En el centenario de su natalicio, José Martínez Suárez será homenajeado a partir de una iniciativa de ENERC Se Proyecta, uno de los festivales de cine estudiantil más grandes de la Argentina, que encara su quinta edición. Para la inauguración, en el Gaumont, frente a Plaza Congreso, estará su hija, María Fernanda, que abrirá un ciclo con proyecciones de sus filmes.
José Antonio nació pared de por medio junto a un cine en Villa Cañás, un pueblo de Santa Fe cuyo gentilicio nadie sabía y que, en consecuencia, él inventó. Desde niño fue capturado por las proyecciones a las que acudían todos, pendientes del paso de la esposa del político más influyente de la región, siempre y cuando llegaran las latas traídas en una camioneta desde Rosario, que debía recorrer 204 kilómetros de caminos de tierra. Si no llovía, sabía –como todos– que el domingo a las cinco de la tarde tenía allí un espacio de encuentro, aunque se ignorara qué proyectarían.
Ya crecido, se vestía temprano para acompañar a los estudios de filmación a sus hermanas. Cuando Mirtha Legrand actuó en Los martes, orquídeas (1941) festejó que eso le permitiera asistir con más frecuencia. Tantas veces fue, que aprendió a colarse donde no debía y aprendió a mirar. No hablaba de otra cosa cuando llegaba a la casa. Así convenció de su pasión a la mamá, de quien recibió la aprobación a sus 15 años para sumarse a la tarea cuando recibió un llamado que le ofrecía ser ayudante.
Desde que en 1943 consiguió trabajo en Lumiton (la primera productora argentina de cine, surgida hacia 1931, en Munro), fue pizarrero, primero de dirección y director asistente. Así se formó en el arte que, hasta sus últimos días, a los 94 años, lo tuvo como presidente del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
En el rodaje de su vida, hizo de todo. Pasó de ver los estrenos de Rita Hayworth a asomarse a la firma de Orson Welles en el diploma de su hermana como revelación del año, o a recibir una carta de José Luis Garci, primer director español en ganar un Oscar (por Volver a empezar, 1983) que decía: “Gracias a tu película yo conozco una generación de gente de tu país”.
Después de dirigir el corto Altos Hornos Zapla (1959), su compromiso pasó a incorporar otra pasión, la de ser hincha de Racing. Debutó en largometraje con El crack (1960), donde “el ambiente del fútbol no era sino el vehículo que permitía hacer las críticas a las formas de vida, a las conductas, las situaciones, los problemas que los países suelen vivir cada tanto”, según le dijo a Daniel Desaloms en una entrevista en la que se criticaba el marketing y el uso del jugador como mercadería.
Su segundo trabajo fue Dar la cara (1962), film sobre el que también se ocupó en el libro Salvar la cara, de David Viñas, con quien reescribieron juntos siete versiones hasta que acudieron a Leopoldo Torre Nilsson como árbitro para que sugiriera si había que seguir puliendo el guion, como postulaba JMS: “Un guion es como un corcho, por más que un director quiera hundirlo, un buen guion siempre sale a flote”.

En esa historia, profundizó en la discusión entre la educación laica o libre que sacudió al gobierno de Arturo Frondizi, cuando el Estado pasó a financiar a la escuela privada, además de abrir las escuelas a la enseñanza religiosa. Ese contenido fue rodado con la maestría de un uso de cámaras tan notable como el montaje en algunas escenas muy dinámicas.
Como nadie está exento de equivocaciones, se fue del país a raíz de haber participado de un filme colectivo con seis directores, de cuyo guion no estaba convencido. No quería “ni nombrar” a Viaje de una noche de verano (1965). Sintió que esa pifiada le impediría tener autoridad sobre futuros emprendimientos. Se autocriticaba: “Cometí un error que debía pagar”. Lo abonó con un exilio autoimpuesto. De esa integridad estaba hecho aquel hombre. Se mantuvo cinco años en Chile, donde participó de la producción del film Eloy, dirigido por Humberto Ríos.
De regreso en la Argentina, aceptó el pedido de su cuñado Daniel Tinayre para colaborar como guionista en La Mary (1974), lo que no le dejó el mejor recuerdo.
Pronto pasó a hacer Los chantas (1975), luego de que le trajeran el guion para que revisara a qué se debía su rechazo en todos lados. Su honestidad brutal devino en que pasase de corrector a realizador. A siete semanas de su estreno, contabilizaba 222.222 espectadores. Se ruborizaba un poco del éxito comercial, el que siempre supeditó a la calidad.

De inmediato dirigirá a Narciso Ibáñez Menta en una cinta que en principio se llamaba Las comadrejas pero que, a último momento, previo a la inscripción en Argentores, se tituló con un rapto de su inventiva: Los muchachos de antes no usaban arsénico.

En esa historia, los personajes “desaparecían”. La estrenó en 1976. Aun así, gracias a la cobertura del humor negro, burló a la censura, al punto que el film fue seleccionado para competir por el Oscar. Con el paso de los años, uno de sus discípulos, Juan José Campanella, hizo una adaptación que recuperó el viejo título: El cuento de las comadrejas (se puede ver aquí).
Luego de la dictadura, dirigió a Alberto de Mendoza en el rol de un malo con conducta, junto a Luisina Brando, en Noches sin lunas ni soles (1984). El autor del libro original, Rubén Tizziani, lo reeditó con una dedicatoria impresa en la primera página: “A JMS, que me enseñó otro modo de contar esta historia”.

Un resumen de sus películas:
Homenajeado
Por sus enseñanzas (tuvo su propia escuela con clases personalizadas, donde se formó Lucrecia Martel, por ejemplo), su trayectoria y aportes, pasó a estar delante del lente a pedido de las nuevas generaciones que lo ponderaron en varios documentales.
Hacia 2009 (año en que lo nombraron presidente del Festival de Cine de Mar del Plata) fue acompañado por Sebastián Hermida para regresar a su pueblo a reabrir el Cine Dante y volver a ser chico en las caritas de las criaturas que jamás habían visto una pantalla grande. De paso, se reencontró con sus amigos y paseos de la niñez. Cine de pueblo, una historia itinerante (2015) rescata aquello de que “el país de uno es la infancia”.
En 2019, año de su fallecimiento, habría de definirse como un hombre “hecho de cine”, definición que quedó registrada por Betina Casanova y Mariana Scarone en el documental Soy lo que quise ser. Un joven de 90 años, donde se lo ve terminar una jornada de mucho trabajo a la esperar del micro que paga con su SUBE.
Por todos esos aportes, los estudiantes de la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (ENERC) organizaron el festival de este mes que presentará una muestra curada con material de archivo, fotografías, libros y audiovisuales, con la colaboración de su biblioteca y la especial participación del equipo editorial de la revista de cine y crítica En otro orden.
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Además, proyectarán los largometrajes que dirigió:
📽️ Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976). Jueves 15 a las 19:30, en el Cine Gaumont. La entrada se compra en su boletería de Rivadavia 1635.
📽️ Dar la cara (1962). Domingo 18 a las 19:30, en el Gaumont; entradas en boletería.
📽️ Los chantas (1975). Lunes 19 a las 20, en ENERC (Moreno 1199), con entrada libre y gratuita hasta agotar capacidad.
📽️ El crack (1960). Miércoles 21 a las 16, en el CCK (Sarmiento 151), hasta agotar capacidad.
📽️ Noches sin lunas ni soles (1984). Viernes 23 a las 16, en el CCK, hasta agotar capacidad.
Habrá otras actividades especiales:
- El martes 20 a las 16:30, en la ENERC, se llevará a cabo una charla-debate sobre La generación del ‘60, con el cineasta ensayista Nicolás Prividera y el investigador crítico Gonzalo Aguilar.
- El jueves 22 a las 16:30, también en ENERC, se realizará un conversatorio con Rafael Valles, autor del libro Fotogramas de la memoria: encuentros con José Martínez Suárez, donde abordarán aspectos más personales y formativos, así como su influencia como docente y mentor.
Al respecto, María Fernanda Martínez Suárez le dijo a El Cohete: “Estoy exultante porque mi padre, que ha sido valiente, solidario y en extremo trabajador, se merece este homenaje en tiempos de reconocimiento mundial a nuestros cinematografistas”.
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