Venezuela bajo asedio

El incesante éxodo venezolano, una tragedia humanitaria sin precedentes en nuestra América

 

                                  “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a sembrar la América de miserias en nombre de la libertad”.   
     Simón Bolívar, carta al Cnel. Patricio Campbell, 5 de agosto de 1829
                                

 

Venezuela atraviesa durísimos enfrentamientos y  tensiones internas e internacionales, que es conveniente examinar en el interior del siguiente sistema de coordenadas.

En uno de los ejes descuella el injerencismo consuetudinario –pero no por eso menos cuestionable— de los Estados Unidos, que está operando de manera descarada. El otro remite a la situación de crisis económica, social y finalmente ahora también política que aqueja desde hace algún tiempo ya al país. Es a partir de estas condiciones que se ha reactivado una densa y movilizada oposición contra el gobierno de Nicolás Maduro.

John Bolton, principal consejero en seguridad internacional de Donald Trump, es uno de los voceros de ese injerencismo. Anticipó lo que vendría a fines del pasado noviembre cuando anunció que se aplicarían más sanciones a los tres países que se complace sibilinamente en llamar “la troika de la tiranía”: Cuba, Nicaragua y Venezuela. Sin discreción alguna agregó que Estados Unidos estaba esperando “que cada ángulo de este triángulo caiga en La Habana, en Caracas y en Managua”. ¡Oh casualidad!: la operación contra Venezuela comenzó el 22 de enero. Hace muy pocos días volvió a abrir la boca: “Cualquier acto de intimidación contra el personal diplomático de los Estados Unidos, el líder democrático de Venezuela, Juan Guaidó, o la propia Asamblea Nacional representaría un grave ataque contra el estado de derecho y recibiría una respuesta significativa”, amenazó.

Las sanciones también han empezado. El lunes pasado, Steven Mnuchin, Secretario del Tesoro norteamericano, anunció el bloqueo a la empresa petrolera estatal PDVSA de U$D 7.000 millones en cuentas y otros instrumentos monetarios de esa compañía en los Estados Unidos. Y anticipó asimismo que podría perder U$D 11.000 millones por compras de petróleo que dejaría de hacer su país.

Para reforzar esta presión, Trump designó como líder del equipo de la Casa Blanca que trabaja sobre Venezuela a Elliot Abrams. Mike Pompeo, Secretario de Estado, comentó la designación: “Elliot será un verdadero activo en nuestra misión de ayudar al pueblo venezolano a restaurar plenamente la democracia y la prosperidad del país”. (Nótese el eufemismo “ayudar”.) Este nuevo funcionario tuvo una copiosa actuación intervencionista en Centroamérica durante los gobiernos de Ronald Reagan –de quien llegó a ser Subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental— y George W. Bush, y es considerado un halcón. Para más datos, la Agencia Venezolana de Noticias informó inmediatamente que había sido uno de los instigadores del golpe dirigido contra Hugo Chávez en 2002, por entonces Presidente de la República.

El otro eje del sistema de coordenadas involucra una insuficiencia en el desarrollo económico de Venezuela, que la Revolución Bolivariana no alcanzó a resolver satisfactoriamente y produjo malestares económicos y sociales que se agravaron luego por la caída de los precios del petróleo desde la segunda mitad de 2014.

El barril de crudo, en declive, llegó a cotizar por debajo de los U$D 28 por primera vez desde 2003. El exceso de oferta y el debilitamiento de la demanda promovieron un aumento récord de 2 millones de barriles por día en los países ajenos a la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), entre ellos Estados Unidos que amplió considerablemente su producción de esquisto (o fracking). Dentro de la OPEP Arabia Saudita, acompañada por otras monarquías del Golfo Pérsico, sostuvo asimismo una alta producción de crudo, con el argumento de que era conveniente para hacer frente a la producción externa a la Organización, es decir, a Estados Unidos y para debilitar su capacidad de competencia ya que el costo de la extracción convencional de crudo es menor que el del fracking.

 

 

Tras bambalinas se comentaba que en realidad había habido un acuerdo sotto voce entre Estados Unidos y Arabia Saudita –de hecho, socios estratégicos en Oriente Medio— cuyo objetivo no declarado era debilitar a Rusia e Irán, ambos también países productores de petróleo (y antagonistas de aquel tándem). La pautada marcha de la OTAN hacia el este —es decir, hacia las fronteras rusas— y la caída de Víctor Yanukovich en Ucrania en 2014, y su reemplazo por un régimen pro-occidental (y anti-ruso) fueron respondidas por Rusia con la recuperación de Crimea y del puerto de Sebastópol y la autonomización de las provincias del Donbass, en el oriente ucraniano. Las fechas coinciden: 2014. Hay un sólido argumento geopolítico que liga la baja del precio del petróleo con el intento de perjudicar a Rusia y a Irán.

En la voleada cayó también Venezuela. Su petróleo se devaluó, lo que agravó la situación de debilidad económica que venía de arrastre y la colocó en un punto crítico. Asociada a dicha debilidad se desenvolvió una crisis social que asimismo había despuntado con anterioridad a 2014 y se profundizó a partir de entonces. El intenso flujo de venezolanos que abandona el país es una muestra de aquella.

 

El incesante éxodo venezolano, una tragedia humanitaria sin precedentes en nuestra América

 

Con vaivenes, esto terminó impactando negativamente también sobre el plano político. En este contexto, en el que debe incluirse la intromisión norteamericana, el gobierno tendió a endurecer su manejo del régimen democrático.

La Doctrina Monroe fue presentada por el Presidente que llevaba ese apellido en 1823, en ocasión de su discurso anual a la Nación: fueron apenas unos pocos párrafos en el interior de una pieza mayor. Todavía hoy sirve de respaldo y justificación al injerencismo estadounidense. Un año después, el Mariscal Sucre aseguraba definitivamente la libertad de Sudamérica con el triunfo en la batalla de Ayacucho. Desde entonces los sudamericanos conquistamos efectivamente nuestra independencia de España y pretendemos desenvolvernos a partir de Estados soberanos. Los posicionamientos y los comportamientos políticos que se derivan de ambos hechos son absolutamente incompatibles. No hay ejercicio de la soberanía posible si se acepta de buen grado –como lastimosamente lo hacen los presidentes del Grupo de Lima, excepto México— aquella doctrina. Parece incluso mentira que sobreviva ya al borde de cumplir 200 años. Soberanía, autodeterminación y no injerencia son principios enlazados, directamente conectados a la pretensión de independencia. La opción monroeista conduce, por el contrario, a la pérdida de identidad y de vocación nacionales, al colonialismo cultural y a una penosa condición servil.

Por eso, la primera cuestión que debería tratar de encausarse en el caso venezolano es la de la contención de la injerencia norteamericana. En este plano, la temprana preocupación del Libertador Simón Bolívar, que se ha incluido como epígrafe, puede tomarse como una advertencia señera.

Por otra parte, la situación ha escalado a niveles peligrosos de confrontación, que pueden hacerla virar hacia condiciones de extrema y sostenida violencia. Es preciso considerar la gravedad de este cuadro todavía potencial pero quizá no lejano. Debe trabajarse por la búsqueda de canales de acercamiento y por la pacificación entre las partes, que puedan abrir un diálogo en cuyo centro deberá colocarse responsablemente la cuestión democrática. La actuación de una comisión o grupo internacional que aliente el diálogo y colabore a encuadrarlo y a hacerlo productivo podría ser muy apropiada. Con sus más y sus menos hay experiencias positivas que pueden servir de ejemplo. Una fue la que condujo a los Acuerdos de Paz de Guatemala, que se firmaron en marzo de 1995. Otra, la Misión de Paz en Haití (MINUSTAH), que en su primera fase condujo el apaciguamiento de los enfrentamientos armados facciosos y a la realización de elecciones limpias y ordenadas, en febrero de 2006, en las que resultó triunfador René Preval. De ahí en más se ha abierto una sucesión más o menos normal de presidentes hasta el día de hoy, en un país caracterizado históricamente por una altísima inestabilidad política. Pueden, por último, mencionarse las negociaciones llevadas a cabo —con acompañamiento internacional— en Colombia, entre el  entonces presidente Juan Manuel Santos y las FARC, inicialmente exitosas y hoy puestas en la picota por un gobierno de tinte uribista.

Sería quizá conveniente, si prospera una propuesta de esta clase que involucre a la ONU, que participaran dos países miembros permanentes del Consejo de Seguridad pertenecientes a “clubes” diferentes (por ejemplo a la OTAN y a la Organización de Shangai) en una eventual comisión de acompañamiento, con el objeto de equilibrar su funcionamiento. Un obvio e indispensable criterio básico debería ser neutralizar el inaceptable injerencismo norteño.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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