Un mundo destartalado

Washington y Pekín, una nueva guerra fría mientras la globalización declina

 

“Hemos ingresado a un período de conflictos y rivalidades geopolíticas cada vez más intensos. La guerra de Rusia contra Ucrania ya está en su tercer año, el conflicto entre Israel y Hamas todavía puede convertirse en una guerra regional, y la guerra fría que se profundiza entre Estados Unidos y China puede volverse caliente debido a Taiwán, en algún momento de la década”. Esto fue escrito por Nouriel Roubini –un reconocido investigador nacido en Estambul, portador actualmente de la nacionalidad norteamericana y establecido en la Universidad de Nueva York– en un artículo presentado en la excelente revista académica Project Syndicate del pasado 5 de marzo. Y efectivamente hay que prestarle mucha atención a las pulsiones bélicas actuales, que no son pocas.

La apreciación del panorama mundial actual de Roubini es pertinente: hay sin dudas rivalidades geopolíticas y conflictos bélicos que han crecido en nuestro planeta. Sin embargo, su visión no es completa debido a que ha omitido mencionar –así fuere mínimamente– cómo se inició y cómo se fue desenvolviendo esta situación, que no es una cuestión menor. Y para esto resulta indispensable comenzar, por lo menos, por la gestión presidencial de Donald Trump y continuar con la de Joseph Biden, como Presidentes de los Estados Unidos.

Lo de Trump fue relativamente sencillo. Mantenía desde su campaña electoral de 2015 una buena relación con Vladimir Putin. Se dijo, incluso, que éste lo había ayudado a llegar a la Presidencia, en 2016, pues solapadamente le había generado algunos problemas a su contrincante demócrata Hilary Clinton. Desde luego, una vez devenido Presidente ese buen entendimiento con el premier ruso se mantuvo. En cambio, abrió una política con China que generó una discordia entre ambos países en el campo comercial, que continúa hasta el día de hoy. Canceló, asimismo, la participación de su país en la Asociación Transpacífica (Transpacific Partnership), que era un emblema del desenvolvimiento de la globalización, y de la Asociación Transatlántica (Transatlantic Partnership), cuya formación se encontraba en desarrollo. Todo esto era congruente con su lema de campaña, América Primero (America First), que mostraba que su interés por la problemática global era secundario.

Lo de Biden fue aún más denso. Decidió jugar simultáneamente a dos bandas: contra Rusia y contra China. Comenzó primeramente con Moscú, antes incluso de decidir darle fin a las guerras de Oriente Medio y alrededores, que Estados Unidos arrastraba desde muchos años atrás. En febrero de 2021 –a tan solo un mes de haber asumido– dispuso que dos cruceros norteamericanos navegaran por el Mar Negro, al que tributan tan solo seis países. Uno de ellos, nada menos que Rusia. Y entre fines de junio y comienzos de julio –también de 2021– impulsó el desarrollo en el antedicho mar de las ejercitaciones aeronavales Sea Breeze, que contaron con una gran cantidad de buques de guerra y de aviones de la OTAN y de otros países que no la integraban, como Ucrania. Desde luego, este fue un extraordinario desafío destinado a Moscú. Luego de estos ejercicios continuó, en 2021, la entrada y la salida de naves y aeronaves en el antedicho mar, entre otras nada menos que el buque insignia de la Sexta Flota norteamericana.

Lo desarrollado durante ese año fue una verdadera provocación, que en buena parte podría adjudicarse a la desavenencia que Biden tenía –y mantiene aún– con Putin, a diferencia de la buena relación que éste había mantenido con Trump.

A comienzo de 2022, no obstante lo sucedido en el año anterior, hubo conversaciones de alto nivel entre Estados Unidos y Rusia, que se mostró más que molesta por lo que había estado ocurriendo en sus narices. Como era presumible, no hubo ningún entendimiento. Así las cosas, quedó prácticamente abierta la posibilidad de que llegara la guerra: no sin cierta malicie, Biden y la OTAN habían ido fomentado esa posibilidad desde el mero inicio de la Presidencia del demócrata.

Rusia, amenazada y agraviada, no tuvo más remedio que iniciarla a comienzos de 2022. Pero quienes la decidieron e impusieron fueron Estados Unidos, la OTAN y algunos agregados, como la antedicha Ucrania, que luego terminó siendo la enemiga y contendiente directa de Moscú. ¿Para qué si no había hecho Biden semejante despliegue en la narices de Putin durante prácticamente todo el año 2021? Hoy en día la guerra está instalada pero no librada de manera directa por la gran potencia del norte sino por Ucrania. Lleva ya dos años completos de desarrollo.

 

¿Y por China cómo andamos?

Biden cambió de antagonista principal. Colocó en el segundo lugar de importancia a China, no obstante lo cual no se le escapa la importancia de la competencia tanto económica como geopolítica de Estados Unidos con Pekín. Una de sus primeras decisiones fue poner en marcha el llamado AUKUS (acrónimo de Australia, Reino Unido y Estados Unidos), alianza que se formó en septiembre de 2021 con el propósito de establecer presencia y operar principalmente de manera aeronaval en la región del Indo-Pacífico. Poco después permitió el viaje de Nancy Pelosi –por entonces presidenta de la Cámara de Representantes– a Taiwán, decisión que rompía un tácito acuerdo establecido entre Washington y Pekín consistente en que ninguno de los dos operaria sobre esa isla. La respuesta china fue, por un lado, airada con relación a Washington. Y, por otro, podría decirse que pre-bélica: movilizó un amplio despliegue aéreo y naval en el estrecho de Formosa que dejó claro a los taiwaneses –y a Biden– que estaba en condiciones de hacerle mucho daño si aquel tácito acuerdo no se cumplía.

El comercio recíproco bajo la Presidencia de Biden se redujo más de lo que se había achicado con Trump. No obstante, creó en 2022 el llamado Marco Económico del Indo-Pacífico, una iniciativa multilateral impulsada por Washington concebida como un club flexible, con la aspiración de catalizar el crecimiento de los socios y contrarrestar la influencia de China en esa región. Lo integran, además de Estados Unidos, Australia, Brunei, Corea del Sur, India, Indonesia, Filipinas, Malasia, Nueva Zelandia, Singapur, Tailandia y Vietnam. En su lanzamiento, Biden declaró que el pacto no era un mero acuerdo de libre comercio “sino un compromiso para trabajar con nuestros amigos y socios en la región, ante los desafíos para garantizar la competitividad económica del siglo XXI”. El Marco, por ahora, se mueve despacio; su desenvolvimiento avanza lentamente.

Por otra parte, China sostiene desde hace muchos años un constante desarrollo en planos diversos. Es a escala mundial la primera en investigación y desarrollo, en graduados universitarios y en exportaciones; segunda en la economía mundial; y tercera potencia tanto en el plano militar como en el espacial. Lo que indicaría que se ha convertido en la segunda potencia del mundo. En fin, puede decirse ahora con tranquilidad que hay en curso una guerra fría que involucra a Washington y Pekín, tal como adelantaba Roubini en la cita del comienzo. Pero en un contexto que ni por asomo se acerca al que existía en el pasado entre Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

 

Final

“Hemos ingresado a un período de conflictos y rivalidades geopolíticas cada vez más intensos”, sostiene Roubini. Y de esto se trata. De un mundo que se ha destartalado, en el que se desarrolló en el pasado una antigua Guerra Fría que tiene muy poco que ver con la que se menta en el presente. Hay sí, hoy, dos potencias en pugna de distinto signos políticos prácticamente iguales a los de otrora. Pero el resto del orbe se bambolea de una manera diferente a la de antaño. En buena parte porque, junto con la declinación de la globalización, el fundamentalismo de mercado ha perdido también posiciones. Y en alguna medida se ha abierto una desglobalización cuya morfología y alcance están todavía por verse. El tiempo dirá.

 

 

 

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