Un aporte inesperado

La Corte Suprema ordenó reactivar una causa por delitos económicos durante la dictadura

 

El 25 de abril de 1977, en Córdoba, hubo un plan especial de secuestro. A cargo de la Brigada de Infantería, el jefe del Tercer Cuerpo de Ejército Luciano Benjamín Menéndez supervisó la cadena de mandos y se encargó de pulir los detalles. Fue algo inédito: esa noche, en varios operativos secuenciados y simultáneos, detuvieron a personal jerárquico de la empresa Mackentor S.A., tanto en sus sedes de Córdoba como de Buenos Aires.

–¿Dónde está la plata? ¿Dónde están las armas? –preguntaron los represores a José Miguel Coggiola, uno de los 19 directivos secuestrados.

–No entiendo de qué me hablan –respondió Coggiola, sorprendido.

–Ustedes financian la subversión. No te hagás el boludo– insistieron los verdugos. Minutos después, le pusieron un revólver en la nuca y vendaron sus ojos.

 

Jose Miguel Coggiola, al momento de ingresar a declarar, en 2014. Foto: Sergio Goya, Infojus Noticias.

 

Mackentor era un grupo empresario, de capitales nacionales, especialista en la construcción vial e hidráulica. Con cerca de 400 empleados, había realizado obras por casi 50 millones de dólares entre 1970 y 1975. A su vez, tenía dos empresas anexas: Horcen y Empresa del Interior. En los '70, mientras crecía la industria nacional y la alianza obrero-estudiantil tras el Cordobazo, Mackentor representaba una concepción que lejos estaba de la ortodoxia económica. La novedad principal era que su presidente, Natalio Kejner, había decidido dividir el paquete accionario con el personal jerárquico, que obtenía participación en las ganancias. El grupo estaba en auge: había construido la Ruta Nacional 3 y en el barrio Las Flores de Córdoba tenía el as en la manga: una fábrica de tubos para conductos de alta presión, pionera en el país.

Los militares se obsesionaron. Creían que el grupo financiaba a la guerrilla. Pero los empresarios no eran militantes ni tenían relación alguna con organizaciones políticas ni sindicales. Había, en realidad, otro nexo: Kejner tenía una íntima amistad con Gustavo Roca, abogado de presos políticos de izquierda, quien a su vez fue síndico de Mackentor. Tras el golpe de marzo del '76, Roca debió exiliarse, siendo uno de los primeros en denunciar en el exterior las violaciones a los derechos humanos. Menéndez lo consideraba un enemigo público. Y ordenó perseguir a los empresarios. Enterado, Kejner se fue del país.

 

Natalio Kejner. Foto: diario La Voz.

 

Sólo ellos lograron escapar. Pero el cerco fue inmediato: se ordenó el secuestro de más de 20 personas entre directivos, empleados y familiares del grupo empresarial en Córdoba, Santiago del Estero, San Juan y la Ciudad de Buenos Aires. Al mismo tiempo, tomaron por asalto diez propiedades de la empresa. A los directivos los llevaron a los centros clandestinos de La Ribera y La Perla. Allí fueron torturados y sufrieron simulacros de fusilamiento. En esta situación estuvieron Marta Kejner –a cargo de la compañía–, Ángel Sargiotto, Ramón Ramis, Enzo Manassero, José Miguel Coggiola, Carlos Zambón y Hermenegildo y Luis Paván, entre otros.

En cuestión de días, como si tratara de un trámite exprés, el juez Adolfo Zamboni Ledesma firmó la ocupación militar de las empresas, acusándolas bajo la figura de “asociación ilícita y encubrimiento”. Nunca, sin embargo, se les pudo probar a sus miembros vinculación alguna con las organizaciones armadas de la época. Los represores mantuvieron la planta de empleados, pero la desguazaron por mala administración, robaron algunos de sus bienes y, además, la hicieron desaparecer del mercado por su débil poder de competencia. Vaciada a través de la transferencia ilegal de activos hacia empresas amigas del poder militar, y mientras los integrantes y directivos de la empresa Mackentor habían sido privados de la libertad y eran sometidos a tortura, se les rescindió el contrato para la construcción del Acueducto San Francisco-Villa María. De inmediato, el mismo fue readjudicado a Supercemento Sociedad Anónima, grupo cercano a Menéndez.

El caso Mackentor, en rigor, fue uno de los 21 expedientes que formaron parte de la megacausa La Perla, por delitos de lesa humanidad. Había un vínculo directo: buena parte de las víctimas del grupo empresarial pasó por los centros clandestinos del circuito represivo provincial. La particularidad fue que, por primera vez en dicha provincia, se habían agregado dos delitos de tipo económico: la usurpación y el robo calificado. Sin embargo, en 2016 un tribunal federal cordobés condenó solamente a Luciano Benjamín Menéndez por los secuestros y las torturas de los empresarios. De ese modo el fallo llegó hasta la intervención judicial de la empresa, por lo que los delitos económicos quedaron impunes.

 

Luciano Benjamín Menéndez, ex comandante del Tercer Cuerpo de Ejército.

 

Cuando el caso parecía dormido, luego de idas y vueltas con apelaciones y rechazos, la querella conoció en los últimos días una noticia impensada: la mismísima Corte Suprema de la Nación dio lugar a que la causa retorne a la Cámara de Casación Penal, que había rechazado tratarla. Le ordenó, en efecto, que dicte una nueva resolución, en línea con la jurisprudencia por delitos de lesa humanidad y amparándose en un informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en el que se insta al Estado a investigar, castigar y reparar a sus víctimas. Para la Corte, lo actuado por la Cámara fue de notoria gravedad, ya que “los hechos omitidos son muy relevantes” (ver fallo completo).

El abogado Juan Carlos Vega, parte de la querella, había pedido la nulidad de todas las decisiones judiciales que continuaron a la ocupación militar de la empresa Mackentor, desde el 25 de abril de 1977 a la fecha. “La intervención judicial –así como los actos que en ese marco fueron realizados– formaron parte del plan sistemático llevado a cabo en la última dictadura militar, siendo que la intervención del Poder Judicial de la Nación –por medio del juez Zamboni Ledesma– solo otorgó una fachada de legalidad a los actos que se encontraban viciados. La decisión del juez debía ser analizada en el contexto en el que fue dictada, el cual permite inferir que su objetivo fue simplemente darle un marco formal de legalidad a la usurpación y vaciamiento que se llevó a cabo con la empresa”, dictaminó ahora el fallo de la Corte.

Es la primera vez que los delitos civiles por el caso Mackentor son mencionados de ese modo desde que la causa recorre la Justicia Federal provincial. En 1985 los Kejner, dueños de la empresa, intentaron recuperar lo perdido pero no pudieron, dado que el expediente había prescrito. La causa resucitó en 2012, cuando se revocó el fallo al considerarse que se trataba de delitos de lesa humanidad, y luego llegó a juicio oral con la condena a Menéndez. Además de la complicidad empresarial, el fallo de la Corte también deja abierto el examen de la complicidad de la Justicia durante el Terrorismo de Estado, a partir de considerar que Zamboni Ledesma continuó la acción de los militares que usurparon la empresa.

Otra arista que se desprende tras la resolución de la Corte es que el grupo Macri aparece nuevamente en el radar de la complicidad con los represores. El principal beneficiario del vaciamiento de Mackentor había sido el grupo Supercemento, cuyos accionistas en esa época eran Franco Macri, Filiberto Bibiloni y Julián Astolfoni. Esta compañía se quedó con una fábrica de caños perteneciente a Mackentor y la obra del Segundo Acueducto Villa María-San Francisco, un negocio de 8 millones de dólares de aquella época.

Para el periodista Fabián García, especialista en el tema, el capítulo Mackentor formó parte de una secuencia de apropiaciones de empresas en el país. Primero fue el secuestro de la viuda de Graiver, Lidia Papaleo, y la cúpula y empleados de ese grupo en marzo de 1977 para obligarla a vender Papel Prensa. Luego, la intervención de Aluar en mayo del ‘77, uno de los pasos de la feroz persecución a José Ber Gelbard, accionista de Aluminio Argentino (Aluar), presidente de la Confederación General Económica (CGE) y ministro de Economía de los gobiernos de Héctor Cámpora y Juan Domingo Perón.

Según el fiscal Facundo Trotta, que lo investigó durante la megacausa La Perla, el grupo Mackentor venía “pegando muy fuerte” con las obras viales: “Había una cuestión ideológica, de burguesía nacional. En el sentido de que, como empresarios argentinos, luchaban por adjudicarse la obra pública y dejar las regalías en el país”. Además estaba la cuestión ética: Kejner había renunciado a la Cámara de Construcción porque comprobó que en las licitaciones existía corrupción. En el establishment, Mackentor empezó a ser vista con malos ojos.

Tiempo después el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas absolvió a los empresarios –por no haber encontrado pruebas– pero la justicia civil los siguió acusando. La empresa continuó intervenida hasta el fin de la dictadura. Tras el retorno a la democracia, Mackentor demandó al Estado Nacional por daños y perjuicios, aunque el reclamo fue rechazado por entender que los hechos habían prescrito.

El derrotero del grupo empresarial fue digno de una película de terror. Así lo explicó el fiscal: “Primero me robás la empresa. Después me secuestrás, me torturás o hacés que me tenga que exiliar. Me inventás un pretexto para robármela. Luego vuelvo al país, te digo que ese pretexto es falso, que me la tenés que reintegrar como estaba, y además me tenés que resarcir por daños y perjuicios por los años que me quitaste la empresa de forma ilegal e injusta. Pero me respondés que llegué tarde para reclamar, me condenás por ese reclamo, me hacés pagar los honorarios y provocás que vaya a la quiebra. Es de locos”.

Mackentor, entonces, se declaró en quiebra en 2002. Para la querella, el “horror” del caso desnudó la complicidad civil como ningún otro en la provincia. “La Justicia Federal de Córdoba siguió intacta después de la dictadura. Encubrió, frenó y obstaculizó cualquier reclamo y lo hizo a través de actos judiciales. Lo que Menéndez no había logrado, lo logró la Justicia cordobesa. Es decir, la quiebra de Mackentor. Encima, a Kejner se le prohibió salir del país porque la quiebra era sospechosa de ser fraudulenta. Nuestra estrategia fue pedir las nulidades de la intervención de la Justicia, declarar la responsabilidad del Estado y ordenar la reparación económica y moral. No hay tiempo biológico para hacer otro juicio”.

 

El Tribunal Federal condenó a Menéndez por secuestros y torturas pero no por delitos económicos y judiciales.

 

La querella citó el caso de Papel Prensa como antecedente. Allí el Estado pidió la nulidad de los actos de venta del paquete accionario mayoritario a Clarín, La Nación y compañía por tratarse de una venta en el contexto de persecución masiva de personas y a precio vil. “Mackentor es mucho más que Papel Prensa porque hay más víctimas, y acá robaron, no hubo siquiera venta”, enfatiza la querella.

También se refirió al caso de la apropiación de empresas de los hermanos platenses Alejando y Carlos Iaccarino y el desapoderamiento de los bienes de la familia Siderman en Tucumán. “Son casos parecidos, por cómo usurparon las empresas más allá de motivos diversos. Pero en Mackentor la prueba es demoledora. Acá aparecen los ganadores. Antes aparecían Menéndez, Barreiro y los represores ilustres. Ahora están los cómplices: las empresas y la Justicia. Con eso, tenemos un cuadro completo de lo que se vivió en el Terrorismo de Estado en Córdoba”.

La complicidad empresarial y judicial, en tiempos de negacionismo de los crímenes de lesa humanidad, se meten en el centro del debate político. Con un actor insospechado, apoyando su juzgamiento: la Corte Suprema de la Nación.

 

 

 

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