Tocala de nuevo, Estrella

Murió el pianista que llevó la música clásica a zafras, cárceles, escuelas y villas

 

Miguel Ángel Estrella daba un concierto en Cochabamba para pueblos originarios cuando uno de esos chicos, de 16 años, se descompuso hasta llorar. Al pianista le quedó grabada la explicación: “Es que esa música llora”.

Lo relató en una entrevista televisada y al día siguiente lo llamaron desde los Valles Calchaquíes, en su Tucumán natal: “Soñamos con que vengas a tocar”, le rogaron.

No le resultó fácil, pero accedió. Antes, oyó una confidencia: “No les dijimos quién eras, porque ya sos famoso”.

Siete horas estuvo tocando en El Potrerillo, con un piano donado desde Santa Fe. Ante el entusiasmo general, ya como a las once de la noche, mal interpretó la última pregunta:

–¿Y qué hacemos ahora?

–Vamos a comer –respondió, agotado.

–No, ¿qué hacemos a partir de ahora, con esa música tan linda que nos has regalado?

Entendió que debería volver, aunque sin precisar una fecha. Como no podía decirles quién era, les mintió que debía irse porque era trabajador de Vialidad. Partió sin que le creyeran.

Con el tiempo empezó a recibir llamados de ese grupo de cristianos con la misma pregunta: “¿Cuándo volverás?” Supo que especulaban con que estaría casado, que no podría dejar su hogar, y por ello planificaban construirle un rancho. Rió con la ocurrencia: “Nos encargaremos de todo, sólo tiene que venir a tocar cada noche para nosotros”.

Al final fue a convivir con ellos una semana. El último día, cuando les preguntó qué querían oír, se grabaría una respuesta para siempre: “Esa música bien limpita que has tocado el martes”.

Optó por bromear con otros clásicos pero le dijeron que no, que “esa es limpia pero la otra era bien limpita”. Siguió la broma y ejecutó a Joseph Haydn.

–No, esa es picarita. No te hagas el tonto, vos sabés cuál es.

Por fin, tocó el Rondeau en Re mayor de Amadeus Mozart.

Más de veinte veces se la hicieron tocar.

 

 

 

 

Este hijo de maronitas libaneses (Estrella es una traducción libre de su apellido árabe Najem), que a los doce años fue llevado a un concierto sinfónico, llevaba a Chopin y a su música como una militancia de la vida; una impronta de la infancia, cuando era tan flaco que en la escuela le decían “el tísico” y se prendió de la pollera nada menos que de Eva Perón, quien se compadeció de él y de otro compañerito a quienes acarició y dijo:

–¡Yo me voy a matar trabajando para que cuando sean grandes ustedes puedan elegir sus destinos!

Habrá de repetir la anécdota en varias entrevistas, aunque “no me la publican nunca”, rezongaría.

De aquel aprendizaje le venía su colaboración con la Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera (FOTIA), de la que fue delegado en los ingenios, como voluntario para difundir cultura entre los trabajadores. Cargaban un piano en una camioneta y recorrían el campo, como se ve en Piano mudo, la película de Zuhair Jury, El Negrito, hermano de Leonardo Favio.

 

 

 

 

Hacia abril de 1964, con 23 años, había ido a formarse a Francia, desde donde regresó a finales de febrero de 1966. Luego del golpe de Estado de Juan Onganía supo que había listas negras de artistas prohibidos y que, aunque había tocado ante mandatarios europeos, no podría actuar en el Teatro Colón de su país.

Veía a la música clásica como un valor apropiado por las clases sociales más altas y quiso romper esa alambrada que imponía el criterio de propiedad privada sobre el arte.

Pudo hacerlo con más compañeros cuando se sumó a la Juventud Peronista, un espacio donde, cada vez que le tocaba hablar, empezaba sus discursos con la frase que le marcara Evita: “Ayudar a que pudieran elegir su destino”.

Un día fue a hacerlo con un piano prestado por el Ente Cultural al penal tucumano de Villa Urquiza. Allí se reencontró con Gerardo Epelbaum, quien lo había entrevistado en París para un programa de radio y en ese momento era elegido por los presos para hacer la presentación ante los más de 500 reclusos que no sabían bien a qué habían ido a la capilla San José Obrero, todos mezclados entre camarillas que se llevaban mal, arreados por guardiacárceles furiosos por el repentino recreo.

Pero cuando Estrella empezó a tocar Chopin transformó las muecas de crispación de unos y otros para convertirlos en gestos de concentración; sobre todo en esos presos, de entre los más pobres, que nunca habían tenido acceso a la escritura ni a las bellezas del mundo y que gracias a esos dedos que se movían como pájaros sobre el teclado sonreían entre sí como embobados.

Militó la música hasta que murió Juan Perón, porque un mes después de ese 1° de julio de 1974 creció la represión y ya no pudo regresar a las peonadas rurales.

Con esas sombras sobrevendría una amenaza de la Triple A y una bomba en la casa de sus padres. La retirada lo llevó a Montevideo, donde le ofrecieron una cátedra universitaria de piano. Luego de perder su patria, despidió en 1975 a su mujer, a la que el cáncer le deparó el más largo de los silencios.

Estaba en Uruguay cuando el largo brazo del plan Cóndor lo alcanzó porque quedó registrado que un militante iba a su casa a pedir refugio. Desde el 15 de diciembre de 1977 quedó preso de la tortura, a efectos de que confesara una militancia subversiva que no tenía, y se ensañaron con sus manos en represalia por usarlas para llevar a los pobres lo que debía ser patrimonio de las clases acomodadas.

Mientras era objeto de tormentos aplicados con la complicidad de médicos y psiquiatras que buscaban profundizar el quiebre moral de los secuestrados, tuvo un par de años para meditar acerca de la distribución de la riqueza material pero también de la otra, la cultural. Después de una sesión de tortura, le surgió la idea de Música Esperanza.

 

 

 

 

Pensó en romper con la dicotomía de una música clásica contrapuesta a la popular, y que quienes no tuvieran posibilidad de adquirir instrumentos pudiesen acceder a una formación musical.

Nadie fuera de la cárcel podría saber lo que pergeñaba, pero muchos se movieron solidarios por él; artistas universales como Nadia Boulanger y Yehudi Menuhin, con solicitadas firmadas por Daniel Barenboim y Jean Paul Sartre, acercaron su inquietud al poder político y a los reyes, que presionaron a las autoridades uruguayas en pos de una liberación que consiguieron.

En tanto, había recibido un teclado que tanto había pedido, pero roto. No se dejó deprimir; aprovechó para ejercitar sus dedos y la memoria. Cuando no lo hacía, aprovechaba el tiempo para reflexionar sobre los obreros que habían fabricado el piano llevado desde Pilar, Santa Fe, donde todo el pueblo era accionista de la fábrica. Gracias a esos obreros –pensaba– había podido tocar para los más pobres de Tucumán.

En el día de los derechos humanos de 1982 fundó el movimiento internacional Música Esperanza, para llevar los mejores sonidos a quienes peor viven.

En 1984, cuando pudo regresar a su provincia, recibió un soneto después de un concierto. “Menos mal –le admitiría a su autor, Carlos Duguech–. Si lo hubiera leído antes no hubiera podido tocar por la emoción”.

 

 

 

 

Varios años después, cuando la libertad fue una certeza duradera, se aseguró de que en Tafí del Valle la educación se hiciera sobre los sonidos autóctonos de su pueblo.

El 7 de mayo de 1988, en recordación del natalicio de Evita, creó la Orquesta para la Paz, con músicos cristianos, judíos y musulmanes.

Un dato de ese año, desconocido hasta ahora, es que su nombre fue propuesto por Amnesty International cuando el organismo de derechos humanos que recibió el premio Nobel de la Paz iba a cerrar en Buenos Aires su gira mundial con Sting, Peter Gabriel y otros artistas en recordación del 40° aniversario de la firma de la Declaración Universal en la ONU. La lista incluía al Polaco Goyeneche, a Mercedes Sosa y a unos pocos más que, sin embargo, hacían muy largo el recital, según hizo saber Bruce Springsteen, quien esperaba que también se bajara a Charly García y León Gieco, lo que no se concretó porque la delegación argentina de Amnistía Internacional advirtió que se retiraría de la organización del festival si se llegaba a tal extremo.

 

 

Uno de los últimos homenajes barriales (2019).

 

 

Estrella no lo supo sino hasta unos meses antes de la pandemia, cuando se lo conté en un concierto que brindó en la Escuela de Música del Distrito Escolar 19, en Villa Soldati, donde cada tanto la comunidad lo invitaba a tocar para hacerle sentir su reconocimiento y cariño.

En los ‘90, durante la administración de un Presidente salido de su mismo partido, Estrella hizo causa común con las maestras de la Carpa Blanca y entre banderas argentinas unió a todas en su emocionante interpretación del Himno Nacional.

Por eso, ahora, las maestras del gremio UTE compartieron un mensaje suyo de solidaridad con docentes de la Ciudad de Buenos Aires y de repudio a declaraciones de la ministra Soledad Acuña.

 

 

 

Luego de dos décadas como embajador de buena voluntad, recibió la nominación oficial ante las Naciones Unidas en 2003. “Néstor Kirchner me decía que la UNESCO debía ser la reserva moral del mundo”, recordaría.

Alternó su representación como embajador con sus presentaciones en lugares humildes, entre los que estuvo la Villa 31 de Retiro, donde “hacía mucho que quería tocar porque en los ‘70 no teníamos ni plata para alquilar un piano”. Pudo hacerlo con uno prestado en 2004, acompañado por la murga Los Guardianes de Mugica.

Para entonces, enseñaba música en parajes del interior y el extranjero, con talleres en Guillón o Del Viso, del Conurbano, o visitas a cárceles, villas y parajes rurales. En París se hacía cargo de la Casa Argentina en la Ciudad Universitaria, donde recibía a estudiantes que iban a perfeccionarse.

En 2009 integró el jurado del Tribunal Russell sobre Palestina; en 2013 fue distinguido por el Senado argentino y en 2014 recibió el premio Danielle Mitterrand de la Fundación France Libertés, en Francia, donde ya había sido nominado Caballero de la Legión de Honor.

En la Universidad Jauretche, hacia 2016, opinó: “Oigo artistas que enarbolan su egocentrismo; como decir: «París y yo somos la misma cosa». Me da en los huevos”.

 

 

 

 

En 2017 fue al penal de Alto Comedero junto con integrantes de Confluencia Alef, como Mustafá Alí, más Adriana Kwater y Jorge Elbaum, del Llamamiento Argentino Judío. En la sede de la Tupac Amaru relató su experiencia como preso político y tocó en la cárcel para Milagro Sala y los compañeros que nunca habían escuchado en vivo interpretaciones de Chopin, Mozart, Yupanqui y Villoldo. “Milagro representa el coraje de esas hembras que ha parido nuestra tierra como Evita, Cristina, como tantas que son odiadas por burdos personajes de la historia de hoy”.

 

 

 

 

 

 

“Les presento a mi novia”, posteó el 17 de octubre de 2017.

 

Y así festejó otro 17 de octubre:

 

Con la serenidad de la madurez, rememoraba sus vivencias, no siempre con la misma precisión, aunque siempre con emoción, como en este largo concierto en donde evocó alguna anécdota con Julio Cortázar, a la vez que dio una clase de emociones al piano:

 

 

 

Este jueves, desde el gobierno nacional, el secretario de Derechos Humanos Horacio Pietragalla comunicó:

 

 

De todas sus anécdotas, la que le gustaba revisitar fue aquella en la que le hicieron tocar más de veinte veces la misma obra de Mozart; experiencia que se repitió en 1984, al regreso, cuando alguno le descerrajó:

–Che, Chanquito, ¿te acordás de aquella música bien limpita que solías tocar aquí?

Desde entonces, cada vez que regresaba a su provincia, abría tocando de nuevo el Rondeau en Re Mayor, que rebautizó para siempre como La Música Bien Limpita.

 

 

 

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