Unificar estrategias y descentralizar logísticas

Hay que organizar las fuerzas que hoy son anárquicas para crear, organizar y optimizar la acción social

 

El pasado 30 de septiembre, el INDEC divulgó el índice de pobreza del segundo trimestre de 2020, corroborando en los números lo que todos percibíamos en el marco de estos meses de reinado del Covid-19. Y como suele ocurrir cuando se produce un crecimiento notorio del porcentaje de pobres, los medios de comunicación dedicaron a la noticia grandes espacios y la primera plana de los diarios. Todos se escandalizaron por la cifra, como si ese 40,9% —que, vale aclarar, representa un 5,5% más que el número registrado al culminar el mandato de Macri en diciembre de 2019, lluvia de inversiones de por medio— se hubiera producido por generación espontánea. Se sabe que es una noticia que ocupará la atención durante algunos días, pero es probable que, pasado ese tiempo, el número se transforme en un “indicador” más de la economía, que la oposición intentará usar para desmerecer las acciones y políticas del gobierno mientras el oficialismo ensaya todas las explicaciones posibles. Algunos pujamos por resistirnos a esa situación, y en eso me siento unido a Nacho Levy, de la Garganta Poderosa, cuando habla de la “pandemia de la desigualdad” con el periodista Diego Iglesias en su programa en Radio con Vos, marcando que “si algo no puede pasar mañana es que nos hayamos enterado de que el 40% de los argentinos son pobres y amanezcamos igual que hoy”.

Al neoliberalismo poco le importa el daño brutal que está produciendo la pandemia de coronavirus. Tampoco está dispuesto a poner en valor el desastre económico y social que dejó el macrismo. Mucho menos aún intenta hacer un análisis de las causas de la pobreza estructural en nuestro país, ya que lo único que está dispuesto a ver es al número. Paradójicamente, el número creciente de pobres será un argumento muy útil para afrontar el debate sobre el aporte extraordinario o “impuesto a la riqueza” y oponerse al mismo, ya que podrán esgrimir su argumento preferido diciendo que, habiendo tantos pobres, quitarle dinero a los que “invierten” y “producen” trabajo es un desatino. Y otra vez serán los pobres los que servirán para defender a las 9.000 personas más ricas de la Argentina, dejando al descubierto la mezquindad en su máxima expresión.

Mientras tanto, el gobierno hace ingentes esfuerzos por paliar este azote de la realidad. Por un lado, el Ministerio de Desarrollo Social actúa como un bombero tratando de apagar los incendios, y cuando consigue calmar un foco le explota otro. Desde ANSES, con el IFE se intenta bajar un poco los efectos de la desocupación que sigue el ritmo impuesto por la pandemia. PAMI hace lo suyo, entregando los medicamentos gratuitos. El régimen ATP acompaña a las empresas con el pago de los sueldos de los empleados que aún pueden mantener, una ayuda de magnitud que ayuda a sobrevivir, primordialmente, a las pequeñas y medianas empresas. Pero a pesar del enorme esfuerzo que todo esto demanda, parece poco. Es cierto que, seguramente, el índice de pobreza del tercer trimestre mejore al del segundo, toda vez que a partir de julio y agosto pasado se fueron habilitando actividades productivas que reactivaron el empleo y la economía. Pero el tema es que un índice que ronde un poco más abajo o más arriba del 40% de pobres, tiene que doler de verdad, resultar inmoral e inaceptable para la sociedad en su conjunto e interpelar, de una vez por todas, a la dirigencia en su conjunto.

Afortunadamente, esta lucha frontal contra la pobreza cuenta también con  miles de héroes y heroínas anónimos, que dan batalla día a día con la escasez para tratar de facilitar un plato de comida para sus comunidades, organizando comedores y merenderos por doquier. Las organizaciones sociales hacen un enorme esfuerzo de contención social y acompañan, en cuanto pueden, la organización de los sectores más vulnerables para acercarles cierta autonomía y autosuficiencia. A lo largo y ancho de nuestro país se han creado cientos de ONGs, que también ponen su amor y dedicación para ayudar a quienes necesitan para hacer menos dura su subsistencia.

También participan en esta lucha contra la necesidad los diferentes cultos, en especial los evangelistas, los curas villeros y Cáritas. Al menos dos organizaciones internacionales como UNICEF y la Cruz Roja caminan la pobreza tratando de poner su granito de arena.

Por supuesto que los Estados provinciales hacen lo suyo y dedican gran cantidad de recursos humanos y materiales para que los más vulnerables de sus distritos vean aliviadas sus carencias. Un párrafo especial merece lo ocurrido esta semana con la suspensión momentánea del desalojo en Guernica donde, en mi opinión, quedó palmariamente demostrado lo que puede lograr la acción política cuando se actúa con compromiso. Me conmovió, en especial, la dedicación y la inteligencia del gobernador Axel Kicillof y de su ministro de Desarrollo de la Comunidad, Andrés Larroque, en resolver una cuestión tan compleja, ya que por una parte brindó una alternativa a los ocupantes del predio respecto de su problema de hábitat, mientras que en paralelo  desactivó el desalojo ordenado por el juez, ganando tiempo y espacio de acción. No tengo dudas de que cada una de las provincias podrán dar ejemplos de esta naturaleza.

Particular reconocimiento merecen las 2.164 municipalidades que constituyen el mostrador obligado donde cada vecino necesitado deja su requerimiento de ayuda. Cuando los más pobres agotan sus posibilidades de darle leche a un hijo o requieren una frazada que abrigue a su familia, el primer lugar al que acuden es a su distrito. Son los municipios los que se encuentran siempre en la primera línea de apoyo, y le ponen la cara, el cuerpo y el corazón a cada angustia porque es allí donde la transforman en esperanza.

Es así como cientos de miles de personas aportan su amor y dedicación para extenderle una mano a los más necesitados, mientras por otro lado el Estado aporta recursos materiales para afrontar los estragos de la pandemia, previendo que el año entrante alcance los cinco billones de pesos. A esto habría que sumarle los ingresos indirectos que forman parte de la inversión social que realizan las organizaciones anteriormente descriptas. Esto significa que existe una enorme masa de dinero puesta al servicio de los más vulnerables, y un ejército de gente que aporta esfuerzo y dedicación. Sin embargo, la pobreza nos azota y nos lastima cada día más.

Creo que mucho de lo que nos pasa en este sentido guarda relación con cuestiones de carácter cultural, a saber:

  1. En general, la política nacional considera que la cuestión social presenta una jerarquía menor. Así, por ejemplo, todo político que se precie de tal hablará fluidamente de economía, de tecnología, de cuestiones de derecho, de cuestiones propias de las ciencias políticas, pero el día a día de la política social queda en manos de la segunda línea. Esto cercena el debate, lo banaliza y, obviamente, empobrece la posibilidad de desarrollar estrategias nacionales.
  2. Resulta muy costoso incluir en la agenda de la política los temas estratégicos de mediano y de largo plazo, ya que todo queda supeditado a la realidad económica.
  3. Los organismos internacionales siempre orientan la discusión de lo social hacia el manejo de los recursos públicos, mostrando que las políticas sociales son, por ende, proclives al ajuste. Y vale decir que esto cala hondo en los sectores intelectuales de la derecha autóctona.
  4. Los medios de difusión también entienden que las políticas sociales son temas menores y dependientes de la economía. Solo les interesa cuando surgen, como el pasado 30 de septiembre, datos que muestran el dramatismo social en que estamos inmersos y que les sirve de ariete para lograr otros mezquinos intereses y espacios. Los temas sociales son tratados, por lo general, desde la lástima, nunca desde una posición proactiva.
  5. La mayoría de las organizaciones gremiales cree que la única forma de resolver la pobreza es mediante el trabajo registrado, a pesar de que la realidad demuestre que siempre hay gente fuera del sistema que vive de lo que puede y nada hace suponer que esto va cambiar. De lo máximo a lo que llegan es a incluir un aumento de las jubilaciones mínimas en algún petitorio o reclamar por la desocupación, pero nunca se oye una voz que reclame por los que están en la periferia de la sociedad.

Pero esto es solo una parte del problema. A pesar de estas cuestiones hay algo que puede hacerse sin entrar en costos extraordinarios y brindar resultados inesperados. Me refiero a la unificación estratégica, política y logística de todos los recursos humanos y materiales. No se trata de quitarle a nadie su rol, sino mas bien todo lo contrario: potenciar el esfuerzo que cada protagonista eligió para cumplir su vocación de solidaridad. La forma debería ser la unificación de las políticas prestacionales en un Ministerio de Protección Social, que no se contrapone con el Ministerio de Desarrollo Social ya que este se ocupa de la emergencia, mientras que las políticas prestacionales se encargan de darle una salida estructural, y por ende definitiva. Creo que es imprescindible crear un consejo federal, donde participen todos los ministros en la materia de cada una de las provincias, que se convierta en una especie de “pívot logístico de aplicación y detección de las políticas”. En otras palabras, federalizar la aplicación de las políticas sociales.

Para que se entienda la idea, conviene reflexionar respecto de lo que ocurre actualmente cuando hay un problema social: todas las organizaciones civiles y el Estado confluyen en un mismo lugar, dando como resultado una sobreprestación puntual. Pero si se pudiera evaluar adecuadamente la necesidad y con el marco de todos los actores involucrados que podrían actuar, sería posible que sólo algunos de ellos pudiesen resolver el problema y el excedente de recursos humanos y materiales podría destinarse a otros lugares donde sea necesaria su intervención.

Este año presenciamos la mejor clase práctica del deber ser, con la re-jerarquización del Ministerio de Salud. Imaginemos que hubiera pasado si la acción contra la pandemia no hubiera contado con una unificación estratégica en manos del ministro Gines González García, y cada uno hubiera hecho lo que creía mas conveniente. ¿Qué hubiera sido de nuestra Argentina y su servicio sanitario en el marco de la pandemia? Exactamente eso es lo que creo que se puede hacerse en el marco de las políticas sociales: unificar la estrategia y descentralizar la logística. En otras palabras, organizar las fuerzas hoy anárquicas para crear, organizar y optimizar la acción social. Como decía el Libertador José de San Martín, y muchas veces repitió el General Perón: “La organización vence al tiempo”.

 

 

 

 

 

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