UNA DE CAL Y UNA DE ARENA

Frente a una escucha apestada, Luisa Valenzuela presenta un libro de entrevistas y jardines de poesía

 

A manera de introducción

Entre la cal y la arena siempre quise saber cuál era la buena y cuál la mala. Le planteé la pregunta a una amiga arquitecta. Ninguna, me desilusionó ella; son equivalentes y juntas son muy necesarias para la construcción.

La idea a pesar de todo me quedó picando y pensé en filosofías orientales que conciben el bien y el mal como inseparables e interdependientes dado que el mal resulta necesario para reconocer el bien.

Acto seguido las pensé en polos opuestos: la ardiente cal viva y sus amenazas, el valioso grano de arena.

 

Cal viva

(entre el oír y el escuchar)

Ahora todes, en nuestro país y otras regiones de habla hispana, escuchan. El verbo oír parecería haber pasado a mejor vida, eufemismo que nos hace pensar en la muerte como algo deseable.

“Se escuchó un tiro”, dicen o escriben, como si los oídos hubiesen estado a la espera de semejante detonación. Ya no hay sorpresas. Todes alertas con las orejas paradas como perro en guardia.

¿Así debemos vivir? ¿Con el radar auditivo en plena actividad, escaneando la atmósfera que nos rodea, los 360 grados completos? Con razón hay tanto agotamiento.

–No te escucho –me dice un amigo por teléfono.

–Bueno –le contesto–, entonces prestá atención a lo que te estoy diciendo.

Él no me entiende, piensa que la culpa la tiene el celular, conexión deficiente, esas cosas.

Semánticamente hablando la deficiencia parecería ser humana en este caso, no instrumental.

No hay peor sordo que el que no quiere oír, es sabido. Cambiando de verbo, tamaño inconveniente queda soslayado: sólo se escucha lo que se quiere escuchar. Porque en materia auditiva el verbo escuchar es lo que el verbo mirar es en materia óptica.

Sólo que una mira lo que quiere o lo que no puede dejar de mirar, y ve todo lo que tiene ante los ojos, y aun a los costados gracias al llamado “campo visual”.

Ergo... pero ya está todo dicho y nadie me escucha. ¿Me oyen, acaso? ¿Me reciben, como dicen o solían decir en radiofonía?

En este punto me agarra, fuerte, la conciencia de género. La recibo con los brazos abiertos. Y el oído también, y digo en singular porque tengo un solo oído funcional: de bebé perdí el tímpano izquierdo, quizá sea por eso que estoy tan atenta al verbo que lo atañe. Yo escucho y escucho, muy atenta, pero habiendo perdido la audición en estéreo no logro oír, por ejemplo, de dónde vienen los sonidos.

La conciencia de género no guarda relación con tímpanos propios sino con los ajenos. Masculinos en este caso, al menos en determinadas instancias. Dichos tímpanos está probado que oír oyen muy bien, hasta de manera refinada en ciertos casos. ¿Pero escuchan, acaso, cuando de voces femeninas se trata? Ahí te quiero ver... me refiero al hombre que tenemos a nuestro lado, el que comparte nuestra vida aunque sea por un tramo, al que le brindamos nuestra confianza y todo parecería andar bien, pero no nos escucha.

Este pequeño drama doméstico puede alcanzar dimensiones épicas y en casos extremos culminar en femicidio. Oídos que no escuchan, corazón que no siente. No siente amor, ni compasión, y menos empatía. Ahí sí que el verbo escuchar cobra toda su relevancia, por ausente. El perpetrador, el eterno ofendido, sólo oye un ruido de fondo que lo interpela y contradice. Es la voz del otro. ¡De la otra!

En diferente orden, hay voces que contradicen las más arraigadas convicciones nunca puestas en cuestión; dichas voces son oídas sin querer escucharlas, y por eso mismo muches hispanohablantes se aferran a la noción de escuchar que cancela, o esperan que cancele, todo lo que no quieren oír. La voz de Cristina FK, por ejemplo, que con su lucidez atraviesa murallas.

Será por eso que se oyen tantos gritos destemplados e irracionales por estas calles apestadas. Doblemente apestadas, porque a la pandemia se le suma la contaminación del odio.

Oíd mortales el grito sagrado, dice nuestro himno, pero les odiadores sólo escuchan lo que les conviene y se apropian de la palabra Libertad como si la de elles no terminara donde empieza la libertad de les otres. Les guste o no el lenguaje inclusivo.

Por mi parte, a eses otres les digo:

Hablen que les escuchamos. Pero por favor hablen con calma y clarito, para oírles bien.

 

 

GRANOS DE ARENA

(el verdadero escuchar)

“Hoy más que nunca, necesitamos reunir a las buenas personas, reflexionar sobre los problemas y crear estructuras que nos permitan alimentar, abordar y superar en conjunto nuestros peores trances, nunca desde la resignación, siempre desde la acción, por dentro y por fuera de las redes”.

Así escribió Noam Chomsky para La Garganta Poderosa en agosto 2019.

 

Primera escucha: Un libro

Inés Correa recogió el guante de Chomsky y organizó una serie de entrevistas medulares a personalidades absolutamente diversas y desconectadas entre sí que sin embargo tienen un espíritu común. Porque más que entrevistas, mucho más que entrevistas, éstas son verdaderas historias de vida donde cada cual se desnuda y se explica a su manera. Desde mi lugar a ambos lados del mostrador, como vieja entrevistadora y habitual entrevistada, el haber accedido a ciertas profundidades del corazón humano así, con total sencillez, me resulta una escucha rayana en el milagro.

El título del libro, Coincidencias, que a simple vista parece arbitrario, se ilumina con la lectura de los textos, desde la breve presentación que cada una de las absolutamente diversas personas abordadas hace de su propia vida. Pero las coincidencias no son aparentes sino que yacen en el núcleo mismo de la intencionalidad, de la posición vital de cada cual.

 

 

 

 

Este libro, afirma la autora, “pretende ser un viaje al interior de quienes para mí son personas fundamentales para la vida social y cultural del país”. Gladiadores en sus batallas, les define, faros para muchos.

Una lista de preguntas presentadas como plan de vuelo es el disparador para que cada una de estas personas devenidas personajes remonte por cuenta propia. El cuestionario Proust aggiornado y modificado no vaticina nada demasiado espectacular, y sin embargo…

Ocurre que la autora del cuestionario y por ende de las entrevistas obra, sin proponérselo, de espejo. Y es un espejo sui generis que refleja cualidades muy poco frecuentes en estos tiempos aciagos: sinceridad y empatía. Porque Inés Correa, la de bajo perfil y secreta alegría interior, desde muy chica ha transitado esos mismos caminos. A partir de sus trece años trabajó en Villa 31 dando apoyo escolar, luego pasó a otras villas, vivió en barrios populares entregada a su militancia en defensa de los más desamparados, sobre todo la infancia. Su libro anterior Generación Calle (Editorial Marea) rescata esa experiencia. “Desde aquel momento hasta hoy en que se lucha por conquistar los derechos de las minorías o por la defensa del medio ambiente, según mi visión, hay un hilo conductor. Las luchas y las conquistas de los años ‘70 armaron un sedimento en las formas de organización. La ola o la marea verde que empezó a mover el feminismo y que luego se abrió incluyendo a identidades diversas es imparable, ya no hay vuelta atrás”, declara en la introducción de Coincidencias.

Alguien debería escribir la historia de la vida de Inés Correa, tan rica y tan entregada a los demás. Por lo pronto su historia va contada en las historias de quienes seleccionó para armar sus Coincidencias. Y a quienes, cara a cara o a distancia pero siempre de manera absolutamente personal y amorosa, hizo hablar desde lo más profundo de su ser. Y lo logra porque, como bien dice Taty Almeida (primera en la lista): “¿Cómo no te voy a recibir a vos, querida, con todo lo que hacés? Todo es memoria. Donde está la memoria presente, allí estoy yo”.

Con su escucha atenta y empática, este libro de profunda humanidad recientemente publicado por la editorial Milena Caserola resulta un verdadero respiro de alivio, un oasis en medio de la pandemia que nos aísla de lejanos seres queridos que necesitamos ver y escuchar y nos suele llevar a oír, vía pantallas, a quienes andan por ahí vociferando odios.

 

 

Segunda escucha: Muchos bosques

Todo empieza con la siembra. De ideas y de versos, y no sólo eso que ya es mucho. De árboles nativos hasta conformar un bosque, un Bosque de la Poesía. Tal es el proyecto del gran Leopoldo “Teuco” Castilla que ya está brotando en diversas regiones de nuestra América. Un proyecto que nació años atrás en Venezuela y fructificó en Huánuco, Perú, durante la Primavera Poética celebrada allí en 2016. Y se volvió imperiosa en estos tiempos atroces de incendios a ultranza y despiadados desmontes.

La propuesta es muy simple y de fácil ejecución, resume Castilla:

“Basta con que la alcaldía o intendencia de una ciudad cualquiera done un terreno, mande unos hombres a cavar hoyitos y planten los árboles jóvenes donados por algún vivero local. Respetando siempre la flora autóctona, claro está. Un o una poeta o artista local apadrinará el emprendimiento, algún día se podrá construir allí un anfiteatro o un auditorio, igual siempre será punto de reunión y de inspiración”.

Dicho así parece utópico, una bella expresión de deseo, pero el germen de los Jardines de la Poesía ya ha prendido en diversos países sudamericanos y hay más de treinta predios adjudicados a lo largo y ancho de la Argentina.

Cabe preguntarse por qué la poesía. Obvio, como diría la juventud. Porque son los poetas de acto y de alma, junto con los pueblos mal llamados primitivos, quienes mejor dialogan con la naturaleza. Desde Virgilio y aún mucho antes.

Cada árbol nativo que se plante, cada bosque que se va implementando no sólo será una invitación a crear y reflexionar, resulta hoy en día un llamado de alerta. Una propuesta para concientizar al mayor depredador del orbe, el ser humano cuando sólo piensa en sus propias ganancias aunque el planeta perezca.

Por eso mismo la propuesta poética ha alcanzado el escalón más alto y, en conjunción con diversas instituciones y personalidades de la cultura, se impulsa hoy una ley para declarar a la naturaleza sujeto de derecho.

Así lo explica Aldo Parfeniuk, otro gran poeta como Pedro Solans quienes, junto con Leopoldo Castilla, se embarcaron en esta quijotada sublime:

“Tenemos que recuperar la capacidad de hablar con la naturaleza, para lo cual debemos considerarla y tratarla como persona. Y en esto tenemos mucho que aprender de los pueblos y las culturas originarias de cada lugar (largamente enraizadas: como los árboles, las plantas y los yuyos nativos), los que hablaban con sus entornos, ajustando la vida humana con astros, estaciones y el resto de elementos y formas de vida. Y ello no significa volver hacia atrás sino, por el contrario, avanzar hacia el futuro en acuerdo –incluso– con los últimos descubrimientos y paradigmas sobre la totalidad de lo existente, que si en algún momento fue cosmos o universo, ahora es código: materia informada, que contiene en lo inorgánico los principios y elementos de lo orgánico. Somos una misma cosa, y es por eso que podemos compartir un mismo lenguaje: las flores, las plantas y los árboles oyen y entienden nuestras palabras; claro, siempre que no enturbiemos nuestros mensajes”.

Escuchemos por lo tanto la modulación secreta de la naturaleza, de la venerable Pachamama. Y sepamos responder a su llamado antes de que esa voz nutricia acabe por apagarse.

 

 

 

 

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