Una familia diezmada

El mayor crimen internacional de la dictadura

Mima y Gustavo Molfino.

 

Hay una mujer que no despierta, tendida en la cama de un apart hotel en Madrid. Es domingo 20 de julio de 1980. Se desconoce, en principio, su identidad, pero poco tiempo después se sabrá que se trata de Noemí Esther Giannetti de Molfino, argentina, de 55 años. Que los que la conocen, en su círculo íntimo, le dicen Mima. Que es viuda y madre de seis hijos: una, exiliada; otra, desaparecida; el mayor, preso político; el menor, todavía oculto en Lima, Perú, desde donde a ella se la llevaron secuestrada no hace tanto tiempo; los otros dos, en Chaco, a la espera de noticias. “Y que está ahí muerta porque es una de las víctimas de uno de los operativos internacionales más importantes de la dictadura cívico-militar que preside Jorge Rafael Videla”, escribe el periodista Juan Carrá en el arranque de Salvate vos, el libro sobre la familia Molfino, uno de los linajes, tanto como los Santucho, los Pujadas o los Oesterheld, que sufrieron en carne propia y de forma extendida la persecución atroz de la dictadura. 

 

 

Nunca se podrá saber concretamente qué pasó en esa habitación madrileña. Noemí Gianotti de Molfino había sido secuestrada el 12 de junio de 1980 en Lima, donde estaba temporalmente mientras integraba una red de apoyo a Montoneros. Entre su detención y su asesinato en el hotel de Madrid existió una trama de articulaciones entre las Fuerzas Armadas argentinas y los gobiernos de Perú y España. Tal como se demostró en los juicios por la contraofensiva montonera o del Plan Cóndor, donde el caso de los Molfino fue mencionado o formó parte activa de los expedientes, la planificación sistemática del aniquilamiento seguía intacta hacia 1980 en la Argentina, contrariamente al mito de que para esa época la dictadura había aflojado en su faz represiva. En ese contexto ocurrió la muerte de Mima, que ya había sido marcada por los servicios de inteligencia por sus movimientos en el exterior. 

 

 

Uno de los principales desvelos de Mima era que en octubre de 1979 una patota militar había secuestrado a su hija Marcela Molfino y a su marido Guillermo Amarilla, militantes de Montoneros que habían participado de la Contraofensiva y de quienes no había tenido más noticias. Marcela estaba embarazada de un mes al momento de su secuestro. En 2009, tras una dilatada búsqueda de la familia, las Abuelas de Plaza de Mayo recuperaron a su hijo, Guillermo Amarilla Molfino, el nieto restituido 98. Mima Molfino, en efecto, había sido una de las organizadoras de una red de protección de militantes montoneros en el exterior. Tras su secuestro, fue llevada a Madrid, en el marco de una campaña de propaganda de la dictadura, que buscaba desacreditar las denuncias de desapariciones en la Argentina. La mataron en un hotel de Madrid. En la puerta de la habitación sus asesinos habían colocado el cartel de “No molestar”. Con el tiempo, se sabría que fue uno de los mayores crímenes internacionales de los represores. 

El periodista y escritor Juan Carrá, con pulso de thriller, investiga a la familia Molfino desde sus orígenes. El foco está puesto en Mima, que de joven, coqueta y cuidadosa de los buenos modales, acostumbraba a moverse en los salones de lujo de la diplomacia del brazo de su marido, hombre de la embajada argentina en Paraguay, expulsado por antiperonista en 1954. “Eso es lo que deja atrás Mima, ahora, dos años después del bombardeo, mientras el tren se hunde en la espesura de la yunga. Deja atrás los salones con pianos de cola, el cemento de una Buenos Aires a veces hostil ante el recuerdo de su Saladillo natal. Pero ahí está, una vez más, acompañando a José Adán, detrás del Tata, esta vez en viaje al Chaco para fundar el banco de la provincia. La diferencia es que ya no se mueven solos”; se cuenta en Salvate vos el discurrir de una familia numerosa y un padre que muere a los 39 años. Es entonces que Mima debe volver a Buenos Aires con sus seis hijos a cuestas y sufre su primera e impensada mutación. 

La muerte del Che en Bolivia y el interés de Miguel, el hijo mayor, por la política; la dictadura de Onganía y la lucha armada que aparece en el horizonte; la transformación de una familia gorila eclipsada por la chispa revolucionaria de los '60/'70; el entrenamiento casi militar; las incursiones en la villa; la clandestinidad; referentes como Rubén Dri, Mario Roberto Santucho y una madre que, en ese momento, luce triste y preocupada. 

Escribe Carrá: “Las manos de Mima ahora son postigos para cubrir la tristeza. Es automático el llanto. Es automático también el dolor que trata de esconder con ese gesto de criatura. Con la cabeza niega una y mil veces, como si así pudiera terminar con esa locura que acaba de decirle su hijo mayor. Niega para sacarse la imagen de Miguel con un fusil en la mano. Niega para que se desvanezca y que Miguel sea solamente ese chico que imita a Chaplin para que su hermano menor se ría hasta vomitar el plato de vitina con leche. Miguel, dejá de hacerle eso a tu hermano, le grita Mima en el recuerdo y ella también se tienta, y ahora no entiende cuándo ese chico se convirtió en el hombre que quiere dejar la casa para ir a la guerra”. 

La vida íntima y el peso de la historia, lo familiar y lo social, la militancia y un destino urgente y veloz que se expande en los otros hijos, los orgánicos y los que no, todo se va entrelazando en una deriva tan contagiosa como febril. Una familia que empieza a ser parte del fervor político, “que bulle en esa casa que es un hervidero”. El ERP, la JP, la Teología de la Liberación, el guevarismo, Perón, el norte del país, lo rural y los centros urbanos, los infiltrados, la Triple A, los servicios del Batallón de Inteligencia 601, las acciones de alto riesgo de la guerrilla. Poco a poco los calabozos se van llenando de militantes de distintas organizaciones y la Argentina como un país que ya no es un lugar seguro para nadie. Fugas, operativos, alarmas, escondites, exilio y pistas fragmentarias de un apellido que se desintegra, que se convierte en tragedia.

“La foto los deja inmóviles para siempre, congelados en ese instante. Ninguno de los seis, tampoco Mima, que podría ser la que toma la foto o la que habla fuera de campo, se imagina que esa será la última imagen de los hermanos Molfino juntos”, se lee entre viajes, primeras detenciones, Campo de Mayo y un calvario que los acorrala inexorablemente. Y en la propia Mima acontece una vertiginosa metamorfosis, nunca ajena a las circunstancias que le tocan vivir. “Ahí también, en la cola concientizadora, Mima vuelve a mutar. Ya no es solo la madre que está donde sus hijos la necesitan y que se suma a sus militancias para ayudarlos. Ahora es ella la que tiene que activar. Es ella la que pone el cuerpo, habla con otras madres, se identifica con ellas y sus historias, piensa estrategias y toma decisiones”.

Si bien no es una historia inédita ni novedosa –aparece, entre otros, en La Voluntad, de Martín Caparrós y Eduardo Anguita, y en La última batalla de la Tercera Guerra Mundial, de Horacio Verbitsky–, Carrá logra una tensión en el relato y una profundidad en la reconstrucción de los detalles que dan cuenta de que los '70 sigue siendo, como ocurría en La llamada, de Leila Guerriero, un tema editorial atrapante e inconcluso si se logra construir un tono ágil, novelístico, acompañado de una mirada singular sobre hechos tan largamente visitados por la literatura reciente. Una novela de no ficción, como la llamó el autor, cercano a lo que hizo Marcelo Larraquy con Gordon, bajo una reconstrucción rigurosa, testimonial y documentada de los hechos.

Como si en el entramado de los Molfino se pudiera leer el fervoroso auge de militancia y la posterior caída de una de las tantas familias argentinas, como un fresco de época, Salvate vos funciona a la vez en el relato coral sobre una madre y un núcleo de parentesco arrasado por la dictadura. Allí están los hijos, recibiendo la noticia demoledora del asesinato de su madre y, muchos años después, el horror que tiñe incluso lo que pueden ser buenas noticias cuando la familia recupera a Guillermo Amarilla Molfino, el nieto restituido 98. Y un dramático silencio que, en el epílogo, nunca se develará: todo permanece en las conjeturas de hacer preguntas y suponer las respuestas. Como escribe Carrá, varias veces, en las bisagras del suspenso: “Pero para eso todavía falta que pasen muchas otras cosas”.

 

 

 

 

 

 

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