TOKIO A LA LUZ DE LA SANGRE

Globalizada novela policial negra con Japón como escenario

 

Dicen los lugareños y no pocos visitantes que Tokio es un millón de ciudades en una. No sólo por los ocho millones y medio de habitantes. Quienes esto afirman se preguntan si esas urbes son buenas y otras, malas. Lo cierto es que sus cimientos geológicos parecen estar vivos y cada tanto de enfurecen, como ocurre en las restantes islas japonesas. Erigida en una profunda bahía donde se enclava uno de los puertos más grandes del océano Pacífico, a lo largo de su larga historia fue destruida y reconstruida una y otra vez. Como ocurre con otras megalópolis, en Tokio pasa de todo, pero en forma japonesa. En un país con pena de muerte y la potestad policial de retener a un sospechoso durante veintitrés días antes de iniciar las actuaciones legales pertinentes.

Con su propia mafia sanguinaria —la yakuza—, permanece el crimen. A los elementos propios de su idiosincrasia, Tokio emerge como un escenario idóneo para la novela policial negra. Género ya explorado por aquellas latitudes, resurge en tiempos de literatura globalizada de la pluma de Nicolás Obregón (Madrid, 1984), de padre español y madre francesa, educado en Londres y por el momento radicado en Los Ángeles, California. Con La luz azul de Yokohama, primera entrega de una trilogía pronta a llegar a estas latitudes, Obregón cumple con todas y cada una de las estrictas reglas del género: asesinatos horrendos, misterios en apariencia indescifrables, investigación con marchas y contramarchas, un detective —Kosuke Iwata— narrativamente prometedor y físicamente maltrecho; corrupción policial, marginalidad, sorpresa. Registros tan indispensables como reiterados en la especialidad, su atractivo depende de los contenidos y articulaciones de la trama. Al fin y al cabo, las más hermosas sinfonías también fueron construidas sobre la base de siete notas; o aún menos. Este es el caso.

 

El autor, Nicolás Obregón.

 

Inspirado en un caso real (el salvaje asesinato de una pareja y sus dos hijos en 1990, aún sin resolver), incorpora un detective parco, desaliñado, de oscuro pasado, de esos que, cuando escuchan ruido de cascos entrar por la ventana, es “de los que piensan en cebras antes que en caballos”. Al inspector Iwata el autor le suma una presencia inesperada, Noriko Sakai, una ayudante femenina, muchas veces más recia y eficaz que el conjunto de pelandrunes con placa y pistola que deambulan en las comisarías. Una mujer muy capaz de hacer cumplir su voluntad a fuerza de presencia: “Te he pedido que abrieses la puerta, pero por algún motivo todavía estamos manteniendo una conversación al respecto. Así que voy a amenazarte. Y quiero ser muy clara: mi amenaza no tiene nada que ver con el protocolo policial. Tiene que ver con tu culo gordo y asqueroso, una celda llena de maricones y pañales de adulto para tu futuro más próximo. Espero que me hayas entendido, porque la verdad es que no sé si habrá de tu talla”.

Un relato atrapante, pleno de acción, desarrolla una trama no por compleja, enrevesada. Sigue puntualmente las reglas del arte; una violencia poco recatada, no por ello morbosa. Relatar aquí los pormenores dilemáticos de la investigación de asesinatos que se van tornando seriales a partir de la familia achurada, equivaldría a privarle al lector los múltiples sabores que la escritura ofrece. Baste consignar que Obregón avanza intercalando situaciones en las que adopta posiciones, no por descriptivas, menos políticas: “La misma constitución que usted acaba de desestimar con tanta facilidad es la misma que protege su ideología”. Y, en términos de genérico escepticismo: “Por triste que parezca, lo cierto es que en Japón eso no desembocará en una crisis. Será una dimisión más, y la máquina política seguirá avanzando como una locomotora vieja sin combustible. ¿Y a quién le importa?”

 

 

Puente Arcorisi, Tokio.

 

 

Como ocurre en todas partes, el racismo ataca bajo la forma de secta y, para evitar valoraciones subjetivas, el autor lo engancha en un pescado para que por la boca muera: “Considerarnos racistas sin más nos despoja de nuestra lógica y de nuestra integridad. Implica un miedo o una repulsión irracional. No es la palabra adecuada. Nosotros preferimos combatir esa minoría (los coreanos), pequeña pero poderosa, de forma lógica. Y si eso nos convierte en racistas, que así sea. Si implica que los medios de comunicación de izquierdas nos rechacen, que así sea. Nuestras batallas son mayores y más insidiosas que esas”. En todas partes se cuece sushi.

En esa tónica, La luz azul de Yokohama aborda las asperezas iatrogénicas de la religión, en cierta oportunidad la católica. El iniciático ingreso de un niño en un orfanato, suple la adjetivación con contundencia: “Por todo el pasillo hay imágenes de un hombre moribundo. En algunos de los cuadros lleva una yukata azul muy bonita. En otros está casi desnudo, con el cuerpo ensangrentado y los ojos en blanco. En la penumbra, el suelo brilla como un río congelado”. En otros pasajes, la voz de un personaje erudito es más contundente: “Los dioses se sacrificaron para que la humanidad viviese; así que, hasta cierto punto, la vida sólo puede existir alimentada por la muerte”.

En cuarenta capítulos de cinco o seis páginas, que hacen la lectura sumamente ágil, la novela desenvuelve lógicas superpuestas aunque accesibles, carentes de conejos extraídos de la galera y golpes bajos. Por eso sorprende un poco el penúltimo capítulo donde, con el misterio ya resuelto, al modo de la maestra primaria que cierra el ciclo en una clase integradora, explica los pormenores de la acción. Mínima subestimación de la capacidad cognitiva del lector medio, aquellos párrafos parecen una exigencia multinacional agregada de prepo con fines demagógicos, logrando el efecto de un chiste del que ya todos se ríen pero que el relator porfía en explicitar.

Detalle en todo caso menor para una historia potente, cuya muy cuidada escritura se apoya en los diálogos, la descripción sustantiva y los probados atractivos del género. Conjunción que está a punto de asumir el riesgo de convertir La Luz Azul de Yokohama y la consiguiente saga del inspector Iwata en película o miniserie, mientras Obregón se apresta a volver a Madrid para escribir sobre los niños apropiados por el Estado durante la dictadura franquista.

 

 

FICHA TÉCNICA

La luz azul de Yokohama

Nicolás Obregón

 

 

 

 

Barcelona, 2020

460 págs.

 

 

 

 

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