Daniel Martínez HoSang y Joseph E. Lowndes son autores de Productores, parásitos, patriotas, raza y política de la precariedad de la nueva derecha (University of Minnesota Press, Minneapolis, 2019) y han sido co-editores del libro de ensayos La política de la derecha multirracial, que será publicado por NYU Press en 2025. HoSang es profesor de Estudios Estadounidenses y Ciencias Políticas en la Universidad de Yale. Es becario del Programa Raza y Democracia en el Instituto Roosevelt. Lowndes es profesor eminente invitado en el Departamento de Ciencias Políticas del Hunter College, Universidad de la Ciudad de Nueva York, y es autor de Del New Deal a la nueva derecha. Raza y orígenes sureños del conservadurismo moderno (Yale up, New Haven, 2008).
–Tengo muchas ganas de escuchar más sobre su proyecto, La política de la derecha multirracial (…)
–Daniel HoSang: Joe y yo llevamos un tiempo trabajando juntos. Parte de lo que observamos fueron los primeros emergentes de este fenómeno, en especial en el noroeste del Pacífico [1] y el papel de los varones de color en las milicias y en los grupos callejeros trumpistas. Observamos el caso del grupo Patriot Prayer [Plegaria Patriota]. También el ascenso de una nueva generación de republicanos negros y, más en general, cómo la derecha estaba adoptando cierta forma de multiculturalismo cuando pensaba en construir nuevas coaliciones, en especial tras la elección de Trump en 2016.
Creo que nos produjo sorpresa. En buena medida, yo había aceptado la idea de que, a medida que Trump desplazaba el partido y sus campañas hacia la derecha, recurriendo a una retórica nativista y racista, el efecto que produciría sería el contrario, limitando cualquier posibilidad de una coalición multicultural de la derecha. Obviamente, ese atractivo crece en 2020 y, para entonces, ya reconocimos que existían muchas historias diferentes en relación con los nuevos caminos hacia la derecha que ofrecen el movimiento MAGA [Make America Great Again] y muchos otros sectores de esa tendencia. Descubrimos que era imposible describir este fenómeno mediante un único relato. Así surgió la idea de editar un libro escrito por varios autores, con diferentes conocimientos y experiencias sobre el contexto, la historia y las dimensiones culturales del modo en que estos discursos funcionan en diferentes espacios. (…)
–Joseph Lowndes: Cuando comenzamos a escribir Productores, parásitos, patriotas…, el impulso del proyecto era, por un lado, analizar cómo, tras la Gran Recesión, los conservadores comenzaron a describir a la clase trabajadora blanca y a la gente blanca pobre en términos que solían reservarse para las personas de color: dependientes de prestaciones sociales, culturalmente desorganizadas o incluso genéticamente incapaces en ciertos aspectos. Al mismo tiempo, vimos el surgimiento de elites negras y latinas en el Partido Republicano y también en el mundo empresarial estadounidense. Nos preguntamos cómo entender la raza y la clase en estas condiciones aparentemente muy diferentes. Uno de los cambios que identificamos es una nueva Edad Dorada, una expresión que probablemente ni siquiera sea útil en este momento, ya que las desigualdades son mucho más profundas que en el siglo XX. Esto nos llevó a tratar de ver dónde y cómo se articulaban estos llamamientos de la derecha y qué tipo de política se generaba a partir de ellos.
Una de las cosas que pensábamos en aquel momento era hasta qué punto los blancos pobres habían retrocedido y ya no tenían garantizadas las mismas formas de seguridad propias del New Deal que históricamente habían sustentado a la clase trabajadora blanca y la habían incorporado a la clase media. Todos los logros de mediados del siglo XX, como la Ley del Veterano de la Segunda Guerra, la Autoridad Federal de Vivienda, la suburbanización [2] y demás, se habían visto pertinazmente erosionados entre la crisis de los opiáceos y el estancamiento o el declive de larga data de los salarios. Había zonas del país donde era claro que la población blanca estaba sufriendo. Creo que pensábamos, con cierta esperanza, que este podría ser el momento en que la gente estuviera dispuesta a abandonar la blancura como categoría política, que, en una economía neoliberal, ya no cumple su propósito [de generar un privilegio relativo].
Esto fue antes de la irrupción de Trump y de las primarias de 2016, y cuando quedó en evidencia que un gran número de personas blancas que habían quedado excluidas del sistema político regresaban rugiendo en una especie de populismo furioso y racista. Sin embargo, pronto entendimos que este no era un fenómeno exclusivo de la población blanca, sino que también se estaba desarrollando una relación cada vez más estrecha entre la política conservadora o de derecha y las personas de color. Lo observamos no solo en el Partido Republicano, sino también en una diversidad de espacios: las milicias de extrema derecha, los grupos fascistas violentos en las calles y la derecha evangélica. Publicamos Productores, parásitos, patriotas… en 2019, pero este fenómeno de la derecha multicultural era una tendencia creciente. Como dijo Dan, no hay una única forma de explicar por qué diversas comunidades latinas se ven representadas por la derecha, por qué los varones negros podrían estar empezando a moverse en esta dirección, o cómo y por qué los estadounidenses de origen vietnamita, filipino o sudasiático están empezando a votar a los conservadores. Sentimos que necesitábamos el trabajo de sociólogos, historiadores, politólogos y especialistas en estudios de etnicidad para ayudar a contar las muchas historias que son parte de este gran movimiento tectónico.
–Aprecio el énfasis en que no hay una única explicación, sino diferentes factores que impulsan este movimiento, pero ¿podrían ser más específicos respecto de sus causas y cómo esta amplia coalición o audiencia no blanca se ha sentido atraída por el trumpismo? ¿Qué necesita entender la izquierda para contrarrestar eficazmente este movimiento?
–DH: Un par de factores nos dan un cierto marco para comprenderlo. El primero es que la derecha tiene estrategias de persuasión y penetración en estos sectores. Esto se orquesta sobre todo desde arriba hacia abajo, pero su discurso se dirige a una variedad de electorados históricamente progresistas, incluidas muchas comunidades de color. En cambio, una generación atrás, muy pocas personas de color se sentían identificadas con el Partido Republicano (…), que se posicionó como el partido que protegería los intereses blancos frente a las personas de color.
Hablamos de esto en la introducción del libro que estamos por publicar, de este cambio progresivo que comienza lentamente en la década de 2000, cuando George W. Bush se disculpa por la estrategia sureña [3] e incluso se habla de moderar las posturas del partido respecto de la inmigración, en particular, para atraer a votantes por fuera de la base tradicional. También se ve al Libre Institute de los hermanos Koch apelando a los latinos mediante materiales en español. En este mismo periodo, gente como Stephen Bannon y Andrew Breitbart ya estaban de algún modo prestando atención a los jóvenes conservadores negros que podrían incorporarse a su movimiento. También hay algunos esfuerzos de base más localizados. Grupos como Turning Point USA están realmente tratando de atraer a una audiencia multicultural y para lograrlo están utilizando el lenguaje identitario y la política de identidad progresista.
El segundo elemento son justamente las deserciones en torno del propio liberalismo: deserciones en torno de los amplios límites de una agenda progresista que no logró abordar tantas dimensiones de la crisis económica actual. En muchos de los mitines [conservadores] a los que asistimos, eso es lo primero que noté. La gente simplemente se siente agotada. Siente que ni los candidatos ni el propio Partido Demócrata representan algo significativo. No promueven la transformación; se aferran al statu quo. Además, les resultan culturalmente poco atractivos. Esas personas, al menos las que se han alejado o están explorando opciones, encuentran más energía y posibilidades en la derecha.
–JL: En un nivel más profundo, algo que Dan y yo hemos discutido durante mucho tiempo es que la cultura política estadounidense se construyó sobre el colonialismo de asentamiento y la esclavitud negra. Estas son formaciones raciales en sí mismas, pero también incrustan una lógica en la política estadounidense que es, a la vez, autoritaria y propietarista. La base del capitalismo racial es el propio capitalismo, y la base del colonialismo de asentamiento está ligada a la fantasía de autonomía, independencia, propiedad de la tierra, etc., pero estas ideas pueden salirse de su marco. Pueden liberarse de sus orígenes raciales y convertirse en conjuntos de creencias, casi creencias religiosas, accesibles para los estadounidenses en general. La supremacía blanca es fundamental en todo lo que vemos, pero de maneras que ahora están profundamente arraigadas en los cimientos de la política estadounidense, de modo que son posibles expresiones de autoritarismo y capitalismo neoliberal que pueden atraer a muy diversos tipos de personas.
No queremos decir que la raza ha dejado de ser relevante ni que hemos llegado a una especie de experiencia post-racial, que vendría a ser el trumpismo, ni peor aún, que podemos culpar a la gente de color del ascenso de la extrema derecha. Pero, como decía Dan, hay discursos que están atrayendo a una base no tradicional: antiestatismo, autonomía personal, emprendedorismo, moral evangélica, «ley y orden». Todos estos discursos tienen una amplia capacidad de movilización, y solo hizo falta que la derecha superara de alguna manera su racismo explícito para empezar a explotarlos (…).
–Para retomar algunas observaciones sobre la supremacía blanca, ¿existe el peligro de enfatizar en exceso la presencia de una nueva derecha más diversa racial y étnicamente? Estoy pensando en los argumentos que circularon inmediatamente después de la reelección de Trump, según los cuales los varones latinos fueron responsables de su victoria. ¿Existe algún riesgo en centrar demasiado la atención en el conservadurismo multirracial como un elemento del movimiento hacia la derecha?
JL: Creo que, en cuanto a nosotros, una de las cosas que descubrimos fue que nadie hablaba de esto. Los politólogos, pero también los académicos en general, así como los periodistas y analistas liberales, se tapaban con fuerza los oídos con las manos cuando se trataba de reconocer esto como un fenómeno. Por eso prácticamente hemos tenido que gritarlo a los cuatro vientos durante los últimos años para hacerlo visible, para que la gente dejara de usar las expresiones «nacionalista blanco» o «supremacista blanco» cada vez que hablaba de la extrema derecha, o para que dejara de ignorar que todo tipo de personas puede seguir tendencias conservadoras. (…)
También quisiera señalar que hay que pensar en estos temas de manera interseccional. Hay que considerar cómo estas cuestiones interactúan con el género y la sexualidad. Algunas de estas incursiones en la derecha se dan a través de otros fenómenos, como los discursos incel u otros tipos de políticas misóginas, reproductivas o antitrans. Queremos remarcar que esos espacios también son potencialmente multiculturales.
–DH: Diría que se trata menos de un énfasis y más de la interpretación. Hay interpretaciones liberales que minimizan el nativismo y el racismo que persisten dentro de la extrema derecha. Es falsa la idea de que, si hay personas de color en la derecha, eso significa que estos espacios se han transformado y se han vuelto abiertos y acogedores. Nunca hacemos ese tipo de afirmaciones. También rechazamos la otra cara de ese argumento, que es que las personas de color inevitablemente encuentran su hogar político en el progresismo, o la idea de que, según la evidencia de su transfobia o su nativismo, han sido conservadoras en secreto desde el principio y solo necesitaban descubrirlo; eso tampoco es correcto.
Otro error sería afirmar que ha habido grandes cambios en el escenario político, que a la gente ya no le importa el racismo, que ya no le importan esas formas de dominación; tampoco creo que eso sea correcto. Pero diré esto: en la encuesta de Times/Siena (13/10/2024) se les preguntaba a los latinos si, cuando Trump habla de inmigración, creen que se refiere a ellos. La mayoría respondió que no. Es un hallazgo importante. ¿Significa eso que la gente de pronto se identifica con el nativismo de una manera diferente? No lo creo, pero en medio de esta especie de régimen de vulnerabilidad y terror que enfrentan los migrantes en todas partes, no es sorprendente que la gente tema identificarse con quienes son blanco directo de esa maquinaria represiva. El efecto de eso es que se anima a más gente a decir: «Bueno, una estrategia para escapar de esa violencia y humillación es, quizás, poner mis fichas allí [en la derecha]». Eso es muy diferente a decir que la gente ya no quiere formar parte de lo que podríamos llamar un movimiento multirracial y socialmente democrático que ayude a satisfacer sus necesidades. Desde mi punto de vista, ese anhelo no ha cambiado. Sin embargo, lo sorprendente es que la gente se está preguntando, dado el fracaso del Partido Demócrata para responder a esas demandas, si existe alguna posibilidad en estas nuevas formaciones [de derecha].
–JL: Creo que esa última parte es muy importante. Para subrayar lo que dice Dan, nos encontramos ahora en un momento político de mucha fluidez, en el que las instituciones de la democracia liberal ya no son capaces de gestionar las múltiples crisis que estamos experimentando (si es que alguna vez fueron capaces de hacerlo). Esta percepción está ampliamente extendida, lo que explica por qué asistimos a un proceso de reconfiguración de las identidades políticas con un amplio abanico de posibilidades. No estamos diciendo que esto sea un telos inevitable ni una marcha hacia la derecha o la extrema derecha; aun así, la mencionada apertura está propiciando que diversos sectores sociales exploren nuevas formas de identificación política y respondan a discursos alternativos.
Esa es otra razón para intervenir ahora, para que podamos tener mayor conciencia de que existen diferentes posibilidades políticas abiertas. Para que podamos ofrecer una respuesta, tenemos que liberarnos de los marcos conceptuales obsoletos y reconocer la capacidad de innovación política de la derecha.
–Siguiendo el ejemplo de Dan sobre la encuesta de Times/Siena y el contexto que acabas de mencionar, Joe, me parece que estos discursos e identificaciones pueden resonar muy distinto en el registro material que en el ideológico. Lo que quiero decir con esto es que identificarse con la derecha podría no tener el mismo atractivo para los latinos si Trump, como se espera, despliega el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas en las ciudades del norte y comienza a lanzar redadas. La identificación política no va a eximir a nadie del perfilamiento racial.
–DH: Justo sobre ese punto, creo que se debate mucho sobre la esperanza, en parte acertada, de que cuando ocurran excesos más violentos, la gente reflexione y termine por concluir que no era eso lo que quería. Esto parece absolutamente plausible si vemos las peores formas de deportación, por ejemplo, la separación de niños de sus padres. Por otro lado, creo que la derecha ha estado construyendo paulatinamente esta división entre un tipo de sujeto indigno y otro digno, inocente y bueno –el buen sujeto negro, el buen sujeto inmigrante, el buen sujeto latino– que debería quedar exento de esas amenazas. Creo que la pregunta es: ¿qué tan efectivo será eso para atraer a la gente? Cuando el alcalde [de Nueva York, afroestadounidense] Eric Adams dijo que estaba de acuerdo con más deportaciones, argumentó que era en nombre de la protección de los inmigrantes. En cuanto a lo que dijo Joe, se trata de un proyecto activo que está en formación. Gente como Bannon cree que hay suficientes personas que pueden ser atraídas a esta forma de pensar.
El libro sobre los latinos de Paola Ramos, Desertores, argumenta que este es un grupo en transformación [4]. Ha cambiado. Ahora la mayoría de los latinos ha pasado más tiempo en Estados Unidos [que en sus países de origen]. Una mayoría consume medios en inglés. Debemos mantener abierta la posibilidad de que su incorporación al proyecto de la derecha pueda tener éxito. Tenemos que cuestionar la idea de que los latinos experimentarán automáticamente un «retorno» o «reacción» hacia críticas a la violencia nativista. Eso dependerá de la disputa política.
–¿Es posible describir una anatomía del movimiento o coalición conservadora multicultural? ¿Cuál es su impacto electoral, su presencia en el movimiento de milicias, en la política callejera fascista y en el ámbito cultural? ¿Cuál es el aglutinante que mantiene unidas a estas agrupaciones? ¿Y qué hay del papel de las mujeres y las personas queer? ¿Cómo encajan en este proyecto? ¿Son parte del aglutinante que une a esta agrupación o a veces se los invita a participar?
–DH: No creo que se trate de una coalición homogénea. Mi impresión, por ejemplo, al asistir a mitines como las conferencias de Turning Point USA o los de Trump, es que no solo hay múltiples vías de entrada, sino que también hay muchas políticas, discursos y puntos de conexión que atraen a la gente. Esto también refleja las contradicciones del proyecto porque, como sabemos, hay elementos del capital que saldrán perdiendo significativamente si se producen deportaciones masivas.
Lo que me ha impactado en estos espacios conservadores es que la derecha está dispuesta a tolerar cierta dosis de contradicción mientras atrae a estos «desertores». No es claro qué elemento prevalecerá. Personas de todas las razas se sienten claramente atraídas por la energía insurgente de la derecha, pero el destino final sigue siendo incierto.
Me queda claro que especialmente la política antitrans está conectada con una crítica al establishment liberal, pero también se ha producido la incorporación de figuras como Peter Thiel y otros hombres y mujeres gays. En su libro, Paola Ramos menciona al fundador de Gays Against Groomers [Gays contra los acosadores de menores], un latino del sur de Florida. Mi argumento es que la adhesión a la derecha trasciende categorías rígidas. Resulta revelador observar cómo ese mecanismo que los politólogos denominaron «destino colectivo» –la idea de que un ataque percibido contra algún miembro de tu grupo identitario moviliza a todo el colectivo– no ha desaparecido por completo, pero ya no opera como solíamos imaginarlo.
–JL: Creo que esta cuestión del aglutinante realmente importa. No dejo de buscar paralelismos históricos, no solo en relación con la derecha, sino también con otros momentos de realineamiento en la política estadounidense. Los movimientos fascistas siempre tienen esa cualidad heterogénea y desordenada. En cambio, si se observa la coalición del New Deal de 1932, vemos un presidente fuerte, en cierto modo autoritario, que llega al poder con control de ambas cámaras legislativas y el respaldo de los movimientos sociales locales, como sindicatos combativos en la industria automotriz, liberales progresistas, planificadores estatales, sumados a diversas fuerzas interesadas en cambiar las instituciones estadounidenses para consolidar una nueva relación entre el gobierno federal y los estados, o entre el Poder Ejecutivo y los demás poderes, pero aún existían instituciones funcionalmente sólidas.
En contraste, ahora estamos experimentando un realineamiento con instituciones en ruinas, instituciones desacreditadas, una Corte Suprema sin legitimidad popular, un Congreso que lleva décadas fracturado, un Poder Ejecutivo que gobierna a golpe de decretos presidenciales. En tales condiciones, las cosas son muy diferentes y estamos tratando de entender qué significa todo esto, pero creo que el nacionalismo autoritario actúa como cemento ideológico de la derecha.
El Partido Republicano es ahora un partido trumpista de la cabeza a los pies, completamente «MAGA». En cierto modo, ya no se necesitan los movimientos fascistas callejeros ni las milicias como antes, porque todo esto ha sido absorbido por el partido.
Creo que esta idea del nacionalismo, en especial la retórica anti-inmigrante, es clave para construir una coalición multirracial. El tema de la civilización occidental del que hablaban los Proud Boys [Muchachos orgullosos] y otros –la defensa retórica de los valores de Occidente–, es algo de lo que cualquiera puede ser parte, ¿verdad? Ahí radica su potencial multirracial. Esa era la línea de los Proud Boys. Además, la política evangélica creció enormemente en el último par de años, la derecha evangélica y el nacionalismo cristiano. Turning Point USA comenzó como una organización libertaria y luego se transformó lentamente en una agrupación de extrema derecha y cada vez más nacionalista-cristiana. Cierto tipo de política civilizatoria cristiana y, sobre todo, la política autoritaria, pueden cohesionar una formación multirracial. Como mencionó antes Dan, en una sociedad neoliberal brutalizada, se puede ser quien reparte la crueldad o quien la sufre. Es así de simple; en cierto modo, a eso se reduce esta política.
Esto conecta la dimensión de género, las lógicas del capitalismo y el autoritarismo: la idea binaria de que hay ganadores y perdedores, conquistadores y conquistados. Ese es un discurso que atraviesa toda la campaña de Trump, así como todos los movimientos de ultraderecha aliados, y que explica por qué la oligarquía multimillonaria abraza el trumpismo. Las elites demócratas y mediáticas no solo se arrodillan, sino que se pasan alegremente al bando de Trump porque ahí es donde están sus intereses.
–DH: Creo que este gesto de sumisión demócrata –arrodillarse frente al poder– revela otro argumento crucial que nosotros, y otros, hemos planteado: gran parte de esta energía de la derecha no es antagónica a las corrientes dominantes del liberalismo de mercado. Al contrario, es su máxima expresión. Esto es materialmente cierto, como cuando se señala que Trump se basa en las órdenes de deportación de Barack Obama y Joe Biden, como lo es también el hecho de que la propia coalición “MAGA” proviene de una amplia gama de sectores y corrientes políticas, etc. De este modo, estamos en contra de la idea de que se trata de una fuerza externa que ataca el corazón del liberalismo; más bien, en muchos sentidos surge de él y es la culminación natural de los fracasos del liberalismo.
–¿Tiene la derecha multicultural un carácter de clase? Estoy pensando en dos ensayos del libro: Republicanos del hip-hop. Entender la política del hip-hop y el conservadurismo y Es la hermana que nunca tuviste. Revistas femeninas digitales conservadoras y política racial. ¿Sugieren estos ensayos una ideología compartida generalizable de clase (media), o las figuras centrales de estos proyectos están motivadas por intereses individuales oportunistas?
–DH: En cuanto a la cuestión de clase, se pueden criticar los fracasos del actual desastre neoliberal y la precariedad, que no se limita a lo que uno tiene en la cuenta bancaria o al sueldo, sino que también comporta un profundo pesimismo y una sensación de vacío respecto al futuro, algo que se puede experimentar en todos los niveles de las jerarquías de clase. Los trabajadores asalariados pueden experimentar lo duro que resulta trabajar en una residencia de ancianos, pero también los profesionales que intentan salir adelante con un salario en la ciudad. No se trata tanto de lo que se le promete a un sector de la fuerza laboral, sino de los ámbitos donde la derecha ha logrado avanzar. El oportunismo, según mis observaciones, está en todas partes. Se centra principalmente en la base de apoyo de Trump. De nuevo, en estos mitines de Turning Point hay infomerciales cada 25 minutos, y todos están vendiendo algo. Esto se aplica a todas sus plataformas, y también a los influencers de color que atraen, así que no se trata de una cosa o la otra. (…)
* La entrevista completa se publicó en Nueva Sociedad. La versión original, en inglés, se publicó en New Politics vol. XX No 2, No 78, invierno de 2025, con el título «America’s Multiracial Right». Traducción: Carlos Díaz Rocca.
[1] En Estados Unidos, a grandes rasgos, los estados de Oregon, Washington y Idaho.
[2] La suburbanización fue impulsada por programas federales como la GI Bill (ley que otorga beneficios para veteranos) y los préstamos de la Administración Federal de Vivienda, que excluyeron sistemáticamente a las personas negras y de otras minorías.
[3] La estrategia sureña fue una iniciativa del Partido Republicano (años 1960-1970) para captar el voto blanco conservador del sur de Estados Unidos, tradicionalmente demócrata. Tras la Guerra Civil (1861-1865), los demócratas sureños –herederos de los esclavistas– dominaron la región, mientras el Partido Republicano de Abraham Lincoln lideraba la abolición. Sin embargo, en los años 1950 y 1960, los demócratas impulsaron a escala nacional el movimiento por los derechos civiles de la población negra. La estrategia republicana redefinió el mapa electoral: hoy los estados sureños son mayoritariamente republicanos.
[4] P. Ramos: Desertores. El auge de la extrema derecha latina y sus repercusiones en Estados Unidos, Vintage Español, Nueva York, 2024.
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