UN MODESTO ACTO DE JUSTICIA

El aporte extraordinario de las grandes fortunas y la encíclica Fratelli Tutti del papa peronista.

 

Como es notorio y como era esperable el proyecto de imponer a las mayores fortunas un aporte extraordinario destinado a solventar parte de los gastos generados por la pandemia viene generando una fuerte resistencia. Nada para sorprenderse. Era esperable que los alcanzados por el aporte así como los medios con que mantienen claras relaciones y sus voceros políticos trataran de frenar la iniciativa.

Lo sorprendente es quizás la desembozada violencia con que se oponen y la pobreza de los argumentos con que tratan malamente de encubrir las verdaderas y evidentes causas de esa oposición, a saber un cruel individualismo, una compulsión infinita por seguir acumulando, la defensa a ultranza de la intangibilidad de la (su) propiedad privada y el terror de que la medida siente precedente.

Abroquelados tras esas razones, muchos de los económicamente poderosos no están dispuestos a soltar un peso. Ni siquiera para prevenir los males mayores que sí avizoran los 83 “Millonarios por la humanidad” que piden que les cobren más impuestos. Prefieren eso a esperar que la crisis, que mucho ayudaron a generar, se lleve puestos a sus millones y posiblemente también a ellos y a sus descendientes.

Y por lo que parece tampoco están dispuestos a escuchar lo que la religión que muchos de ellos dicen profesar predica desde hace por lo menos 800 años: “el pan que te sobra le pertenece al hambriento” (Santo Tomás de Aquino). Prédica que se supone debería ser obligatoria y constante en templos a los que concurren muchos de los que reniegan del aporte extraordinario y en los colegios y universidades a los que envían sus hijos y nietos. Prédica que –quizás porque sabe que, salvo excepciones, la Iglesia realiza poco y mal–Francisco reitera con frecuencia.

Ya lo había hecho en 2015 en Santa Cruz de la Sierra: “La distribución justa de los frutos de la tierra y el trabajo humano no es mera filantropía. Es un deber moral. Para los cristianos, la carga es aún más fuerte: es un mandamiento. Se trata de devolverles a los pobres y a los pueblos lo que les pertenece” (II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares).

Pero ahora, en una encíclica que por momentos parece haber sido pensada para la discusión del Aporte extraordinario, la ha reiterado en una forma más precisa y fundamentada y con la claridad sin amagues ni matices del lenguaje cotidiano: “si alguien no tiene lo suficiente para vivir con dignidad se debe a que otro se lo está quedando” dice en el número 119 de Fratelli Tutti. Una frase que por su entonación coloquial parece estar pidiendo el clásico remate porteño: “A ver ¿Qué parte no entendiste?”.

 

Lo mío es mío y lo tuyo…también (o la “Crítica del tener”)

“Tener, en sentido estricto y materialmente comprendido, significa poder hacer uso y/o disfrute de algo. Y eso no es infinito, como sí pueden ser las ansias de tener, sino que tiene los límites de nuestra corporalidad y de nuestra mortalidad. Tenemos un cuerpo que ocupa un espacio, pero no todos. Y una vida que puede ser muy larga pero nunca infinita (…) no se puede ser rico infinitamente porque la capacidad de disfrute de los bienes tiene un límite”, dice la filósofa Luisa Ripa en su trabajo Crítica del tener, en el que compara la forma actual de “tener” de muchas personas con el banquero de El Principito, quien afirmaba ser dueño de todas las estrellas que podía percibir por el solo hecho de darles un nombre, anotarlo en un papelito y guardarlo en un cajoncito –un “paraíso fiscal” diríamos hoy– donde algunos pocos tienen tantos papelitos que ya no podrán llegar a gozar de ellos. Tantos que tampoco alcanzarán a gozarlos ni sus hijos ni los hijos de sus hijos.

Este límite a la propiedad puede parecer sólo una especulación filosófica, sin embargo ya fue planteado también por John Locke, el padre del liberalismo, para quien la propiedad de la tierra debía acotarse a la que el propietario fuera capaz de trabajar. No sólo esto: al afirmar explícitamente que lo que esté más allá de ese límite le pertenece a otros le agregaba también un límite ético.

Un límite que la Iglesia señala desde hace siglos y que Francisco acaba de recordar una vez más en una encíclica que, como se dijo, aporta y mucho a la discusión sobre el Aporte extraordinario: “El mundo existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la misma dignidad” (Fratelli Tutti 118). De lo que se deriva el “Principio del Destino universal de los Bienes” que es “el «primer principio de todo el ordenamiento ético–social», es un derecho natural, originario y prioritario. Todos los demás derechos sobre los bienes (…) incluidos el de la propiedad privada y cualquier otro, «no deben estorbar, antes al contrario, facilitar su realización»” (Fratelli Tutti 120).

“Lo resume san Juan Crisóstomo al decir que «no compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos»” (Fratelli Tutti 119).

Y lo resume también San Ambrosio de Milán: “Cuando alguien roba los vestidos a un hombre, decimos que es un ladrón. ¿No debemos dar el mismo nombre a quien pudiendo vestir al desnudo no lo hace? El pan que hay en tu despensa pertenece al hambriento; (…) el dinero que tú acumulas pertenece a los pobres”.

 

Devolver lo apropiado (o la “Crítica del dar”)

Así vistas las cosas resulta que el proyectado Aporte extraordinario no resulta ni una manera de forzar a un gesto de solidaridad ni tampoco una norma que obliga a unos pocos a desprenderse de algo propio. Se trata, en cambio, lisa y llanamente de acto de justicia; hacer que los mayores acumuladores de bienes ajenos devuelvan un uno por ciento de aquello de lo que se han apropiado. Un acto de justicia bastante modesto por cierto.

No otra cosa dice Francisco: “en palabras de san Gregorio Magno: «Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les damos nuestras cosas, sino que les devolvemos lo que es suyo» (Fratelli Tutti 119).

“Lo que es suyo” mucho más allá de todos los justificativos y títulos formales de propiedad que quienes se oponen al Aporte extraordinario puedan exhibir en defensa de “su” propiedad privada ya que “en esta línea recuerdo que «la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada» (Fratelli Tutti 120) o, si se prefiere: “Siempre, junto al derecho de propiedad privada, está el más importante y anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, el derecho de todos a su uso” (Fratelli Tutti 123).

“Lo que es suyo” también más allá de los argumentos de quienes se oponen al Aporte extraordinario en nombre de la libertad de mercado “El derecho de algunos a la libertad de empresa o de mercado no puede estar por encima de los derechos de los pueblos, ni de la dignidad de los pobres, ni tampoco del respeto al medio ambiente, puesto que «quien se apropia algo es sólo para administrarlo en bien de todos» (Fratelli Tutti 122) y también más allá del mérito que lleve al éxito empresario por que las “capacidades de los empresarios, que son un don de Dios, tendrían que orientarse claramente al desarrollo de las demás personas y a la superación de la miseria” (Fratelli Tutti 123).

En resumen, que desde la mirada cristiana expresada por Francisco el Aporte extraordinario no sólo resulta justificado y conveniente sino que resulta una medida mínimamente reparatoria de la injusta distribución de los bienes que el sistema económico ha generado, sostiene y acrecienta día tras día. Y se puede y debe hacer por lo siguiente: “Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles” (Fratelli Tutti 180).

Una medida además oportuna y necesaria cuya aprobación –de no mediar las ambiciones sin límites de los poderosos, la obediencia de sus aliados y sus empleados y el oportunismo político de muchos opositores– debería ser un mero trámite porque, como dijo Santo Tomás de Aquino, “compete a la providencia del buen legislador buscar el modo de hacer que las cosas propias se hagan comunes” y porque como recuerda Francisco “«hay que hacer lo que sea para salvaguardar la condición y dignidad de la persona humana»” (Fratelli Tutti 188).

 

* El autor es sociólogo y profesor consulto de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), donde dirige el Centro de Derechos Humanos Emilio Mignone (CEDHEM) y el Programa Universidad y Derechos Humanos (PUDeH).

 

 

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