Todos deberíamos ser el otro

La música que escuché mientras escribía

 

En la casa de mi infancia había varios discos de Duke Ellington, Louis Armstrong, Jelly Roll Morton, Django Reinhardt, Jack Teagarden con los que aprendí a escuchar jazz. Eran gruesos discos de pasta de 78 revoluciones por minuto. Al terminar cada uno, caía el siguiente, con un estrépito que hacía temer por su integridad. Pero nunca se rompió ninguno. Los temas extensos, como las suites de Ellington sobre la historia afroamericana, debían escucharse en un orden que tardabas en entender. Comenzabas por el lado A de los discos 1,2 y 3, y al terminar el último dabas vuelta los tres, para escuchar los lados B de 3,2,1. Lo mismo pasaba con La flauta mágica de Mozart.  Con este método se lograba una audición con sólo brevísimas interrupciones.

Sobre fines de la década de 1950, cuando ya toda la música se editaba en long-plays de vinilo que giraban a 33 rpm, el novio de una prima apareció con algo totalmente distinto. El disco se llamaba Time Out y su tema principal Take Five. Lo interpretaba un cuarteto conducido desde el piano por Dave Brubeck, con el saxofonista Paul Desmond, el bajista Eugene Wright y el baterista Joe Morello. Ese álbum fue el primero de jazz instrumental en sobrepasar el millón de ejemplares, llegó a tres millones en el primer año y se convirtió en el más vendido en la historia. Sí, más que ese que estás pensando. Una explicación que se ha repetido en las décadas transcurridas, es que Brubeck introdujo en su música ritmos exóticos que conoció en sus giras por Medio y Lejano Oriente, auspiciadas por el Departamento de Estado como parte del esfuerzo de propaganda de la Guerra Fría.

Brubeck, un católico de California, fue un obstinado defensor de la igualdad racial. Durante la Segunda Guerra Mundial dirigió la primera banda integrada, y de regreso a Estados Unidos, rechazó todas las presiones para reemplazar al único negro del cuarteto, el contrabajista Wright. Cuenta su hijo que durante una gira, esa negativa fue respondida con la cancelación de 23 de las 25 presentaciones contratadas en universidades del sur.  Brubeck, Desmond y Morello, con tuxedos y anteojos de marco grueso, parecían profesores austríacos. Hasta que atacaban Take Five.

 

 

Y lo mismo ocurre con el Blue Rondo A La Turk. El asombroso baterista Morello, que empezó siendo un chiquilín con Marian McPartland, era también un refinado violinista de música clásica, que abandonó después de escuchar a Yasha Heifetz y concluir que nunca alcanzaría esa perfección. A él se atribuye la elección del ritmo de 5/4. Te lo cuenta este breve documental, por desgracia sin traducción ni subtítulos.

 

 

Ambos temas están entre los sonidos característicos del siglo XX y tienen un penetrante efecto hipnótico.

 

 

La influencia de los ritmos asiáticos le valió también a Brubeck la popularidad de su música en esas regiones del mundo. Aquí podes oír Take Five, en la versión de la orquesta Sachal Studios, de Lahore, Pakistán, tal como la reprodujo el excelente sitio cultural estadounidense Open Culture. Me fascina lo que hace el ñato de los tambores.

 

 

La misma fuente publicó también este video encantador, grabado en 1997 en el Conservatorio de Moscú. Brubeck estaba improvisando a pedido de la audiencia sobre una tradicional canción rusa, cuando un alumno del conservatorio irrumpió en el escenario para tocar junto al invitado. La sorpresa y el agrado de Brubeck son encantadores.  Se nota qué persona sensible era.

 

 

El joven se llama Denis Kolobov y un cuarto de siglo después es un violinista de fama internacional.

Cuando Barack Obama llegó a la presidencia, David Simon, el creador de la serie The Wire (esa que le gusta tanto a Marcelo) escribió el ensayo  "Obama y la muerte de lo normal." Allí dice: "Estados Unidos pronto pertenecerá a los hombres y mujeres —blancos y negros y latinos y asiáticos, cristianos y judíos y musulmanes y ateos, homosexuales y heterosexuales— que puedan entrar en una habitación y aceptar con verdadera comodidad la sensación de que están en un mundo de cierta diferencia, que no hay mayorías reales, sólo pluralidades y coaliciones, ahora todos somos el 'otro'".

A la muerte de Brubeck, a los 92 años, su hijo Chris dijo que el músico entró a ese mundo medio siglo antes. Si se trata de la sociedad estadounidense, me suena a un exceso de optimismo, como el que postulaba que todo sería mejor después de la pandemia. Pero me parece que a Brubeck sí se le aplica. En palabras de su hijo: "Era un hombre blanco en un mundo dominado por artistas negros, pero no se sentía amenazado por las diferencias. Respetaba la tradición, pero no temía subvertirla si implicaba crecimiento. Aprendió a escuchar y a inspirarse en la música del otro".

 

 

 

 

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