Teoría de la indiferencia

La indiferencia también puede ser un crimen, y como tal algo punible

 

No sé si quiero llorar mientras empiezo a escribir esta nota. Y si llorase, no sé si sería de miedo o de gratitud.

Miedo porque tengo miedo de enfermarme. La medicina me advirtió hace varios días que debía permanecer en casa a resguardo del coronavirus. “Población de riesgo”, me dijo el doctor y yo tuve muchas ganas de decirle: “Pero Doc… ¡si soy más buena que Lassie! ¿Riesgo para quién? Pero no me dio ni para hacer el chiste. Simplemente no me dio. Entre otras cosas porque entendí que era riesgo para los demás y para mí misma. Que si me enfermo podría requerir el respirador que también requiere el papá o la mamá de alguien más. Y que no estoy dispuesta a arriesgar la vida de nadie si puedo evitarlo. Y puedo evitarlo.

Así que desde hace casi una semana estoy en casa, virtualmente aislada. Y sí, tengo miedo de morirme y también tengo un miedo infinito de que mueran aquellos que quiero. Esa heterogénea humanidad que llamo “mi mundo”. Tengo 43 años y no quiero morirme, porque creo que aun tengo cosas importantes para hacer. Y que quiero hacer. Y menos aún estoy lista para ser huérfana o perder a mis hermanos, o a mis amigos. Decididamente no estoy lista para perder a nadie.

Pero si fuesen mis últimas lágrimas, no estaría bien que fuesen de miedo, porque descubrí en estos días la enorme solidaridad de muchos. Mis amigos que me han abastecido de cosas necesarias y de cosas que tal vez ustedes llamen superfluas, pero cuando no podés salir de tu casa, casi nada es superfluo. Ni los Havannets que trajo Pablo, ni el dulce de membrillo sanjuanino que me trajeron Denisse y Fede. Ni la pregunta de mi amigo Federico, con quien tanto discuto de punitivismo, pero que llamó para decir: "¿Qué necesitas? ¿Chocolates?" Y que me hizo llegar leche, queso y Cocas Light. Y las flores que hoy iluminan, sonrientes, el lugar donde escribo.

Y cada uno de los llamados y mensajes de amigos y de gente que no sabía que se preocupaba tanto por mí. Los muchos periodistas que luego de conocerse la restricción escriben para decir, “Grace, voy a la radio y paso cerca de tu casa. ¿Querés que te compre algo?"

En épocas de pandemia y cuarentena, lo primero para resaltar es la inmensa generosidad de las personas. Y la intensidad fluctuante del miedo que no le gana la batalla a lo bueno de las personas.

Hablaba por teléfono con un amigo, que es juez, y en medio de la charla hizo una reflexión. “Siento que cuando esto termine vamos a salir todos mucho mejor y con varios de nuestros vicios curados, la cabeza nos va a cambiar bastante.” Y me conmovió la posibilidad de que ello suceda. Que sea la emergencia la que modifique las malas practicas del Poder Judicial.

Pero antes de que ello suceda, algunas cosas parecen congeladas en el tiempo impiadoso del pasado sin emergencias sanitarias. Me preocupa especialmente, dentro de la enorme lista de cosas que me preocupa, la indiferencia que demuestra buena parte del Poder Judicial frente a la situación de los detenidos en establecimientos penitenciarios durante la pandemia. Específicamente me refiero a la pertinaz negativa que ha manifestado respecto a considerar siquiera lo que el 18 de marzo de este año recomendara la Procuración Penitenciaria de la Nación, que expresamente solicitó: “Que se promuevan medidas alternativas a la prisión para aquellos casos comprendidos en los grupos de riesgo, representados por:

. Personas mayores de 60 años,

. Mujeres embarazadas,

. Pacientes con antecedentes respiratorios (asma, bronquitis crónica, EPOC, etc.)

. Pacientes diabéticos insulinorequirientes,

. Pacientes inmunosuprimidos (HIV, TBC en tratamiento, Hepatitis B y C en tratamiento, pacientes oncológicos en tratamiento, pacientes bajo corticoterapia, pacientes en tratamiento quimioterápico, pacientes con enfermedades autoinmunes).

. Pacientes con insuficiencia cardíaca,

. Pacientes con insuficiencia renal crónica.

En las últimas horas sólo un juzgado federal de la provincia de Buenos Aires ha dado cumplimiento a la recomendación y ordenado la prisión domiciliaria de un detenido. Un buen juez, y un juez humano por añadidura. Mientras tanto, los tribunales de Comodoro Py siguen jugando una lotería macabra con la vida de cientos de personas que continúan detenidas y en condiciones deplorables dentro de los establecimientos penitenciarios.

Un caso paradigmático es sin dudas el de Luis D'Elía, a quien, con una terquedad necia y cruel, siguen manteniendo en prisión cuando su condición de lo ubica en el grupo de riesgo extremo ante el Covid-19, o coronavirus para los amigos. El porqué de esta decisión tan obtusa me resulta inentendible. Y el porqué de la indiferencia del Poder Judicial y de la negativa a otorgar prisiones domiciliarias en medio de la pandemia, me parece una decisión digna de verdaderos hijos de puta para los cuales la vida de las personas vale absolutamente nada.

Es extraño y bastante horrible además que, en este país donde nuestra Constitución expresamente prohíbe la pena de muerte, unos señores y señoras firmen ligeramente sentencias que en los hechos la impliquen.

Señaló el juez que sí otorgó una prisión domiciliaria que “esta medida tiene como fundamento el resguardo de aquellas personas privadas de su libertad, que por sus condiciones de salud preexistente y/o edad forman parte del grupo vulnerable frente al coronavirus, pudiendo agravarse no solo su cuadro sino además favorecer la propagación y el contagio masivo de la población carcelaria en general, en el contexto de emergencia penitenciaria formalmente declarada".

"Bajo tales lineamientos, he de destacar que, la concesión de la prisión domiciliaria se trata de una facultad del órgano judicial y no un imperativo legal, tal como surge de los artículos 10 del Código Penal y 32 de la Ley 24.660, conforme redacción establecida por la Ley 26.472".

"En tal sentido, corresponde asimismo señalar que, si bien el citado artículo establece la posibilidad de la prisión domiciliaria respecto de quien cumple condena, resulta lógico que también pueda aplicarse a los procesados o imputados, dado que sobre ellos rige el estado de inocencia. En tal sentido, el artículo 11 de la ley establece expresamente que el régimen en estudio 'es aplicable a los procesados a condición de que sus normas no contradigan el principio de inocencia'”.

No es tan difícil. Se trata de una facultad del juez y dentro de las cuestiones a tener en cuenta está que, para los detenidos sin sentencia firme, no es más que una aplicación lisa y llama de principio de inocencia. Ese que determina que nadie puede ser tratado como culpable si antes no existe una sentencia firme que lo declare como tal.

Hablaba con un juez de esto hace unas horas y su respuesta fue enorme y simple: “Es lo que corresponde, Graciana.” Y en efecto, las medidas alternativas de prisión durante la pandemia son lo que corresponde. No solo porque disminuyen dramáticamente el riesgo de contagio dentro de una población vulnerable como es la población carcelaria, sino que quita presión sobre el sistema de salud de las cárceles, siempre en crisis y emergencia. Siempre en déficit. En definitiva, considerar y aplicar las vías alternativas de prisión sería una de las pocas medidas útiles para salvar vidas. Ni más, ni menos. Porque al reducir el hacinamiento en las cárceles evitarán las chances de contagio para quienes deban permanecer allí detenidos, y porque en el caso de que alguno de los detenidos contraiga el virus, permitirá un uso racional de los siempre escasos recursos del sistema penitenciario de salud.

¿Se preguntarán siquiera los jueces que deniegan las medidas con cuántos respiradores cuentan los hospitales de las cárceles? Sospecho que no. Actúan con una displicencia irresponsable respecto a la vida de personas, aun inocentes ante el Estado y ante la ley.

Y voy a señalar algo: esa displicencia, en términos legales constituye una conducta que implica un dolo eventual. Como dice un manual de Derecho Penal no sin cierta poesía, al llamar “teoría de la indiferencia” a aquella que define el dolo eventual para aquellos casos en que el autor se representó el resultado como probable, pese a lo cual actuó consintiéndolo o siéndole indiferente su producción.

Indiferente, pero ya no con dolo sino con un severo grado de autismo ha sido la conducta del Poder Judicial como institución. En las últimas horas, luego del sainete de “Qué linda mi feria, se rompió mi feria”, del entredicho protagonizado entre los ministros de la Corte que debatían si dar o no dar feria judicial, optaron primero por no darla, previendo ciertas condiciones especificas de funcionamiento. O mejor dicho de “infuncionamiento”, porque habilitaron un sistema azaroso de firma digital, que primero se colgó durante 24 horas y que luego no consigna la totalidad de los incidentes de cada expediente y hace imposible enviar el escrito digital al incidente correcto. Consultados los que entienden de estas cosas por esta abogada, que tenía que presentar un escrito en un incidente de excarcelación, la respuesta fue que el sistema de creación de incidentes digitales es básicamente inexplicable. Yo terminé optando por enviarlo a uno de los incidentes que sí me figuraba en la mesa de entadas digital del Lex 100, con una atenta nota de remisión que maquilla mal las 12 horas de puteadas previas.

 

 

 

 

Pero si mi socio Alejandro Rúa y yo puteamos parejo estos días, peor parece estar pasándolas Luis Rodríguez, juez de Comodoro Py. Porque el viernes, al declararse la feria, le tocó ser el juzgado de turno en lo penal federal de Capital Federal. No sería de mis jueces favoritos de Py, pero en esta tengo que darle la derecha en casi todo.  Hace unas horitas le envió al Ministerio de Seguridad una nota explicando –no sin angustia razonable, por cierto— el nivel de sobrecarga que implicaba para un solo juzgado estar de guardia en la situación de emergencia declarada por el Poder Ejecutivo.

 

 

La guardia del juzgado de Rodríguez tiene a su cargo no solo la totalidad de los asuntos urgentes de feria, sino además la totalidad de los asuntos derivados de la emergencia y del cumplimiento de las medidas de restricción dictadas en su consecuencia. Tiene razón en quejarse y en angustiarse. En lo único que se equivoca Luis Rodríguez es en el destinatario de la misiva. Porque debió enviársela a la Corte Suprema.

La locura es que la Corte no haya tenido en cuenta que esta feria no se trata de una feria ordinaria, sino de una verdadera situación de emergencia y que dejar sólo un juzgado penal federal de turno es una estupidez rayana en la negligencia inexcusable. Como dijo Alejandro, con criterio: “Sres. Jueces, es con todos”. Con ustedes también.

A veces me espantan los años luz de distancia que existe entre el Poder Judicial argentino y los ciudadanos. Y en particular entre lo que ellos hacen y disponen sobre todos nosotros y lo que necesitamos y requerimos de ese Poder Judicial como ciudadanos con derechos. Es como si viviéramos en mundos distintos y en realidades alternativas.

Realidad alternativa que también vi en los medios de comunicación, muchos de los cuales han tenido una conducta bochornosa estos días. Además de la epidemia de información poco verificable que le dan a una sociedad recluida en sus casas y angustiada, han mostrado sin pudores una conducta riesgosa que no entiendo porque ninguna autoridad ha señalado y puesto límites.

El decreto que ordena la cuarentena general específicamente exime a los periodistas y medios de comunicación del deber de permanecer en sus domicilios y los habilita a circular para llegar a sus trabajos. Porque en la emergencia, la información es tan necesaria como la comida. Pero de modo alguno puede entenderse esa habilitación como un permiso para circular por la vía publica entrevistando personas, con un micrófono envuelto en papel film, que acercan a la cara del entrevistado como si nada. Y sin cumplir las más mínimas reglas de distanciamiento, que, a la fecha, es la única prevención posible frente a la enfermedad. ¿Acaso no entienden que se están convirtiendo en potenciales portadores del virus? ¿En potenciales vías de transmisión de la enfermedad? Para los medios de comunicación también señalo que es con todos, con ustedes también. Sean más responsables, con sus trabajadores a los que exponen a una enfermedad para la que no hay cura aun y con la sociedad en general que no tiene cómo defenderse de estos potenciales portadores de virus con cámaras y micrófonos. Cuídenlos y cuídennos a nosotros también.

No quiero terminar esta nota sin mencionar que el martes 24 de marzo se conmemora un nuevo aniversario del Golpe de Estado de 1976. Las organizaciones de Derechos Humanos, atendiendo la emergencia y los riesgos de contagio han decidido suspender la tradicional marcha de conmemoración. Porque ellos, los organismos de Derechos Humanos, han entendido desde hace tiempo el valor de la vida humana. Pero, además, son los organismos de Derechos Humanos los primeros que combatieron pacíficamente la doctrina de la indiferencia.

Verdad, Memoria, Justicia. Estado de Derecho. Democracia. Derechos Humanos. Eso también es con todos. Con nosotros también.

 

 

 

 

 

 

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