Cuando Norma conoció a Miguel, su futuro esposo, a los 19 años, en un baile organizado por los bomberos de Pompeya, imaginaba para sí una vida conforme a los mandatos sociales: dedicada a su marido, su casa y sus hijos. En 1991, a los 59 años, asistió por primera vez a una manifestación. Y muy poco después se convirtió en Norma Pla, la figura pública, expresión del movimiento de jubilados en confrontación contra el gobierno de Carlos Menem y Domingo Cavallo. Mientras el discurso del neoliberalismo era recibido como un canto de sirenas, Norma se forjó como una militante involuntaria y una feminista intuitiva.
Con sentido de oportunidad histórica, mientras el gobierno de Milei hace más vigentes que nunca las demandas que transformaron a Norma Pla, un documental que hace años trabaja sobre su legado, Norma también, dirigido por Natalia Vinelli y Alejandra Guzzo, se estrenará –desde ya sin apoyo del actual INCAA– en el Cine Gaumont el 23 y 24 de agosto. Con entrevistas y material de archivo, la figura de Norma Pla se construye de a poco, en la conversación entre una generación que la conoció y otra más joven que encuentra en ella una fuente de inspiración.
Norma no era, por las razones ya apuntadas, ni una teórica de la revolución ni una militante formada y ordenada con escuadra y tiralíneas. Era espontanea, disruptiva, creativa y, a veces, contradictoria. Norma también es un largometraje que se aventura al desafío de presentar al espectador una síntesis de ese torbellino de desparpajo. De ordenar el caos. El documental es, claro, una cruda pintura de los años ’90 –ahora vindicados desde el gobierno– pero, más que nada, un ejemplo sobre las formas de asumir un tiempo histórico como el que nos toca. Norma también es una película en puro presente.
“Yo salí a la calle porque tenía hambre. Usted cuando tenga hambre también va a salir a la calle”, le retrucó a Gerardo Sofovich en una célebre y desigual edición de Polémica en el bar, donde bien se las arregló ante cinco contendientes varones. Sofovich no la pudo volver a apurar. En esa verdad, simple, incontestable, estaba la razón de ser de su militancia.
Ocupó y durmió durante 81 días en la Plaza Lavalle, obligó a Cavallo a darle explicaciones y construyó la bandera de los 450 pesos de jubilación. Para ella las fuerzas de seguridad tenían su propio “protocolo”: la policía y los servicios de inteligencia se ensañaban con si figura: fue detenida en 27 oportunidades.
En tiempos en que Cavallo era el ministro más poderoso del país, su contrafigura política fue un ama de casa de Temperley que sólo había completado segundo grado, hija de un guarda de tren y de una madre que lavaba y planchaba ropa para la familia Martínez de Hoz. Norma no era peronista –sólo se entusiasmó con la primavera alfonsinista– pero hizo propia la rebelión contra aquella frase que decía que la Revolución Libertadora se había hecho “para que el hijo del barrendero siguiera siendo barrendero”.
Norma murió a los 63 años, en 1996, en su propia cama, tras dar combate, como había aprendido, contra el cáncer.
* Noma también se proyecta el sábado 23 a las 19.00 y el domingo 24 a las 19.30 en el Cine Gaumont (Avenida Rivadavia 1635), allí a metros del Congreso, la plaza que la vio (re) nacer y en la que todos los miércoles su lucha continúa. También podrá verse en el Palacio El Victorial, en Piedras 720, del 27 al 30 de este mes.
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