¿Terminar con las mafias?

Sobre lógicas y aspiraciones de la ex ministra Bullrich

 

Historia

El fenómeno de la criminalidad organizada rusa se internacionaliza luego de la experiencia comunista. Con las transformaciones posteriores a la caída del Muro de Berlín, la ex criminalidad soviética se transforma en una serie de asociaciones mafiosas globalizadas. Como en Italia, donde las organizaciones mafiosas emergen en el pasaje del orden feudal al orden capitalista incipiente, también en Rusia la mafia surge en un momento de transición.

El fenómeno arraiga en el sistema de poder de la Unión Soviética. En los gulags se crearon las condiciones para el desarrollo del mundo criminal proto-mafioso. Una de las regiones en las que proliferaron las primeras organizaciones fue Perm. En Kutchino, a unos 100 kilómetros al noreste de esta ciudad, funcionó un gulag emblemático: PERM-36, zona en la que los deportados organizaron la primera formación proto-mafiosa: los Vory v zakone (ladrones de ley), que sobrevivieron a la implosión de la experiencia revolucionaria comunista y devinieron en la actual mafia rusa.

Con la caída del Muro se dio la transición del comunismo al capitalismo y de la economía planificada a la de mercado. Ese pasaje facilitó la expansión de la mafia sobre todo el territorio ruso. Si en el contexto comunista existía una pequeña criminalidad con un grado de organización relativo y cuyo objetivo primario era satisfacer la demanda de bienes inaccesibles en el ámbito de la economía planificada, con el pasaje a la economía de mercado se configuró una criminalidad organizada de gran escala. De esto desciende que la historia de la mafia se empalma con la propia historia de la expansión del capitalismo.

El Muro, símbolo del orden internacional bipolar, había garantizado una situación de equilibrio entre los dos bloques en pugna. La interrupción del bipolarismo activó procesos criminales de magnitud que empezaron a ampliar la frontera criminal rusa y su campo de acción más allá de los límites nacionales. Con la Perestroika –liberalización de la economía que implicó la separación del Partido del Estado, la ampliación de los partidos políticos, la elección de un Congreso de diputados del pueblo y la glasnost (transparencia)–, el gobierno de Mijaíl Gorbachov promulgó una ley de privatización de la propiedad pública, por la que lxs trabajadores, a través de certificados accionarios, tenían la posibilidad de comprar segmentos de la ex propiedad soviética y volverla así propiedad privada. La medida benefició, sobre todo, a grupos que ya tenían capitales acumulados para invertir en estos certificados. Los grupos criminales se insertaron en el campo de las cooperativas y de las nuevas empresas que se crearon en la fase de reestructuración del aparato productivo y financiero. La venta a privados de las industrias soviéticas (de materias primas y recursos energéticos) representaron una fortuna para los criminales que operaban en el mercado negro. El nuevo Estado no logró tutelar los nuevos derechos de propiedad y ofrecer protección contra las agresiones a un tipo de propiedad –la privada– aún sin conceptuar. La transición de un viejo orden a uno nuevo implicó también una relativa ausencia de un sistema jurídico capaz de tutelar los derechos de propiedad y eso generó una demanda de protección paraestatal. La proto-mafia surgida en los gulags siberianos, que en esa etapa el Estado soviético combatía, a partir de 1989 se transforma en una organización criminal moderna que entrelaza relaciones con el nuevo Estado, la política liberal y la economía de mercado. Es en esta transición que la mafia rusa empieza a desplegar su objetivo nuclear: conquistar sectores del poder político, puesto que es a través de la infiltración del Estado que se vuelve posible el ejercicio completo de su soberanía. Infiltrar el Estado significa hacerlo dentro de los confines nacionales o de sus representaciones en el exterior.

 

La Argentina

El narcotráfico es uno de los sectores fundamentales a partir del cual los grupos mafiosos rusos acumulan capitales ilícitos. Rusia es uno de los grandes productores mundiales de hachís, heroína y drogas sintéticas. Por su posición geopolítica, conecta tanto con los territorios y los mercados asiáticos como con los europeos. Desde la década de 1990 los cárteles colombianos –en parte a través de la mediación de las mafias italianas– empezaron a usar el territorio ruso como depósito para almacenar la cocaína destinada a los países europeos. En este amplio circuito, la Argentina no ocupa un lugar ni periférico ni irrelevante.

En diciembre de 2016, en una escuela situada en el edificio de la Embajada rusa en la Argentina (legalmente territorio ruso) fueron halladas doce maletas con casi 400 kilos de cocaína –por un valor de 60 millones de dólares–, destinadas a Rusia a través de un envío diplomático. En ese momento se abrió una investigación a partir de una alerta emitida por el embajador Víktor Koronelli a la entonces ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. “Ante la denuncia, oficialmente recibida la tardecita del 13 de diciembre de 2016, Bullrich tomó su celular y llamó al jefe de Gendarmería. Le dijo que era urgente [...] Lo citó en la sede de Gelly y Obes, donde ya estaba el embajador ruso, acompañado por agentes del Servicio Federal de Seguridad”. Algunas veces las decisiones políticas salen mal (como deportar delincuentes hacia los gulags y agregarlos), otras vienen tranqui.

De hecho, el 31 de diciembre de 2016, la “ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, destacó [...] la ‘lucha contra el narcotráfico’ como el ‘logro’ más importante alcanzado por su cartera en 2016”. En ese “destacado”, ni una mención de los 400 kilos de cocaína hallados en la Embajada Rusa un puñado de días antes. Recién 14 meses después, el 22 de febrero de 2018, la ex ministra dio una conferencia de prensa en la que indicó “el desmantelamiento de una banda internacional de tráfico de cocaína entre la Argentina, la Federación Rusa y Alemania”. Y el 2 de marzo de 2018 reseñó en su cuenta de Twitter lo sucedido en la Embajada.

 

 

 

 

El mismo día, Infoemba informa: “La ministra destacó que desde el Gobierno ‘se ha tomado la decisión de dar la lucha diaria contra el narcotráfico’”. Ministra tempestiva y en tiempo real.

 

 

 

Los agentes

Los agentes involucrados en la escena de la Embajada tienen una vertiente rusa y otra argentina. En la rusa, encontramos a Andrey Kovalchuk, “empresario tabacalero” con base en Hamburgo (by the way: hay otros que hasta fueron Presidentes de países limítrofes con la Argentina). Apodado “Señor K” por la Justicia argentina, Kovalchuk aparentemente nació en Hertza –ciudad de la región ucraniana de Chernivtsi–, habría sido reclutado por el ejército ruso, supuesto oficial de seguridad de la Embajada rusa en Berlín, presunto empleado de Gazprom (la empresa estatal de gas rusa) y aparente funcionario de seguridad adscrito al Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, entre otras actividades. Según una precisa reconstrucción de The Daily Beast (New York), Kovalchuk viajaba regularmente a la Argentina desde 2012. Luego del hallazgo de las maletas en la Embajada, en 2016, volvió a viajar a Buenos Aires en octubre de 2017. Recién en 2018 fue arrestado en Alemania y extraditado a Rusia: “El 1° de marzo, Kovalchuk fue detenido [...] Un mes después, Berlín recibió una solicitud de extradición a Rusia. Sin embargo, varios días después de presentar esa solicitud, el Servicio Federal de Migración de Rusia descubrió que Kovalchuk no era [...] ciudadano del país. Sus tres pasaportes rusos habían sido expedidos ilegalmente”. Junto a él, fueron declarados culpables de intento de contrabando y narcotráfico otros tres hombres: dos “empresarios” –Ishtimir Khudzhamov y Vladimir Kalmykov– y el jefe del departamento administrativo y económico de la Embajada Rusa en Buenos Aires, Ali Abyanov, que fueron condenados, respectivamente, a trece, dieciséis y diecisiete años de prisión. En enero de 2022, el tribunal del distrito de Dorogomilov (Moscú) condenó a Kovalchuk a dieciocho años de prisión, sindicándolo como autor intelectual del narcotráfico con la Argentina.

La contraparte argentina de esta organización internacional está constituida por Iván Blizniouk, policía argentino de ascendencia rusa y empleado en la Embajada Rusa en Buenos Aires como agente de seguridad. “Había ingresado a la fuerza el 10 de agosto de 2013, proveniente de la Prefectura Naval Argentina [...] transferido al Instituto Superior de Seguridad Pública (ISSP), a partir de una delegación proveniente de Rusia. Por su manejo del idioma, era el enlace con el Ministerio del Interior de Rusia, con el que la Policía de la Ciudad tiene un convenio y varios efectivos de la Ciudad han ido a distintos institutos de ese país para capacitarse y realizar cursos”. Con Blizniouk colaboraba su amigo Alexander Chikalo y ambos estaban en comunicación constante con Kovalchuk cuando éste viajaba a Buenos Aires. Los dos fueron detenidos en febrero de 2018 y en la casa de Chikalo, en Saavedra, fue hallada una gran cantidad de armas. En junio pasado fueron condenados respectivamente a una pena de siete años y medio y seis años, pero “quedaron prácticamente a las puertas de su libertad condicional”.

En este sentido son verosímiles las consideraciones de The Daily Beast, que cita como fuente a un agente federal estadounidense. En sus declaraciones aparece el vínculo con la mafia rusa y la escasa seriedad en las investigaciones nacionales: “Según nuestra información, algunos miembros de la embajada rusa en la Argentina... estaban al tanto de las actividades relacionadas con la droga y estaban asociados con la mafia de la droga. [...] El escándalo se resolvió a nivel diplomático y la Argentina no realizó ninguna investigación real”. De parte de la Argentina, por lo visto, no se investigó la cadena de suministro. Y de parte de Rusia se eludió precisar el beneficiario final del cargamento. ¿Qué desbarató la ex ministra Bullrich? En sus declaraciones tempestivas de marzo de 2018 se limitó a afirmar: “Hasta el momento no se ha encontrado ningún tipo de vínculo político o protección policial en la Argentina, más allá de la relación que el ‘Señor K’ mantenía con el subinspector de la Policía de la Ciudad, Iván Blizniouk”. Un subinspector, de mínima contrabandista (¿o tal vez orgánico de alguna estructura mafiosa?), hablante del ruso, viajero a Rusia, y relacionado a Andrey Kovalchuk, no implica –para la ex ministra– ni protección ni colaboración. La teoría securitaria de la ex ministra solapa que la criminalidad mafiosa tiende a colonizar los Estados o algunos de sus segmentos.

Señalar una lógica de la que se es parte tiene sus bemoles. Aquí mismo, en El Cohete, desarrollamos las lógicas mafiosas inherentes a la teoría del Estado del gobierno de la Alianza Cambiemos. Según el portal Insightcrime, “los traficantes rusos adquieren narcóticos brasileños de una mafia italiana [la ‘Ndrangheta] que tiene tratos con el Primer Comando de la Capital (Primeiro Comando da Capital, PCC), pero este caso [el de las 12 maletas] indica que los grupos rusos están dispuestos a asumir una participación más activa en el panorama criminal de la región”... con alguna ayudita local.

Desde la Universidad de Oxford –cuyo Departamento de Sociología es un importante centro criminológico donde se estudian las mafias rusas–, la ex ministra y actual presidenta de PRO manifestó su aspiración de competir en las PASO de 2023, camino a la Presidencia de la Nación. Dialogando con Infoemba, enfatizó algunas ideas-fuerza que instrumentaría en caso de llegar a la primera magistratura: “Hay que terminar con las mafias y las burocracias de la Argentina, que nadie viva de arriba: se terminó la joda. ¡Basta! Se terminó la joda de vivir de arriba”. Tiene probada experiencia, timing y capacidad resolutiva. Se puede tener la aspiración de volver mejores, se sabe. La vuelta de algunxs sería peor. Sin duda.

 

 

 

 

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