Unidad no es obediencia

Breves apuntes sobre conducción y legitimidad política

Foto: Luis Angeletti.

 

Durante mi gestión como intendente de San Antonio de Areco (2011–2019), aprendí que las decisiones políticas requieren mucho más que convicción personal: necesitan legitimidad, construcción colectiva y respaldo social. Y para eso no alcanza con imponer el rumbo. Hace falta estrategia, templanza y una vocación real por sumar adhesiones en lugar de exigirlas.

La urgencia de la gestión muchas veces empuja a avanzar rápidamente, pero el liderazgo sostenible no se mide por la velocidad en tomar decisiones, sino por la capacidad de sostenerlas en el tiempo con acompañamiento real. Cuando se prioriza el atajo individual sobre la construcción política, el riesgo es el aislamiento. Y ningún proceso de transformación profunda puede sostenerse desde la soledad.

Más allá de las condiciones personales de quien conduce, los resultados concretos y la claridad de rumbo son fundamentales. La agenda, los objetivos y los logros deben hablar por sí mismos. La conducción política no puede basarse únicamente en la expectativa de adhesión automática, sino en el trabajo paciente de articulación y consenso.

En ese marco, resultan preocupantes las recientes declaraciones del jefe de Gabinete bonaerense, principal armador y consejero del gobernador Axel Kicillof, al condicionar la unidad del espacio a una aceptación sin objeciones de las políticas provinciales y a la garantía de lugares en las listas legislativas. No solo es una señal equivocada: es, además, un mal consejo político. En lugar de buscar interlocutores capaces de acercar posiciones, se elige tensionar y cerrar el juego.

El respaldo no se construye por imposición. Se construye con resultados, con diálogo y con capacidad de escucha. El peronismo ha demostrado históricamente que su fortaleza radica en la acumulación amplia, en la diversidad de voces y en su capacidad de interpretar al conjunto. La lealtad no puede estar reñida con el pensamiento crítico. Mucho menos cuando se gobierna una provincia con la complejidad y el potencial de Buenos Aires.

Después de más de cinco años de gestión, los logros deberían ser suficientes para sostener el liderazgo sin necesidad de exigencias públicas de alineamiento. Si eso no ocurre, quizá sea momento de revisar no solo la estrategia política, sino también los resultados alcanzados.

La legitimidad no se hereda ni se delega. Y mucho menos se impone. En contextos de profunda incertidumbre como el actual, debe renovarse de forma permanente. Los próximos dos años y medio son una oportunidad clave, no solo para consolidar un liderazgo, sino para que la Provincia de Buenos Aires avance de manera concreta en su desarrollo.

Hay agenda para hacerlo: una reforma fiscal que fortalezca a los municipios, una justicia más presente en el territorio, una política de infraestructura que integre obras hídricas, viales y habitacionales, un sistema de salud más equitativo, una transformación educativa de fondo, programas de conectividad, un uso estratégico de puertos y vías navegables, y una política energética planificada y federal.

Hay con qué. Pero para convertir esa agenda en realidad se necesita menos rigidez y más política. Unidad no es obediencia. Es construcción.

 

 

 

* Francisco Durañona es abogado y titular del Movimiento Arraigo.

 

 

 

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