Un sheriff en Medio Oriente

Diplomacia con bombas

 

Los últimos acontecimientos en Medio Oriente han dejado innumerables interrogantes abiertos. Generalmente, presumimos que los Estados adoptan comportamientos relativamente racionales, dado que las políticas se definen sobre la base de cuidadosos análisis de numerosos organismos integrados por expertos. Naturalmente, se podrá discrepar de los fines últimos que guían determinadas acciones, pero es habitual encontrar una cierta coherencia entre fines y medios. Sin embargo, cuando se aprecian conductas que parecen ir en contra no solo de los intereses generales de la comunidad internacional, sino del interés de los propios actores, la dificultad de encontrar explicaciones aumenta considerablemente. Podemos atribuir el alto grado de imprevisibilidad actual al accionar de figuras poco convencionales, como es el caso de Donald Trump, que busca proyectar una imagen de hombre fuerte, capaz de desatar los nudos gordianos de la política internacional utilizando el método de Alejandro Magno. El tono amenazante, despectivo y soberbio se ha convertido en su estrategia de negociación, método que, si bien puede arrojar algunos resultados en el plano interior, es más problemático cuando se trata de negociar con Estados soberanos. La idea de que un hombre decidido, una suerte de sheriff internacional, puede imponer orden en un mundo complejo es completamente ingenua, y pronto se comprobará que trae más perjuicios que beneficios. El único modo de alcanzar la paz, como señalaba Hans Kelsen, es a través del derecho. Pretender obtener la paz a través de la fuerza es un oxímoron, una pura fantasía que solo anida en el cerebro de los autoritarios. 

 

 

La misión “martillo de medianoche”

Donald Trump anunció que la fuerza aérea de su país realizó un raid contra las instalaciones nucleares de Irán en la madrugada del 22 de junio y consiguió, según su versión, la destrucción total de los objetivos trazados. Trump, durante su primera presidencia, había decidido en el año 2018 retirar a Estados Unidos del Plan de Acción Integral Conjunto. Este estaba dirigido a garantizar el uso civil de la energía nuclear por parte de Irán. Según el acuerdo alcanzado durante la presidencia de Obama, que fue firmado en 2015 por Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia, China y Alemania en colaboración con la Unión Europea tras años de intensas negociaciones, Irán aceptó limitar su programa nuclear y someterlo a un estricto régimen de verificación internacional por parte de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA). A cambio, la comunidad internacional levantaba las sanciones económicas inicialmente impuestas por el Consejo de Seguridad de la ONU. Cabe añadir que Irán firmó y ratificó el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) en 1968 y 1970, respectivamente. El artículo 4 del TNP reconoce el derecho inalienable de todos los Estados a desarrollar la energía nuclear para fines pacíficos, e Irán había aceptado someterse al régimen de salvaguardias del Organismo Internacional de Energía Atómica.

Con Trump nuevamente en la Casa Blanca, Estados Unidos inició negociaciones directas con Irán por fuera del marco regulatorio internacional. En este peculiar juego de ejercer la diplomacia exhibiendo un garrote, Trump dijo en una entrevista en la revista Time: “Creo que podemos llegar a un acuerdo sin el ataque. Espero que podamos (…) si no, yo estaré liderando el grupo [que ataque a Irán]”. Estados Unidos e Israel exigían que Irán cesara completamente el enriquecimiento de uranio, una demanda que el líder supremo del país, Ali Jamenei, ya había rechazado puesto que el TNP lo permite. Una nueva reunión de la ronda negociadora entre Washington y Teherán estaba prevista para el domingo 15 de junio en Mascate (Omán), pero Israel lanzó su ataque por sorpresa en la madrugada del viernes 13 de junio. Trump y su secretario de Estado, Marco Rubio, negaron que Estados Unidos hubiera participado en ninguna forma en el ataque. No obstante, es evidente que lo conocían, porque el miércoles anterior habían ordenado retirar a la mayor parte de su personal diplomático de la región. Por otra parte, es muy probable que también lo hubieran autorizado, porque Israel no hace ningún movimiento, y menos uno de esta trascendencia, sin que Estados Unidos dé luz verde. De hecho, pocas horas después, Trump declaró: “Irán debería haberme escuchado cuando dije: ‘Ustedes saben que les di una advertencia de 60 días y hoy es el día 61’. Irán debe llegar a un acuerdo, antes de que no quede nada, y salvar lo que una vez se conoció como el Imperio iraní”.

La ambigüedad de Trump desapareció cuando el sábado 21 se produjo la operación “martillo de medianoche”, en virtud de la cual aviones estadounidenses lanzaron las famosas bombas antibunker sobre varias instalaciones nucleares de Irán. Sin duda se trataba de una agresión claramente ilegal que no había contado con la aprobación ni del Congreso de Estados Unidos ni del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y que tuvo lugar en momentos en que se llevaban a cabo conversaciones diplomáticas. El bombardeo de instalaciones nucleares es un hecho gravísimo, prohibido por las leyes de Ginebra, pero el Presidente de los Estados Unidos tenía preparada una nueva sorpresa. A última hora del lunes 23 de junio, según un mensaje publicado en su red social Truth, en su característico tono grandielocuente, anunció un “alto el fuego total” para acabar con lo que ha denominado “la guerra de los 12 días”. “¡FELICIDADES A TODOS!” (mayúsculas en el texto original), escribió Trump. “Israel e Irán han acordado que habrá un ALTO AL FUEGO total”. “Oficialmente, Irán iniciará el ALTO AL FUEGO, y a las 12 horas será el turno de Israel (…). [Cuando hayan pasado esas] 24 horas, el mundo anunciará oficialmente el FIN DE LA GUERRA DE LOS 12 DÍAS”. En un mensaje posterior, aseguró: “Israel e Irán vinieron a mí, casi simultáneamente, y dijeron: ‘¡PAZ!’. Entonces supe que era HORA”. 

Al día siguiente, frente a los periodistas que lo esperaban en los jardines de la Casa Blanca para registrar su partida a La Haya para asistir a la cumbre de la OTAN, acusó a ambos países de romper la promesa que se habían hecho el día anterior. Dijo en tono de enfado que “no tienen ni puta idea de lo que están haciendo” y cargó especialmente contra Israel, en una demostración pública de disgusto sin precedentes. Escribió: “Israel, no tires esas bombas. Si lo haces, es una violación grave [del acuerdo de alto el fuego]. ¡Devuelve a tus pilotos a casa, ahora!”. A los diez minutos, afirmó en otro mensaje que Israel ”no va a atacar más Irán" y que el “alto el fuego está en vigor”. “No estoy contento con Israel”, dijo Trump. “No me gustaron muchas cosas que vi ayer. No me gustó que Israel lanzara bombas justo después de que cerráramos el trato. No tenía por qué hacerlo, fue una represalia muy fuerte”.

La volátil actuación de Trump, con violentos cambios de dirección, constituye una novedad absoluta que deja perplejos a los diplomáticos más veteranos. Acciona jugadas de alto riesgo, equivalentes a abrir una caja de Pandora en Medio Oriente. Pero analizadas desde la óptica del derecho internacional, suponen la irresponsable demolición no solo del orden jurídico internacional que surgió con la Carta de las Naciones Unidas, sino también de legitimar el uso desembozado del engaño y la mentira en las relaciones diplomáticas. La OIEA declaró que estos ataques violaron el derecho internacional al amenazar infraestructuras protegidas por los convenios de Ginebra. Por otra parte, el ataque norteamericano al programa nuclear iraní no solo habría destruido instalaciones físicas, sino que ha dinamitado las bases de la arquitectura internacional dirigida a evitar la proliferación nuclear. La diplomacia a través de las bombas deja otra paradójica enseñanza para el resto de países del mundo: Irán fue bombardeado justamente por no contar con un arma nuclear.

 

 

Las contradicciones en el MAGA

Donald Trump había prometido en su campaña electoral no emprender nuevas guerras e incluso afirmó ser un hombre de paz. Claro que esto no le ha privado luego de exigir aumentar el gasto militar en los países de la OTAN hasta el 5%, un modo notable de fomentar las exportaciones de armas de Estados Unidos. En 2016, en el debate de candidatos republicanos, el propio Trump dijo que la de Irak había sido una “guerra estúpida” que había malgastado cuatro billones de dólares de los contribuyentes. Dirigentes del movimiento MAGA (Make America Great Again) como Steve Bannon y el periodista Tucker Carlson advirtieron que la intervención en Irán “para servir intereses ajenos”, en velada alusión a Israel, haría inevitable la ruptura del movimiento de apoyo a Trump. ¿Qué explica entonces esta implicación directa de Trump en la guerra lanzada por Israel contra Irán? Es indudable que Trump dio luz verde al ataque israelí debido a la influencia de los neoconservadores de su administración, una corriente que defiende el intervencionismo activo “para promocionar la democracia” y alcanzar “la paz a través de la fuerza”. Se considera que ese sector está representado por el actual secretario de Estado Marco Rubio; el director de la Agencia Central de Inteligencia John Ratcliffe, y el ex Consejero de Seguridad Nacional Michael Waltz, destituido por revelar los planes secretos de ataques en Yemen. Estos dirigentes aparecen estrechamente vinculados a la AIPAC (American Israel Public Affairs Committee), el lobby proisraelí acusado de estar fuertemente aliado con el partido Likud de Israel. Pero, según algunos analistas, habría que detenerse en la figura del vicepresidente J.D. Vance, quien habría sido la figura clave de la administración Trump para convertir la participación en la guerra en un ataque puntual y diseñar el alto el fuego. Vance es un crítico abierto de la ayuda militar estadounidense a Ucrania durante la guerra ruso-ucraniana y es considerado un hombre de derecha poco convencional. Ha declarado que Estados Unidos no estaba en guerra contra Irán, sino contra su programa nuclear, aunque al mismo tiempo no ha dejado de adherir a la tesis de que ”la manera de lograr la paz es a través de la fuerza”.

 

 

La relación entre Estados Unidos e Israel

De esta guerra todos se han proclamado vencedores, a pesar de que todavía es prematuro hacer un balance de las pérdidas sufridas por los contendientes. Trump, deseoso de cobrar los beneficios de su apuesta bélica, se ha apresurado a anunciar un nuevo encuentro con una delegación iraní a efectos de continuar las conversaciones sobre el modo de paralizar el uso de la energía atómica por la nación persa, lo cual no deja de ser extraño porque, si las instalaciones han sido totalmente destruidas, parecería que ya nada queda por negociar. La cuestión que no ha quedado dilucidada es qué hará Israel, que no ha podido completar su indisimulable propósito de infligir un severo castigo a Irán, similar al sufrido por el Irak de Sadam Hussein. Según la opinión de algunos analistas, Israel no solo busca provocar el cambio de régimen en Irán, sino conseguir el absoluto predominio militar en la región al tiempo que culmina el proyecto sionista de colonización de toda la tierra de Israel, es decir, el área entre el mar Mediterráneo y el río Jordán como mínimo. Otros analistas opinan que también se busca provocar la división de Irán, apoyados en una editorial del diario israelí Jerusalem Post en la que se pidió a Trump sumarse al plan para fragmentar a Irán. El ultraderechista ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, ya está reprochando con dureza la tregua con Teherán. Los grupos ultra religiosos que aspiran a conformar el gran Israel no parecen dispuestos a renunciar a la operación de limpieza étnica que tiene lugar en Gaza y que se incrementa cada día en Cisjordania.

Hasta ahora, la relación entre Israel y Estados Unidos ha sido inquebrantable. El conocido analista geopolítico John Mearsheimer explica: “Cuando se trata de la política exterior de Estados Unidos en Medio Oriente, Israel es nuestro dueño. Y los que quieren frenarlo no tienen ningún peso. Porque Israel hará lo que quiera. Es una situación verdaderamente asombrosa que la mayoría de los estadounidenses no entiende: un pequeño país de unos pocos millones de habitantes puede conseguir casi todo lo que pide, con el apoyo incondicional de Estados Unidos”. Si bien es difícil suponer que Israel pueda librar una guerra sin contar con los Estados Unidos, nada se puede descartar. La última vez que Israel tomó iniciativas por su cuenta fue en 1956, cuando se lanzó a una guerra contra Egipto del brazo de Gran Bretaña y Francia, molestas por la nacionalización del canal de Suez. El Presidente Dwight Eisenhower amenazó con cortarle la ayuda financiera norteamericana y, ante el veto de británicos y franceses en el Consejo de Seguridad, obtuvo una resolución en la Asamblea General de la ONU que exigía la retirada de los territorios conquistados violentamente. En aquella ocasión, Eisenhower pronunció un memorable discurso desde el Despacho Oval que tiene enorme actualidad en momentos de tanto desprecio por el derecho internacional: “Si las Naciones Unidas admiten por una vez que las disputas internacionales pueden resolverse mediante el uso de la fuerza, habremos destruido los cimientos mismos de la Organización de Naciones Unidas. Creo que no sería fiel a las normas de este elevado cargo si prestara la influencia de Estados Unidos a la proposición de que a una nación que invade a otra se le debe exigir su retirada”. El Presidente que alertó sobre los riesgos del complejo militar-industrial que amenazaba a la democracia americana formuló otra exhortación contra el belicismo rampante: “Debemos unirnos para abolir la guerra de una vez por todas. La guerra es un negocio sombrío y cruel. Odio la guerra como un soldado que la ha vivido, solo como uno que ha visto su brutalidad, su inutilidad, su estupidez”.

 

 

 

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