UN PACTO PARA VIVIR

Debemos hacer menos diagnóstico y brindar más acción, para eliminar la pobreza

 

Rousseau ha sido inmortalizado por su obra El contrato social, pero en realidad esta obra forma parte de una trilogía que se inicia con su Discurso sobre las ciencias y las artes, escrito en 1750, continúa con el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, publicado en 1754, para concluir, en 1762, con El contrato social, todas ellas abocadas a analizar la contraposición entre lo dado de manera natural y lo construido por la acción humana.

Aquí vale la pena detenerse y valorar por qué, si una obra forma parte de una trilogía, sólo ha sido rescatada una parte de ese todo. Puede ensayarse, a modo de respuesta, que el liberalismo clásico decidió ocultar el contenido de los primeros dos textos, toda vez que en el primero Rousseau destaca lo irreconciliable que resulta la naturaleza con la descripción que de esta hace la cultura, mientras que en el segundo hace hincapié en el carácter dañino de la pobreza y en la corrupción implícita en ella, lo cual representa una flagrante contradicción con lo natural.

 

 

 

 

Pero para comprender cabalmente las causales del ocultamiento del segundo libro de la trilogía, conviene destacar algunos conceptos allí plasmados. En la segunda parte, refiriéndose a la propiedad privada dice:

“El primer hombre a quien, cercando un terreno, se le ocurrió decir esto es mío y halló gentes bastante simples para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos; cuántas miserias y horrores habría evitado al género humano aquel que hubiese gritado a sus semejantes, arrancando las estacas de la cerca o cubriendo el foso: «¡Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y la tierra de nadie!» Tal fue o debió de ser el origen de la sociedad y de las leyes, que dieron nuevas trabas al débil y nuevas fuerzas al rico, fijaron para todo tiempo la ley de la propiedad y de la desigualdad, hicieron de una astuta usurpación un derecho irrevocable, y, para provecho de unos cuantos ambiciosos, sujetaron a todo el género humano al trabajo, a la servidumbre y a la miseria”.

Resulta tan sabrosa y aleccionadora la lectura de este discurso que motiva a reproducirlo íntegro, pero como no es objeto de este trabajo hacer un seminario sobre la obra de Rousseau, me limitaré a rescatar el final: “…Va manifiestamente contra la ley de la naturaleza… que un puñado de gentes rebose de cosas superfluas mientras la multitud hambrienta carece de lo necesario”.

Litto Nebbia, cuando ambos éramos muy jóvenes y cantaba Quien quiera oír que oiga, nos iluminaba al decir “Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia; la verdadera historia”. Esto viene a cuento de lo que ocurrió con Rousseau, él abogó por la eliminación de la desigualdad y la pobreza, pero “los que ganaron” nos escribieron otra historia.

El mundo asiste a un debate muy especial producto de la pandemia, donde a diario nos dicen que los centros de poder están pensando un cambio de paradigma en el mundo, el cual será aplicado cuando ésta felizmente termine. Se dice que habrá un nuevo capitalismo, con mayor participación del Estado y con sensibilidad social. Entre las cosas que se planean, se piensa en una renta básica o como cada uno quiera llamarlo. ¿Será así? Permítanme dudar. Creo que son volutas de humo y nada más, percibo la intención de instaurar, por un corto plazo, un ingreso básico que efectivamente calme la cuestión social, caliente el motor de la economía, pero cuando se llegue al nivel en que se estaba al inicio de la pandemia, volverá a como estaban las cosas antes. Hay tantas experiencias en el mundo respecto de esta metodología, que lastima la inteligencia seguir dando crédito al capital concentrado. Esto me recuerda aquello de que cada vez que el FMI nos da un crédito deja de ser malo y pasa a ser bueno, pero el resultado es siempre el mismo, ajuste y más ajuste, aunque nos enamoremos del director de turno. Para entender por qué el camino es tan tortuoso, conviene revisar los intereses que afectaría la eliminación de la pobreza. Para abordarlo, tenemos que analizar qué pasaría con aquellos que, bien intencionados o no, fundan sus acciones o justifican sus actos en la lucha contra la pobreza o ayudando a los pobres.

Los grandes organismos internacionales dedican gran parte de sus deliberaciones e ingentes recursos en ayudar a los países pobres para frenar las hambrunas o a los desplazados por las diferentes guerras, entre otras tragedias. Además, organizan a su vez otros organismos dependientes para actuar ante los distintos grados de la pobreza. UNICEF es un buen ejemplo de una organización prestigiosa, con una impresionante infraestructura que se distribuye alrededor del mundo con base en 190 países.

A su vez, los diferentes cultos dedican también enormes recursos y aleccionan a miles de personas para recolectar fondos destinados a mitigar la pobreza. Cáritas seguramente es una de las más grandes, exitosa y desarrollada de todas estas organizaciones asociadas a la religión. Su acción abarca a 165 países en el mundo, e impacta la dimensión y difusión que alcanzan sus colectas anuales.

Asimismo, también encontramos como testimonio vivo de esta dedicación a organizaciones como Médicos del Mundo, que participa en 20 países; o de Médicos Sin Fronteras, que actúa en más de 150 países. Por supuesto que también está la Cruz Roja Internacional, cuya acción se desarrolla en 191 países.

Un caso muy particular resulta el Banco Mundial, que por un lado propone el ajuste permanente de las economías emergentes y de las subdesarrolladas y, por otro lado, define que sus objetivos son "poner fin a la pobreza extrema y promover la prosperidad compartida”. En idéntico sentido, el FMI tiene como una de sus principales metas “promover un empleo elevado y un crecimiento económico sostenible y reducir la pobreza en el mundo entero”, encarando además nuevas estructuras: “En septiembre de 1999, el FMI creó el Servicio para el Crecimiento y la Lucha contra la Pobreza a fin de dar a estos objetivos un papel más destacado en las operaciones de préstamo a sus miembros más pobres”. Si no fuera tan trágico, causaría gracia.

Hasta la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) tiene un espacio dedicado a la pobreza, un buen ejemplo es el documento Niños pobres en países ricos: Por qué necesitamos medidas políticas. Sin lugar a dudas su fuerte se centra en la elaboración de diagnósticos, porque en la práctica sus acciones redundan en una creciente y constante precarización de las condiciones de aquellos que dicen querer proteger.

América Latina cuenta con 55 organismos internacionales, de los cuales unos 40 son instituciones de distinto grado que se dedican, con mayor o menor esfuerzo, a atacar el flagelo de la pobreza, siendo los más conocidos la Organización de Estados Americanos (OEA), la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), la Conferencia Interamericana de Seguridad Social (CISS), la Organización Iberoamericana de Seguridad Social (OISS), el Mercado Común del Sur MERCOSUR, el Parlamento del MERCOSUR (PARLASUR); Unión de Mujeres Americanas, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

Un capítulo aparte merecen las miles de fundaciones dedicadas a atender distintos estadios de la pobreza. Cada rico o muy rico que se precie de tal crea, cada actor o cantante o deportista que ha llegado al pináculo de la gloria, crea su propia fundación y se regodea de sus éxitos. Sin embargo, muchas de estas fundaciones han sido vehículo de evasión impositiva y, cada tanto, algún filántropx es atrapadx por ser protagonista de un escándalo de proporciones al usar esas fundaciones en beneficio propio para hacerse publicidad, negocios y mucha evasión.

A nivel local la cosa no es menos promiscua, aquí participan todas las grandes organizaciones: la Cruz Roja, UNICEF, Médicos sin Fronteras, Médicos del Mundo y Cáritas. Es curioso que, pese a ser grandes organismos e integrar otros organismos internacionales, desarrollen una enorme estructura destinada a requerir fondos de la comunidad en la que actúan, cuando en verdad son parte de organizaciones donde participan las grandes potencias mundiales y los países más ricos del mundo. Resulta, al menos paradójico, que quien viene a colaborar a un país con una alta tasa de pobreza se apreste a solicitar a esa comunidad los recursos para hacerlo.

Asimismo, nuestro país registra el paso y las cicatrices del accionar del FMI, el BM, la OIT y la OCDE, que con una mano escriben a favor de los pobres y con la otra, la receta del ajuste que genera más pobres. Por supuesto que nuestro país es permeable también a la creación de las fundaciones que luchan por erradicar la pobreza. Esas fundaciones tan caritativas utilizaron deducciones impositivas en 2019 por un monto de $ 487.744 millones.

Corresponde destacar que también contamos con actores muy particulares, la inmensa mayoría bienintencionados, de gente filantrópica que ha hecho de la lucha contra la pobreza y ayuda al prójimo su vocación. Allí están las Organizaciones Sociales, muchas ONGs, pequeñas organizaciones que intervienen en cuestiones puntuales: los que atienden a gente en situación de calle, los comedores populares, los talleres protegidos, los curas villeros, etc. A lo que habría que sumarle infinidad de aportes voluntarios individuales que ayudan en la contención de personas vulnerables. Las organizaciones gremiales también ponen su granito de arena, luchando para que la gente tenga un trabajo digno y en muchos casos, proveyendo ayuda social directa.

De la simple lectura de las organizaciones, a nivel nacional e internacional, que participan en la lucha contra la pobreza, y de imaginar la inmensa masa de dinero que se invierte en este sentido y los miles de personas que dedican su esfuerzo en estos menesteres, no es difícil darse cuenta que si todos esos recursos económicos y humanos fueran puestos al servicio de una única causa, con una única metodología, organizado y sistematizado por el Estado, a lo que habría que incorporarle los recursos presupuestarios a nivel nacional, provincial y municipal, sería seguramente posible erradicar la pobreza en todas sus formas.

Imaginemos que a alguien se le ocurre formar una organización para erradicar la esclavitud, sin duda nadie le daría crédito a semejante idea, pero ocurre que hace apenas 150 años era un problema universal. Lo que ocurrió es que la humanidad resolvió ese flagelo y por lo tanto dimos vuelta la página a esa ignominia. Ahora bien, lo mismo hay que hacer con la pobreza. Debemos hacer menos diagnóstico y brindar más acción, para asegurarnos de eliminar la pobreza de la faz de la tierra, porque ella representa el nuevo estadio de la esclavitud y nos tiene que avergonzar.

En una presentación de su libro Sinceramente, Cristina Fernández de Kirchner planteó que "es necesario un contrato social de los argentinos y las argentinas, yo creo que, si tuviera que ponerle un título, le pondría un contrato social de ciudadanía responsable. Porque cuando uno dice un contrato social de ciudadanía responsable, involucra a todos”. El camino es por ahí. Es necesario un acuerdo que nos involucre a todos, con objetivos claros, transformadores y posibles. Voto porque el primer punto de ese contrato sea romper todas las barreras de la exclusión, de la pobreza y de la indiferencia. Parafraseando al Libertador diría: “Eliminemos la pobreza, lo demás no importa nada”.

Es un camino plagado de infortunios, donde hay que romper barreras infranqueables, pero es posible. Gramsci nos recuerda que “ser partidario de la libertad en abstracto no sirve para nada; es simplemente una posición de hombre de gabinete estudioso de los hechos del pasado, pero no del hombre moderno, partícipe de las luchas de su tiempo”.

 

 

 

 

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