Una autopsia a la economía argentina

Las políticas de Cambiemos forman un cadáver exquisito de insoslayable surrealismo

 

El cadáver exquisito es un método de creación colectiva de textos que consiste en plasmar algo a continuación de otra cosa sin preocuparse de la coherencia o el sentido que el resultado final pudiera tener. Es una técnica usada por los surrealistas en 1925, que sirvió para engendrar obras de arte y que el gobierno de Cambiemos parece haber adoptado para llevar a cabo su políticas económicas. Sólo así se entienden tamañas inconsistencias.

Es que no hay plan económico: es un cadáver exquisito. No hubo ni hay coherencia. ¿La lógica? Todas medidas que buscan certificar la rentabilidad presente y futura de determinados sectores de la economía que curiosamente guardan alguna relación con el círculo presidencial de amigos, familia o sencillamente sectores corporativos, aunque no guarden una consistencia con el conjunto.

¿Bajar la inflación dolarizando las tarifas y devaluando? ¿Devaluar y atar el precio del combustible al dólar? ¿Subir tarifas y elevar la tasa de interés para que no genere inflación? ¿Desfinanciar la ANSES y pretender que los recursos alcancen para financiar el sistema de reparto de jubilaciones y pensiones? ¿Aspirar a que Aerolíneas Argentinas sea rentable haciéndola competir en los tramos menos competitivos y dejándola sin las rutas comerciales más rentables? ¿Tener dólares suficientes para atender las necesidades locales pero al mismo tiempo liberar de las exigencias de liquidar esos dólares a los exportadores? Y hay más. Muchas.

Sin embargo, una de las primeras y mayores inconsistencias —que aún perdura— fue adaptar la estructura y la política económica de gobierno a los intereses de las distintas corporaciones que forman parte del poder económico y que habían acompañado el ascenso de Cambiemos y su llegada al poder. Si se lo piensa, el Presidente decidió erigir todo un andamiaje que buscó poner a un “ministro” en cada área que resultaba “de interés” para ese círculo empresario, casi como si hubiese que cumplir con compromisos políticos asumidos con cada uno de estos sectores. Se buscó entonces un “interlocutor” por área, que hubiese pertenecido (o siguiera perteneciendo) al ámbito de la actividad privada. La resultante fue un gabinete con nueve ministros distintos que pertenecían a la cartera económica, pero que parecían tomar decisiones en forma aislada, en función de las demandas respectivas de los sectores a los que representaban, muchas de ellas reivindicatorias de las que habían sido denegadas durante los años previos.

Hay que decirlo. El kirchnerismo no fue un mal negocio para muchos sectores. Los acreedores del Estado, el campo, las entidades financieras, las grandes cadenas, los sectores extractivos, los capitales extranjeros en el país, habían tenido buenos resultados pero, a la vez, habían buscado sin éxito imponer su agenda de necesidades específicas, que finalmente obtendría respuesta positiva con Cambiemos. Las oscilaciones económicas, las complicaciones financieras, el estancamiento de algunas variables relevantes como el crecimiento y la pobreza que se habían manifestado durante el último gobierno del kirchnerismo, le habían dado volumen político suficiente al esquema que con Cambiemos en el poder tuvo lugar: concederle a cada sector del poder económico, judicial, mediático, lo que pedía, independientemente de las consecuencias que esto deparase en el conjunto del proyecto. Se suponía que la mano invisible del mercado iba a coordinarlo todo.

El complemento de este entramado fue el retroceso del Estado, el achicamiento sostenido en distintas áreas, sobre todo en aquellas con valor económico potencial, pero también del Estado en el rol de regulador. El repliegue de YPF, ARSAT y Aerolíneas Argentinas en áreas que las tenían de actores centrales es la evidencia de lo que ocurre en otros sectores. La deuda contraída en los mercados financieros también respondió en gran medida a esos intereses invisibles. Esto volvió inconsistente la idea de una acumulación posible de capital desde el Estado, que terminase de forjar una economía inclusiva.

Desde el comienzo del ciclo político, el gobierno atacó la economía con el levantamiento de los controles cambiarios, asumiendo un tipo de cambio que regía en el mercado informal o negro. La devaluación del 40% de 2015 generó una ola inflacionaria que el gobierno buscó amortiguar con la emisión de deuda del Banco Central para retirar esos pesos de la plaza. Al mismo tiempo se eliminaron las retenciones a las exportaciones agropecuarias con excepción de la soja (se aplicó una baja de 5 puntos) aunque existía la promesa de continuar en ese sentido, se flexibilizaron importaciones y se otorgaron beneficios a las exportaciones mineras.

Meses después se dolarizaron las tarifas de los servicios públicos, impactando en el ingreso disponible de los trabajadores; una ecuación que redundó en un golpe duro para las pymes. Por supuesto, la suba de tarifas también se vio reflejada en la mayor inflación. Los salarios perdieron la carrera contra el alza de los precios. El déficit de la Cuenta Corriente se financió con deuda, aunque el “agujero” continuó porque no se tomaron medidas para cerrar ese saldo negativo de dólares. La política monetaria que fijó una elevada tasa de interés de referencia —alimento de la bicicleta financiera, que trajo más dólares al país—, atrasó el tipo de cambio. Hoy el peso de la deuda está cerca de ser equivalente al 100% del PBI y la desconfianza en la marcha de la economía y la disponibilidad de contar con divisas para pagar la deuda a partir de 2020 han incrementado en forma sustancial el riesgo país, que la última semana tocó los 820 puntos.

Este texto se esfuerza por hacer una lectura secuencial, lógica y con algunos denominadores comunes de lo que tuvo lugar en materia económica; pero, en la topografía del día a día, todo fue aun más caótico. La resultante llevó a la Argentina a una situación irreversible, donde la crisis de la deuda, la devaluación, la inflación, la recesión económica y el aumento de la pobreza arrojaron al país nuevamente a los brazos del FMI, lo que terminará de plasmar un retroceso distributivo de proporciones siderales.

El país experimenta un verdadero desastre económico. Es urgente direccionar y regular la economía argentina para llevarla al mundo de la producción, con mayor inclusión de sus habitantes e integración con el resto de la economía mundial. No sirve volver a lo que impuso el “Consenso de Washington”, vinculado a la apertura económica, el retroceso del Estado en materia regulatoria y el libre juego de las reglas que esbozan los sectores económicos. Máxime teniendo en cuenta que Estados Unidos pelea por proteger su economía del ascenso de China en el planeta como potencia hegemónica.

 

 

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