Todo parece indicar que la Argentina y las sociedades occidentales en general se encuentran en un momento de profundización de las polarizaciones ideológico-culturales. Progresismos globalizados y nuevas derechas se presentan como dos re-actualizaciones híbridas de la vieja antinomia fundante de la modernidad occidental: iluminismo vs. reacción romántico-conservadora.
América Latina, particularmente la Argentina, como caldero mestizo, cuenta con las condiciones para construir una propuesta ideológico-cultural, pero también civilizatoria, que logre religar un conjunto de registros que han sido separados radicalmente (favorablemente para los statu quo de dominación). Destaco la Argentina porque aquí tuvimos experiencias históricas que han sabido integrar los opuestos como el yrigoyenismo y el peronismo.
Sin embargo estas identidades, aunque no pierden radicalidad filosófica, se encuentran licuadas en la dinámica antinómica de la grieta ideológico-cultural que se profundiza en nuestro país. Es necesario caminar y potenciar, porque ya es parte de nuestras tramas sociales actuales, una nueva forma de sembrar lo colectivo que se oriente hacia una integración de registros que han sido escindidos: tradición y deconstrucción, libertad e igualdad, realizaciones individuales y colectivas, desarrollo y cuidado eco-sistémico, medicina hegemónica y alternativa, cuerpo y psique, ciencia y espiritualidad (en clave no dogmática), política y espiritualidad (también en clave no dogmática), etc.
La tendencia hacia la eliminación del opuesto está presente desde hace mucho en la historia de distintas civilizaciones que habitaron el planeta, aunque tampoco todas. Sin embargo, esto se profundiza y sutiliza hacia nuestros días, en tanto las tecnologías algorítmicas, las formas del aprendizaje maquínico automatizado, se orientan hacia la eliminación de lo imprevisible, la alteridad eventualmente emergente de lo inconsciente. En afinidad, la “cultura de la cancelación” se expresa como la inclinación hacia la eliminación del opuesto desde el registro ideológico-cultural de los progresismos globalizados. Por su parte, las nuevas derechas no hacen más que apelar a la vieja (y efectiva ante el fracaso de los progresismos) retórica y practica fascista: que también implica la eliminación del opuesto.
Cabe destacar que Milei supo interpelar a un registro amplio de espiritualidades que co-existen en el pueblo argentino (a eso me dediqué en un trabajo reciente). Los progresismos globalizados, por la matriz racionalista de su herencia eurocéntrica, les restan importancia a las espiritualidades y las abandonan en gran medida al agenciamiento por parte de las nuevas derechas.
Milei también supo interpelar a las perspectivas conspirativas, las cuales generan una mofa generalizada para los progresismos globalizados. Más allá de que hay mucho planteo flojo de papeles como el terraplanismo dando vueltas, no toda conspiración es cierta, así como no toda conspiración es falsa. Fundamentalmente en un contexto donde la concentración de los recursos y mediaciones comunicacionales es cada vez mayor, de la mano de los grupos económicos transnacionales. Al descartar de prepo toda denuncia o señalamiento conspirativo, los progresismos globalizados no son capaces de percibir su funcionalidad, cuanto menos cultural, para con el globalismo neoliberal occidental.
La hiper-mediación digital y algorítmica acrecienta el solipsismo del sujeto, el atomismo social y las burbujas sociales: el sostenimiento de las sociabilidades respetuosas de la distinción ideológico-cultural que posibilita la grieta. Dicha hiper-mediación también ha logrado superar a las instituciones educativas en términos de principal factor de los procesos de socialización contemporáneos. La crisis de las directrices, aun en gran medida disciplinarias de nuestras instituciones educativas, se devela ya impotente frente a la capacidad de seducción y distintas formas de captura inconsciente de los despliegues tecnológicos del control digital propio de nuestros tiempos.
El reconocimiento de las manifestaciones de lo álmico (arquetípico) en el ser humano —es decir, el reconocimiento del conjunto de afectividades y virtudes que nos habitan— se nos presenta como la llave para poder superar la impotencia de las pedagogías disciplinarias y vencer frente al control digital. El involucramiento de las manifestaciones de lo arquetípico (Jung) por parte de las ciencias posibilitaría una ampliación de la consideración de las resistencias frente a la complejidad y la exacerbación sutil de las formas de dominación contemporánea. Es necesario alimentar dinámicas colectivas que se apalanquen en el despliegue sinérgico de los potenciales arquetípicos de sus integrantes en los movimientos sociales y políticos. En los procesos pedagógicos, al estar implicadas las potencialidades de sus integrantes, el involucramiento subjetivo y el aporte a lo colectivo es mayor.
Esto, además, nos posibilita destrabar el dilema en torno a la pregunta de qué es lo que logran afectar en el inconsciente las tecnologías digitales y algorítmicas a la hora de suscitar las propensiones inconscientes, al involucrar la psicología analítica de los complejos de Jung en su amplia afinidad con la epistemología de la ontogénesis de Simondon.
Las dos hipótesis claves de esta propuesta son las siguientes: 1) no vamos a superar la actual grieta ideológico-cultural sin la conjugación y encarnación de una alternativa civilizatoria, y 2) no vamos a consolidar una alternativa civilizatoria sin la respectiva descolonización ontológica, lo cual implica estar dispuestos a transformar los marcos epistemológicos de nuestras ciencias.
La ilusión de separabilidad (separación) está presente en el individualismo exacerbado de las nuevas derechas y también en los progresismos globalizados: más atentos al parecer que al ser (separación e identidad vs. relación y devenir), a la autopercepción del mundo que a lo que el mundo realmente es; y, por lo tanto, ajenos a lo que implica ir al encuentro de ese otro que se me presenta como un opuesto. La instrumentalización de los vínculos es inherente a ambos registros ideológico-culturales, lo cual también se sustenta en la ilusión de separabilidad. Y es que las raíces ontológicas de la modernidad occidental no solo impactan en nuestros modos de entender, sino de percibir y proyectarnos, en lo más simple e inmediato, en el mundo.
Desde una ontología relacionista y del devenir es posible formular una genuina integración de los opuestos, factible de ser construida en lo epistemológico, en lo ideológico-cultural, en lo político y en lo psíquico (integración de la sombra). Para ello es fundamental dar cuenta de que están dadas las condiciones para que el reencuentro de ciencia y espiritualidad (que comenzó a manifestarse en la trama moderna-occidental desde los descubrimientos de la física cuántica a principios el siglo XX) logre establecerse también en las ciencias sociales: desde el reconocimiento de las manifestaciones de lo arquetípico y la ampliación hermenéutica que ello implica a la de describir el modo de proceder e impacto de las tecnologías digitales y algorítmicas hacia nuestros días.
Yendo brevemente a lo ontológico, quisiera aclarar, una vez más y como tantos otros y otras, que dualidad no es dualismo. El dualismo supone ruptura (separación) donde no la hay. En los trasfondos de los diversos y entrelazados dominios de lo real, hasta donde podemos observar, lo que encontramos es una relacionalidad intrínseca que se manifiesta en el devenir. Dualidad onda-corpúsculo en la física, doble hélice del genoma en lo biológico, positivo y negativo en la energética y su transfiguración en unos y ceros en la cibernética. Cuerpo-psique también es necesario concebirlo, sin suponer primacías y limitándonos a lo que se expresa fenoménicamente como una relacionalidad intrínseca.
El consenso es amplio en torno a que, en lo que respecta a la psique, inconsciente y consciente constituyen una relacionalidad. También el inconsciente mismo: entre un principio de afirmatividad interior y los impactos de las experiencias interiores de la exterioridad (donde las experiencias de vida más tempranas suelen ser las más afectantes). El caso es que el principio de afirmatividad interior de lo inconsciente no puede ser reducido a mero efecto de lo fisiológico, más bien es simultáneamente fisiológico y psíquico: involucrando indefectiblemente una dimensión arquetípica. La cual, descartando el prejuicio apriorístico fisiologisista, es factible de ser identificada fenomenológicamente. Si, al fin y al cabo, nada sabemos sobre las causas primeras: ¿para qué seguir ubicando el principio de causalidad en la materia en lugar de la relación?
Reconocer las manifestaciones de lo arquetípico o álmico no implica un esencialismo, ya que la relación en el devenir es lo único capaz de detentar rango de ser. Tampoco constituye un idealismo, siendo que desde una ontología relacionista y del devenir, los factores materiales y sociales son bien considerados. Tampoco un subjetivismo, en tanto el despliegue de los potenciales arquetípicos solo es posible a partir de las relacionalidades vinculares de lo transindividual.
Sin embargo, resulta fundamental superar el materialismo como fundamento último en todos los frentes: en lo ontológico, pero también en lo político-cultural. El materialismo es tan convincente en su victoria que nos mantiene a todos atentos, pendientes y divididos por lo material; en lugar de dedicarle la vida a cosas más fecundas, bellas e interesantes. Es necesario resolver la cuestión material. Es más que evidente que nuestro país, y el mundo en general, no da más en la actual distribución de recursos, bienes y servicios. Pero también es imprescindible entender que los partidos políticos y los movimientos sociales no pueden seguir cayendo en la misma lógica instrumental y materialista que requiere ser superada.
El ascenso de las nuevas derechas obliga a los movimientos populares a atravesar una transformación, más bien una transmutación en sentido alquímico. La nigredo de los alquimistas, la integración de la sombra en psicología analítica. La incorporación de lo negado que posibilitaría una nueva afirmación, la cual logre establecerse como un equilibrio relativo posible de una tensión entre órdenes de magnitud (ambos lados de la grieta ideológico-cultural).
Cuando las espiritualidades new age limitan la transformación a lo individual, se adaptan a las exigencias del neoliberalismo. Cuando los movimientos políticos excluyen o restan importancia al despliegue de las afectividades y virtudes de sus integrantes, claudican ante las mismas lógicas que pretenden combatir.
Los procesos socio-históricos, el universo, el todo, Dios, según se prefiera, nos pone delante una nigredo; un llamado al ser, que es relación en el devenir. Logremos que una alternativa civilizatoria que ya es parte de las tramas de lo social en la Argentina sea movimiento político y espiritual. Cuando fracase la propuesta de La Libertad Avanza vamos a necesitar contar con una propuesta superadora. Algo que no implique un mero retomar el pasado o las recetas existentes. Más bien algo que logre conjugar simultáneamente pasado-presente-futuro en una nueva formulación acorde a lo que está en juego en este “tiempo liminal”, citando a Linera, donde “sabemos lo que ya no funciona, lo que está mal, lo que nos molesta; pero no sabemos lo que remontará, lo que viene”.
Ni los progresismos globalizados ni las nuevas derechas tienen la capacidad de consolidar un nuevo horizonte de época. Es necesario un nuevo movimiento que logre cruzar transversalmente lo que estos registros ideológico-culturales interpelan desde una parcialidad dicotómica. La cada vez más evidente imperfección del mundo que sostienen, a fuerza de re-actualización y profundización de la grieta, perece ante la belleza y armonía tenso-creativa de un nuevo paradigma social inminente.
Nuestra América se presenta como un caldero mestizo. Allí se viene forjando un nuevo espíritu de época con capacidad de formulación de una alternativa civilizatoria para este momento tan decisivo de la humanidad. Una necesidad y una oportunidad de integración en la diferenciación. Más allá de lo oscuro que asoma el panorama, estamos ante una oportunidad histórica de dimensiones civilizatorias.
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