Una mancha más

Smart, procesado por asesinatos en Los Hornos en 1976

El ex ministro de la dictadura Jaime Smart acumula condenas a prisión perpetua que la Corte Suprema se resiste a confirmar. Foto: Tiempo Argentino.

 

Cerca de las siete de la mañana del 5 de noviembre de 1976, en la calle 140 entre 50 y 51 del barrio de Los Hornos, en La Plata, un enorme operativo de 200 militares y policías rodeó la zona. El ataque se focalizó sobre la casa donde vivían los militantes políticos Horacio Omar Rivelli y Rosa Estela del Buono. No estaban solos: a su lado dormía su hijo Pablo, de apenas dos meses. Durante un alto el fuego, Rosa salió con el moisés de mimbre y lo apoyó en la entrada para evitar que los disparos lo alcanzaran. Pero ni eso los frenó: según los testimonios de los vecinos, a ella le tiraron por la espalda después de sacar el moisés. El bebé resultó lesionado y fue llevado por los verdugos a un hospital. El operativo duró varias horas, y en una ráfaga enloquecida de tiros, Horacio y Rosa fueron asesinados y la casa quedó destruida, con marcas de balas en el frente y el lateral.

Toda la manzana había sido cerrada al tránsito y se había evacuado a algunos vecinos. No se permitió el retorno de los que volvían a sus hogares y otros fueron obligados a permanecer encerrados, con prohibición de asomarse. El despliegue fue comandado por fuerzas de seguridad provinciales, refuerzos de la Unidad Regional IV de La Plata y personal militar del Regimiento 7 del Ejército, y durante un tiempo prolongado los represores dispararon con diversos tipos de armamento hasta que lograron “dar con el objetivo”. Al bebé gravemente herido –con esquirlas en una pierna y en las manos, pérdida de dos falanges y riesgo de que le amputaran los dedos– lo internaron en el Hospital de Niños Sor María Ludovica, donde fue registrado como NN. Por la búsqueda de su familia y las gestiones de allegados policiales, quienes filtraron información, fue entregado a sus abuelos, escapando al destino de apropiación que le esperaba: Pablo estuvo a punto de ser entregado a la hija del comisario al frente del operativo, por aquel entonces, de la Comisaría Tercera de Los Hornos.

Hace unos días, a casi medio siglo de los hechos, Pablo Rivelli, de 48 años, recibió una noticia inesperada: el juez federal Ernesto Kreplak procesó al ex ministro de gobierno bonaerense Jaime Lamont Smart y a tres militares que integraron el Regimiento 7 de La Plata: Alberto Jorge Crinigan, Ismael Ramón Verón y Enrique Francisco Welsh. Crinigan es el compilador de un libro, La nación dividida: Argentina después de la violencia de los ‘70, en el que escribió Victoria Villarruel y en el que descalifican a Abuelas de Plaza de Mayo. El abogado Jaime Smart, por otro lado, es el civil con más condenas a prisión perpetua aunque, con los expedientes archivados en la Corte Suprema, ninguna está firme y goza de prisión domiciliaria. “El funcionamiento del circuito Camps no hubiera sido posible si el Ejecutivo provincial y el Ministerio de Gobierno no hubieran aportado los medios para su operatividad y funcionamiento”, detalló el juez, quien pudo comprobar las responsabilidades políticas y no las de los actuantes en el operativo.

En su fallo, Kreplak sostiene que la dictadura cívico-militar mató a la pareja y después secuestró a Pablo, su hijo. Lo expresa del siguiente modo: “Así, resulta fundamental tener en cuenta la gravedad y cantidad de hechos atribuidos a los imputados calificados prima facie como homicidio calificado y retención, sustracción u ocultamiento de un menor de 10 años y reducción a la servidumbre. A su vez, dichos hechos son calificados como crímenes de lesa humanidad, cometidos en el contexto del plan sistemático de represión ilegal desplegado durante la última dictadura cívico-militar, una de cuyas principales aristas consistió en el ocultamiento y destrucción de pruebas, y en la comisión de hechos ilícitos amparados en la clandestinidad”.

Ponderó, entre otras pruebas, la declaración testimonial de la vecina Silvia Tilbe. La testigo indicó que el 5 de noviembre de 1976 se habían quedado a dormir junto a su madre y su hermano en la casa de sus abuelos, lindera a la de sus padres, y que desde una ventana pudo ver en el patio lateral a “personas vestidas con uniforme de verde. Sobre los techos de la casa de mis padres había soldados con armas apoyadas en una especie de trípode”. Agregó que “uno de los soldados que estaba en el patio, tirado cuerpo a tierra, giró y apuntándonos a mi abuela y mí nos dijo que cerráramos, nos metiéramos adentro y nos quedáramos así hasta tanto ellos nos avisaran. También nos dijo que nos cubriéramos ante cualquier situación que pudiera pasar. No sé cuánto tiempo pasó y trajeron a mi casa a una señora con su hijo, que vivían en un departamento casi pegado a la casa de los papás de Pablo Rivelli y la dejaron con nosotros”.

 

Horacio Omar “Pancho” Rivelli y Rosa Estela “Colorada” del Buono militaban en Los Hornos.

 

El operativo fue destinado a causar el terror en la zona, más allá del “objetivo” de aniquilar a los dos militantes políticos de Montoneros. “Fue una situación de pánico, horas de tiroteos muy intensos, que paraban y volvían a comenzar. Recuerdo también varias explosiones, y una en particular muy fuerte”, precisó la vecina. Por su parte, el hecho cobró relevancia periodística en los medios de la época, que hablaron de un “enfrentamiento” y no de una embestida represiva. No fue un caso aislado. La hilera de caídas del grupo que conformaban las unidades básicas de la JP y Montoneros de Los Hornos se dio en dicho marco temporal. Horacio Omar “Pancho” Rivelli y Rosa Estela “Colorada” del Buono se habían conocido dando apoyo escolar en un club de la zona. Una de las caídas más significativas había sido la del albañil Jorge Julio López, militante mayor que el promedio de los jóvenes. “Fue una embestida brutal contra una zona de La Plata de mucho trabajo territorial y político. Y es algo que se termina con Pancho y la Colorada, que deciden luchar hasta el final y resistirse en su casa”, expresa Aníbal Hnatiuk, quien trabajó como abogado de la causa.

Recabar testimonios, con una justicia blindada por las leyes de impunidad, llevó su tiempo, y el abogado Pablo Llonto y el militante Pastor Asuaje colaboraron también en la reconstrucción. Tras una primera denuncia realizada en 2011 por Pablo Rivelli y sus tíos, seis años después lograron el pedido de indagatorias a los acusados y recién ahora el procesamiento. “Lo primero que siento es un malestar por la lentitud de la justicia, fue obvio que con el gobierno Macri estas causas se aplazaron y los familiares no pudimos darle el cierre”, cuenta Rivelli, uno de los miembros fundadores de HIJOS en 1995. Su tío falleció el año pasado. Y su abuela Zunilda Alba, que lo crio junto a su abuelo Roque, murió en 2022. “Me da bronca que ellos no puedan estar vivos para ver el desenlace del expediente. Pero debemos continuar la pelea. Ahora que estamos celebrado nuestros 30 años, lo que rescato de HIJOS no es solamente que en su momento buscamos la condena social porque la justicia estaba obstruida. Para nosotros, es un colectivo de lazos, afectivo y emocional, la posibilidad de hermanarnos en el dolor, la solidaridad y la lucha”.

 

Zunilda Alba crio a su nieto tras el asesinato de los padres.

 

Cuando de grande conoció lo que fue su casa de Los Hornos, hoy alquilada y revocada por otros dueños, Pablo no podía creer que en el tanque de agua sobrevivieran las marcas de los balazos, con hondas perforaciones. Tocaron timbre en las casas de los vecinos, ubicadas cerca de talleres ferroviarios abandonados. Una de las señoras, cuando vio a Pablo, se puso a llorar. Le agarró la mano y vio que le faltaban unos pedacitos de los dedos. “Fue muy emocionante”, recuerda Hnatiuk. Algunos vecinos recordaban cientos de soldados en aquel día, lo relataron como algo traumático para el barrio. Incluso una vecina reconoció a un policía del barrio, de apellido Ferro, apostado en el operativo. Los vecinos contaron que había soldados en sus patios y que, por días, quedó flotando el olor a pólvora en el ambiente. “A Pancho y la Colorada los reconocían como la parejita de chicos que había tenido un bebé. La noche anterior algunos los vieron bajando del micro. Era un día de calor, y los vecinos los saludaron cuando estaban tomando la fresca sentados en la vereda. Recordaron que después llegó un camión y se llevaron bienes de la casa, la vaciaron por completo. La abuela de Pablo identificó un cuero de vaca que los policías habían puesto de adorno en la comisaría”, reconstruye Hnatiuk.

Pablo Rivelli se ríe nerviosamente por lo que siente como una paradoja del destino. “A las heridas que me quedaron en el cuerpo les debo no haber sido apropiado. Porque ya estaba como botín de guerra para una familia de milicos pero me tuvieron que llevar al hospital”, se sobresalta. Sus padres tenían 21 y 22 años, estaban casados. Su abuela Zunilda Alba relató ante la justicia que su hija “vivió en mi casa hasta que se casó, el 12 de enero del ‘76, y a partir de esa fecha se fueron a vivir a Los Hornos, alquilaron una casa, mi esposo salió de garante. La familia de Horacio no conocía ese domicilio. Mi marido no sabía que eran militantes, si bien estaba en contacto con ellos”.

Los represores habían marcado a la familia, como solían hacer con los cuadros políticos. El 9 de octubre de 1976, pasada la medianoche, personal de fuerzas de seguridad se presentó en la casa donde vivían los padres y hermanos de Horacio Rivelli. “Abran la puerta porque si no los vamos a reventar a todos”, dijo uno de ellos, y el grupo entró portando armas largas y ropas verdes. Presumiblemente en busca de Horacio, los mantuvieron privados ilegalmente de su libertad y se llevaron por la fuerza a su hermano, Gustavo Rivelli, hacia un auto estacionado a una cuadra, en el cual los captores mantenían retenida a una mujer para que lo identificara. Al no ser reconocido, Gustavo fue liberado.

En simultáneo, ese mismo día fue detenido Roberto Ariel Rivelli en un domicilio de calle 74 entre 27 y 28 de La Plata. Primo de Horacio, militaba en el Frente Antiimperialista por el Socialismo (FAS) y actualmente se encuentra desaparecido, así como su esposa Elba Beatriz Pirola. “Las secuelas psicológicas fueron devastadoras para mi familia, con las atrocidades sufridas que se potencian en el tiempo –sintetiza Pablo–. Y con todas las heridas en mi cuerpo, lo más desgarrador para mí es no haber tenido una foto con ellos, mis padres, que ya estaban viviendo en la clandestinidad y no me exponían para protegernos”.

 

Manuel, el hijo de Pablo, con la foto de sus abuelos.

 

 

Entre los reconocimientos, el Club Gimnasia y Esgrima La Plata, del cual eran hinchas, les hizo un acto de homenaje. “Al lado del malestar por la demora de la justicia, se siente mucho alivio, se remueve todo en mi interior –concluye Pablo Rivelli–. El año que viene sería el juicio, y pese a que hoy los represores están zafando de ir a la cárcel por las políticas del actual gobierno, es un ciclo que se completa para que la memoria siga viva y se corte la impunidad”.

 

Pablo con el diploma de sus padres que le entregó Gimnasia.

 

 

 

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