Una cumbre histórica, con bemoles

El acuerdo franco-alemán permitió que por primera vez Europa emita bonos comunitarios

 

A comienzos de esta semana, el Consejo Europeo, la asamblea de los presidentes y jefes de estado de los 27 países miembros de la Unión Europea, lograron un acuerdo sobre el presupuesto y el paquete financiero de ayuda y relanzamiento de la economía más grande de la historia de la comunidad, luego de arduas negociaciones durante cuatro días con sus noches. Es sin duda la mayor decisión económica adoptada por la Unión Europea desde la introducción del euro.

El paquete completo se eleva a 1,8 billones de euros, de los cuales 1,074 billones son para cubrir el presupuesto de la Unión de los próximos 7 años, los 750.000 millones restantes son destinados a un programa coyuntural y de inversiones para hacer frente a las secuelas dejadas por la pandemia de Covid-19 y estimular la reactivación económica.

Uno de los mayores méritos de esta cumbre es que por primera vez en la historia de la EU, se acordó crear un fondo de solidaridad colectivo o mutualizado. Hasta ahora todos los recursos de la Unión Europea provenían de sumas transferidas desde los Estados nacionales. La UE no estaba autorizada a dirigirse al mercado de capitales para financiarse y no disponía de “recursos propios”, es decir de ingresos provenientes de impuestos “comunitarios”. Esta es la primera vez que la Unión Europea en tanto tal, va a tomar un crédito y asumir una deuda común y distribuir esta enorme suma entre sus Estados miembros. Una proporción significativa de la cual (390.000 millones de euros) será asignada en calidad de subsidios –es decir no reembolsables— en nombre de la solidaridad comunitaria. La otra parte —o sea 360.000 millones de euros- consistirá en créditos que deberán ser servidos y reembolsados colectivamente, en un plazo de tres décadas (a partir de 2028 hasta 2058).

La adopción de este paquete comunitario mutualizado es evidente que no hubiera sido posible sin un viraje completo de la posición alemana, en particular por parte de la Canciller Angela Merkel, cuyo comportamiento fue rigorista y “austeritario” durante la crisis del euro en Grecia, de trágico recuerdo. Lo mismo que la frase del entonces Ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, que afirmó que mientras él estuviese vivo, la UE jamás contraería deudas mutualizadas. Schäuble dejó el Ministerio en 2017, pero goza de mejor salud que capacidad predictiva.

Los beneficiarios inmediatos de este esfuerzo colectivo destinado a paliar los efectos de la pandemia son, sobre todo, los países del sur de Europa. Especialmente Italia y España, pero también Portugal y Grecia y Francia. Gracias a este fondo, no solo obtendrán sumas considerables en calidad de subsidios. El segundo andarivel de esta iniciativa común, consistente en créditos, si bien deberán ser reembolsados, no pagará intereses, en la medida que las tasas “comunitarias” oscilan en torno a cero.

El reembolso de esta deuda contraída por la Unión Europea será efectuado en base a tres tipos de impuestos comunitarios: a) sobre el plástico, b) a las emisiones de carbón, c) y un gravamen sobre las transacciones numéricas.

El mayor obstáculo para llegar a un acuerdo sobre la propuesta inicialmente presentada de manera conjunta por Alemania y Francia, lo constituyó el bloque compuesto por Holanda, Austria, Finlandia, Suecia y Dinamarca, que se autodenominan  “frugales” pero otros los llaman “avaros”. Su objetivo principal era reducir las sumas que se otorgarían en calidad de donación a los países más golpeados por la pandemia. Sus amenazas de hacer saltar todo por el aire mediante el uso de su derecho de veto fue eficaz. Los 500.000 millones de euros de subsidios previstos en el proyecto originario, fueron reducidos a 390.000 millones, si bien quedaron compensados por un aumento proporcional de los créditos.

Los países “frugales”, con su actitud, han perdido una gran oportunidad de asumir el liderazgo ecológico, social y en la defensa de los valores constitutivos de la Unión. En vez de embarcarse en un combate abierto a fin de garantizar que los dineros sean invertidos en proyectos de futuro, consolidar los sistemas de salud pública, hacer frente al cambio climático, garantizar oportunidades de empleo sobre todo para los jóvenes, promover una descarbonización de la economía e insistir en la modernización numérica, fomentar la innovación y las tecnologías “verdes”, y promover la adopción de un mix energético renovable y limpio, se dedicaron a librar una batalla miope por la austeridad. En vez de hacer valer los logros “nórdicos” tanto en la introducción de la economía verde como en el plano social, asumiendo un verdadero liderazgo europeo, prefirieron llenar el vacío dejado por la salida del Reino Unido y subirse al bote abandonado del euroescepticismo. Durante los cuatro días de negociaciones desde el 17 al 21 de Julio, parecía como si el grito indignado de Margaret Thatcher: “Give me back my money”, hubiera salido de las catacumbas para rebotar en los pasillos del edificio del Consejo Europeo. Es triste ver que gobiernos de países que se han beneficiado tanto de la Unión Europea, en algunas ocasiones recurriendo al dumping fiscal como es el caso de Holanda, hayan adoptado una actitud tan desprovista de visión, sin duda presionados por la presencia de una extrema derecha euroescéptica o incluso contraria a la Unión Europea.

Las negociaciones fueron de una gran dureza y agresividad. Sin duda esta Cumbre enriquecerá la colección de episodios folclóricos que acompañan el mito de la construcción europea. Comenzando por la insólita imagen brindada por estos dirigentes con tapabocas, que se saludan codo con codo, y que tienen que mantenerse a distancia peleando con sus emociones. Las ofensivas declaraciones del Primer Ministro Holandés, Mark Rutte, dirigidas al gobierno italiano en un tono poco amigable, por no haber hecho las reformas necesarias antes de la llegada de la pandemia, seguirán resonando durante un buen tiempo. También quedarán en el recuerdo la rabia y los puñetazos sobre la mesa del Presidente Francés, Emmanuel Macron, frente a la falta de flexibilidad y la obstinación del grupo de los “frugales”. Lo mismo que sus críticas abiertas dirigidas al canciller austríaco, Sebastian Kurz, que prefirió responder a la pregunta de una periodista por su teléfono, en vez de escuchar los argumentos del monarca sin corona francés. Tampoco pasarán al olvido fácilmente las interminables interrupciones de las reuniones plenarias –dedicadas a menudo para enfriar los ánimos demasiado caldeados—, reemplazadas por negociaciones bilaterales y en pequeños grupos, a lo largo de noches enteras a puro café. Los helicópteros sobrevolaban los edificios de la Unión Europea cual furiosos abejorros garantes de la seguridad de los 27 jefes de Estado reunidos en el edificio del Consejo Europeo en Bruselas, con un ruido atronador.

Un fracaso de la Cumbre hubiera tenido consecuencias extremadamente graves para la Unión Europea. En un contexto minado que amenaza la frágil construcción comunitaria y acerca peligrosamente la posibilidad de la bancarrota general del edificio, un revés de las negociaciones hubiera significado un grave peligro. La Unión Europea ya está sumida en suficientes tensiones con el Brexit, con la emergencia de la extrema derecha opuesta a la Unión Europea, con las dramáticas consecuencias sanitarias y económicas del Covid-19, la creciente influencia de gobiernos autoritarios e iliberales —como se las llama en la jerga de los politólogos— en Hungría, Polonia y otros países del este, y con las profundas divergencias acerca de cómo afrontar el problema de los refugiados y la inmigración, que dividen al continente. Un resultado negativo de las negociaciones habría abierto la posibilidad inminente de la bancarrota del proyecto comunitario. Ello sin mencionar el golpe que semejante desemboque hubiera tenido para el euro y el mercado interno de la EU y el caos bursátil que hubiera generado.

Las consecuencias negativas de un fracaso de las negociaciones habrían tenido graves efectos también en relación con el rol de la Unión Europea en el contexto internacional. Sobre todo, en un concierto en el que las relaciones entre Estados Unidos y China se vuelven cada vez más ríspidas, adoptando matices de guerra fría propios de otros tiempos y cuando el unilateralismo ha reemplazado el multilateralismo de hace apenas unas décadas, con el debilitamiento de las organizaciones internacionales. La afirmación de la UE como un tercer polo de influencia global en este marco es vital. Puede y debe jugar un rol significativo para revigorizar el papel de las Naciones Unidas y sus instituciones como la OIT, la Organización Internacional del Trabajo, pero también el Pacto por el clima de París, la OMS y otros programas e instituciones. El rol de la Unión Europea a fin de que estas organizaciones recuperen un cierto peso y no terminen sucumbiendo del todo a causa del caótico desorden internacional, dominado por los caprichos de un nacionalismo ciego, propio de otros siglos, parece clave.

Al mismo tiempo que desde esta perspectiva se puede decir que la Cumbre a pesar de todo ha sido un éxito, los bemoles a destacar son muchos. Las partidas para ciertas inversiones claves fueron cortadas. Para horror de las universidades y la comunidad científica, este es el caso de programas destinados a apoyar la investigación médica y en otros terrenos, comprendida en el programa “Horizon Europa”, InvestEU o EU4Health. Otra poda que sin duda tendrá un eco negativo de envergadura es la de los fondos del programa de intercambio estudiantil y de jóvenes profesionales ERASMUS, uno de los más populares entre la juventud europea, al que han reducido en 5.000 millones de Euros.

Pero el déficit mayor fue sin duda la decisión del Consejo Europeo de ignorar la presión existente a que las ayudas económicas sean condicionadas al respeto de los principios del estado de derecho. Hungría y Polonia, aprovechando las aguas revueltas, lograron evitar la adopción del mecanismo de suspensión de las ayudas a países que no garantizan la independencia de sus respectivos sistemas judiciales y la libertad de prensa, así como ciertos derechos elementales, violados con gran impunidad. Habrá que ver si el Parlamento Europeo, que había hecho de esta exigencia una de sus prioridades, tendrá el coraje de sacarle tarjeta roja al Consejo.

 

 

 

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