Tres monstruos

La música que escuché mientras escribía

 

Llegamos al final, por el principio. Así de desordenado y sin pretensiones didácticas es este catálogo de deleites personales. Los tres que quedaron al final de la lista, y de ninguna manera por orden de prelación, son auténticos monstruos.

Jelly Roll Morton se presentaba como inventor del jazz. Lo más notable es que luego de un tiempo en que este era considerado un rasgo pintoresco de su personalidad, varios críticos e investigadores comenzaron a afirmar que no se trataba de una exageración. Su biografía está plagada de oscuridades, desde el año de su nacimiento, entre 1885 y 1890, y el lugar donde ocurrió, en Gulfport o New Orleans, lo cual carece de mayor importancia.  Sí hay acuerdo en que murió en 1941. Poco antes realizó una serie de excepcionales grabaciones para la Biblioteca del Congreso, en las que toca el piano, canta y habla.

Cuenta la historia de su familia, de origen francés, remontándose a los tatarabuelos, cosa que no todos los afroamericanos conocían. También describe los piringundines en los que tocaba, las mujeres que los frecuentaban y, en lunfardo, relatos de fuente contenido sexual (eufemismo para decir que habla de coger y de los órganos ad hoc). Imposible no pensar en los primeros tangueros, sus contemporáneos.

 

 

No es un descubrimiento que tango, jazz y música del Caribe y del Brasil comparten raíces africanas, pero hay especialistas que son capaces de explicarlo con provecho, que no es mi caso. Yo sólo aprendí a gozarlo, y te invito a acompañarme.

 

 

Dos cerebros o  dos pianos

El segundo de hoy es Art Tatum, de quien decían que tocaba como si tuviera dos cerebros. Esta es otra descripción que parece desmesurada, pero si escuchás bien puede parecerte que no lo es tanto. Además nació con cataratas que lo dejaron ciego de un ojo y con mínima visión en el otro, lo cual agrega una dimensión adicional a la admiración que produce tamaño virtuosismo. Un mito que me parece poco creíble pero que da cuenta del asombro que produce su digitación, es que como aprendió de oído, reproducía temas para dos pianos.

 

 

La lista termina con Lennie Tristano, hijo de inmigrantes del sur de Italia, quien también nació con una enfermedad congénita que lo dejó ciego a los nueve años. No los agrupé así a propósito, sino por azar. El concierto de Tristano en Escandinavia que sigue es el único con imagen de todos. Ahí podés ver cómo lo sientan frente al piano, y guían sus manos hasta que se ubique en el teclado. Recién entonces corren el telón y empieza el prodigio. Es el único de los tres que tenía una formación académica, con conocimiento profundo de la música clásica. Tocaba media docena de instrumentos, y se retiró prematuramente para dedicarse sólo a la docencia.

Según el crítico Diego Fischerman, "en 1949 había inventado lo que mucho después se llamaría free jazz, al encarar dos temas, Intuition y Digression sin ninguna pauta acórdica ni temática previa. En 1955 alteró las velocidades de las cintas porque 'de esa manera sonaban mejor', utilizó sobregrabaciones, para lograr un nivel de polirritmia aparentemente imposible de conseguir en una sola toma y, a partir de las críticas que llegaron a decir que eso no era jazz, cinco años después grabó solo, consiguiendo precisamente eso que había parecido imposible: superponer, en vivo y por un solo intérprete, patrones rítmicos absolutamente diferentes entre sí. Y, lo mejor de todo, lo hizo con swing".

 

 

Hasta aquí llegamos, porque me aburre someterme con tanta rigidez a la ensoñación hipnagógica de una noche extraña, que es como empezó este juego. Además, tres domingos sólo de jazz no son un reflejo fiel de mis gustos, mucho más eclécticos.

Me consuela la certeza de que estos tres son fabulosos.

 

 

 

 

 

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