran dirección de fondo. Por difícil y enredada que sea, no hay otra.

A los intelectuales orgánicos conservadores el instrumento se les malogró como esperaban. Proseguirán queriendo estar en el mundo para ser en el mundo. El movimiento nacional debe tener claro que el asunto es bien a la inversa: hay que ser en el mundo para estar en el mundo.

 

 

 

 

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