Un proletario de la Remington

40 años sin Bernardo Verbitsky

 

“Un hijo no es la persona indicada para hablar de la calidad literaria de la obra de su padre”, ha señalado Horacio acerca de Bernardo Verbitsky. Tampoco lo es este humilde lector que se atreve a escribir sobre alguien que no conoció más que por 22 libros suyos, más uno firmado con seudónimo (Atila, por Bernardo Metz), un ensayo (Significación de S. Zweig) y una cantidad limitada de artículos.

Convendrá entonces, que su prosa hable por sí misma:

 “¿Por qué en una ciudad en que todos hablan el mismo idioma se hace distingo de conocidos y desconocidos? ...Había dureza en ese distanciamiento entre las personas, que sin duda, precisaban otro tono de convivencia, menos frío, más cordial. Se necesita una conmoción para que dos desconocidos se hablen”.

Había venido en la panza de una ucraniana que cruzaba el Atlántico escapando de los pogroms, para recalar en América, donde nació como Bernardo, el 22 de noviembre de 1907. Un lustro después, desde aquella misma Ucrania salía la recién nacida Ana cuyo padre huía del obligatorio reclutamiento.

La coincidencia de la tierra, en origen y destino, se enredó en Un noviazgo, título que dará a una novela que habrá de recrear la Redacción del diario donde trabajó, el Crítica de Natalio Botana, en la década del '30:

“En una de esas noches que Quirós salía de la Biblioteca oyó vocear los diarios con la noticia del asesinato de Bordabehere en el recinto mismo del Senado".

El noviazgo continuó su enhebrado hasta plantar las semillas de Horacio y Alicia. Concibieron al hijo justo después de que Bernardo terminara su primer libro, Es difícil empezar a vivir (1941), premiado por un jurado que integró Jorge Luis Borges y dejó en segundo lugar a Juan Carlos Onetti.

Con su pequeño de tres años, en 1945, se mudaron desde la ciudad portuaria hacia Ramos Mejía, a una manzana recién trazada entre calles de tierra y cuatro casas, desde donde oía los cencerros de las vacas arreadas por el lechero.

En medio de ese paisaje modeló Davar (Palabra), la revista libro de la Sociedad Hebraica Argentina, cuya impronta nacía en “la convicción de que el arte y la cultura deben ser instrumentos para perfeccionar la convivencia humana”.

Las conversaciones previas a su realización comenzaron en mayo, casi cuando caía Berlín. Se convirtió en un secretario de Redacción que invitó a todos –judíos o no– a colaborar con un medio que vislumbraba universal. Lo dejó claro desde el primer ejemplar cuando por medio de un cuento –Anti– se refirió al genocidio, no “de judíos”, sino de seres humanos.

Recién terminada la guerra, hacia octubre de 1945, vislumbraba que “la herencia de antisemitismo ha creado una victoria póstuma que crea un problema más difícil de contestar a la pregunta de si Hitler ha muerto o no. Hitler vive en el antisemitismo que aun florece en Europa”.

Luego de definir al asesino serial como quien comandó un “asalto contra el género humano”, prestó especial atención a las barbaridades que acometerían las potencias triunfadoras (“se está forjando una cadena de iniquidades que una vez más maniatará a la Humanidad”), como la ejecución de cuatro jóvenes judíos que enfrentaron su condena con actitud heroica: “Se admite que su ejecución ha hecho cambiar de parecer a muchos de los que en Palestina eran contrarios al terrorismo”.

Por fin, ante la creación del Estado de Israel, BV la saludó en varias ediciones: “La creación del Estado judío modifica de manera radical el problema judío”. Tituló con la fecha “29 de noviembre de 1947” a la nota sobre el voto de la ONU; se puso en el lugar de un pueblo esperanzado: “En Palestina afrontan todos los problemas, toda la pena presente y el júbilo futuro con la fortaleza de quien ha desafiado a una cita al destino”.

Cuando el 15 de mayo de 1948 se proclamó el Estado de Israel, celebró que “por primera vez en 2.000 años marcharon al mismo paso el pueblo judío y el resto de la humanidad”. Veía en esa medida, un solitario paréntesis entre el fin de la Segunda Guerra y la Guerra Fría: “quizá el único indicio de que el mundo aprendió algo”.

BV veía en cada judío a alguien “capaz de comprender que en su sufrimiento la humanidad veía postergada su propia aproximación a la espléndida meta para ella entrevista en el sueño de las anticipaciones proféticas”.

En diciembre, dedicó un “número extraordinario” a reforzar ese concepto universal:

“El problema judío no ha sido nunca un problema sólo de los judíos, sino de la Humanidad. Esta pone en orden sus propios asuntos cuando busca soluciones a los judíos. A la recíproca, los judíos hallan una solución a la marcha conjunta hacia la superación de la injusticia”.

Al tiempo que miraba lo universal, pintaba su aldea en sus libros.

En la década siguiente llevó a Davar por la senda de “una contribución para la recíproca comprensión entre la Argentina y el Estado de Israel”; dedicó una edición especial al 25º aniversario de la Universidad Hebrea de Jerusalén y otra al centenario de la muerte de José de San Martín.

Defendió lo argentino y lo judío con igual énfasis, en la certeza de que “luchar por el derecho a ser diferentes, por conservar rasgos distintivos, es luchar por el enriquecimiento de la comunidad de la que se forma parte”.

Con ese espíritu describió el final de otra novela:

“Y con esa disposición sirvió el primer mate, sintiendo cómo, en el ademán de ofrecerlo, hacía más perfecta entre ellos la intimidad" (Una pequeña familia, 1951).

Cuando la familia tuvo lista la casa que mamá Ana había diseñado y construido con un crédito del Banco Hipotecario, en un barrio de clase media en Ramos Mejía, planificaron una mudanza en etapas. Con su hijo hicieron de avanzada, dispuestos a pasar la noche a la espera de que a la mañana, mamá y Alicia trajeran más bártulos. Se metieron en la cocina con un par de bancos, velas y la radio desde la cual, a las 21:36, oyeron al locutor y su penosísimo deber.

Con Evita parecía irse el ideal de justicia social para todos.

Siguió publicando libros, sin abandonar la esperanza:

“En el aire, que se iba azulando al aclarar, la esquina parecía avanzar como una proa hacia el nuevo amanecer" (final de La esquina, 1953).

Profundizó el lugar que ocupaba en el entramado cultural-humanístico, durante un brindis por las 50 ediciones de Davar, a comienzos de 1954:

“Nadie tan importante como el escritor para ayudar a reconciliar a todos los componentes de la humanidad. Y en aproximaciones como esta (revista) sentimos un anticipo real de los más hermosos sueños entrevistos”.

En aquel vino de honor, Roberto Giusti definió a su ex alumno: “Verbitsky, escritor entrañado en los problemas morales e intelectuales de su patria, y de antenas muy sensibles para percibir las inmateriales esencias de la literatura de su tierra, no descansó en abrir Davar a todos los capaces de decir algo interesante relativo a la suerte del hombre”.

Tres años después de Evita, se fue Perón –del gobierno– como partieron los tres hermanos menores de los que Bernardo había cuidado una vez huérfanos: Aurora, a Italia; Alejandro, a atender un restaurante argentino en México y Gregorio, a Israel.

BV se quedó y continuó haciendo: editó homenajes a la memoria de Alberto Gerchunoff –en la que Borges escribió– y a la de Albert Einstein, de quien aprovechó para referirse a su grandeza moral y en él, proyectó sobre la condición humana:

“¿En qué consiste toda grandeza moral? En creer –y probarlo– que la vida es digna de ser afrontada y vivida”.

 

Vuelta de página

BV no abandonó la prensa cotidiana, así como había sido colaborador de la revista QUÉ sucedió en 7 días (primera época, 1946-1947), en la década de 1950 colaboró con la revista Gaceta Literaria como en Nosotros; La Nación; y Ficción, otra revista-libro donde publicó cuentos en versiones con leves modificaciones respecto de las que quedarían en volúmenes que se consiguen por la web.

Aunque fue en Noticias Gráficas donde tuvo una caja de resonancia para siempre. Allí acuñó la expresión “Villa Miseria” para referirse al rancherío más marginal de la miseria que visitaba para conocer a sus pobladores, a quienes visitaba con su hijo adolescente y sobre los cuales escribirá su novela más famosa, Villa Miseria también es América (1957) que, como destaca Pedro Orgambide, se ubica en un tiempo en que “gran parte de sus colegas vivían el jolgorio antiperonista de la llamada Revolución Libertadora”.

En Noticias Gráficas escribía la columna Los Libros Por Dentro. Una tarde fue requerido por su hijo que, al no hallarlo, trabó conversación con un compañero que lo invitó a trabajar. Así empezó HV a confeccionar el pronóstico del tiempo antes de sumar alguna colaboración.

Entre agosto de 1960 y agosto de 1962 dirigió la revista Cinecrítica junto a –entre otros– Lautaro Murúa y Fernando Birri. Al mismo tiempo, seguía con sus libros:

“Supongamos que yo olvide tanta muerte, todo el horror desencadenado, ese tan concreto del cual ha hablado su sacerdote. Aún habrá otra cosa que me desquicie" (La Tierra es azul, 1961).

Supo que en La Razón, Félix Laíño quería que Timerman firmara como Alejandro.

Jacobo es un hermoso nombre– avaló Bernardo a su amigo, el único en hacerlo durante aquellos espacios con resabios de antisemitismo.

Cuando Jacobo Timerman –con el sobrino del escritor Güiraldes, el comodoro Juan José– armó la revista Confirmado (mayo de 1965), convocó a Horacio Verbitsky, que pronto sería uno de los secretarios de Redacción para el área de Cultura, sección a la que Bernardo se incorporaría entre mayo y noviembre de 1966.

Entonces, como hoy, no todos querían entender la diferencia entre sionismo y judaísmo.

Por caso, BV recordaría a Ben Gurión como un “personaje nefasto de la política israelí (escribí contra él, lo que me valió la desaprobación de algunos sectores judíos)”. Un acto en su homenaje realizado en la DAIA casi termina a los golpes, cuando Horacio dijo que por suerte su padre murió antes de ver lo que vino después, infinitamente peor, y llamó a Ariel Sharon "el carnicero de Sabra y Shatila".  Antes, dijo que considera la obra de su padre “la mejor crónica documentada de la vida urbana de Buenos Aires entre las décadas del '20 y del '70”, y lo recordó como un hombre con pretensión de justicia, exactitud y mesura “que trataba siempre de ser justo, de no absolutizar ni en un sentido ni en el otro”. De él, dijo, aprendió a “no bajar la guardia “ a no entregarse, a no resignarse, “a denunciar las cosas que ocurren y llamarlas por su nombre”. Verbitsky buscaba “ser intolerante con la intolerancia”.

Horas antes de la Guerra de los seis días (junio de 1967), BV afirmó en la revista libro Israel:

“Frente a ese manicomio, ¿Qué puede hacer o desear un escritor desde Buenos Aires? Quiero la paz. Enemigo de una solución bélica en cualquier problema o conflicto –que no en vano he escrito un libro de 800 páginas para denunciar notorias maniobras belicistas– desapruebo la guerra cruel de Vietnam donde Estados Unidos comete crímenes como la campaña del Sinaí en 1956”.

Lo decía el intelectual que se había manifestado en contra de la aceptación de las reparaciones económicas de Konrad Adenauer porque las veía enmarcadas “dentro del plan norteamericano de rehabilitar a los herederos de Hitler”.

Aunque se definía “ferviente partidario de la amistad entre judíos y árabes”; defendió siempre al Estado de Israel: “Se puede estar contra un gobierno, se puede objetar una política, pero otra cosa es planear la destrucción de un país, cosa que ocurre sólo con Israel”, decía en referencia también a los líderes árabes que disimulaban sus intentos de agresión, como Nasser.

Se expresó en tales términos a poco de la edición de Un hombre de papel, que “no es una novela de entretenimiento; es una obsesionada apelación a la sensatez de la humanidad para que deje de maquinar la destrucción atómica y dedique su energía a defender la dignidad humana cuyo menoscabo simbolizo en mi libro en la existencia de la villas miserias, y yo digo que toda Latinoamérica es una vasta villa miseria”.

 

Escritor

Ya se ha dicho que BV “se convirtió en un retratista de las glorias y miserias de Buenos Aires”, y más información que agregué en un artículo para Wikipedia hace una década.

Dirigió la colección Letras Argentinas, de Paidós. Fue un pionero de las ediciones; el primero en hacerlo con La guerra gaucha, de Leopoldo Lugones; hizo una serie de libros sobre ídolos argentinos como Fangio o Troilo; tradujo del ruso a Dostoievsky, al que prologó al igual que a ediciones de Juan Moreira; Los siete platos de arroz con leche (de Lucio V. Mansilla); El bagualón de las palmas (de Gudiño Kramer); Máximo Gorki (de Carlos Ruiz Daudet) o Buenos Aires en cien dibujos (de Pablo Fabisch).

Equivalente a su empeño fue el reconocimiento recibido, que se extendió a varias retrospectivas, incluso en un volumen alemán (Argentinien in Erzählungen seiner besten zeitgenössischen Autoren –Argentina en cuentos de sus mejores autores contemporáneos–).

El docente de literatura judía Mario Ber sentenció que su novela sobre la guerra civil española, En esos años (1947), “inauguró la no ficción” argentina; afirmación osada para un volumen que apareció una década antes que Operación masacre, de R. Walsh.

Etiquetas a los hombres (1972) fue considerado por el editor José Rosemberg como su “testamento político e ideológico”, ya que trata de las diferencias entre judíos y árabes, por lo que generó interés en España, donde fue editado en tapa dura con una cubierta a todo color, al igual que Enamorado de Joan Baez (1975).

"Estos teóricos de la liberación nacional musulmana sobre la base de la aniquilación judía, contribuyen a formar, quiéranlo o no, créanlo o no, el sector de los muchos a quienes interesa debilitar la verdadera liberación antiimperialista latinoamericana, diluyéndola en el antisemitismo" (de Etiquetas a los hombres).

Por La neurosis monta su espectáculo (1969) recibió una dedicatoria en un capítulo de "El psicoanálisis y los debates culturales. Ejemplos argentinos", de Germán García.

Su novela Calles de Tango (1953) fue llevada al cine por Hugo del Carril con el título Una cita con la vida, además de haber colaborado como guionista de una película y con el argumento para otras dos.

Además de haber sido miembro de número de la Academia Porteña del Lunfardo; abría su casa para el cantor Edmundo Rivero o recibía en el estudio, al aire, la visita de Aníbal Troilo en pantuflas para exigir que el locutor no interrumpiera a su amigo.

 

Ultimos años

Una década después de trabajar con el sobrino, Bernardo incluyó a Ricardo Güiraldes en un capítulo ponderativo para su ensayo Literatura y Conciencia Nacional.

Al año siguiente, pocos días después del último golpe de Estado, se negó a ir a una mesa redonda de varios grandes escritores convocados por el diario La Opinión. Envió un escrito, La inflación contra la poesía, en que denunciaba: “Antes alcanzaba con tres o cuatro sueldos para editar un libro; ahora, ni con veinte”.

Contra ese contexto peleó para, a fin de año, tener listos los cuentos de Octubre maduro, y para abocarse a su última novela, acerca de la pobreza, Hermana y sombra:

“Diez minutos duran mucho si uno sabe saborearlos".

Su último libro salió de imprentas argentinas el 29 de septiembre de 1978 editado desde Caracas, Venezuela. En A pesar de todo, el último cuento, La glicina, dedicado “A mi nieto Miguel” –primogénito de Horacio– termina así:

“Siento entonces en el fondo de mi alma el deseo de disolverme en este resplandor cálido que me envuelve, áureo en la efusión solar, verde en los vegetales, celeste en el cielo que nos ampara, en un intento acaso ingenuo pero fervoroso de abrir camino a la incorporación del hombre a la armonía universal”.

A esa armonía se unió Bernardo el jueves 15 de marzo de 1979.

La Prensa lo recordó a dos columnas, con foto: “Solía venir a la redacción –donde contaba muchos y antiguos amigos– con un fajo de papeles bajo el brazo, a conversar y a escuchar mientras miraba con esos ojos constantemente visitados por el asombro”.

Mientras estuvo enfermo había recibido secretas visitas de su hijo, quien podía sortear a los militares porque el dato no había trascendido.

Después, con la noticia en los diarios, Horacio no pudo asistir al sepelio.

 

Tapas editadas en España, Venezuela y la rareza de uno firmado con seudónimo.

 

Terminada la dictadura, en una entrevista para la revista Humor, Mona Moncalvillo le preguntó:

–Tu padre fue uno de los brillantes escritores que tuvo una incidencia grande. ¿Por qué no escribís sobre él?

–Porque me he criado en un país poblado de Leopoldos Lugones hijo, de Mirtas Arlt, de Maritos Sabatos, de Adolfos de Obieta (…) Mi padre es mi raíz y no la copa que me protege con su sombra.

Para entonces ya había escrito su nota Una cita con la vida, que integra el volumen Hemisferio Derecho (1997). Ahí están los valores y la emoción de quien lo conoció y aprendió de él mejor que nadie.

 

 

 

 

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