Una ficción creíble

Es una ficción creíble porque aborda la crisis que afecta al rostro humano institucional de la Iglesia .

En materia cinematográfica no soy más que un espectador vulgar, adicto, pero vulgar. Es bueno lo que me gusta y malo lo contrario. Los Dos Papas, me gustó y me gustó mucho. A favor de esta reacción pesó sin duda la magnífica interpretación de los actores Anthony Hopkins y Jonathan Pryce y el hecho de que éste encarnara a uno de los más destacados compatriotas de toda nuestra historia. Francisco es con algunos argentinos más, una figura universal y es uno de nosotros. Es sin duda una ficción, sostenida en algunos hechos reales; pero es una ficción que se torna creíble porque la agenda que aborda es básicamente la de la crisis que afecta al rostro humano institucional de la Iglesia Católica Romana.

Esta crisis que hoy desborda los muros levantados por siglos de secreto, hipocresía, perversión y corrupción; de lucha descarnada por el poder terrenal y de manipulación oligárquica de la fe de los pueblos; es exhibida en la película con sutiles pinceladas de diálogos, gestos y una excelente escenografía. Todos los temas que conforman la agenda de la crisis vaticana aparecen en escena. Su consecuencia es la disputa hoy inocultable entre la Iglesia del poder y la “Iglesia pobre para los pobres”. Con cierto maniqueísmo se ubica a Ratzinger en un lado y a Francisco del otro. Pero la disputa está y su resultado sigue siendo incierto.

 

La agenda de la que hablamos comienza con el sistema de elección del Obispo de Roma. En el cónclave que hizo papa a Ratzinger, 115 hombres, muchos de ellos de avanzada edad, eligieron al Jefe de una Iglesia de 1200 millones de fieles, de los cuales por lo menos la mitad, son mujeres. Se conforma así una monarquía absoluta, electa por una aristocracia que expresa a la cúspide minúscula de una casta sacerdotal solo masculina. ¿Hasta cuándo pensamos que la Fe en Cristo y su palabra, puede sostener este sistema sin provocar un estallido?

Antes de iniciarse el Cónclave, el brillante arzobispo de Milán, Carlo María Martini, le dice a Bergoglio “tenemos iglesias bellas, pero sin gente”. Este mismo Cardenal sentenció antes de morir “La Iglesia atrasa por lo menos 200 años”. Y obviamente no es lo mismo atrasar dos siglos hoy, que hacerlo en la Edad Media.

 

Entre los cruces verbales que protagonizan Ratzinger y Bergoglio, se destaca aquel en que el papa alemán extraña a su secretario Paolo. “Era perfecto” dice Hopkins y Pryce le responde “sí, pero está preso”. La corrupción de la curia vaticana es hoy indiscutible y ella también resiste con uñas y dientes los intentos de limpiar sus pústulas y desinfectar sus llagas. Creer realmente que la frase de Cristo “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” se refería a la construcción de esta versión religiosa del imperio romano, es manipular la predica evangélica y traicionar el testimonio del Nazareno. ¿Que amnesia sospechosa ha hecho olvidar la sentencia evangélica que nos dice que “No se puede servir a Dios y al dinero” (Mt. 6.24).

 

Otro tema que aparece por ausencia, es el rol de la mujer en la curia romana y en la Iglesia en general. Las religiosas que se muestran son servidoras domésticas de los hombres. Una le alcanza a Bergoglio un paraguas y la otra le sirve la comida. Parece olvidarse que las iglesias están mayoritariamente pobladas de mujeres y que las mujeres son protagonistas hoy de una “revolución” indetenible.  Como es lógico reclaman igualdad de dignidad. Una igualdad que ni la sociedad en general ni la Iglesia en particular, termina de reconocerles. ¿Cómo podemos pretender que las mujeres sean parte de una comunidad que, abusando de la Palabra evangélica, las subordina al arbitrio masculino? No tengo el don de la profecía, pero esto no resiste mucho más.

Otros de los temas que se abordan, son el del celibato sacerdotal y el de la homosexualidad. El guión le hace decir a Bergoglio algo que si no es cierto debería serlo: “El celibato puede ser una bendición o una maldición”, lo que nos llevaría al carácter optativo de una norma que desde el siglo XII se ha vuelto innecesariamente obligatoria, con la consecuente disminución de las vocaciones religiosas. La homofobia de la Iglesia es indisimulable y también inexplicable. Aunque aclaro desde ya que nada tiene que ver con otro punto de la agenda que exhibe la película: los abusos sexuales y la pederastia. El Bergoglio de Pryce, repudia no solo esta perversión, sino las políticas de ocultamiento y complicidad que la Iglesia ha mantenido, con la hipócrita excusa de evitar el escándalo. Las consecuencias están a la vista. Hoy todo el clero está cuestionado a punto tal que un tema que interpela las conciencias de todos los que somos creyentes, no es abordado con franqueza y solidaridad desde los púlpitos dominicales. Aparece así la figura del fundador de los Legionarios de Cristo Marcial Maciel, responsable de gravísimos delitos de abusos sexuales, inexplicablemente protegido por Juan Pablo II.

 

En este tema como en otro que abordaré enseguida, el guionista le hace decir a Bergoglio una gran verdad aún pendiente: “El perdón de la confesión no es suficiente, hay que reparar y proteger a las víctimas”. Los abusos deben ser siempre prevenidos, denunciados a la justicia y castigados con la privación absoluta y perpetua del ejercicio sacerdotal; erradicando así de manera manifiesta toda sospecha de complicidad. Y viene ahora el reconocimiento que el Bergoglio de la película, hace de su actuación durante la dictadura militar. Para contextualizar digamos una vez más, que la gran mayoría de la jerarquía de entonces fue cómplice, por acción u omisión, de la barbarie criminal del terrorismo de estado. Fueron contados los obispos que denunciaron el genocidio. Algunos de ellos, como Angelelli, pagaron con su vida su fidelidad al Evangelio y a su Pueblo. El personaje de Bergoglio, reconoce su responsabilidad en la desaparición de Jalics y Yorio: “Yo debí protegerlos y fallé; no hice lo suficiente; Dios olvida, pero yo no; no hice todo lo que pude”. Yo ignoro si estas frases expresan el pensamiento de Francisco, lo deseo fervientemente. No me siento capaz de juzgar, porque yo también me he preguntado muchas veces si hice lo suficiente, para proteger a una persona que quise mucho y nunca más volví a ver. Probablemente si todos hubiéramos hecho lo suficiente, la dictadura habría matado a muchos más pero hubiera durado mucho menos. Hubo sí quienes lo hicieron: las Madres y las Abuelas de la Plaza de Mayo.

 

Finalmente, una película que yo recomiendo no dejar de ver.

 

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