Una emergencia única

Crisis económica y amenaza bélica en un mundo asediado por la pandemia

 

Corren los días y el otoño baña con su luz dorada las imágenes macabras de hospitales desbordados, vacunación a cuenta gotas y morgues desquiciadas. En el norte, el viento de la desgracia anuncia un verano caliente: mientras se multiplican las promesas de vacunas para todos, la acumulación de infecciones y muertes dibuja la vieja grieta que concentra el poder y la miseria.

En todas las latitudes la población se atrinchera en soledad, esperando a un enemigo invisible. El rugido de la pandemia penetra lo más recóndito de la vida diaria y convence de que es la causa de todos los males. Nadie se pregunta de dónde viene y su origen se esconde en las tinieblas. Poco a poco el virus es aceptado como un fenómeno natural. No obstante, detrás de él yace una vorágine profunda que nos arroja a un abismo impredecible. De esto, sin embargo, no se habla.

Hoy vivimos una emergencia única. Trasciende a la pandemia y abarca a turbulencias de distinta índole. Una de ellas surge de conflictos geopolíticos cuya ebullición puede desembocar en un desenlace militar entre potencias. Estos tumultos, de los que rara vez oímos hablar, son distantes e impenetrables. No se conectan con nuestra realidad inmediata y, como la pandemia, terminan naturalizándose, pese a que ocurren en un mundo plagado de armas nucleares, cuya posible utilización asegura la extinción de la especie humana. Son impulsados por seres humanos embriagados por una dinámica de acumulación ilimitada de poder y exhiben el fracaso de la política exterior norteamericana que dominó al mundo en las últimas décadas. Lejos de ser fenómenos naturales, estos conflictos son consecuencia de relaciones de poder que pueden ser transformadas.

 

 

Eurasia y la hegemonía norteamericana

Hacia fines del siglo pasado, los Estados Unidos dominaban al mundo y ninguna otra nación podía discutir su poder militar y económico. Algunos, sin embargo, se preguntaban por las condiciones necesarias para mantener este dominio en el siglo XXI. Para Zbigniew Brzezinski, Secretario de Seguridad Nacional de Jimmy Carter, Eurasia estaba destinada a ser el tablero de ajedrez donde se jugarían los desafíos al poder norteamericano en las siguientes décadas. Constituida por una enorme masa territorial que alberga la mayor proporción de población, recursos naturales y actividad económica del planeta, Eurasia constituía, según Brzezinski, el principal trofeo geopolítico que los Estados Unidos tenían que asegurar para mantener su dominio futuro. Para ello debían “profundizar la dependencia de sus vasallo e impedir su colusión”, “proteger a los que tributan y asegurar su docilidad” y evitar que los “bárbaros establezcan alianzas y conspiren”. En una palabra: se debía impedir que China y Rusia se aliaran contra la potencia hegemónica (Zbigniew Brzezinski, The Grand Chessboard: American Primacy And Its Geostrategic Imperatives, Basic Books, 1997, p. 31).

 

El Secretario de Seguridad Nacional de Jimmy Carter y las amenazas a la hegemonía norteamericana.

 

Catorce años después, en pleno fracaso de una política exterior que multiplicó los países “inviables” y las guerras sin fin en el Medio Oriente, Hillary Clinton, ex secretaria de Estado del gobierno de Barack Obama, formuló la necesidad de un cambio en la estrategia internacional. La nueva orientación implicó el desarrollo de una fuerte presencia económica, diplomática y militar en Asia y el Pacífico (Hillary Clinton, America’s Pacific Century, Foreign Policy Magazine, 2011). Este enfoque dio origen a políticas destinadas a contener a China e impedir el renacimiento ruso, luego de la desintegración de la Unión Soviética. La presión militar en las fronteras de Rusia, y especialmente en Ucrania, estuvo a la orden del día. Hacia 2019, los organismos de inteligencia norteamericanos sustituían al “terrorismo internacional” por China y Rusia como principales peligros para su hegemonía.

La llegada de Donald Trump al gobierno en 2016 intensificó la utilización de los conflictos geopolíticos para resolver la puja por el poder entre las elites dominantes. El empresario, un outsider que “robó” al Partido Republicano, fue acusado de connivencia con Rusia para ganar las elecciones de ese año. La ofensiva fue liderada por los organismos de inteligencia, el establishment del Partido Demócrata y los neoconservadores republicanos e incluyó varios intentos de destituirlo mediante juicios políticos. El objetivo no prosperó, pero se implantó un clima de fobia contra Rusia, alimentado por los medios de comunicación. Con noticias falsas y filtraciones a la prensa se acusó a ese país de influir en la política interna, de jaquear bases de datos de importancia estratégica y de manipular los resultados electorales, incluidos los que tuvieron lugar en 2020. Ninguno de los episodios denunciados fue comprobado.

Trump contrarrestó estos ataques erigiendo a China como el principal enemigo del país y se propuso impedir el espionaje tecnológico, económico y militar con el que las corporaciones chinas desafiaban, según él, el poder económico norteamericano. En su pretensión de desarticular las cadenas de valor que integraban la economía china con la norteamericana, declaró una guerra comercial que multiplicó las sanciones económicas y las restricciones de todo tipo a las grandes tecnológicas chinas que operaban en territorio norteamericano y obstaculizó su relación con corporaciones estadounidenses, e incluso con otras europeas.

Ni bien llegó al gobierno, el Presidente Joe Biden profundizó las sanciones económicas contra Rusia y China y desató una gran presión militar sobre dos puntos neurálgicos: Ucrania y el mar de China. Prometió a su par Volodímir Zelenski el apoyo total a la soberanía de su país y envió material bélico a la región. Esta acción, en el contexto de la demanda ucraniana de admisión inmediata en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y de la presencia militar de esta institución en el mar Báltico, alentó el fuerte rechazo de Rusia a la presencia de Estados Unidos en la zona de disputa. El Presidente Vladimir Putin declaró el alerta en toda la región al desplegar más de 20.000 soldados y equipo militar en la frontera. Poco tiempo antes, el gobierno ruso había advertido al ejecutivo norteamericano que todo misil disparado en su contra sería considerado un ataque nuclear y rechazado inmediatamente por los mismos medios. El pasado viernes, dos buques de guerra estadounidenses entraron en el mar Báltico en apoyo explícito a Ucrania y Rusia, en respuesta, desplazó diez barcos militares desde el mar Caspio al mar Negro (zerohedge.com, 09/04/2021).

Biden también ha enviado varios barcos de guerra y aviones a la zona del mar de China, junto con material bélico destinado a Taiwán. Ha reconocido la integridad territorial de la isla, desconociendo la política que Estados Unidos siguió durante décadas. China amenazó a Taiwán con la guerra si declara su independencia, acumula tropas en la costa y realiza múltiples ejercicios militares en el mar de China y en el espacio aéreo que Taiwán reclama como propio. Además, advirtió al gobierno norteamericano que no acepta su creciente injerencia en una región que China considera parte de su integridad soberana (zerohedge.com, 29/01/2021).

 

 

Hegemonía norteamericana, crisis económica global y el FMI

Los Estados Unidos poseen intereses económicos inmediatos en Ucrania y en Taiwán. El gasoducto Nord Stream 2 fue construido por la empresa rusa Gazprom por debajo del mar Báltico, con el objetivo de abastecer de gas natural ruso a Alemania y desde ahí, al resto de Europa. De este modo, sustituirá a la antigua vía de acceso a través de Ucrania, dificultará la venta en Europa de gas natural norteamericano— más caro que el ruso— y bloqueará la posibilidad de control de Estados Unidos sobre el mercado europeo de ese hidrocarburo. Construido en un 90%, ha sido y sigue siendo objeto de reiteradas sanciones económicas. Ahora sus instalaciones son amenazadas por operaciones hostiles con aviones y barcos en la zona.

 

El gasoducto ruso construido por debajo del mar Báltico.

 

Por otra parte, las restricciones impuestas por Estados Unidos a las corporaciones tecnológicas chinas han aumentado la dependencia de China de importaciones de semiconductores producidos en Taiwán por la empresa TSMC, principal proveedor mundial. Estos chips son indispensables para la construcción de una enorme variedad de artefactos: desde computadoras y celulares hasta misiles y armas de guerra. China ha comenzado a producirlos pero aún depende de su importación, que en 2020 involucró el 18% del total de sus compras al exterior (bloomberg.com, 02/02/2020). Esta situación ha provocado un desabastecimiento mundial de estos chips que dislocó cadenas de valor global e impactó sobre sus precios.

Estas circunstancias contribuyen a agravar la recesión global producida por el cierre de la economía a raíz de la pandemia. Un informe reciente del Fondo Monetario Internacional (FMI) advierte que la recuperación económica es desigual: los países más ricos se han recuperado más rápidamente que las economías emergentes y los países pobres. Así, estos últimos tardarán muchos años en recuperar el nivel económico previo a la pandemia. El éxito de los países desarrollados se debe, según el FMI, a los masivos estímulos monetarios y fiscales invertidos en su reactivación económica (imf.org, abril de 2021).

El organismo internacional advierte que la desigual recuperación económica provocará la caída por debajo del nivel de pobreza extrema de más de 95 millones de personas. El atraso será mayor y la desigualdad crecerá “en los países que no tienen los medios para aplicar una fuerte respuesta macroeconómica” (y que) “enfrentan un espacio fiscal limitado y gran endeudamiento”. En estos casos, “las condiciones financieras restrictivas pueden exacerbar las vulnerabilidades”.

Así, en los países más ricos que, como hemos detallado en anteriores notas, tienen enorme endeudamiento y déficit fiscal, las masivas inyecciones monetarias habrían permitido salir de la crisis actual. El aumento del déficit fiscal y del endeudamiento como consecuencia de los estímulos monetarios no es evaluado negativamente. En cambio, en los países pobres y de medianos ingresos, el endeudamiento y el déficit fiscal desaconsejan la inyección monetaria para reactivar las economías. Estos países son vulnerables a las “condiciones financieras restrictivas” que permiten al FMI exigir más ajuste monetario y fiscal, aún en tiempos de pandemia. En este contexto, no debe extrañar que esta institución ignore la posibilidad de eliminar la deuda insostenible, única manera de que la economía de estos países despegue. Postergar los pagos y obligar a los países más pobres a encarar cambios estructurales para reestructurar sus deudas, implica prolongar el endeudamiento ilimitado.

La solución que propone el FMI para mitigar la desigualdad social es un impuesto “solidario” a los “ganadores” en tiempos de pandemia: las grandes fortunas y grandes corporaciones. Este impuesto “simbólico” será “temporario” y permitirá aumentar la cohesión social (ft.com, 07/04/2021). Una dádiva que, sin embargo, no altera el mecanismo del endeudamiento ilimitado propugnado por el FMI, que conduce al callejón sin salida de un país inviable, con sus recursos saqueados y la mayoría de su población aniquilada por el hambre y las enfermedades. Esta es la emergencia única que enfrentan los países altamente endeudados en los tiempos que corren.

 

 

La emergencia nacional

Esta semana el macrismo sacó a relucir, una vez más, su irracionalidad salvaje y su carencia de ética al pretender lucrar políticamente con su rechazo al aumento de las restricciones a la circulación de personas. Una medida que, según los expertos, es indispensable para frenar el avance de una pandemia que se tornó descontrolada. La oposición mostró claramente la hilacha: busca abiertamente provocar más muertos e infectados para luego atribuirlos al “fracaso” del gobierno.

Hoy vivimos en una emergencia única y no hay tiempo que perder. El gobierno tendría que ejercer toda la fuerza del Estado para aplicar rápidamente penalidades: a la violación de las restricciones a la circulación, a la remarcación de precios y al desabastecimiento. Debería, además, adoptar todas las disposiciones necesarias para evitar que la situación económica, sanitaria y social siga deteriorándose día a día y debería visibilizar, ante el conjunto de la población, el drama de la pobreza y de las muertes por Covid-19 y su contraparte: los que lucran con la crisis, apuestan al caos y se niegan a contribuir con un ápice de sus fortunas para salir de la debacle actual.

El Presidente Alberto Fernández considera posible llegar a un acuerdo con el FMI para reestructurar la deuda de un modo sostenible y aspira a que las tasas y plazos de la misma, que “son una cuestión contable”, puedan ser revisadas por el organismo (ámbito.com, 09/04/2021). Paralelamente, ha instruido a la Procuración del Tesoro para que sea querellante en la causa contra Mauricio Macri por el endeudamiento con el Fondo, y para que inicie las acciones conducentes al recupero de los daños y perjuicios ocasionados al Estado. Estas definiciones son muy positivas y trascendentes. Sin embargo, no alcanzan para enderezar el barco en el momento actual.

De esta crisis no se sale sin una fuerte presencia del Estado, no sólo distribuyendo subsidios a las empresas para que paguen salarios ante el cierre de la producción, sino invirtiendo en la economía y reactivando con buenos salarios y créditos para las pequeñas y medianas empresas.

Esto implica desacatar la fórmula del ajuste presupuestario, que tanto satisface al FMI, y que en la práctica ha implicado ajuste del gasto social, escasísimo crédito productivo, desaparición del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), deterioro de los salarios, pensiones, jubilaciones y de la Asignación Universal por Hijo, en un marco de inaceptable crecimiento de la pobreza y la indigencia.

Una contrapartida de este drama son las enormes ganancias apropiadas por los bancos, que mensualmente cosechan 80.000 millones de pesos en concepto de intereses de LELIQs. Tal vez habría que poner la lupa en este sector y buscar la forma de derivar esos fondos hacia la reactivación que el país necesita. Asimismo, si bien la coyuntura internacional es complicada, ofrece una oportunidad única para articular alianzas de nuevo tipo, que permitan reactivar la economía y orientarla en función de las necesidades del país.

 

 

 

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