Un salto sin paracaídas

Mega-inflación, recesión profunda y estancamiento por tiempo indefinido

 

Asumió la Presidencia de la Nación Javier Milei y comenzó un nuevo experimento neoliberal en la Argentina. No son nuevas estas duras experiencias y conocemos ya sus precarios fundamentos teóricos, sus engañosos discursos sintonizados con el sentido común, como también sus devenires económicos y sociales desastrosos.

Esta nueva reedición neoliberal, con los necesarios maquillajes y actualizaciones comunicacionales y renovación del fronting, arrancó con el consabido mecanismo de construir un relato sobre un supuesto pasado fracasado, sobre el desastroso presente y futuro que espera si no se toman las medidas imprescindibles, y sobre el venturoso porvenir que le espera a la ciudadanía luego de atravesado el mal momento que viene, que por supuesto será transitorio.

 

Tsunami de excusas

Excusas verosímiles no faltan: la inflación elevada, el salario que no alcanza, los problemas fiscales del Estado, las dificultades del comercio exterior y la falta de divisas.

Problemas reales que podrían ser abordados con respuestas específicas, que deberían estar articuladas en relación a una verdad fundamental: aumentar la producción y mejorar la distribución para que el progreso se extienda por todas las capas sociales.

Pero en realidad los argumentos seudo económicos operan como excusas, como la del déficit fiscal, la de la bomba de las Leliqs o la híper que hay que evitar o cualquiera otra que aparezca: se trata de imponerle a la población una nueva redistribución de ingresos regresiva, un nuevo reparto de todos los negocios y rentas disponibles en la Argentina para el capital local y extranjero, y un ataque contra todas las capacidades propias que pueden contribuir a sostener un proyecto nacional.

“No hay alternativa” es la frase thatcheriana que se escucha desde el Presidente para abajo, y que ya repiten todos los medios de comunicación de la derecha, mostrando grotescamente su papel en el aparato de dominación social vigente en nuestro país. Vuelven a hablar de “destrabar el desarrollo argentino” cuando lo que están procediendo a destrabar son los negocios que reclama el poder corporativo.

Este proceso incipiente, muy desordenado y caótico, plantea a los observadores la pregunta de quién gobierna realmente en este momento. ¿Quién decide? Las metas se van transformando todo el tiempo, y suben y bajan prioridades abusando de un público grogui en materia intelectual. Pero, ¿cuáles son realmente las metas y quién las fija? Los funcionarios y las decisiones giran en forma frenética, y lo único que parece decantarse, lo único que sale claro del torbellino que gira en torno a Milei, son decisiones en favor de los intereses económicos más poderosos del país.

No debería sorprender esta línea de acción, cuyo sustento teórico es que si se deja actuar libremente a “los mercados” (léase en el mundo actual a las corporaciones concentradas), el resultado tarde o temprano será el más positivo posible para el resto de la sociedad. Pero resulta que ese sustento teórico arcaico y archi-refutado por la realidad mundial, calza como anillo al dedo a la demanda de nuevos negocios por parte de diversos sectores económicos a costa de la sociedad y del desarrollo del país como un todo.

El esquema sólo cerraría si la realidad funcionara como indicaba el manual de escuela primaria liberal del siglo XVIII: el mercado –que se suponía de competencia perfecta y donde nadie podía imponer ningún precio– mediante sus mecanismos genera resultados óptimos para todos los jugadores. Eso no sólo no ocurre en el mundo real, sino que en la actual etapa del capitalismo es ostensible y grosera la concentración económica descomunal en ínfimas minorías sociales en todo el mundo.

“Prefiero una verdad incómoda a una mentira confortable”, ha dicho el Presidente Milei, posando de auténtico –como toda la nueva derecha internacional–, cuando en realidad presenta como malas noticias provenientes del pasado a los futuros resultados del programa económico de las fracciones concentradas que viene a representar. Ahora resulta que anunciar y promover desgracias es “ser sincero”, una nueva forma de la honestidad intelectual. Proponer, en cambio, un futuro mejor sin sufrimientos en el corto plazo, sería una forma de mentira complaciente a la que se debe rechazar. Se trata de legitimar la crueldad social bajo la simulación de lo auténtico. La ética pasa por promover la desgracia ajena. El dolor causado legitima la seriedad de lo que se dice.

El sinceramiento, palabra chanta si las hay en el argot de la derecha argentina, alude a una situación ideal en la que los precios llegan a su verdadero nivel, que no sería otro que la concreción de las metas de rentabilidad de los sectores dominantes. Sincerar es que las variables se ubiquen allí donde la rentabilidad sectorial es máxima para los grupos más grandes. En realidad lo que se sincera es el proyecto distributivo de las derechas, y la mentira según ellos consistiría en un esquema distributivo más equitativo a favor de las mayorías.

Entre otras estafas conceptuales y sofismas de moda se ubica en primer lugar el odio a los políticos, culpables de la decadencia de los últimos ¡100 años! Ese odio es traspasado mediante un pase mágico al aparato estatal, que deber ser castigado por los males que nos afligen. Lo cuall abre la puerta al suculento negocio de las privatizaciones y desregulaciones varias. Muchas de las nociones repetidas en el discurso del ministro Caputo son muy viejas, como que todo empleado es ñoqui, o pariente de un político. Es evidente que no les importa la calidad de la gestión estatal, sino la minimización de los gastos empresarios vinculados al pago de impuestos.

Transcurrió ya casi medio siglo de educación masiva a la población para que no entienda para qué existen las estructuras burocráticas estatales, y comparta la visión corporativa salvaje del Estado como un gasto a minimizar. A los chicos les contaron que una PlayStation que salía 150.000 pesos, se podría comprar en sólo 90.000 si se le quitaran los malditos impuestos estatales que inflaban su precio. Pagabas más la Play, para que los políticos se enriquecieran. Circulan estafas para todos los gustos y edades.

Total, el Estado no sirve para nada, ¿no?

 

 

Catarata de negocios

No había pasado una semana de gobierno, y ya empezaron a manar las decisiones de la flamante gestión originando negocios rentísticos para los sectores propietarios.

No sólo por la devaluación violenta de la moneda, sino porque ya empiezan a aparecer negocios más personalizados, como el que encarna el “Bono para la Reconstrucción de un Argentina Libre” (sic) que constituye en síntesis un nuevo episodio de estatización de deuda privada (como los que se dan en cada gobierno neoliberal) con importante grado de duda sobre la autenticidad de todas las deudas declaradas por los importadores, y que engrosará el ya abultado stock de compromisos internos y externos que agobian al Estado, y por su intermedio, a la sociedad.

Son esos gigantescos negocios privados a costa de lo público las principales fuentes del déficit fiscal, y no a la inversa como miente el ministro de Economía.

Ante la inminencia del lanzamiento de un gran paquete de medidas privatizadoras y desreguladoras a favor de las corporaciones y el capital extranjero a través de un DNU, vale la pena citar al periodista Adrián Ventura, quien escribió en el sitio web de TN: “El texto del DNU había comenzado a ser elaborado por Federico Sturzenegger para Patricia Bullrich, cuando era candidata a Presidente. El ex titular del BCRA trabajó con un equipo muy sólido de abogados de grandes estudios y de consultoras de primera línea. Además, tuvo el asesoramiento de varios expertos en derecho administrativo; de importantes consultoras y de dos hombres que ahora integran el Gobierno: Eduardo Rodríguez Chirillo, secretario de Energía, y Guillermo Ferraro, ministro de Infraestructura”.

 

Federico Sturzenegger, el cerebro en las sombras.

 

Para decirlo sin eufemismos: todo el poder económico, sus contadores y abogados, estuvieron trabajando hace ya un largo tiempo en el cuerpo de legislación para que alguien de la derecha política lo implementara. Le tocó a Javier Milei enviarlo para ser tratado en el Congreso, pero pudo haber sido Patricia Bullrich, o el derrotado Rodríguez Larreta. Como en un ataque de rugby, el que es tacleado le pasa la pelota al que viene, para concretar el try. Aquí el try es meter las leyes que piden las empresas con nombre y apellido, bautizadas piadosamente como “programa económico”.

 

Efectos más que previsibles

La aceleración promovida de la inflación de los alimentos, los medicamentos, el transporte, la energía y el combustible, las prepagas y servicios informáticos y telecomunicacionales, tienen la misión de derrumbar el salario real y generar una violenta recesión, potenciando la rentabilidad de los monopolios y oligopolios.

El corte de la obra pública y de las transferencias a las provincias más necesitadas es otro empujón en esa misma dirección. En ese contexto, la inversión privada sólo se dará en algunos bolsones de rentabilidad garantizada, con escasa articulación con el mercado interno, con lo cual los principales componentes de la demanda agregada se caerán sincronizadamente.

El movimiento económico que se ha puesto en marcha es doble: harán caer el PBI y, dentro de ese marco más reducido, redistribuirán a favor de los sectores propietarios. Llevarán en poquísimo tiempo los ingresos de la mayoría a un nivel inferior en un 30% al que hubo durante el gobierno de Alberto Fernández, pero será peor aún para los más sumergidos o que no tienen ahorros mínimos.

Hunden consciente y voluntariamente la economía en busca de un gran superávit comercial, como el que se logró en el año 1990 gracias a la contracción económica comandada por Erman González, o en 2001/2002 durante el tramo final de Fernando De la Rúa y el comienzo de Eduardo Duhalde. Esos grandes hundimientos, con enorme sufrimiento social, permitieron generar cuantiosos superávits comerciales que luego serían utilizados para la estabilización económica posterior.

En el actual contexto, no sabemos a ciencia cierta si los exportadores traerán sus dólares, a cuánto pretenderán vendérselos al Estado y, en tal caso, a qué pensará dedicar Milei las decenas de miles de millones que se podrían atesorar genuinamente el próximo año.

Olvidándonos de que en la Argentina existen seres humanos que lamentablemente tienen necesidades biológicas, nos preguntamos lo siguiente: si la ultra recesión que van a provocar y una inundación de dólares vía comercio exterior lograran estabilizar los precios en el nivel que sea, y por lo tanto la moneda nacional volviera a servir para ahorrar, ¿cuál sería entonces el sentido de la dolarización sino el de destruir la capacidad de hacer política monetaria del Estado Nacional y favorecer todo tipo de transacciones legales e ilegales a través de las fronteras del país, entre ellas facilitar aún más la tradicional fuga de capitales?

 

 

La dinámica: una L infinita

¿Cuánto durará esa grave recesión? El otro día, el mozo de un bar me comentó que ya había caído el número de clientes que concurrían. No había pasado una semana de los primeros anuncios y aún no se han desplegado los efectos de todas las medidas que ha tomado el gobierno para asfixiar la economía. En dos meses puede que no haya ya parroquianos que justifiquen que el bar esté abierto. El mozo me dice: “Hay que esperar dos o tres meses”, repitiendo algo que alguien le dijo. Pero dentro de dos o tres meses se estará mucho peor, le digo, y le explico por qué. Entonces me dice: “Ya para 2025 la cosa va a cambiar”. La fe es irreductible.

Los economistas de los países centrales han desarrollado una tipología ingeniosa para describir las crisis económicas, según cómo se vería gráficamente el movimiento de caída de la economía y su posterior recuperación.

Así, aparecen las crisis tipo V, porque la economía cae pero rebota rápidamente en un cierto piso, y retorna a sus niveles previos en relativamente corto tiempo.

También están las crisis tipo U, en las cuales la caída es seguida por un tiempo más prolongado en el fondo, para luego alcanzar una recuperación, a la que finalmente se llega.

Y está la crisis tipo L: la economía se desmorona, pero no vuelve para arriba, se queda allí en el fondo por un tiempo impreciso.

Pues bien: el pensamiento libertario rechaza cualquier intervención pública para salir del pozo económico y cree con fe ciega en que será el mercado el que rescate a la economía. No tienen ni contemplan instrumentos para salir, porque son pre-keynesianos. Representan el pensamiento económico en naftalina, fracasado en 1929. Fue Keynes quien pensó cómo hacer para salir del hundimiento económico de la economía capitalista que había desbarrancado. Esta gente que hoy nos gobierna rechaza sus enseñanzas, lo que equivale a rechazar los avances de la ciencia del último siglo.

Es decir: están despeñando alegremente la economía, sin considerar ningún mecanismo de compensación, y cruzando los dedos para que la santa inversión privada nos salve. Pero en el capitalismo contemporáneo la inversión privada se da en un contexto que requiere ciertas condiciones: a) expectativas de alta rentabilidad, y b) certeza en un escenario económico, social e institucional que le dé sostenibilidad en el tiempo a los negocios a encarar.

El brutal ataque a las condiciones de vida de la sociedad argentina, sin tomar ningún recaudo en relación a los mínimos indispensables para garantizar la paz social y la viabilidad macroeconómica, son la negación total de la posibilidad de inversiones privadas significativas, ni en el segundo semestre, ni en el segundo año de un mandato marcado por la crisis, el darwinismo social y la violencia desatada desde el Estado.

En otras palabras, un escenario de L sin solución de continuidad.

La secuela previsible para los próximos meses es: mega-inflación, comienzo de una recesión profunda, y finalmente estancamiento en ese nivel de cuarto subsuelo, por tiempo indefinido. ¿Dónde queda el destino de la gente en ese contexto?

No hay dentro del actual mecanismo puesto en marcha ningún paracaídas que aminore la caída, ni ningún fondo previsible en el cual parar.

Es más: la profunda recesión también reducirá los ingresos estatales, promoviendo un déficit fiscal que llevará a nuevos recortes, cada vez más dañinos. La mega-inflación promovida desde el gobierno acelerará la emisión de moneda, ya que un tercio de la deuda pública está indexada a los precios, y deberá ser pagada.

La disfuncionalidad del actual elenco gubernamental y de sus ideas nos remarca que el único proyecto burgués realista y sensato era el de Sergio Massa, que tenía presente la necesidad de sostener el mercado interno, promover un salida productiva y exportadora multilateral, y utilizar al Estado para dotar de cierta racionalidad social a todo ese proceso de salida de una Argentina atormentada por la timba financiera neoliberal. ¿Cuál es, por ejemplo, el sentido de abandonar obras públicas con altísima tasa de retorno vía exportaciones? ¿Se trata tan sólo de achicar y endeudar? ¿Qué funcionalidad tiene, entonces, el descalabro libertario?

 

 

No es legítimo agredir así a la sociedad

Es claro que si se pensaba concretar esta agresión social, debía realizarse al comienzo de la gestión, como ya lo indicaban los grandes estadistas Mauricio Macri y Patricia Bullrich.

Y también que Javier Milei cuenta aún con ese capital político real pero muy volátil y heterogéneo del 56% de los votos.

Qué forma adoptará la oposición social a las medidas de alto daño promovidas por el gobierno, es imposible saberlo.

Pero es razonable pensar que el límite que la irresponsabilidad del gobierno va a intentar traspasar son las posibilidades de vivir, de comer, de ir al trabajo, de alojarse, de cubrir las necesidades básicas de las familias argentinas.

La mayoría de sus votantes entendió que Milei estaba contra los privilegios, y no contra el bolsillo popular.

No se votó esto. Si bien la alienación política y la ignorancia económica están en un punto histórico elevado, la violencia del ataque al nivel de vida de amplios sectores no se puede tapar con ficciones sobre una herencia que tendría ya 100 años.

Pero además, ¿cómo se podría llegar al paraíso bajo un gobierno que garantiza una L infinita?

 

 

 

 

 

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