Trampa mortal

El Caso Cero, el agua y el sistema sanitario en la Villa 31 de Retiro

 

La Villa 31 de Retiro tiene unos 40 mil habitantes en ocho barrios. El Caso Cero se detectó el 20 de abril en el barrio Mugica. Todavía no está claro el tipo de contagio. La persona es una ama de casa, hija de la primera, y hasta ahora, única víctima letal de 84 años de edad. Había ido al único cajero automático ubicado en la entrada del barrio. Los casos pasaron de 1 a 13 en cuatro días. Y el número pegó un salto de 1.000 por ciento en los catorce días siguientes, hasta alcanzar el 4 de mayo a 113 casos. Todas las villas de la ciudad tienen casos de Covid-19 pero parecen controlados. Incluso la 1-11-14 del Bajo Flores tuvo un pico que luego tendió a bajar. ¿Qué pasó en la 31? El problema tiene múltiples aristas, pero hay un eje en el comienzo: la ausencia de reacción gubernamental en la detección de contactos.

La desidia frente a la falta de agua, las colas que la gente debe realizar a diario ante  ventanillas como las de aquel único cajero, se combinaron con una actitud pasiva para entender qué significa allí un caso estrecho y haber demorado hasta el miércoles pasado la búsqueda de contactos casa a casa. Hubo falta de personal. Pocas trabajadoras sociales que corrían para paliar lo que podían. Y, en ese contexto, una distorsionada mirada política. La Villa 31 es la única que no depende del Instituto de Vivienda de la Ciudad, sino de una secretaría ad-hoc lde Integración Social y Urbana creada especialmente como gobierno del barrio. La negativa para armar una mesa de crisis exigida por las organizaciones territoriales impidió articular un estrategia pensada desde la perspectiva del barrio. El programa aplicado es llave en mano, con el criterio de la política destinada a los sectores medios de la Ciudad.

 

El origen

La mujer del Caso Cero había ido al cajero del banco Santander ubicado en el ingreso del barrio. Desde aquel 20 de abril ella le adjudicó el contagio de un enemigo invisible, como lo llamó, al que ni siquiera pudo ver durante la manipulación de la máquina ante la cual la gente comienza formar colas a las seis de la mañana. Ella acudió a cobrar el Ingreso Familiar de Emergencia acompañada de una vecina. Las dos vivían en el mismo edificio, una vivienda de tres pisos alquilada, en la que trece personas compartían un baño. Dicen que el gobierno porteño le preguntó por sus contactos estrechos, que la mujer mencionó a su grupo primario, sus padres, y a aquella vecina. Sus padres están contagiados y la vecina fue el segundo caso confirmado en el barrio.

El ministro de Salud porteño, Fernán Quiros, explicó en ese momento que estaban haciendo seguimientos de contactos para detectar a quienes habían estado con ellas. La Garganta Poderosa denunció que no era cierto.

“Nos acaban de confirmar otro caso de coronavirus en la Villa 31 –publicaron en un Twitter--, una mujer de 36 años, asmática, desempleada y con problemas renales: segunda contagiada y todavía no aislaron a las 12 personas que compartían baño con la primera”.

Aquella segunda mujer, colaboraba en un comedor del Frente de Organizaciones en Lucha. Uno de los lugares de asistencia alimentaria que se multiplican al compás de la pandemia. El comedor es uno de los 20 puntos de asistencia más antiguos del barrio y cuenta con asistencia de Ciudad y de Nación, por lo menos hasta que el escándalo mediático de los precios puso un freno a las compras de Desarrollo Social que ahora llega a cuenta gotas. El comedor atendía hasta marzo a 600 personas y tras el comienzo de la pandemia la demanda escaló a 1.500, con una lista de espera de otras 500. Alrededor de este espacio y de los otros 19 puntos oficiales, en estos días surgieron otras 20 ollas populares organizadas por vecinos.

Cuando las mujeres del comedor supieron que una de sus compañeras tenía Covid-19 decidieron aislarse. Eran 20. El gobierno porteño no fue a buscarlas. Recién este último miércoles cuando explotaron los casos en los medios, una de ellas se acercó al puesto de testeo abierto en la entrada del barrio. Acudió con su hija porque entendía que la pequeña de 16 años tenía síntomas. Las dos dieron negativo, pero en medio de esta trama de accesos no cuidados viajaron desde el barrio hacia el hospital Fernández a esperar los resultados en un micro con 24 personas, esa noche 10 de esas personas dieron positivo.

 

La desarticulación

La administración del barrio está a cargo del secretario de Integración Social y Urbana, Diego Fernández, a quien el barrio sólo evoca como dueño de un antiguo restaurante de sushi. Los legisladores porteños del Frente de Todos lo definen como el mal. Fernández hoy es la persona a la que remiten las autoridades porteñas para hablar del barrio. Y es la cara de una política que se niega a pensar una articulación.

 

Diego Fernández

 

Maru Bielli es legisladora del Frente de Todos. “A la pandemia hay que ponerle el hombro desde el conjunto de las fuerzas políticas porque es una situación excepcional. El problema es que a esa salida de conjunto la Ciudad no la propicia. Así como (Horacio Rodríguez) Larreta fue convocado por un conjunto de actores políticos para hacerle frente a nivel nacional, debería haber generado ámbitos de discusión, debate y consenso a nivel local, pero no lo hizo. Y no lo hizo porque no cree que sea ni el camino ni la solución, porque partimos de ideas distintas y ellos en los barrios vienen corriendo muy de atrás”.

 

Maru

 

 

¿Caso estrecho?

Uno de los problemas detectados en la micro política de gestión es la falta de la reacción activa en el comienzo. Y la definición de caso estrecho que utilizaron. Hasta la semana pasada, el gobierno porteño preguntaba a los positivos por sus contactos estrechos. Aislaba a los confirmados en hoteles u hospitales, de acuerdo a la gravedad. Y seguía telefónicamente a las personas que habían tenido contacto con ellos. El problema es que cuando preguntaban a los positivos con quiénes habían tenido contacto, muchas personas reportaban contacto sólo a su núcleo primario sin señalar como parte de ese universo a quienes compartían un baño. Eso generó denuncias desde las organizaciones sociales, y un sub-registro de casos posibles.

En el ministerio Salud de la provincia de Buenos Aires tiene una experiencia inversa. Durante los días del Caso Cero en la Villa 31, la Provincia tuvo una persona contagiada en un frigorífico de Quilmes sobre el que trabajaron con una estrategia de cuadrillas que es la que comenzó a realizarse ahora en la Ciudad. En Quilmes analizaron 20 mil controles entre los que encontraron un positivo: de no haberlo hecho ese caso hubiese escalado.

Nicolas Kreplak es viceministro de Salud bonaerense. Ante la consulta sobre lo que está mirando cuando observa el brote de la 31, menciona el ejemplo de Quilmes. Y la necesidad de una respuesta urgente y activa de parte del Estado. “Esto no nos hace pensar porque, la verdad, tenemos el tema perfectamente pensado como una problemática”, dice. “Que uno tenga una casa con una familia aislada del resto hace que si uno sale, vuelve y contagia, contagie a una sola familia. Ahora, si la vida es comunitaria, porque los hogares son multifamiliares y porque se come en una olla popular, cualquier caso es un caso que tiene mayor cantidad de contactos, por lo tanto es mas fácil que se disemine. Pero además, en general en los barrios populares, la relación de alarma y de llegada del sistema de salud para la búsqueda de síntomas tempranos hace que la accesibilidad sea mucho menor. Así que por eso, es un tema muy sensible. Nosotros venimos monitoreando la aparición de casos cercanos a barrios vulnerables e hicimos un trabajo alrededor de un caso de un frigorífico cerca del barrio La Paz en Quilmes. Eso motivó un relevamiento al estilo cuadrilla, casa por casa, persona por persona, entrevista, toma de temperatura, vacunación a quienes debían, para buscar casos sospechosos, trasladar, fichar con camiones hospitales en el barrio, hisopado y diagnóstico. Así encontramos 12 casos sospechosos en más de 20 mil personas entrevistadas y examinadas, entre los cuales 1 resultó positivo. Y esa es la forma: si no hubiésemos hecho rápidamente esto, el caso podría haberse trasformado en 10, o 100. Sin duda, es importante la búsqueda activa en los territorios por parte del Estado provincial, municipal y las organizaciones sociales. Y esta es la misma estrategia en los lugares de mayor riesgo: fábricas abiertas, geriátricos y clínicas”.

 

Otra cosa. Mayra Mendoza y Kreplak

 

 

A flote

La falta de acceso al agua es un problema estructural en Retiro. Hubo denuncias en el verano. Y días antes del Caso Cero, Nacho Levy de La Garganta Poderosa denunciaba la falta de agua desde su Twitter. Hubo mujeres que se organizaron para grabar imágenes de sus canillas sin una sola gota de agua. Algunas contaban diez días sin agua. Si en esta pandemia el agua con lavandina y el lavado de manos es una de las únicas armas posibles para frenar el avance del virus, la falta de agua trasforma la vida en una trampa mortal. Tan enorme era el drama que una de las vecinas señala que ella tenía lavandina pero no podía usarla porque en ese estado puro sabía que era tóxica, y tampoco servía.

Actualmente el barrio tiene una vieja conexión de agua con problemas de presión, de calidad y de abastecimiento. En 2015, el gobierno porteño comenzó un programa de urbanización que debía finalizar en 2019. El proyecto del agua incluía tres etapas: el nuevo acueducto troncal a cargo de Aysa; la formalización de la red que garantizaba medidor por vivienda y la conexión individual a las viviendas. Hoy hay una paradoja: la primera etapa de la obra está terminada pero las viviendas no acceden al caño troncal porque el gobierno porteño exigía hasta ahora concluir la segunda etapa de la formalización de medidores. Debió llegar este momento, los reclamos, la muerte y los contagios, para que el cocinero de sushi acepte una propuesta de parte de los legisladores para avanzar primero con las obras de conexión y luego pensar en cobrar. Esa conexión debería demorar sólo unas semanas.

 

 

Las quejas de los vecinos.

 

Ahora sólo entre un 10 y 20 por ciento del barrio tiene acceso a la red nueva. El resto se alimenta del viejo sistema deficiente y escaso y con un mecanismo de cisternas que llega en un camión de Aysa. En el verano las organizaciones lograron que el camión acuda tres veces a la semana. Con la pandemia solicitaron que lo haga a diario. Tuvieron que discutir hasta una traba burocrática que obligaba a los vecinos a volver a pedir el camión cada vez que faltaba el agua. Debían comunicarse con el delegado de manzana, el delegado con el consejero del barrio y el consejero con el encargado de la cuadrilla para pedir la vuelta del camión. Hoy el camión debería estar presente las 24 horas. Eso es lo que no pasó.

El camión también obliga a la gente a realizar una cola. No ingresa al barrio. Abastece a vecinos que se acercan con un balde. Y a dos motos con tanques de 500 litros que logran ingresar por los pasillos. Las motos alimentan los tanques de las casas con una manguera. Quienes no tienen tanque, cargan el agua en baldes.

 

 

La moto

 

 

El derecho al acceso de agua estuvo en agenda esta semana. Aysa dijo que su responsabilidad terminaba en el límite del barrio pero que igual iba a trabajar en esta emergencia. Nacho Levy hace una aclaración en este punto. Sabe que en este tema se tiran la pelota entre Aysa y Ciudad. Y que el responsable de garantizar este derecho humano y constitucional al acceso de agua en el barrio es Horacio Rodríguez Larreta. Aún así dice: “No es cierto que Aysa tenga un impedimento legal para trabajar en las villas de la Ciudad. Una Resolución de 2017 de la Agencia de Planificación (APLA) aprueba un modelo de intervención elaborado por AYSA en 4.400 barrios populares”.

 

Nacho Levy

 

Durante la madrugada, una vecina a quien llamaremos Susana, suele enterarse que el agua está llegando o está subiendo a través de los grupos de Whatsapp. En ese momento hace lo que hacen otras mujeres, se levanta a cargar baldes porque al otro día puede faltar.

Susana colabora en el comedor del Frente de Organizaciones en Lucha. Compañera de aquella vecina del segundo contagio. Un escenario del que dio cuenta esta semana el programa Brotes Verdes de Alejandro Bercovich, con trabajo de campo del periodista Mauro Fulco. Su vida transcurre muchas veces en las colas de los únicos puntos de abastecimiento del barrio. No sólo hay un único cajero, también hay un único supermercado, el Coto de Retiro. Un único local de pago de servicios. Y una sola boca de expendio de la canasta escolar, ubicada en la escuela del polo María Elena Walsh a la entrada del barrio donde funciona una sede del ministerio de Educación porteño. Desde el miércoles pasado, la sede también es el lugar en el que Nación y Ciudad montaron la única unidad de testeo y donde quienes se acercan nuevamente quedan sometidos al tiempo y movimiento de la cola.

Ese Estado ventanilla está normalizado en otros momentos, pero la pandemia transforma esas escenas en otra trampa mortal.

 

El Estado ventana

El miércoles se lanzó el nuevo programa de testeo con sede en ese ministerio. La gente no debía salir de sus casas. Distintos auxiliares iban a buscarlos. Hacían la cola. El testeo. Y luego eran trasladados a las unidades febriles de los hospitales a esperar resultados. Al día siguiente ya no se hicieron traslados. Test, espera y resultados se hicieron en el barrio. Pero ese primer día, Susana vivió una pesadilla.

Ella acudió con su hija al polo María Elena Walsh preocupada por síntomas que sumaban un cuadro de asma. Hizo la correspondiente cola peregrina con otras 37 personas. Le hicieron hisopado a su hija. Al mediodía les dijeron a todos que se los llevaban al Fernández en un micro para esperar los resultados. Que no debían preocuparse, que adentro del hospital iban a estar aislados.

– Era una gran mentira –dice ella--. Nos llevaron a 24 personas en un micro, y nos pusieron en una gran sala de espera a todos juntos, eso si, manteniendo la distancia.

En el lugar había un sólo baño. Entre los que esperaron hubo niños y niñas. Nadie había llevado almuerzo. Sólo después de quejarse, a las seis de la tarde les ofrecieron una vianda. Poco antes, a Susana le hicieron un test porque parecía necesario si creía que su hija podía estar contagiada. A las 21 dieron los resultados a todos, menos a ella. Su hija dio negativo. De las 24 personas, 10 dieron positivo. Unos quedaron internados. Otros volvieron al barrio. A ella y a su hija las trasladaron al hospital Muñiz en una ambulancia a la una de la mañana porque todavía no estaban los resultados y debían desinfectar el espacio. En el Muñiz ofrecieron lugares separados. Ella dijo que no. Que si hacía falta iba a esperar en la calle. Finalmente las alojaron en un área con pacientes positivos pero aisladas. Pudieron abandonar el lugar con sus resultados negativos, a las cinco de la tarde del día siguiente.

 

Una solución desde el barrio

El abastecimiento es un tema que escala con las horas. Daniel es un joven enfermero del barrio y militante social. Y da una mano en el barrio a todo lo que puede. En este momento coordina a las ollas populares en un grupo de Whatsapp. Sabe quién tiene qué o dónde falta. Y él que es encargado de comunicación debió escribir una carta para el Coto del barrio en la que piden pollos y carne.

 

 

 

 

“Si tenes las cuatro comidas, la gente se queda a cumplir la cuarentena. La gente ya tiene conciencia, sabe que la única forma de cuidarse es el aislamiento. La dificultad ahora es alimentaria. Con el plato de comida en la mesa la gente va a dejar de circular porque ya tuvimos ese escenario: la gente se la bancó por un mes. La cuarentena se cumplió. Y el gobierno de la Ciudad tuvo 30 días para planificar una salida que es un protocolo específico acorde a nuestras condiciones de vida y no lo hicieron, porque se empezaron a conocer los primeros casos y no activaron ningún protocolo. Lo único que hizo fue el aislamiento para el grupo familiar y la infectada. Nada mas. Pero no se buscaba a las personas con las que había estado en contacto. Ni se avisaba. A muchos le llevaron una bandejita de comida. Pero eso no alcanza. La gente termina organizándose para suplir al Estado”.

Y una cosita más, dice Levy: El aislamiento afuera del barrio también es un problema. Muchas personas como el Caso Cero vienen de experiencias en las que han perdido la casa una vez. En ese contexto, además de alimentos, agua, las organizaciones piden una estructura de aislamiento dentro del barrio que también es necesaria para quienes no están reportando síntomas porque temen perder lo único que tienen.

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